No sé cuántos se han acordado de ella en estos días. Porque a mí no se me quita de la cabeza la pobre Nadia Nerea. Una niña enferma a la que la presunta avaricia de su padre condujo a un festival de locura colectiva del que ella difícilmente va a escapar.
De momento, que sepamos, una pequeña de 11 años que hace dos semanas iba de plató en plató recibiendo afecto, sonrisas, regalos y todo tipo de frases alentadoras, hoy está sin sus padres, en casa de una tía y viviendo un terremoto que espero que no le deje secuelas para toda la vida. Por muy protegido que esté, un niño de esa edad, hoy en día, se entera de todo lo que está pasando a su alrededor e imagino que Nadia estará asistiendo estupefacta a las ausencias de sus padres, a la mirada esquiva de sus vecinos y amigos y a los cuchicheos. Y estará escuchando las referencias gruesas a su padre y padeciendo el torrente de agua en contra que les lleva arrasando desde que, hace 13 días, a dos periodistas de El País, les dio por hacer lo que debían haber hecho todos los que se entregaron en cuerpo y alma a ayudar al padre de Nadia a sacar dinero para curar a su hija. La historia yo la leí, y no quiero ir de Pepito Grillo, pero hubo dos detalles que me resultaron chocantes y me condujeron, por ejemplo, a no compartir el reportaje de El Mundo en mis redes sociales, a pesar de que decenas de amigos me lo solicitaban.
Aquel reportaje titulaba de una manera muy llamativa con el hecho terrible de que un padre renunciase a curarse para poder luchar por la vida de su hija. Lo empecé a leer sobrecogido, hasta que esos dos detalles me quitaron el sobrecogimiento y lo cambiaron por sospecha; según la noticia, Fernando Blanco llevaba 3 años luchando contra un supuesto cáncer de páncreas y había decidido dejar la medicación a pesar de que le había aparecido una metástasis en el hígado. Por desgracia, la vida me ha acercado al cáncer de páncreas en los últimos meses a través de las enfermedades de 4 buenos amigos. Y no cuadraba el relato, ni la apariencia física de Fernando, con lo que yo he visto padecer a esos cuatro valientes, dos de los cuales descansan en paz. Por otro lado, uno de los médicos esenciales para curar a su hija era un doctor al que el padre de Nadia encontró en una cueva de Afganistán. Coño. No dudo de que pueda haber grandes médicos en Afganistán, pero me chocó que pudiera nadie hacer allí investigación de vanguardia y, mucho menos, en una cueva. En los días posteriores me harté de ver a la pobre niña recorriendo platós, redacciones y estudios de radio para obtener fondos que permitieran curar su mal. Y claro, nada peor le puedes hacer a un periodista que, o fastidiarle una exclusiva, o hacerle quedar como un soplapenes. Y eso le ocurrió a más de media profesión. Y el mismo entusiasmo y falta de rigor que se utilizó para ayudar a recaudar cientos de miles de euros, se está utilizando ahora para dejar demolida la imagen del hombre que les engañó.
En estos días en la prensa, en la radio y en la televisión Fernando Blanco ha pasado a ser el coco y, salvo de la muerte de Manolete, se le ha acusado de casi todo. He oído que tenía en su casa desde 25 hasta 75 relojes de lujo. Las cantidades de dinero en metálico que ocultaba en su domicilio oscilan según dónde leas la noticia y cada información que sale del juzgado se repite sin contrastar. Para qué. Yo ayer estuve almorzando con unos amigos y todos teníamos diferentes informaciones (ninguna contrastada) sobre el padre, la madre, la tía, la supuesta no paternidad de Blanco… Pero ninguno sabíamos nada de lo que está sufriendo esa niña. Y mientras escuchaba a mis amigos hablar sobre el tema, empecé a pensar en Nadia y, no sé por qué, por esas cosas del cerebro, que corre que se las pela, me puse a pensar en otra niña que vi ayer por la mañana en un vídeo terrible sobre la huida de los civiles de la ciudad siria de Alepo. Quizás lo vieran. Un padre iba empujando una especie de carreta encima de la que llevaba algunos enseres, unas maletas y algún mueble. Y, en medio de los bultos, iban tumbados un niño y una niña de no más de cuatro años, durmiendo su feliz sueño infantil en medio del espanto, del desamparo, de la dejadez del resto del mundo y de la maldad insuperable de todos los que participan en esa guerra infernal. Y lo malo es cómo se nos va olvidando cada día lo que pasa allí. Hace unos meses escribí una Cabra diciendo que iba a hacer algo para ayudar a los refugiados y lo único que hice fue dar dinero a una asociación que trabaja para ayudarles. Y aquello no me tranquilizó la conciencia, pero al menos me quitó Siria y a los refugiados del primer plano de la cabeza. Hasta que vuelves a ver el horror tan delante, tan presente y tan cercano. Y piensas que cualquiera de nosotros podíamos ser ese padre que velaba por el sueño de sus hijos empujando una carreta destartalada. Y por eso doy tantas gracias a Dios de tener la suerte de que el problema en nuestro desayuno de ayer por la mañana en casa fuera que se habían acabado los cereales que les gustan a dos de mis hijos. O de ser tan afortunados como para que anoche nos partiéramos de risa al sentarnos a cenar con el comentario de mi hijo Carlillos, que está de exámenes y con una mezcla de canguelo y hartura que le produce cierto mal humor. Al ver en qué consistía la cena se puso mohíno; de primero un puré de verduras y, de segundo, una de las verduras más sobrevaloradas del planeta; Brócoli. Mientras se sentaba, mirando con desprecio esas coles verdes apretás, elevó su queja: “Los mejores momentos de mi vida, cuando estoy de exámenes, son las comidas. No podéis hacerme esto”. Y yo, lo suscribo.
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CÓMO SOMOS
Cómo somos, entre otros, los periodistas. Y cuando digo esto no me refiero a los de uno u otro bando. Hablo, en general, de la pérdida de rigor que está arrasando las redacciones. Podría poner muchos ejemplos, pero me voy a centrar en uno que estuvo a punto de llevarme a meter la pata en la Cabra que publiqué el pasado jueves. Imagino que ustedes, como yo, habrán leído en la prensa y en las redes sociales la noticia de que el ayuntamiento de Madrid había empezado a cobrar un alquiler por el Pabellón de Cristal a las organizadoras del Rastrillo de Nuevo Futuro. Según las informaciones que fui leyendo, el ayuntamiento nunca había cobrado alquiler y, este año, las señoras de Nuevo Futuro se habían encontrado con un palo de 90.000€ para poder organizar este evento benéfico que trata de ayudar a niños en riesgo de exclusión social y económica. En torno a ese titular, la noticia se trufaba con las supuestas palabras de la alcaldesa Manuela Carmena calificando el Rastrillo como “Franquista”. Y, claro, podrán imaginar el entusiasmo con el que los no partidarios de la Carmena soltaron sus riendas para poner a parir a la alcaldesa de Madrid. Debo decir que ni la alcaldesa ni el partido que la apoya son excesivo santo de mi devoción, pero la noticia, siendo parcialmente cierta, no es veraz. Y me explico.
