Con mi padre celebrando la 7ª Copa de Europa del Madrid
Acto de contrición. Con vergüenza. Hace 21 años le robé una camiseta del Madrid a un sobrino mío. Él no lo sabe. Y puede que hoy, con mi confesión a pecho descubierto, comience una disputa familiar de consecuencias imprevisibles.
Pero lo hice. Fue en la Navidad de 1997. Madrid y Atleti jugaban una pachanga benéfica en el Palacio de los Deportes y yo, que entonces era un famoso serie A, presentaba el evento. Una prima mía cordobesa me había pedido si yo podía conseguirle una camiseta de Fernando Hierro para su niño. Mi paisano era su ídolo y el niño quería tener en su cuarto una camiseta de Hierro de las de verdad. Sudada. Y aunque me dan cierta vergüenza estas cosas, le pedí a Fernando su camiseta. Supongo que le explicaría que era para un sobrino, pero lo importante es que (tío majo) me la dio.
Con el lío de presentar y tal se me olvidó pedirle que me la firmara. Pero me llevé la camiseta como un tesoro para dársela a mi prima en cuanto nos viéramos. Entre mi despiste existencial, que mi prima vive en Córdoba y que el niño no se puso pesado, llegó el día de la final de la Champions de Amsterdam; el 20 de mayo de 1998. Vinieron mis padres a ver el partido y yo, que tengo mis cosillas supersticiosas, me puse la camiseta del 4 convencido de que nos iba a dar suerte. Y ¡¡¡¡¡ganamos la 7ª!!!!!
Después de aquello hice algo que me avergüenza, pero me dije: “vamos; o viene el niño llorando de rodillas desde Córdoba o esta camiseta se la queda el chache (o sea, yo) y va a ser la camiseta talismán”. Y hasta hoy. No ha habido ni un partido del Madrid que yo haya visto con esa camiseta y que no hayan ganado los blancos. Ninguno. Y lógicamente solo me la he puesto en ocasiones muy especiales. Mi mujer, cuando digo estas cosas, piensa que estoy de cachondeo y me mira con esa cara a medias entre: “no sé si mi marido es muy gracioso o si es subnormal”. Va ganando subnormal.
La cosa es que anoche no me la puse. Lo pensé. Pero no me pareció que una semifinal de Copa mereciera gastar la magia de esa vieja camiseta con publicidad de Teka. Y, a pesar de que el Madrid jugó mucho mejor que el Barsa y de que tuvo varias ocasiones clarísimas, nos volvieron a dar por ahí mismo.
Los que sí se ponen su camiseta a diario son todos los que van al coñazo del juicio del Procès de los cojones. Perdonen que me pongan tan bajondino, pero es que no sé si estoy del juicio hasta el huevo izquierdo o hasta el derecho. Estoy harto de la obviedad. De pensar cada vez que veo o escucho a cualquiera de los procesados o sus adláteres que es inexplicable que creyeran que podían pasarse por la entrepierna nuestro Estado de Derecho sin que tuviera consecuencias. Y, por supuesto, todos los que van por la parte contraria, también llevan su camiseta y no se salen ni una mijita de su guión. Que, por cierto, con matices, es bastante parecido al mío.
Lo que me pasa, y quizás alguno de ustedes comparta mi reflexión, es que desde hace mucho tiempo pienso en la cantidad de tiempo, energía, talento, esfuerzo y dinero que estamos desperdiciando en esto del “Procès”. Desde que arranqué la Cabra, allá por 2012, Artur Mas empezó a dar por saco; convocó dos procesos electorales para ver si el pueblo le daba el apoyo que aún no había conseguido y, en el trayecto, perdió decenas de escaños, destruyó CiU y jodió para siempre la convivencia en Cataluña. En estos seis años y pico es incontable la energía que hemos desperdiciado en Cataluña y en el resto de España. Y eso, por desgracia, no sale gratis.
Si uno mira desde hace años los informativos de las televisiones españolas es indecente la cantidad de minutos que cada día se dedican y se han dedicado a este asunto. Que no digo que no sea importante. Pero es que esta letanía impide que se informe de otras muchas cosas que pasan en España.
¿Cuándo se dan noticias de Andalucía, de Asturias, de Galicia, de Castilla-La Mancha… si no es por un suceso truculento o por alguna corrupción? Injusticias de las que nadie habla, problemas igual de graves que la pseudo-independencia que parece que no existen, empresas que trabajan en proyectos impresionantes de los que nada se sabe, personas que hacen cosas extraordinarias de las que se enteran sus íntimos, artistas que arriesgan sin que nadie les tome en cuenta, deportistas que son héroes en sus disciplinas y ganan medallas con el aplauso de unos cientos de admiradores. De todo eso no se habla en los informativos españoles.
En los últimos años, en las noticias de TV se ha dedicado un 50 por ciento entre Cataluña, corrupción y los distintos gobiernos débiles que hemos padecido, otro 30 por ciento a dar noticia de horribles sucesos y el 20 por ciento restante se reparte entre el fútbol, algún deportista de otra modalidad al que se le ha escapado un pedo/culo/teta/pis en el ejercicio de su disciplina y alguna cosilla de Internacional.
Ayer almorcé con 5 periodistas antiguos. Unos más viejos que otros, pero todos con unas cuantas décadas de ejercicio en las espaldas. Y nos quejábamos de esto y de la ligereza del periodismo actual y de que estamos contando lo que quieren que contemos los gabinetes de comunicación de partidos políticos y empresas. Pero lo que más nos preocupaba no era esto. Lo que nos resulta de verdad inquietante es que, mientras nosotros estamos con el Procès, la corrupción y elecciones tras elecciones, en Asia están con las máquinas a toda presión creciendo a un ritmo imparable.
Y no nos enteramos. Ni nosotros ni nadie. Cada uno con sus mamonadas; llámenla Brexit, los líos en Francia e Italia… Los únicos que medio se enteran son los alemanes. Y, en este tiempo, los chinos comprando medio mundo, los indios produciendo como si no hubiera un mañana y el sureste asiático echándole combustible a una máquina que va tirando de mil vagones a 200 por hora. Y nosotros, para parar a esa máquina, estamos mirando si tiene pilas nuestro Ibertren*.
*Ibertren era un tren eléctrico de juguete de los 60-70