Lo sé. Duele a los ojos. Como me duele a mí al oído cada vez que escucho a un locutor o a un tertuliano utilizar el verbo prever, mezclándolo con el de proveer. No me gusta ponerme en plan Pepito Grillo porque cualquiera puede meter una pata, pero es que una cosa es cometer un error y otra, muy diferente, patear al diccionario cuando, se supone, que debes estar preparado para cuidarlo. Y el último al que escuché diciendo eso de “preveer” fue a Nicolás Redondo Terreros, hombre al que, en muchas cosas, admiro. Fue en la tertulia de Carlos Herrera y pensé: “por Dios, alguien le dirá algo”. Pero no. Claro. Uno queda como un borde si le dice a un compañero o contertulio que no se debe maltratar al idioma.
A lo que voy, que me disperso. Hoy pensaba abrir un melón y generar debate cabrero respondiendo a un artículo de mi amiga Marta Barroso en su blog. Hace unos días, Marta decía en su “Gente y aparte”, con su gracia y retranca habituales, que los tíos somos unos blandos. Que su marido y unos cuantos seres humanos con pito que ella conoce, son unos quejicas. Que cogen una fiebre y pareciera un tumor maligno y mortal. Que su quejumbre es cansina y que ella y sus amigas son unas jabatas que, cuando están malas-malas, casi ni se quejan y continúan sus tareas como si tal cosa.
Yo no dudo de que Marta y sus amigas sean así de sufridas y que sus maridos y adyacentes, sean unos caganinis, pero, ¿tiene eso que ver con el género, tal y como Marta señalaba en su titular: “El dolor según el sexo”? Ya le dije en su momento a la Barroso que yo creía que la capacidad de sufrir no tiene que ver con el género, salvo que nos pongamos topiqueros. Y si es por tópicos, los tíos tenemos unos cuantos con los que contraatacar. Dolores de cabeza, problemillas con la conducción, tendencia al llanto, incapacidad para el bricolaje y la mecánica… Pues eso, que iba a reclamar opinión al cabrerismo pero, en un día como el de hoy, la verdad, creo que debo mirar, más bien, hacia el PSOE en el que es obvio, y nadie tiene que estar “preveyendo”, que hay ya una polémica dolorosa. Vamos un pollo de seis testículos, que son, exactamente, tres pares de cojones.
Menuda la que ha liado Pedro Sánchez decidiendo la destitución del Secretario General del Partido Socialista en Madrid, Tomás Gómez. El ex alcalde de Parla parecía tocado por el sobre-precio del tranvía de esta ciudad y por la aparición de varios de sus colegas en los papeles de la “Operación Púnica” contra la corrupción. Todas estas cosas unidas a la poca fortuna electoral para el PSOE en Madrid bajo el Tomasismo, han llevado a Sánchez a tomar una decisión y abrir una herida que no sé yo si va a ser capaz de curar. ¿Estamos ante una fractura que se puede llevar por delante al PSOE? Se supone que es una decisión que se toma después de reflexionar, pero la sensación que se tiene desde fuera es que es una más de las cosas que están haciendo en todos los partidos cuando se han dado cuenta de que al lobo de Podemos se le ven ya algo más que las orejas. Una mezcla de estupor e improvisación que se ha contagiado a todos, pero, muy especialmente, a la izquierda. Izquierda Unida cada vez más es un oxímoron y el PSOE tiene pinta de que, o agarran el volante de una vez, o se van a pegar una leche olímpica. Quizás Pedro Sánchez lo esté haciendo, pero, ahora mismo, estamos en pleno volantazo y no sabemos si va a enderezar el rumbo o si se va a salir de la carretera dando siete vueltas de campana.
Y mientras, los del PP, sonríen, pero es que los de Podemos están con agujetas de la risa, por mucho que les salgan mierdecillas y corruptelas que sus fieles les perdonan, de momento, con mucha alegría.
¿Debería sorprendernos el hecho triste de que al final haya mierda para todos? El PP con su Gurtel, su Bárcenas y sus obritas en B. El PSOE con su movida de Parla, la Púnica y los ERES. Convergencia con su Pujolismo. IU con lo de Rivas y esa termita llamada Tania. Y los de Podemos, que ni han tocado gobierno, con sus becas y sus pagos de origen y destino oscuro. Yo, sinceramente, no me sorprendo demasiado. Claro que en eso pueden influir las experiencias infantiles de uno. Que te dejan huella. Quizás a mí me marcara el hecho de que yo, con seis o siete años, cuando iba a misa me tiraba media liturgia dándole vueltas a algo que para mi mente infantil era incomprensible. Cuando en las preces el cura decía “Roguemos al señor” yo, que ya por entonces debía oír mal, entendía “Robemos al señor”. Y cuando escuchaba a los fieles responder: “Te robamos, óyenos”, intentaba entender la lógica de todo aquello. Claro; le estamos robando a Dios y le avisamos y por eso le decimos: “Eh, Dios, que te estamos robando. Óyenos.” Y me parecía tremendamente ridículo. Primero porque los que estábamos en misa robáramos y avisáramos a nuestra víctima y, segundo, por el robado, que se suponía que, si lo veía y lo sabía todo, no tenía sentido que hubiera que avisarle. De aquel mal entendimiento me sacó un buen día un adorable jesuita, el Padre Tejera, que me hizo un cristiano más ortodoxo en la liturgia, pero no consiguió quitar de mí, desde entonces, la sospecha de que cualquiera, hasta el más meapilas, si no tiene muchos escrúpulos y se lo ponen fácil, es capaz de levantarle la pasta al mismo Dios.
PREVEYENDO POLÉMICA
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