Yo intento no informar nunca de las cosas con una única versión. Cuando alguien me cuenta algo, por lo general, antes de comentarlo, compartirlo en redes o publicarlo en una Cabra, intento contrastarlo. Estuve un par de días intentando contrastar la información, pero sólo encontré gente que me confirmaba lo que decía aquella noticia que leí, inicialmente, en un medio muy conservador. Mis intentos con el ayuntamiento fueron infructuosos, pero necesitaba una fuente directa y tuve la oportunidad el viernes pasado de hablar personalmente con la Presidenta de Nuevo Futuro, Pina Sánchez. Y fíjense qué cosas. La noticia, en su titular, es cierta; el ayuntamiento no cobraba nada a Nuevo Futuro por el alquiler del espacio y este año ha empezado a cobrar 90.000 euros. Lo que no contaba el periodista era que, en años anteriores, las organizadoras del Rastrillo habían estado pagando al Ayuntamiento por multitud de servicios imprescindibles para la puesta en marcha del evento y que, el coste de los servicios, era, en cada edición, muy superior a esos 90.000€. La presidenta no me supo dar la cifra exacta, pero el Rastrillo, en años anteriores costaba más de 100.000€ en pago de servicios municipales y, en 2016, ha costado 90.000 con todos los servicios incluidos. O sea que el ayuntamiento de Carmena, tan roja ella, le está cobrando al Rastrillo “Franquista” de Nuevo Futuro, menos de lo que le cobraba la supuestamente “amiga” Ana Botella. Pina Sánchez, además, negó que la alcaldesa hubiera dicho la palabra “Franquista”, al menos delante de ella, y me confesó que había dado esta información a varios periodistas. Yo, no la he visto. ¿Han leído en estos días ustedes a alguno de los que retuiteó, compartió o comentó en Facebook pedir disculpas por haber creído y difundido una información inexacta? Yo no. O sea que, en el “Cómo somos” no solo me incluyo a mí y a mis compañeros de profesión, sino a todos los que comentamos y compartimos con ligereza cosas en las redes sociales sin pararnos un instante a cerciorarnos de que son ciertas. Nos pasa como a los grandes manipuladores. No importa tanto si lo que vas a decir es cierto; lo que importa es que te dé un buen titular, en el caso de que seas periodista o, si eres político, que te permita hacer una frase redonda para salir en los telediarios o ganar puntos en las tertulias. Y si eres un ciudadano cualquiera, lo que quieres, en el fondo, es reafirmar tus convicciones y quedarte con la autoestima mucho más tranquila porque lo que tú piensas lo refrenda un montón de gente al darte “me gusta”.
A mí me cabrean estas cosas. Será que me voy haciendo viejo, porque cada vez noto más el cansancio ante las tontadas. La muerte de Fidel Castro (Q.E.P.D.) por ejemplo, ha sido origen de un buen número de tontadas entre los partidarios y los críticos del dictador cubano. Para empezar, hay muchos periodistas y políticos que no han querido utilizar el sustantivo “dictador” al referirse al finado. Muchos de los que el otro día criticaban el abandono de Podemos ante el minuto de silencio por Rita Barberá, hoy incluso manifiestan alegría ante la desaparición del líder de la Revolución Cubana. Los de Podemos, que el otro día se negaban a guardar silencio por la Barberá, hoy lloran y se dan golpes en el pecho por Castro recordando que fue un gran estadista que hizo muchas cosas buenas por su pueblo. Y fue cierto. El problema de Castro y de la mayoría de dictadores, es que llegan porque no queda más remedio que lleguen y, luego, cuando les toca irse, les da la sensación de que lo mejor que le puede pasar a su pueblo es que ellos sigan ahí mandando porque los pobres de los ciudadanos, sin su liderazgo, van a perder el rumbo. Se olvidan de ese pequeño detalle que es la democracia, la soberanía y la verdadera libertad de los pueblos y perpetúan sus tiranías hasta que les echan o, como en el caso de Franco y Castro, hasta que la naturaleza les dice “Basta” y estiran la pata.
Y resulta curiosamente triste comprobar cómo se parecen los de la adhesión inquebrantable de uno y otro tirano. Los de Podemos en estos días de luto por Fidel me han recordado a aquellos nostálgicos del franquismo que defendían que fue una dictablanda, que en España en aquellos años hubo democracia y que la transición se hizo gracias a Franco y no a pesar de él. No está fácil con Raúl ahí, pero confío en que a los cubanos les aparezcan un Suárez y un Rey Juan Carlos (tan denostado) y puedan pronto decir, de verdad, que en la isla tienen algo parecido a una democracia.
GENTE GRANDE
Tenía la Cabra prácticamente escrita. Y no estaba mal. Hablando sobre España y el problema que tenemos con el sentimiento español. Lo del nuevo acuerdo entre PNV y PSE que nos pone en la misma casilla en la que que estuvo Cataluña hace ya unos años. Lo de la tontada de Trueba cuando le dieron el premio nacional. Y lo de la tontada de los que animan a los demás a no ver la nueva película del director que dijo que no se sentía español. Y comentaba que todas estas cosas que nos pasan son síntomas de una enfermedad que no tiene nombre, pero es muy obvia. No tenemos letra del himno, hay millones de españoles que llevan polos y camisetas con las banderas de diferentes países, pero ni se les ocurre llevar una española, porque es facha. O llegamos al campeonato del mundo de tontolculismo al ser el ÚNICO país del planeta en el que el idioma español no se llama así, sino castellano. ¿Hispanitis? ¿Españofobia? ¿Síndrome de Hispania? ¿Españostosis? Llámenlo como quieran. Lo cierto es que algo nos enferma y a mí me resulta particularmente deprimente.
Pero claro. Pasan cosas. Y lo que uno tenía escrito parece que pierde sentido cuando sucede, por ejemplo, que se muere Rita Barberá y se desencadena a su alrededor el lamentable festival de condolencias y agravios al que ayer asistimos. Me resultó patético escuchar a algunos que hace dos días hablaban de ella con desprecio y con ira, ensalzar a la ex-alcaldesa de Valencia hasta el punto de pensar si no iban a solicitar su beatificación. Y fue muy triste comprobar que la mezquindad de los de Podemos no tiene límites cuando se trata de sacar un titular de prensa. O sea; ¿resulta que no guardas un minuto de silencio por una muerta cuyo cadáver está aún caliente porque es un homenaje político? Hombre yo comprendo que hagan eso si se va a guardar respeto por la muerte de Augusto Pinochet. Pero por una política que aún no había sido condenada, me parece penoso. Aunque también entiendo su cabreo, porque el fallecimiento de la ex–alcaldesa valenciana les quita munición y eso, al muy calculador Iglesias, le parece una putada. Poniéndonos cínicos, es cierto que al PP le ha venido bien la muerte de esta pobre mujer. Con nuestra tendencia a sublimar a los que llegan a fiambre, ayer de Rita se habló mucho más por lo bueno que por lo malo y su paso al otro mundo evita banquillos, incómodas declaraciones ante los tribunales y, quién sabe, si hasta alguna condena en primera instancia por corrupción. Y luego, dentro del PP, pues oye, mucho mejor no tener que cruzar la mirada con una señora a la que todos ensalzaron de manera grotesca y a la que la mayoría quitó el saludo cuando resultó que la llamaba a declarar el Supremo. Porque, claro; decían ayer Villalobos y Cospedal que a Rita la han matado entre los enemigos y los medios de comunicación. Y no digo que no, pero estoy seguro de que en la amargura de la Barberá ha influido mucho más el desdén, las miradas de desprecio, las críticas por lo bajinis o por lo altinis, las palabras y los silencios de los correligionarios que las de los adversarios políticos. Igual deberían hacer una reflexión allá dentro.
