Duele al leerlo. Pero no se me ocurría otra manera de arrancar la explicación de una de las cosas más raras que me han pasado en mi vida. Había pensado en titular con “Burrocracia”, pero han debido ser como 100 los articulistas que han hecho ya ese juego de palabras. Por eso he preferido unir los términos imbecilidad e inverosímil y dejar de la lado la evidente “burrocracia” que se esconde en lo que voy a contar.
Hoy termina el plazo para hacer, en período voluntario, el pago de determinados impuestos municipales del ayuntamiento de Madrid. Anteayer pagué a través de la web madrid.es dos impuestos de vehículos de tracción mecánica; uno a nombre de mi empresa y, otro, a nombre de mi familia. Y todo fue como la seda. Una vez que la web me confirmó que ya había pagado esos impuestos de 2018, me ofrecían la posibilidad de domiciliar esos recibos y, como ya tengo algún otro impuesto domiciliado dije: “pues venga”. Realicé la gestión sin ningún problema y el sistema me anunció que me enviaban un par de emails de confirmación.
El primer temblor kafkiano me vino al leer en esos correos que ambos recibos se me iban a cargar en 2018. ¿? Lógicamente me surgió la duda de si me iban a cobrar dos veces un mismo impuesto y, para quitarme esos miedos de ciudadano prejuicioso, llamé al 010. Primero me atendió una señorita a la que le conté el asunto convencido de que me iba a decir: “no se preocupe, caballero. Por supuesto, el sistema es inteligente y no se le va a cargar dos veces el mismo tributo.” Pero no. La señorita me comunica que, se siente, pero que me van a pasar el recibo el 15 de junio. Y que no se puede hacer nada para evitarlo. Ante mi estupefacción a la moza solo se le ocurrió sugerirme que le dijera a mi banco que no pagara el recibo. Yo le aseguré que no iba a hacer eso porque me temía que esa negativa a un pago de una Administración, me generara un problema más grave y le reclamé a la funcionaria que, por favor, comunicara a la delegación de Hacienda el problema, con todos mis datos, para que se corrigiera. Y me contestó: “nosotros no podemos hacer eso, caballero.” Como el nivel de surrealismo iba ascendiendo le rogué a la muchacha que me pasara con algún supervisor y, un minuto más tarde, empecé a surrealismar* con una supervisora. Y todo para darme cuenta de que aquella burocracia de la que hablaban Larra y Kafka sigue vigente en el siglo XXI, al menos en Madrid.
La supervisora me explicó que no se puede hacer nada. Yo le insistí en que entendía que ellos, directamente, no puedan hacer nada, pero que no podía entender que ella no fuera capaz de trasladar a su jefe un mensaje tan sencillo como este: “Oye, los de hacienda la están cagando en su web y hay que decirles que arreglen este fallo. Y a este hombre, con DNI tal y con las matrículas cual, que no le pasen por banco los recibos de 2018 porque ya los ha pagado.” Pues no. Oigan. Que es imposible. Que ellos son un servicio de información. Yo, ya un poquito tocado de cojones y en un tono no muy simpático, le mostré mi incredulidad y le reclamé que, como servicio de información, informaran a la concejalía de Hacienda del absurdo. La funcionaria, que me dijo un par de veces: “si no quisiera ayudar no llevaría 12 minutos hablando con usted”, me confesó que no había manera de que ella comunicara a sus jefes tal información ni de que sus jefes comentaran el asunto a la concejalía del área. Que la única solución era presentar una reclamación. Yo, que me conozco el asunto, le dije que no pensaba presentar una reclamación que, imaginaba, iba a tardar siete siglos en ser gestionada y respondida y me prometió que no. Que iba a ser todo muy rápido y que podía hacerlo por teléfono. Mientras intentaba calmarme para no mandar a la porra a la funcionaria le dije: “Venga, pues vamos a presentar esa reclamación”. Y me dijo: “Espere un segundo”. Y se cortó la llamada.
¿Creen que volvieron a llamarme para pedir disculpas por la interrupción de la llamada? Por supuesto, no. Lógicamente tampoco me quedaron ganas de llamar de nuevo y volver a tener otras dos conversaciones surrealistas con otro/a telefonista y su supervisor/a y preferí, sencillamente, publicar un par de tweets contando el asunto y esperar a la Cabra de hoy. A los tweets no me han contestado ni los gestores de la cuenta del ayuntamiento, ni la alcaldesa Carmena. Y, a la Cabra, tampoco tengo muchas esperanzas de que conteste nadie, pero, oigan, desahoga.
Pero, claro, no sé de qué me sorprendo. En mi familia todavía nos estamos riendo/cabreando con una carta cariñosísima que recibió mi madre del ayuntamiento de Madrid. La copio aquí abajo para que se vea que no miento. Le daban muy respetuosamente a mi madre el pésame por la muerte de mi padre y le pedían que, por favor dejara de usar una tarjeta de esas de aparcamiento de discapacitados que le habían dado en los últimos meses de vida de mi padre. Por supuesto mi madre jamás usó esa tarjeta después del fallecimiento de su marido, pero ¿saben qué fecha tiene la carta? 7 de marzo de 2017. ¿Saben cuándo murió mi padre? El 5 de enero de 2011. O sea que, si el ayuntamiento tarda 6 años y pico en darse cuenta de que mi padre ha muerto, ¿cuánto creen que pueden tardar en darse cuenta de que se han equivocado cobrándome dos veces un tributo?
Se admiten apuestas y comentarios y, si alguien conoce a algún funcionario de Hacienda del Ayuntamiento, por favor, que me ayude a desfacer este absurdísimo entuerto.
*Surrealismar: verbo que me acabo de inventar para describir la acción de mantener una conversación extremadamente surrealista.