Lo siento. Sé que no son modos de comenzar un artículo. Ni nada. Pero es el verbo que utilizó anoche un joven desgarbado, que parecía que estaba imitando al Neng, en un programa familiar en horario de máxima audiencia en la 1 de TVE. “Operación Triunfo” es un programa espléndido. Espléndidamente producido por Gestmusic, espléndidamente presentado por Roberto Leal y espléndidamente gestionado de pe a pa.
Cada miércoles por la noche, las mujeres de mi casa obligan a verlo y me acabo enganchando a la fórmula de las buenas actuaciones de unos muchachos talentosos, el morbo de las nominaciones y unos espectáculos de nivel. Me sobran algunas cosas, como esa necesidad de estar todo el rato interpretando un papel; el de ser los más políticamente correctos en los cánones de la progresía de salón, a veces, hasta el absurdo.
Me parece estupendo que se busque la transmisión de mensajes de igualdad, de solidaridad, de inclusión, pero en ocasiones dan la sensación de estar sobreactuando. Y, claro, en medio de todo ese almíbar de progresía fetén, te aparece desparramao el novio de una de las concursantes y te derriba el kiosco con dos patadas y un agarrón de culo bochornoso.
La concursante se llama María. El novio, no me acuerdo. Pero entró en el escenario, agarró a su novia por las nalgas y, en menos de 3 minutos, ofreció un curso exprés de “cosas que no hay que hacerle nunca a tu pareja”. Cierto es que el ejemplo, que nos dejó a toda la familia con la boca abierta, sirvió para abundar en los mensajes que mi mujer y yo soltamos constantemente a nuestros hijos. El respeto. Respeta a tu pareja. Y exígele que te respete. Y, si no te respeta, mándale (a él o a ella) a la mierda sin miramientos.
Ayer, este impresentable le dijo a su novia que lo que más echaba de menos de ella era “su culo” (que le había tocado con fruición, segundos antes, delante de toda España) y que lo primero que quería hacer con ella al salir era “follar”. Y todo esto en medio de palabras mal dichas, atropellado, aturdido, como si al infeliz le hubieran dado alergia los anti-gripales.
Imagino que, después de lo de anoche, este muchacho habrá pasado a la categoría de ex, pero no me puedo creer que, en un equipo tan experto como el de OT, no hubiera nadie capaz de predecir que este futurible ex–novio iba a montar un chicken del tamaño de un elefante del parque Kruger.
Me dio rabia el asunto. No sólo porque manchó un programa magnífico, sino porque me ha comido media Cabra. Yo pensaba dedicar el artículo de hoy a algunos de mis vecinos. Y no a los buenos, que son abundantes, sino a los que hacen cosas sin darse cuenta de que molestan a otros. O a los que se dan cuenta y les importa entre 3 y 4 pares de cojones.
Y eso que, en las últimas semanas, hemos tenido la felicísima noticia de que nuestro moroso ha vendido ¡¡por fin!! su piso, nos ha pagado lo que debía (tras años sin abonar los gastos de comunidad) y se ha ido a no pagar a otro sitio. Pena me da el desdichado que le alquile la casa, porque tiene las mismas posibilidades de cobrar que los acreedores del moroso de la 13 Rue del Percebe de Ibáñez.
También quería hablar del espanto que es el otoño en nuestro barrio. Ya conté en una Cabra hace seis años (ES LA CHICA) que en mi vecindario abundan los perros. Eso no es malo, en sí mismo. Lo malo es la cantidad de dueños de canes que van dejando que sus chuchos orinen y defequen donde quieran. Todas las esquinas del porche y del jardín de mi casa están como si hubiera pasado alguien echando ácido sulfúrico. Miles de meados año tras año, me hacen temer que algún día una columna se deshaga.
Eso, siendo un problema, me parece algo menor al lado de la profunda repugnancia que me produce caminar dando saltos para no pisar las cacas que los dueños de perro van dejando por ahí. Que, no sé ustedes, pero yo, con tanta hoja caída sobre las aceras soy incapaz de identificar las tordas y, cada otoño, acabo pisando por lo menos tres o cuatro catalinas. O cinco.
Aunque el vecino que más nos está torturando últimamente ni siquiera vive en casa. Y la única vez que le hemos visto estuvo encantador. Acaba de comprar el piso de abajo, están haciendo obra y nos dijo hace dos meses y medio: “Disculpad por el ruido, pero no os preocupéis, que nos han dicho que, en menos de un mes, tienen ya todo tirado y podréis estar tranquilos”.
Y yo no sé si es que en realidad están haciendo un túnel con fines terroristas, o si están derribando la casa con un martillo de dentista con amplificador de sonido sensurround, o si han montado abajo una escuela de albañilería. Pero, cojones, han pasado 75 días y cada mañana y, durante horas, suenan taladradoras, sierras, motores de diversas potencias y cientos de golpes. Creo que, si no terminan en una semana, llamo a la policía, no vaya a ser que se esté preparando un magnicidio y nosotros, aquí, sin saberlo.
Que, por cierto, volviendo al verbo malsonante con el que comenzaba este escrito; puede que el novio híper-hormonado de María la de OT cumpliera su deseo de fornicio, porque a su novia, la pobre, la echaron del programa precisamente ayer.