Pero realmente lo que me ha cambiado el tema de la Cabra no es el fallecimiento de Barberá, q.e.p.d. Ya saben que hay más ONG que botellines. Y en ese mundo de las personas que trabajan por los demás hay de todo. Gente que hace las cosas mal. Y gente que hace las cosas bien. Muy bien. Yo, que he tenido pésimas experiencias con ONG que han salido rana, desde hace un tiempo decidí no colaborar más que con fundaciones que conozco directamente o con aquellas en las que están implicadas personas a las que yo quiero y en las que confío.
Y, esta semana, mi amigo Ignacio Osborne me invitó a la sede de una fundación a la que conocía de oídas, pero con la que nunca había colaborado; PRODIS. Allí decenas de personas con discapacidad intelectual están trabajando y sintiéndose útiles. Hacen de todo; elaboran kits de reparaciones para dos empresas de ascensores, tienen un servicio de digitalización, fabrican todo tipo de merchandising… Y cada uno aporta según sus capacidades junto a unos voluntarios que supervisan el trabajo y hacen el control de calidad. Y vaya si tienen calidad. Porque no es sólo que hagan bien las cosas; es que aunque parezca imperceptible, yo creo firmemente que los objetos fabricados por gente especial se convierten sin duda en objetos diferentes. Y mejores. Y las personas a las que yo vi en este centro de PRODIS son especiales. Muchos de ellos me recordaron a un hombre del que he hablado alguna vez en la Cabra; mi tío Armando, que era síndrome de Down. Armando era un tío alegre, que iba provocando sonrisas a su alrededor. En su Colegio, el Dulce Nombre de María de Málaga, le enseñaron a hacer unas alfombras magníficas. Tan magníficas que una de ellas se la entregó personalmente a los Reyes en el Palacio de Oriente. Y aquello le hacía feliz. Pero pocas veces le vi más contento que el día en el que me contó que le habían contratado para dar clases en el mismo centro en el que él aprendió. Alguien, como hoy pasa en PRODIS, tuvo la estupenda idea de dar trabajo a los que habían sido alumnos y, así, Armando, hasta que cayó enfermo, enseñó a otros a hacer alfombras y disfrutó porque la vida le permitía experimentar lo que había visto sentir a otros. En aquellos años finales, Armando se sintió importante, útil y premiado por su trabajo. Y no creo que para una persona con discapacidad pueda haber algo más grande.
EXPERTA EN SEMEN
No dejen correr sus imaginaciones, que no estoy hablando de ninguna heroína del porno, ni tampoco de aquella moza, a la que hizo célebre Pepe Navarro, que se entretenía en fabricar todo tipo de cosas con líquido seminal humano. Los guionistas de Pepe, que eran unos cachondos, pusieron en el rótulo: “MARILOLI NOSÉQUÉ; SEMENARISTA”. No hablo de ella. La experta en semen resulta que es mi hermana y, el que la presentó así, su futuro yerno, que es mi futuro sobrino. Era uno de esos días cumbre en la vida de un hombre. Alejandro, que así se llama el novio de mi sobrina Marta, quería que sus padres conocieran a su amada. Quedaron a cenar y, cuando llegó el momento de las indagaciones sobre las profesiones paternas, Alejandro se embaló y decidió titular a mi hermana como experta en semen. Y, hombre, es así, pero está mal explicado. Mi hermana, como la Obregón, es bióloga. Bioquímica, para más señas, y trabaja en el Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses. Allí, entre otras cosas, hace estudios de ADN y, de vez en cuando, le toca hacer exámenes de sangre en certificados de paternidad, pero, sobre todo, su especialidad son los análisis de semen para encontrar perfiles en casos de esos espantosos de violencia sexual. O sea, que sí, pero no.
Es que es importante contar bien las cosas. No sé; por ejemplo, en el comité del PSOE debió haberle explicado alguien a Pedro Sánchez que a él no le echa ningún sindicato del crimen, ni las mafias poderosas, ni las conjuras mediáticas. Que puede que ayudaran. A Pedro Sánchez lo echan los millones de españoles que votaban PSOE y dejaron de hacerlo con él como cartel electoral. Y mientras no acepte eso puede seguir equivocándose unos cuantos años más. En favor de los compañeros de Pedro Sánchez en el comité federal hay que reconocer que hay cosas que son difíciles de explicar. Siempre que pienso en eso me acuerdo de la Cospedal contando lo de la indemnización en diferido de Bárcenas. En descargo de la Secretaria General del PP hay que afirmar que era un morlaco de esos difíciles de torear, pero, coño, un poquito de preparación igual habría ayudado a que aquella rueda de prensa no pasara a los anales, y nunca mejor dicho lo de anales. Porque lo explicó como el culo. Pero bueno, la compensación por aquel mal trago no ha estado mal y ahí está Mª Dolores de Ministra de Defensa.
Otro que lo mismo llega a Ministro de Defensa (y me sobrecojo al pensarlo) es Ramón Espinar. Tampoco era fácil de explicar lo de su pisito. O sea. Resulta que eres el profeta de la corrección y de la santidad en el ejercicio público, te tiras el día dando lecciones a los fascistas que te rodean de cómo hay que ser y cómo hay que hacer y te pillan con el ice cream trolley, pero de marrón. O sea; de brown. Espinar dio lecciones hace un tiempo sobre lo que se debe hacer con la vivienda protegida y él mismo se ha pasado sus propias recomendaciones por el espacio inguinal. Vaya; por los mismísimos compañeros. Por si alguien no lo recuerda; Espinar accede, sin nómina que lo sustente, a una vivienda protegida por 146.000 euros. Y, sin vivir en ella, la vende poco después sacando una plusvalía de 30.000. Y lo malo no es eso; es que nos mira a todos los que le afeamos el asunto como a los peores sicarios de la caverna mediática de la derecha rancia y golpista. Es que me descojono. Que no, hijo. Que lo de tu piso lo vas a entender rápido. Pensemos en una escena. Sorprenden a un caballero manteniendo relaciones con una meretriz en un hotel de las afueras de cualquier ciudad. Así dicho no suena raro. Pero claro, comprenderás que no es lo mismo que el varón copulador sea un soltero; un señor comprometido y a punto de casarse; yo mismo, que llevo 25 años de feliz matrimonio; o el muy conservador arzobispo de Toledo y que me perdone su Excelencia Reverendísima, por meterle en este lío. Pues contigo pasa igual. Si vas dando lecciones a los demás, el día en el que te pillan debes irte. Y ni te vas, ni te echan. Todo lo contrario. A ti, en vez de un ministerio, tus afiliados te han dado el mando en Madrid. O sea que, como a Cospedal, unas malas explicaciones te han servido para salir vivo y triunfante. Pues vale.
