Igual hay que deletrearlo. Porque, claramente, ni Puigdemont ni los cientos de miles (o millones) de catalanes que le apoyan parecen saber de qué va esto. Porque, como les ocurre a muchos liberticidas, utilizan estos conceptos sagrados para quitarse la mala conciencia y los pervierten. Escuchar a los de la CUP dándonos lecciones de democracia, ver a Junqueras enarbolando la bandera de la concordia o ser testigo, anoche, de cómo un golpista responde al Rey desde las televisiones en primetime, daría risa si no fuera patético, triste, indignante, preocupante y gravísimo.
Nunca pensé que fuera a citar por lo positivo a Alfonso Guerra. No está el ex-dirigente socialista entre mis políticos favoritos, aunque siempre me haya hecho mucha gracia. Pero ayer dejaba clarísimo lo que está pasando en Cataluña y citaba a uno de mis escritores preferidos; Stefan Zweig. Zweig se tiró media vida alertando de los horrores del nazismo, diciéndole a quien le quería oír que lo que estaba pasando en Alemania a finales de los años 20 y principios de los 30 iba a acabar en una tiranía de consecuencias imprevisibles. Zweig decía que, cíclicamente, los pueblos se entregan a los tiranos que les ofrecen el cielo, la gloria y la certidumbre, siempre con discursos trufados de lirismo, épica y valores elevadísimos. Y la teoría de Zweig era que la masa acaba renunciando a su libertad y a muchos de sus derechos esenciales a cambio de que alguien les ilumine el camino hacia un futuro mejor y lleno de dicha. Según el pensador austríaco, esa entrega al líder es una especie de vuelta a la infancia; una búsqueda del padre y la madre, que nos dan todas las certidumbres, la protección y la seguridad que necesitamos para apartar de nuestras vidas la angustia.
El tirano hoy en Cataluña no es el juez que ordena a la policía que se cumpla la Ley. Ni es el Rey. Ni es Rajoy. Los tiranos hoy en Cataluña son estos políticos que, utilizando unos medios serviles a lo Goebbels, han llevado a miles de catalanes al delirio, vendiéndoles la tierra prometida de la Independencia en la que no habrá más penurias y en la que los españoles, tan malditos hoy para el independentismo, dejarán de robar, de oprimir su libertad y de maltratarles en cargas policiales inaceptables. Y en ese acompañamiento en el delirio, cientos de miles de personas inteligentes están convencidas de que tienen razón. Y si les dices que se están saltando la Ley te miran como si fueras el peor fascista; con esa mirada entre el desprecio y la superioridad, porque no te das cuenta de que uno se puede saltar la Ley si eso es lo que el Pueblo quiere. Aunque ese Pueblo, cada vez que se le ha preguntado con todas las garantías democráticas, en un proceso electoral serio que no fuera como el Refemiérdum del domingo, les ha dicho a estos que NO.
Hace poco leí una versión comentada de “Mein Kampf”, ese librito encantador de Adolf Hitler en el que se leen cosas que recuerdan tremendamente a algunos discursos de los que promueven el golpe de Estado de Puigdemont. Y en ese libro se dan algunos datos que dejan claro que no siempre el Pueblo tiene razón. Porque en 1946, en Alemania, no quedaba un nazi. No es que los mataran a todos o que se hubieran ido al exilio. Es que nadie reconocía que había apoyado a los de la Cruz Gamada. Pero ¿saben cuántos educadores formaban parte en 1934 de la Liga Nacionalsocialista de Profesores? ¡¡¡240.000!!! ¿Saben en cuántos hogares había un ejemplar de Mein Kampf en 1939? En 12 millones y medio. Y podría seguir dando datos del enooooorme apoyo popular con el que contaba el nazismo en Alemania incluso antes de la llegada al poder de Hitler. Y Hitler, como está pasando hoy en Cataluña, pervirtió las instituciones para quedarse solo. Llegó al Parlamento alemán sin una mayoría absoluta y, abusando de la democracia, acabó con la democracia. Y eso, y no otra cosa, es lo que está pasando en Cataluña.
La Ley es mucho más importante de lo que nos puede parecer cuando, lo que nos apetece, es pasárnosla por el escroto. A todos nos ha sucedido. Nos parecen bien las normas, las multas, las leyes, hasta que se nos aplican a nosotros. Y cuando esto sucede, por lo general, pensamos que las leyes son menos justas. Y, si alguien desde el gobierno nos abriera la puerta a la insumisión, si se nos dijera: “no paguéis, no cumpláis, que no va a pasar nada”, aquí no aceptaría las leyes ni Dios. Esto es lo que está pasando en Cataluña. ¿Estoy yo negando que haya un apoyo popular incontestable? No ¿Estoy yo negando la posibilidad de que alguien cambie nuestra Constitución e, incluso, eche a nuestro Rey usando la Ley? No. Lo que estoy diciendo es que, cuando le abres la puerta a la turba nunca sabes quién va a tener cojones de cerrarla. Y empieza a haber ejemplos que erizan los pelos de la nuca. Los escraches a Guardias Civiles y policías, los insultos a los que no opinan como los de la manifa y el acoso a los periodistas que informan de lo que pasa. Es curioso; incluso han acosado a un referente de uno de los medios que han sido más complacientes con Puigdemont y con el entorno indepé. Ayer Antonio García Ferreras comprobó en carne propia, afortunadamente sin consecuencias, que, cuando se abre la puerta a la insurrección, parar el Tsunami puede ser complicadísimo.
Y no quiero ni imaginar lo que va a ser cuando detengan y pongan a disposición judicial a Puigdemont, Junqueras y Forcadell, que es lo que espero que suceda antes de que sea demasiado tarde.