LA LEY

Me van a perdonar que me ponga pesadito. Uno de los hombres que mejor me conocía, Jesús Hermida, tardó muy poco tiempo en calarme cuando empecé a trabajar con él. Yo, cuando tengo algo claro, soy así como insistente, tenaz, pesado, vamos; lo que se conoce como un coñazo supino. Un día en el que el pobre Jesús debió tener que escucharme decirle algo unas siete veces, me soltó: “Filfilito, hijo, eres un sinapismo”. Yo, lamentablemente, entonces no conocía la existencia de esta palabra, pero, asumiendo que algo bueno no era, disimulé, puse cara de póker y me fui al diccionario de la RAE a buscar la definición. La primera acepción habla de una cataplasma hecha con polvo de mostaza, la segunda era la mía: “2. m. coloq. Persona o cosa que molesta o exaspera.”
Pues a mí los nacionalistas en general y los catalanes, en particular, me parecen un sinapismo. Y yo otro hablando de ellos. Pero es que lo que ha sucedido tras la llamada a declarar como imputado de Mas y sus cómplices por la patochada de la consulta aquella, es un síntoma de lo enferma que está la situación. Aquí hay unos líderes políticos que saben que hay una cosa que no se puede hacer. Y no sólo la hacen, sino que aseguran que no están transgrediendo la ley, porque tienen razón y responden al mandato de un pueblo. Tócate los compañeros. Esto es lo que forma parte del delirio del que hablaba en la Cabra del lunes. Hay unos dirigentes que se empeñan en mostrar a su ciudadanía una realidad pervertida a través de las escuelas y de unos medios de comunicación entregados a la causa. Y los medios de comunicación y las escuelas, bien utilizadas, pueden llevar a los pueblos a delirar en común. De eso se sabe mucho en países que han pasado por el totalitarismo como Alemania, Rusia, Chile, Cuba… o incluso España, hasta hace bien poco. Y lo de los medios, en Cataluña y en democracia, se ha hecho a conciencia y desde hace mucho tiempo.
Esto no me lo ha contado nadie; me pasó a mí. Hace 17 años acudí al estreno de un programa de Ramón Pellicer en TV3. Cuando llegué, Ramón me dijo que me haría primero a mí una entrevista y que luego habría un debate sobre la Telebasura. Yo entonces presentaba Impacto TV y, en aquellos tiempos, aquel programa se consideraba lo peor y se iba a hablar de lo que en catalán se conoce como “Tele Escombrería”, que hay que reconocer que suena mucho mejor que en español.
La cuestión es que Ramón me anunció que me iban a poner un pinganillo para que pudiera entender durante el debate a aquellos que me hablasen en catalán. Lo que no me dijo es que la entrevista iba a tener la descortesía de hacérmela en una de las dos lenguas co-oficiales en Cataluña. Cuando me hizo la primera pregunta en catalán flipé. No tengo nada en contra de los que hablan en otras lenguas y creo que hay reclamar el derecho y la obligación de defenderlas, pero no hasta el absurdo de que se me haga una entrevista en Barcelona en catalán y no en español. Que esa es otra; el absurdo de que el español, en España, se tenga que llamar castellano. Somos el único país del mundo en el que nuestro idioma no se llama español.
Pero me desvío; a lo que voy es a que no le dije nada a Ramón, porque es un encanto de tío y estaba estrenando programa, pero estuve a punto de saltar durante el debate. En plena refriega, un señor del público empezó a discutir conmigo y, de manera instintiva, dejó de hablar en catalán y empezó a hablarme en español. Al instante, Ramón le cortó y le dijo en catalán: “Carlos tiene traducción simultánea, así que, por favor, háblele en catalán”. El pobre señor se quedó cortadísimo, igual que yo, y continuó en catalán. Al terminar el programa, después de darle la enhorabuena, le dije a Ramón lo que pensaba sobre el asunto del uso del catalán y me dijo que eran órdenes estrictas; si alguien sabe hablar en catalán debe hablar en catalán.
Probablemente alguien me tache de exagerado, pero estas cosas son las que acaban convirtiendo esto en un problema. Esas son técnicas de países totalitarios. Igual que se decide eso, se va contando en cada informativo, en cada programa, en cada libro, en cada radio, una realidad pervertida en la que, por poner mi ejemplo, nadie habla en español, o en castellano, si lo prefieren. Y esa realidad pervertida es la que conduce a que haya media Cataluña cercana al delirio, convencida de que no pasa nada por saltarse la Ley y que, si alguien va a por ti por ello, es porque es un anticatalán cabrón.
Pues yo, qué quieren que les diga, cuando salen estos listos que hablan de tener cuidado para no generar mártires por la causa nacionalista, me acuerdo de cuando se empezó a ir a por los concejales de Herri Batasuna y a por todo el entorno de la banda. ¿Cuándo se acabó ETA? Cuando se fue a por los hideputas que les conseguían dinero, cobijo y coartadas políticas, sencillamente, porque transgredían la Ley. Obviamente no es lo mismo, porque en Euskadi hablábamos de asesinos y sus cómplices, pero, en el fondo, es igual; es gente que cree que un sentimiento nacionalista es lo suficientemente noble y bueno como pasarte la ley por ahí mismo y que no tenga consecuencias. Y, si a tu lado en la manifa hay un montón de gente, estás súper legitimado para hacerlo porque “El pueblo está conmigo”. Lo malo es que, en democracia, el pueblo está contigo o no está contigo en las urnas. Y, majos, lo que os dijeron el domingo las urnas, creo yo, es que dejéis de dar la brasa. Aunque sea un ratito.