Pero esto de explicar mal las cosas no sólo le pasa a mi futuro sobrino y a esos políticos que Dios nos ha dado. También hay clérigos a los que se les olvidan las buenas enseñanzas en Oratoria de los Seminarios. Recuerdo una boda en la que intervenía el coro de Cámara en el que cantábamos mi mujer y yo. La pobre de la novia era fea como un pie y a todos nos resultó sorprendente que, ni siquiera en ese día, hubieran conseguido sacarla de esa fealdad resplandenciente. El cura era un tío joven y de esos que intentan en sus homilías hacerse con la feligresía en plan enrollao. Y allí se puso a hablar sobre la magia del amor; sobre el hecho incomprensible de que dos personas que no se conocen de nada, un día se miren y decidan ser el uno para el otro por siempre jamás. La química. El flechazo. Pues en esa estaba el reverendo cuando empezó a liarse y a meterse en un jardín lleno de espinas hasta que llegó a la frase que nunca debió pronunciar. Teniendo enfrente, probablemente, a la novia más fea que había visto nunca dijo (y utilizaré nombres supuestos, porque no los recuerdo): “Mira que hay mujeres guapas en el mundo y tú, Antonio, vas a fijarte en Mª Luisa”. Esa frase, dicha con un monumento enfrente, la habría entendido todo el mundo. Teniendo en el reclinatorio a una de las hermanastras de Cenicienta, no la entendió ni Dios.
JO-DER
Y me van a perdonar que titule con una palabra malsonante. Pero imagino que ha sido, junto con ¡co-ño! la expresión más usada en España cuando esta mañana nos hemos levantado con la noticia. Con el notición; Donald Trump es el presidente de los Estados Unidos de América. Supongo que la mitad de los americanos habrán dicho, por su parte, Oh my God!! o, los más bastos, What the fuck!! pero la victoria de este populista de derechas ha dejado a más de medio mundo boquiabierto y, reconozcámoslo, acojonado.
Aunque no sé de qué nos sorprendemos. Ha ganado un candidato populista, xenófobo, capitalista salvaje, machista, cuyos principales méritos son el de construir un imperio económico con más trampas que Daniel Boone y el de ser un buen personaje televisivo que se come la cámara. ¿Qué nos sorprende? Aquí en España hay un partido como Podemos que ha obtenido en las últimas elecciones más de cinco millones de votos, cuyo líder, Pablo Iglesias, es populista, comunista y su principal mérito es ser profesor universitario (no ha sido ni jefe de departamento) y poseer una extraordinaria telegenia. Iglesias y sus colegas fueron capaces de construir, por los platós de toda España, un discurso encendido que calaba fenomenal en la gente más golpeada por la crisis y en los votantes más cabreados con la corrupción política generalizada. Él se presentaba como el paradigma de la limpieza, de la rectitud, de la vuelta a la tortilla para ayudar a los más necesitados, aunque, en el discurso, se le escaparan algunas cosillas sin importancia, que iban dando una idea de que la hoz y el martillo iban a estar en lo que hoy los finolis llaman “su hoja de ruta”. Hay cosas en el discurso de Trump que, al leerlas, ponen los vellos de punta porque recuerdan a pasajes de Mein Kampf, aquel librito tan simpático en el que Hitler expuso sus ideas. Hay cosas en los discursos (han ido cambiando) de Podemos que recuerdan horriblemente a los manifiestos comunistas de las diferentes épocas. Pero eso no importa. Claro. Es mucho mejor ser comunista que nazi o fascista. Es mucho peor Trump; porque es de derechas. Y a mí, qué quieren que les diga, me erizan los vellos tanto unos como otros. Pero en España y, en Europa en general, hay una especie de simpatía pasiva, cuando no activa, hacia los comunistas, como si fueran unos alegres muchachotes nada peligrosos.
Trump es un peligro. No sabemos aún si va a hacer todo lo que ha ido diciendo en una campaña electoral delirante. Pero, si lleva a cabo un 60 por ciento de las cosas más delicadas que ha prometido, nos vamos a enfrentar en los próximos meses a una visión del mundo radicalmente distinta a la que teníamos. Llevamos ya un tiempo asistiendo a este cambio de era. Y, como suele pasar en las grandes transformaciones, sólo se ven desde lejos y dejando pasar el tiempo. Pero, al igual que en el primer tercio del siglo XX, después de una crisis económica bestial y de una crisis de valores tremenda, llegaron los populistas a encender a los pueblos con discursos que nos condujeron a dos guerras mundiales y a un sinfín de guerras civiles, golpes de Estado y conflictos armados de diversa índole. Ahí están Putin, Trump, el triunfo del Brexit, los Islamistas Radicales… Y en España ahí tenemos a los de Podemos. Que hoy son comunistas, mañana socialdemócratas de toda la vida y pasado son otra vez comunistas fetén. Lo que sea, con tal de seguir rascando votos. Y no crean, como dicen muchos analistas, que a los de Podemos les votan personas desesperadas, tontos y seres fáciles de convencer. Yo conozco a bastantes personas bien inteligentes a las que les ha calado este discurso y que están convencidas de que Iglesias and friends son una buena cosa en el Parlamento. Y no hay que subestimar a alguien que consigue más de cinco millones de votos. Hace años, el sociólogo Amando de Miguel en un programa de Hermida, hablaba sobre el triunfo de los programas de televisión basura. Había tertulianos que decían que esos programas sólo los veían personas de baja cultura y extracción socioeconómica humilde. Amando respondía que no; que cuando te ven millones de personas hay entre tu público tontos, listos, gordos, flacos, urbanos, rurales, ricos y pobres. O sea.
El problema de todo esto es que este tipo de líderes se esconden en la pasividad de los que no los quieren. En esa mezcla de incredulidad y estupefacción que conduce a la parálisis. En ese pensamiento de: “Bueno; no seamos exagerados”. “Tampoco será para tanto”. “Eso a nosotros no nos va a pasar”, que era el título de un artículo que escribió un Venezolano en “El País” contando lo que ellos decían cuando ganó Chávez por primera vez en la República Bolivariana. Pues ya está pasando. Allí. Aquí. En Reino Unido. En Rusia y, desde hoy, en los EEUU. Podemos ponernos optimistas y pensar que quizás a Trump la Casa Blanca le dé un punto de cordura, pero lo más parecido a Donald que yo he conocido (Berlusconi y Jesús Gil) lejos de mejorar, con su llegada al poder desparramaron de manera definitiva.
