Hoy quería la cabra escribir de ortografía. Y por eso mantengo el título original que tenía pensado. Pero, por desgracia, es un día para hablar de las cosas importantes. De la vida destrozada de tanta gente anteayer en el atentado de Boston. De lo que lleva a alguien a poner una bomba sabiendo que, al detonarla, va a hacer pedazos cuerpos y familias y, muchas veces, ciudades enteras. Yo recuerdo con auténtica angustia las horas y los días posteriores al 11-M. Y gracias a Dios no hubo ni entre los muertos ni los heridos ningún amigo mío.
Pero yo creo que la mayoría de las personas decentes sentíamos a esas miles de víctimas y a sus familias como algo nuestro y nos unimos cada segundo de aquellos días a su padecimiento. Lo que pasa es que, al final, nosotros vamos volviendo a la normalidad y, no es que les olvidemos, pero ese estrés post-traumático del que hablan los psiquiatras, desaparece de nuestro lado, aunque siga absolutamente presente y para siempre en las vidas de las verdaderas víctimas.
Boston coge algo más lejos y, afortunadamente, el número de muertos y heridos ha sido mucho menor, pero estos atentados en medio de nuestra vida cotidiana nos ponen delante de la frente, con toda su fuerza y en negrita cada letra, lo que es la VIOLENCIA TERRORISTA.
Todos supimos el 11-S que podíamos haber sido nosotros cualquiera de los pasajeros de aquellos aviones, o uno de los trabajadores de las Torres que vieron con espanto cómo se les venía encima un avión de pasajeros. Todos supimos el 11 de Marzo que nosotros, un hijo nuestro, un familiar o un amigo podía haber estado bajándose o subiéndose a cualquiera de aquellos trenes. Como anteayer todos nos sobrecogimos pensando en la cantidad de amigos nuestros que corren maratones y a los que hemos ido a ver junto a sus familias para darles ánimo en pleno esfuerzo.
Eso es lo que buscan los terroristas; entrar con su horror en nuestro salón y sacudirnos, agitarnos, mientras nos gritan que pueden matarnos cuando quieran. Y nosotros tenemos que tragarnos nuestra rabia y nuestra gana de hacer el ojo por ojo y decirles que somos más y mejores y saber que, aunque nos hagan daño, vamos a aguantar más que ellos. Hijos de puta.
No quería hablar de esto hoy. Ni de la pena que dan nuestros políticos enredados en discutir si los escraches son fascistas, nazis o comunistas, con una portavoz de un partido dándole lecciones de democracia a la del otro partido. Como si en esto de los desahucios tuvieran más culpa unos que otros. Claro, claro. Y mientras, la gente indignada, unos con más razón y otros con menos, pero indignados, tienen que ver cómo esos mismos que, desde todas las instituciones contribuyeron a este desastre, se ponen en postura Tuttankamon y te miran de frente, pero como de perfil.
Y esos, los del PP y los del PSOE, muy dignos ellos, oiga, dicen que el malo, pero el malo malísimo de verdad, es el partido de enfrente. Pues qué quieren que les diga, yo creo que lo de los escraches tendrá su punto macarra y no entiendo que se los hagan todos a gente de derechas, pero, mientras no agredan a nadie, déjenles por lo menos, y con perdón, que se caguen en todo lo cagable.
Si ahora va a resultar que los políticos no nos van a dejar ni la evacuatoria del grito, la cacerolada o la sentada no sé por dónde va a poder escapar la enorme presión que se está cocinando en la olla exprés que ahora mismo es España. Los escraches son el vapor que va saliendo por el pitorro de nuestra olla. Lo malo es que lleva pitando unos meses, y los cocineros siguen a lo suyo, sin mirar la olla discutiendo si le echan al caldo hierbabuena o laurel.
Y no quería hoy hablar de eso. Me apetecía olvidarme por un día del dolor, de la economía y de los políticos y escribir sobre algo tan tonto como la ortografía. Qué pasa para que la generación de españoles que más lee, sea, probablemente, la que peor escribe. Los habrá que me digan que, al menos, hoy casi no hay analfabetos en España. Y es verdad. Pero con la cantidad de acceso a la información, con el ingente número de palabras que leemos cada día en libros, periódicos y, principalmente, en internet, no puedo entender que escribamos tan mal.
Ya no hablo del uso de los acentos, que deprime y conlleva numerosísimos malentendidos, o de la eliminación progresiva de las haches, por poner dos ejemplos simples. Hablo de patadas diarias al idioma con la desubicación de palabras que, puestas en mal lugar, no significan nada. El “haber si nos vemos” del título de esta cabra de hoy duele a los ojos, pero me harto de leerlo en Facebook, Twitter, sms y demás medios de comunicación contemporánea.
Quería hablar de ortografía, pero hay días en los que el artículo que vas a escribir, te lo hacen otros. El de hoy, empezaron a escribírmelo en Boston anteayer unos desalmados que quisieron meter su terror en los salones de nuestras casas con dos mochilas llenas de explosivos.