PELIGRO DE EXTINCIÓN

Nunca me había sentido tan identificado con una ballena, un oso panda o un león del Atlas. Porque creo, francamente, que el periodismo de verdad está más cerca de la muerte que el rinoceronte blanco. Entiendo que, para la mayoría de la población, sea más fácil identificarse con esos animalitos que salen en los documentales, que con muchos de mis compañeros de profesión que han hecho que, al periodismo y a los periodistas, se nos mire con una mezcla de mala leche, desprecio y desconfianza. Hay que reconocer que nos lo hemos ganado a pulso, pero hoy no solo quiero hablar de la parte de culpa que tenemos nosotros en el asunto. Sino de lo terrible que puede llegar a ser para una sociedad que la prensa pierda su sitio, que nos quedemos, como dijo ayer Victoria Prego, sin una prensa libre, fuerte e independiente.

Por si alguno no lo sabe, Victoria es la presidenta de la asociación de la Prensa de Madrid. Ayer celebrábamos el día del Patrón, San Francisco de Sales, y en la sede del antiguo diario Madrid se entregaban distinciones a periodistas jóvenes y a veteranos a los que, como dijo el nonagenario Arturo Pérez López, en los cumpleaños les salen más caras las velas que la tarta. Victoria hizo un discurso realista, duro, en el que se lamentaba del cierre de Tiempo e Interviú y de ver cómo esta nueva era puede terminar extinguiendo el periodismo. Decía la Prego, y tiene razón, que sin ese periodismo libre de verdad, que sea un factor de control del poder, “no hay democracia que aguante”. Y a muchos les puede parecer exagerada la sentencia, pero yo estoy absolutamente de acuerdo con ella.

El principal problema lo tiene la prensa más tradicional; los periódicos. El papel. No sé cuántos de ustedes compran habitualmente el periódico. Yo leo todos los días 5, pero llevo sin ir al kiosko desde hace mucho tiempo. Antes, me gastaba cada día, al menos, 3 euros en prensa. Compraba El País, El Mundo y el Marca y siempre caía algún otro periódico que tenía ese día una exclusiva, o un reportaje, o una entrevista especialmente interesante. O sea; yo solito, sin contar las revistas que compraba, daba a los editores más de 1.000 euros anuales. Que hoy no me gasto. ¿De verdad pensamos que se pueden sostener las redacciones sin que paguemos por ellas? Yo creo que no. Lo tremendo es que, para que esto se solucione, tendría que haber un acuerdo entre editores que está prohibido por las leyes de la competencia. Oigan: cobremos a los que nos quieran leer a través de internet. Pero es, por desgracia, la única salida.

Puede que no seamos muy conscientes, pero la prensa libre, la prensa independiente, la prensa que tiene que controlar a los poderes, debe ser fuerte, porque los gobiernos, los partidos políticos, las empresas del IBEX tienen que saber que hay alguien ahí fuera que les va a decir NO si están haciendo algo reprobable. Con una situación de precariedad como la actual, los medios están cercanos a la quiebra, los periodistas ganan sueldos de mierda y tienen que dar gracias por no engrosar las listas del INEM. En estas condiciones ¿Va a arriesgarse un medio a perder una campaña de publicidad institucional o de una empresa fuerte publicando una información que le toque las pelotas a su anunciante? ¿Va un periodista a arriesgarse a perder su empleo por una exclusiva de esas sensibles que provocan llamadas de presión y reuniones en las que lo único que falta es sacar cuchillos? Yo sé que no.

Por eso es muy importante que todos seamos conscientes de que esto cuesta dinero. Mucho dinero. Y que tenemos que pagar por ello. En varias Cabras he hablado de mi lucha contra la piratería. En mi casa no se piratea. Mis hijos tienen 12 euros mensuales para comprarse canciones en Internet y jamás hemos visto una película o una serie sin pagar por ella. En mi casa no ha entrado ni un solo CD o DVD de un mantero y es porque sabemos que, si no pagamos, es imposible que los creadores sigan creando. Con el periodismo pasa igual. Ayer le daban un premio a la familia de uno de mis maestros; Jorge del Corral. Jorge decía que su padre, su hermano y él habían logrado vivir más que dignamente del periodismo y que, hoy, su hijo y su sobrino van haciendo equilibrios para llegar a fin de mes. Si llegan. Y Jorge fue siempre un ejemplo de PERIODISTA al que le importaba dos o tres pares de cojones, si le llamaban de Zarzuela, de Moncloa, del más grande Ayuntamiento o del despacho del Presidente de uno de los principales anunciantes. Si tenía una noticia y estaba contrastada, aquello iba a misa y Jorge era capaz de dejarse matar por ella y por sus periodistas.

No sé en cuántos medios hoy eso es posible. Lo que sí sé es que, si no hacemos algo, esto se va al hoyo. Es cierto que nosotros, los profesionales, tampoco hemos ayudado mucho a darle gloria a nuestra profesión. Pero estamos a tiempo de remediarlo. Solo hace falta que los empresarios periodísticos puedan ganar dinero y que en las redacciones haya gente bien pagada. Y luego, si tienen la misma suerte que tuve yo, que en esas redacciones haya maestros que, como me pasó a mí con Jorge, con Hermida y con tantos otros, nos recuerden que hay que ser rigurosos, que debemos contrastar delicadamente las noticias y que debemos decir siempre la verdad. Yo debo reconocer que, en ese aspecto de no mentir jamás, llegué al periodismo con ventaja quizás por la mala conciencia. Recuerdo cuando hice la Primera Comunión, que, cada semana, en el Colegio, nos confesaban. Yo era un niño bueno en líneas generales y, claro, nunca sabía qué contarle al cura, de manera que me inventaba pecados. Con lo cual, en mis Confesiones, durante mucho tiempo, entré en un bucle pecaminoso del que no sé si algún día me sacará una indulgencia plenaria de Su Santidad.