LA FIESTA NACIONAL DE LIDIA (Y NO HABLO DE TOROS)
Es, sin duda, una de las personas a las que más quiero. Para mis hijos es su tercera abuela y, cuando piensan en que, algún día, deberá jubilarse, les dan los siete males.
Se llama Lidia María Brito Mateo. Nació hace 66 años en la República Dominicana y, desde hace 17 años, trabaja en mi casa como empleada de hogar interna. Ayer, cuando celebrábamos la Fiesta Nacional, escribí una publicación en Facebook en la que decía que, a pesar de todas las cosas malas que tenemos los españoles y que tiene nuestro país, a mí me apetecía decir ¡Viva España! Y lo decía, pensando, entre otras personas, en Lidia y en tantos y tantos españoles que nacieron en otro sitio y que decidieron venir aquí con su talento a ayudarnos a construir un país mejor.
Hace unos años tuve una conversación con ella sobre España. Había sucedido algo terrible relacionado con inmigrantes y hablábamos sobre cómo se sentían ella y su familia aquí. Pocos meses antes, Lidia había jurado la Constitución y se había convertido, con todos los derechos y obligaciones, en española. Pero yo quería saber si, además de la parte legal, ella se había hecho también española de corazón. No es una mujer culta. Jamás pudo estudiar. Nadie le dio la oportunidad que sí están teniendo sus nietos; no sabe de literatura, ni de matemáticas, pero Lidia es una mujer inteligente y tiene un sentido común extraordinario. Y cuando yo le pregunté si se sentía española, me dijo que ella vino aquí buscando una vida mejor. Que se ha traído a casi toda su familia y que se sienten bien aquí. Que nos quiere, que quiere a nuestra tierra, a pesar de que sigue sintiendo lo mismo por su República Dominicana. Y que sí; que se sentía española. Que “querer a un país, no es como querer a un hombre. Al hombre solo se puede querer, de verdad, a uno. A la tierra se puede querer, seguro, a dos.” Y comenzó a reírse con esa risa contagiosa tan característica suya.
Recordé ayer esta conversación cuando recibí un Tweet en el que el apátrida Pablo Iglesias justificaba su ausencia en los festejos que celebran nuestra Fiesta Nacional. Mira que, de costumbre, el líder de Podemos me parece pedorro, sobreactuado; empalagoso cuando se pone cursi y estomagante cuando se pone agresivo-mitinero. Pues lo de ayer me parece que bate sus récords de posturismo. Decía Pablo que él no va a esas cosas porque su patria es la gente. Que le parece fatal que haya tantos que celebran la patria, pero tienen cuentas en Suiza, Andorra o Panamá. Que él no quiere celebrar con nosotros; que él prefiere levantar su copa con los pueblos americanos que sufrieron nuestra llegada hace ya quinientos y pico años. Y que si la fiesta es franquista. Que no le gustan los desfiles. Que eso debe ser porque ahora ya no se siente leninista amable; porque, cáspita, lo que le gustan los desfiles a los comunistas. Y que si ellos están con los militares de hoy y que si su abuela fuma Celtas Cortos. Joder. ¡Qué pereza! Y qué innecesario. Y qué curioso. Porque ese nulo respeto por los que sienten que ayer era el día de su Patria, lo proclama a los cuatro vientos cuando habla de la Patria Cubana, de la Venezolana o, ya más cerca, del derecho a decidir de los que se sienten catalanes o vascos y no otra cosa.
Que qué manía esa de excluir. Yo no tuve la suerte de que nadie me ofreciera la nacionalidad suiza. Pero la habría aceptado feliz porque me sentí como en mi casa en ese país del centro de Europa y tendría, sin duda, el mismo sentimiento que nuestra Lidia. Yo soy español. Pero también me siento suizo. Y, si me pongo, también andaluz. Y malagueño. Y más de Madrid que la Cibeles. Pero no sé por qué tenemos que ser excluyentes. ¿Habría faltado Pablo Iglesias a la celebración de la Diada si fuera diputado por las Cortes Catalanas? Yo creo que no. Por una cuestión de respeto. Y ese respeto que muestra hacia las patrias de otros y hacia los sentimientos de venezolanos, cubanos, catalanes y vascos, no lo tiene hacia los que nos sentimos españoles y ayer queríamos celebrar el día de nuestra patria sin necesidad de restregarle nada a nadie. Pablo Iglesias no tendría ningún problema, apuesto mucha pasta por ello, para gritar “¡Viva Francia!”. Pero estoy seguro de que jamás le escucharemos gritar ¡Viva España!, no vaya a ser que la angustia de sentirse fascista le provoque un derrame cerebral. Es el complejo que tiene gran parte de la izquierda, sobre todo la más radical, frente a España, frente a nuestra bandera y frente a nuestro himno. Claro que se han hecho cosas terribles en nombre de España y portando una bandera rojigualda y entonando el lolorolo. Como se han hecho cosas estupendas. Y a mí, qué le vamos a hacer, me pueden las segundas. No quiero invadir a nadie, no quiero convencer a nadie, no quiero excluir a nadie. Sólo quiero que se nos permita celebrar el día de nuestra Patria sin tener que pedirle excusas a algunos y que este señor que, se supone, representa a millones de españoles, se pase un rato por allí, salude al Rey de todos y se tome unos canapés con sus colegas del Parlamento. Que vaya, coño. Si quiere, que no se ponga el traje de los Goya y vista una de esas camisetas que tanto le gustan, aunque sea una con el “Patria o Muerte”, siendo, por supuesto, esa patria, cualquier otra menos la española.
TENÍA QUE CONTARLO
Hay cosas que nos cuesta contar. No sé por qué, pero es cierto que, cuando alguien nos hace algo bueno, por lo general, tenemos menos urgencia en compartirlo con otros. En cambio, cuando se nos hace una afrenta, habitualmente, corremos a relatarlo en cada esquina para obtener ese sosiego que nos produce la escucha de nuestro padecimiento.
Es verdad. Ignoro por qué nos sucede, pero experimentamos una especie de alivio tonto cuando relatamos nuestra desdicha. Y ese alivio se puede convertir en verdadero bálsamo si además nuestros interlocutores dicen: “Qué pedazo de cabrón”. Y tú, asintiendo, con un extra de autoestima, dices: “Sí, un hijoputa”.
Lo que pasa es que, cuando alguien nos hace algo bueno, por lo general, se nos olvida mucho más rápido y rumiamos menos las bondades que las afrentas. Por eso es muy poco frecuente leer cartas al director de alguien dando gracias, o diciendo lo buena que había sido su experiencia en tal o cual lugar. Lo normal es que, esas cartas, sean ácidas y no digo ya si hablamos de Twitter, donde el anonimato hace que la gente tenga una mala leche incontrolada y suelte una bilis muy desinhibida incluso sin necesidad de que nadie le haya hecho nada.
Cuento esto porque hace unas semanas me sucedió una cosa buena que tuvo, en su origen, una cosa mala. Estábamos grabando mi programa de Seguridad Vital en los pueblos de la Vera cacereña. Hicimos una entradilla en un tramo de una carretera comarcal y, al acabar, nos pusimos a recoger el equipo en un cruce del que salía un camino asfaltado. En un despiste típico de las prisas de los rodajes, nos dejamos las petacas receptoras de dos de los micrófonos a un lado del camino, nos montamos en el coche y nos fuimos.
