Mira que me lo dice mi mujer. Pero, aunque es muy sabia, no le hago ni caso. Ella me insiste en que no dedique Cabras al fútbol, que es un coñazo y me aleja del abundantísimo público femenino que me sigue. Esto sé que lo dice con esa fina ironía que le caracteriza, pero a mí me hace ilusión que me lo sugiera y me acuesto feliz pensando en hordas de señoras gritando desmelenadas “la cabra, la cabraaaaa”…
En fin, la cuestión es que, aún decepcionando a mis fans, hoy, que el Madrid y el Málaga juegan partidos importantísimos de Champions, no me apetece hablar de otra cosa más que de fútbol. Y eso que la actualidad política sigue dando motivos para coger una pancarta e irse a hacer unos escraches, que es una palabra que hasta hace dos semanas no sabía lo que significaba y ahora no se nos cae de la boca. Que esa es otra. Me parece estupendo lo de los escraches, pero ¿por qué se los hacen todos a gente de derechas? ¿Es que no hay ni un ser humano no de derechas que merezca que los escrachistas se caguen en sus muelas? Será que no. Pero yo hoy me olvido de los políticos españoles y las fotos de Núñez Feijoo, de las cabronadas que les han hecho a los chipriotas, del ERE-no ERE de los Bardem y hasta del mar de fondo de la Curia Romana contra el Papa Francisco. Yo hoy, con perdón, me voy a cagar en las muelas de Mourinho.
Es que ayer sufrí esa mala leche tan característica que te entra cuando ves a alguien que está pidiendo a gritos que le den dos bofetones y no hay nadie para dárselos. Y, no sé por qué, ese es un sentimiento que me invade casi siempre que veo una rueda de prensa del tal Mourinho. Y eso no tiene nada que ver con el hecho de que sea portugués, como dijo recientemente en una entrevista. Es que me parece que es un memo, maleducado, soberbio y engreído, sea portugués, croata, francés o más español que el Gran Capitán. Y por si esto fuera poco, encima está malcriado por los mimos inagotables de Florentino Pérez, que le ha consentido a semejante papanatas todo tipo de desplantes sin que jamás el presidente le haya reconvenido en público, ni, vista la deriva del personaje, en privado. Y todo para que, en tres años, con un sueldo estratosférico y gastando en fichajes lo que no está en los escritos, haya ganado una liga y una Copa del Rey. Pues qué bien, oye.
Yo debo reconocer que tengo auténtica devoción por Íker Casillas, pero, afectos al margen, creo de verdad que es el mejor portero del mundo. Y no sólo eso; es, probablemente el mejor portero de la historia. No hay ningún otro guardameta que tenga un Mundial, dos Eurocopas, dos Champions, no sé cuántas Ligas y una Copa del Rey. Eso por no contar los títulos que obtuvo antes de llegar a la selección absoluta y la cantidad de premios individuales que le han concedido en España y en el extranjero. Todo eso siendo un modelo de comportamiento en el campo y fuera de él. Jamás se le ha oído una palabra más alta que otra y ha sido siempre un ejemplo de sencillez y de normalidad en el éxito y en el fracaso. Exactamente lo contrario de lo que representa su entrenador. Y es por lo que Mou no le soporta. Por eso ayer el Míster en la rueda de prensa en la que se le preguntó por la ausencia de Íker en la convocatoria, habló de Casillas con displicencia y hasta con un punto de desprecio y dijo que “tendrá que esperar su oportunidad” como si estuviera hablando de un chavalín de la cantera que tiene aún mucho por demostrar. Y me da pena que en medio de todo el lío esté un buen portero con pinta de ser un buen hombre, como es Diego López. Pero es que las comparaciones son odiosas. Porque Íker no sólo es uno de esos jugadores símbolo. No sólo es uno de los personajes españoles más queridos. No sólo es un portero que genera dudas en los delanteros rivales. No sólo es un tipo con un talento descomunal para impedir que le hagan goles. Es que es, además, un tío con suerte. Si uno analiza la carrera de Íker, no sólo están sus paradas increíbles; ha tenido golpes de suerte inverosímiles. Aquella lesión de César en la final de Glasgow. Aquella lesión de Cañizares antes del Mundial de Corea. Y el hecho cierto de que, cuando Íker falla durante un partido, puedes tener la garantía casi absoluta de que el Madrid o España no pierden. Hubo un entrenador histórico llamado Miguel Muñoz del que se decía que tenía una flor en el culo, por su mítica buena fortuna. Si aceptamos la analogía (nunca mejor dicho) botánico-nalgar, lo que tiene Íker en el pompis no es una flor, sino el mismísimo huerto entero del Convento de las Clarisas de Carrión de los Condes.
Pero Mou escoge a cualquier otro antes que a Íker. Pues muy bien, hombre. Claro que, bien pensado, casi prefiero que no lo saque todavía. Que no arriesgue el gran portero hasta que esté bien soldada la fractura de su metacarpiano. Así tendrá la mano en perfectas condiciones para hacerle una peseta esplendorosa al tal Mou el día en el que salga por la puerta del Bernabéu. Lo que pasa es que Íker es tan majo que ni eso hará cuando se vaya el pesado de Mou. Y vale, que no le hagan la peseta, pero, por Dios, sea por la puerta grande o por la pequeña, que se vaya ya.
CASILLAS
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