Cuando habíamos recorrido no más de dos kilómetros, uno de nosotros temió haber olvidado algo y nos hizo detener el vehículo para buscar las petacas en el equipaje. Pero ahí no estaban; se habían quedado en la carretera. Dimos la vuelta, con el corazón en un puño, y, en menos de diez minutos estábamos de regreso en el cruce en cuestión. En esos escasos minutos alguien había pasado por allí, había cogido las petacas y se había ido. Le dimos la vuelta al cruce setenta veces, peinamos los alrededores y las puñeteras petacas no aparecían.
Subimos por el camino asfaltado, que conducía a un pequeño pueblo y, en plena desesperación, pedimos a los empleados de un bar y a los de la piscina municipal que, por favor, si aparecía alguien con dos petacas negras, del tamaño de un paquete de tabaco, que nos llamaran. Los paisanos, muy majos, viéndonos angustiados, tomaron nota de nuestros teléfonos, mirándonos con esa mirada de conmiseración y de pensar “estos tíos de la tele están tontos”. Y nos fuimos.
Seguimos grabando un rato más con micrófonos alámbricos y, una vez que habíamos terminado, ya cayendo la tarde, regresamos al cruce con esa mezcla de angustia, cabreo y pena que se te pone en el estómago al perder algo valioso. Volvimos a mirar por todos sitios y encontramos uno de esos tendederos plegables que alguien había tirado en mitad del campo. A mi socio Jesús, el tendedero le pareció un buen soporte publicitario y se le ocurrió poner un cartelito agarrado con cinta americana a la estructura del tendedero y dejarlo ahí en la orilla del cruce por si volvía a pasar la persona que se había llevado las petacas.
El cartel daba una pena inmensa. Tanto por la confección como por el mensaje lastimero que pedía que se nos llamara si alguien hubiera visto algo que, para nosotros, tiene un valor tremendo y, para el que lo encuentra, no sirve ni para calzar una mesa. Al menos, lo grotesco del cartel y del momento nos dio el único motivo de risa en una tarde amargante. Nos fuimos de allí con las orejas gachas convencidos de que jamás íbamos a volver a ver nuestras petacas, que cuestan la friolera de 600 euritos cada una.
Y aquí empezó lo bueno. Nuestra directora de producción se puso a buscar por Extremadura alguna productora que nos alquilara unos micrófonos inalámbricos, porque, al día siguiente, teníamos que seguir grabando en Plasencia. Para que veamos que sigue habiendo gente buena, precisamente en Plasencia, encontramos a Sergio, el dueño de los talleres “Martín Andrade”, que hacía de vez en cuando grabaciones y que nos alquiló un micrófono inalámbrico. Cuando fuimos a devolverle el micro y a pagarle el alquiler nos dijo que no quería cobrarnos nada. Que seguro que nosotros haríamos eso mismo por otro compañero si algún día le pasara algo así. Un bendito. Desde luego. Y espero que algún día la vida me permita devolverle el favor.
Pero esto, siendo bueno, no fue lo mejor. Cuando regresamos a Madrid nos dimos cuenta de que la pérdida de las petacas era un verdadero problema. Había que gastarse 1.200 euros y anduvimos buscando cosas de segunda mano y diferentes marcas para intentar reducir el golpe para la tesorería de una empresa pequeña como la mía. Hasta que, dos días más tarde, pasó. Arturo, nuestro cámara, nos llamó emocionado. Que, a primera hora de la mañana, cogió el teléfono viendo un número que no conocía. Cuando preguntó quién era, una voz con acento extremeño le dijo: “¿Sois vosotros los que habéis perdido unos micrófonos?”. Era el buen samaritano Javier Clemente.
Un vecino de Talaveruela de la Vera que encontró en aquel cruce las petacas y las cogió pensando que alguien las habría tirado. Cuando, dos días más tarde, pasó por allí y vio nuestro lamentable cartelito, debió sentir pena porque nos llamó de inmediato y nos dio la dirección del Bar “La Cerradilla”, en el que trabaja, para que recogiéramos allí las petacas.
Para que quede claro que hay gente buena en el mundo, cuando le insistimos en que cogiera los 50€ de recompensa que habíamos ofrecido en nuestro tendedero, nos dijo que para él la recompensa era ver la alegría que nos habíamos llevado con su llamada.
No sé a ustedes. A mí estas cosas me reconcilian con la vida y me hacen sorprenderme aún más de que, teniendo un pueblo tan majo como el español, sea posible que nos hayan salido unos políticos tan penosos. Y que les sigamos votando.
Y A ESTE ¿QUIÉN LE PAGA?
Es una de esas anécdotas que caen en mi familia, cada cierto tiempo, como sin querer. Hace ya muchos años, el novio (y actual marido) de mi hermana Julia, o sea, mi cuñado Nacho, vino a Málaga a pasar unos días con la familia. Entre que mi cuñado es un tío bien dispuesto, que acababa de sacarse el carné de conducir y que tenía que hacer méritos ante su futura familia política, mi abuela y sus cuñadas lo tenían todo el día, de acá para allá, pidiéndole transporte a este o a otro sitio. Padecía mi cuñado su quinto día de chófer vocacional, totalmente entregado a la causa, cuando escuchó a una de mis tías abuelas decirle a mi abuela: “Pilar; y a este muchacho, ¿quién le paga?”
Pues eso mismo deben estar preguntándose millones de españoles. Yo, el primero. Y a Pedro Sánchez, ¿Quién le paga? Porque viendo la tarea de demolición incontrolada que está haciendo en el PSOE, no tengo claro si le están pagando desde la calle Génova, desde las filas de Podemos o de las de Ciudadanos. No sé a cuál de los tres partidos le está haciendo más feliz esa tarea de termita con gigantismo. Miras a la bancada del PSOE en el Congreso y parecen el Grupo Mixto. Te pones a echar cuentas con el exiguo número de diputados nacionales y autonómicos y el de concejales y te empiezas a preguntar si el partido socialista va a ser capaz de pagar el nivel de gastos que tenía hasta hace dos o tres años. No es una broma. Yo opino que a España no le viene bien que la parte izquierda del Congreso quede en manos de unos que, hasta hace 3 días, eran leninistas amables y querían poner guillotinas en la puerta del Congreso. Creo que un partido de izquierda moderada es tan importante como uno de derecha moderada y el mapa se está quedando cojo por la parte de la socialdemocracia. Porque, francamente, los de Podemos tienen tanto de socialdemócratas, como los fascistas de Demócratas Cristianos.
No sé si, cuando lean ustedes esta Cabra, Sánchez le habrá dado una vuelta y habrá decidido ser generoso, pensar en su partido, y en el país, y decir adiós con la manita. Sospecho que no, aunque he de reconocer que, en cierto modo, lo de este hombre me parece que tiene un punto admirable. Su capacidad de resistencia frente a todo y a todos, su perseverancia, su convencimiento de que, aunque le tomen por loco, está haciendo lo correcto, me ha recordado a la enorme fortaleza que ha mostrado, en los últimos meses, un hombre al que admiro profundamente.
Ahora los finos lo llaman resiliencia. Nos cuesta mucho hablar con palabras normales y de toda la vida. Yo prefiero hablar de resistencia, fortaleza, capacidad de caer, levantarte y seguir caminando cuando te duelen los pies de tanto andar sin avanzar ni un metro. Alegría para mantener el ánimo y adaptarte a todo aunque no vendas ni una silla. Esperanza para ser capaz de ver luz al final de un túnel cegado por toneladas de piedras. Fe para saber que, aunque todos piensen que no lo vas a conseguir, tú lo vas a hacer.
Los gurús del bloguerismo, mi amigo Josesain y mi mujer afirman que no debería hablar en este blog ni de golf, ni de fútbol. De fútbol porque hay muchas personas a las que les produce repelús y de golf porque la mayoría de la gente no juega y ellos opinan que, visto desde fuera, el lenguaje y la pinta que proyectamos los golfistas da pereza y no suele gustar.
Pero yo no quiero hablar de golf. Sino de un hombre. Un empresario. Un padre de familia. Un marido. Y un deportista. Que resulta que es profesional de golf. Sé que le va a tocar las narices que diga que lo de Pedro Sánchez me recuerda a lo que él ha vivido, porque apostaría a que no está PS entre sus estadistas favoritos. Pero creo que lo que ha hecho el golfista Gonzalo Fernández Castaño es algo que yo propondría que se contara en los libros de Gestión de Crisis como caso de éxito en un entorno hostil.
Gonzalo tenía una carrera hecha en el circuito europeo. Estaba ya felizmente casado con Alicia, tenían niños, un entorno familiar que les apoyaba, una empresa que empezaba a ir viento en popa… Pero Gonzalo tenía el sueño de llevarse a la familia a Estados Unidos y probar suerte en EL CIRCUITO. Con mayúsculas. Él quería intentarlo en la Champions League del golf mundial, que diría ZP; el Circuito de la PGA Americana. Obtuvo la tarjeta para jugar y, después de dos temporadas duras, hace un año, perdió esos derechos. Decenas de comentaristas y amigos opinaban, le daban recomendaciones y, sotto voce, decían que se había equivocado, que debía volverse, que para qué ese esfuerzo personal y familiar. Que por qué no volvía a jugar en Europa, donde le había ido tan bien. Y Gonzalo decidió resistir. Tomó el camino menos fácil, mantuvo a la familia en Miami y tuvo la humildad, después de haber estado entre los 50 mejores del mundo, de competir en la segunda división del golf estadounidense, para ver si conseguía recuperar la tarjeta. Ha sido una temporada difícil. Casi imposible. Hace poco menos de dos meses, Gonzalo veía muy lejana la posibilidad de lograr su objetivo. Cuando muchos se habrían rendido, este hombre resistente como pocos, apretó el culo, con perdón, y empezó a jugar su mejor golf de los últimos años. Y esa fortaleza, esa capacidad de salir adelante, esa resiliencia de los finolis, le llevó, hace una semana, a poder comunicar a su mujer, a sus amigos y a todos los que no creían ya en él, que lo había conseguido; que el año que viene jugará en el circuito americano. Imagino la emoción de Gonzalo. Conozco bien la sensación de llegar a la meta el último, cuando ya nadie mira porque piensan que seguro que te has retirado. Soy capaz de sentir con él esa mezcla de rabia, alegría, emoción, congoja y euforia. Esas ganas de pegar con el puño en la mesa, con una sonrisa de oreja a oreja, pero con un puntito de mala leche, diciendo: “Sí, coño. Sí”. Así que, Gonzalo, mi enhorabuena y todo mi respeto. Y suerte el año que viene. Igual, para cuando termine la temporada 2017, tenemos gobierno, se han ido Pedro Sánchez y Rajoy y, por fin, Pablo Iglesias ha pedido que le administren el Sacramento del Bautismo, que con lo cambiado que está últimamente, yo, no lo descarto.
HACER ALGO POR MI PAÍS
Sé que, en el botepronto, a todos los adultos de hoy nos sale una frase crítica, despectiva, incluso cruel, con los jóvenes que estamos educando. Creo que ha pasado siempre; que los adultos hemos considerado que, los que vienen por detrás, son peores. Uno sabe que se está haciendo viejo cuando usa al menos una vez al día una frase en la que da por hecho que “nosotros lo hacíamos mejor” y que “los jóvenes de hoy en día lo han tenido demasiado fácil” y “son más blandos, menos luchadores y peores que nosotros”.
Y, hombre, pues depende. Es cierto que, en algunos aspectos, son una generación atontada. El abuso de los móviles, el exceso de detritus que les llega a través de la Televisión, los supuestos “modelos” que tienen como referente en programas como “Gran Hermano” o “Mujeres y Hombres y Viceversa”, pueden conducirnos a los adultos a pensar que nos hemos equivocado y que, de estos que estamos criando, no va a salir nada bueno. Pero también es cierto que, entre toda esa basura, hay mucha información buena y que, obviamente, son una generación que ha tenido, desde la cuna, un acceso a la información que ya nos habría gustado disfrutar a nosotros. Y no digo a nuestros padres.
No creo que sea casualidad. En los últimos meses he conocido a dos personas que me han dicho que sus hijos quieren ser Presidentes del Gobierno. Y son, al menos, tres los candidatos porque mi hijo Carlos, que acaba de cumplir 19 años, me dijo hace cuatro o cinco años que él quería ser presidente del gobierno “para ver si arreglamos esto, que nos estáis dejando el país hecho una mierda”. Ninguno de los tres lo dice desde el punto de vista infantil del “quiero ser bombero”. Los tres quieren llegar a Moncloa para hacer algo por su país. Es tal la pena que produce la situación política que vivimos que a algunos de nuestros jóvenes les está dando por intentar ayudar.
En el caso de mi hijo, yo creo que influye el hecho de que viviéramos 3 años fuera de España. Una de las cosas que más le sorprendían a Carlos era que sus compañeros del colegio de Ginebra estaban, todos, orgullosos de sus países. No hablo de los niños suizos, que son un país especial y del que deberíamos aprender su alto concepto del respeto y la convivencia entre lenguas y diferentes maneras de sentir. Me refiero al resto; niños de todo el mundo que llevaban con orgullo su bandera y que hablaban de su país sacando pecho. En aquellos momentos España estaba para sacar poco pecho; al borde de un rescate y con noticias constantes que hablaban de una corrupción endémica que afectaba a todos los partidos que habían tenido algo que ver con el gobierno de la nación, de una región o un ayuntamiento. Evidentemente no digo con esto que en otros países no existan esos males. Lo que quiero decir es que España lleva años con diferentes losas de tonelada y media encima de nuestra imagen internacional y cuesta quitárselas. Lo cierto es que todo eso, al menos a mi hijo, le llevó a empezar a pensar a lo grande y, desde los 15 años, comenzó a soñar con ser presidente del gobierno para hacer algo por España. Al pobre, por desgracia, se le ha apaciguado el entusiasmo porque, en estos meses, ha ido conociendo algo de la política y le da una pereza olímpica pensar en el camino lleno de mamoneos por el que hay que pasar dentro de un partido para acabar siendo el jefe.
El panorama es deprimente, pero a mí me parece alentador que, en mi entorno, haya tres chavales que quieren arreglar esto. Y hace falta. No sé a ustedes, pero a mí me produce una mezcla de pena, cabreo, decepción y hastío ver los informativos y darme cuenta día tras día de que estos líderes que nos han tocado están a otra cosa. No digo ya que les salga por algún sitio la grandeza, que asumo que no les va a salir. Quizás un poco de generosidad. De pensar en que, a veces, uno tiene que renunciar a algo para ayudar. Y que, de las renuncias de todos, pueda salir algo bueno para España. Pero me da que eso no va a pasar. Estoy por mandarles a mi hermano Javier que es, probablemente, la persona más buena que conozco. El otro día pensando en eso de la generosidad de los políticos, de renuncias, no sé por qué, recordé algo que, cada vez que lo revivo, me hace ponerme más tierno.
Yo tenía 11 años y estábamos todos los hermanos, con mi madre, en la Feria de El Palo en Málaga. Había montones de casetas con carricoches, tómbolas, puestos de venta ambulante y de disparos con perdigones. Mi madre nos había dado a cada uno de los pequeños 100 pesetas. Que, entonces, era un dineral. Por lo menos para mí. No sé qué hice con el dinero, pero, cuando fui a pagar el primer trozo de coco que me iba a comprar, me di cuenta de que se me había caído el billete. Desesperado, comencé a buscar por el suelo, desandando el camino que habíamos hecho y, lógicamente, los veinte duros no aparecieron por ningún sitio. Llorando como una Magdalena, asumí que no iba a volver a ver en mi vida aquel billete marrón con la cara de Bécquer. Hasta que mi hermano Javier, que entonces tenía 15 años, apareció de repente diciéndome: “¡Carlos, Carlos! ¡que lo he encontrado!” Yo le abracé y le di mil veces las gracias y me fui con los hermanos pequeños a gastar “mis” 100 pesetas. Al cabo de un rato, volvimos a ver a mi madre y le conté lo que había pasado. Cuando le dije que Javier había encontrado mis veinte duros, mi madre me miró con esa cara que sólo saben poner las madres que es una mezcla de “se me cae la baba y te mataría”. Y me lo dijo. Que obviamente ese billete que me había dado mi hermano mayor no lo había encontrado por el suelo. Que a los mayores les había dado 200 pesetas y que Javier renunció a 100 de ellas para consolarme. En fin. Que me acordé de esto y me hice la pregunta que hoy les lanzo; así, en plan concurso de la tele de sms: “De los 4 líderes políticos de los principales partidos, ¿Quién creen que habría hecho algo así?” O mejor, que tiene un puntito más de mala leche: “¿Quién creen que, jamás, habría hecho algo así?” Pueden comenzar las votaciones.
EL PORCENTAJE
A los periodistas nos encantan las estadísticas. Vamos, me explico; nos encanta hacer estadísticas de esas de la cuenta de la vieja. Porque, reconozcámoslo, nosotros somos de letras y nos da una pereza máxima hacer cuentas levemente complejas. Por eso tantas veces metemos la pata, cogemos el todo por la parte y hacemos la de Amancio; si entrevistamos a 10 personas y 4 dicen algo de manera homogénea, enseguida elaboramos nuestra estadística de la Señorita Pepis y soltamos que “casi el 50 por ciento de los españoles tiroriro…”
Por este motivo yo, desde mi atalaya periodística de observador de la actualidad y de la vida, puedo decir que en todos los grupos humanos hay un porcentaje de imbéciles, otro de listos, otro de gente mala, otro de gente profundamente maleducada, alguno más de gente extraordinariamente buena…Y, en estos últimos días, pensaba en esos porcentajes viendo las informaciones sobre las broncas por el llamado “Toro de la Peña”, que ha venido a sustituir a la salvajada del “Toro de la Vega”; ese torazo que moría, cada año, en Tordesillas, a golpes de lanza de los mozos del pueblo.
Tontos (y listos) los había en ambos bandos, pero yo me voy a centrar en dos antitaurinos que me resultaron especialmente chocantes. Uno de ellos, Jon Amad, era el representante de Provegan, una Fundación animalista que reclamaba el indulto para “Pelado”, que así se llamaba el toro. Amad proponía (yo creo que por desconocimiento, no tanto porque sea tonto del culo) que les entregaran al toro, para llevarlo a un santuario de animales en el que tienen “Caballos, cerdos, vacas y ovejas”. Joder. Menos mal que no les hicieron caso y, finalmente, el cornúpeta fue apuntillado en un lugar discreto. Porque no me habría gustado ser testigo del momento de la entrega del morlaco a los de la asociación animalista. Es que estos se creen que un toro de 550 kilos con dos pitones como cada uno de mis brazos es un lindo gatito que va a recibir sus caricias franciscanas con docilidad. Un toro de estas características no comparte cercado con nadie que no sea de su especie. Tienes que tenerlo en un lugar aislado, con un vallado que impida que escape y con unos portones de un tamaño y peso poco acordes con los que necesita una ovejita lucera, por poner un ejemplo de los animales que acogen en su asociación.
El otro espécimen digno de mención era una señora que se manifestó el domingo por las calles de Madrid y que se mostró indignada por el hecho de que, cuando murió su perro y ella “compartió en redes su dolor, nadie le dio el pésame, en cambio, a la viuda de Víctor Barrio”, (el matador de toros que murió en el ruedo de Teruel este verano) “muchos españoles le habían dado el pésame”. Delirante. No sé si esta señora está en el porcentaje de personas malas, o en el de las alelás, pero es bastante común, entre los animalistas radicales, esa tendencia a igualar a personas y a otros seres vivos, como si estuviéramos en el mismo rango vital. Pero yo sigo teniendo en mayor estima a la especie humana que a los chihuahuas. Fíjense, qué raro soy. Es más, pongamos por caso; si esta señora animalista estuviera siendo arrastrada por una riada junto a un perro/gato/hámster/pato/oveja yo, lógicamente, y sin dudarlo, arriesgaría mi vida por salvarla a ella. Con esto no digo que no sea yo un tipo compasivo respecto a otras criaturas de Dios, aunque, siendo francos, haría lo posible por salvar a los animalitos, pero sin jugarme en ello el pellejo. ¿Soy un hijoputa? Quizás, pero es tan obvio que no somos lo mismo que un perro, que no debería ser necesario ni explicarlo, aunque a un tanto por ciento de las personas con las que convivimos les parezca lo contrario.
¡Ay, los porcentajes! Yo tengo bastante sensibilidad ante las posibilidades estadísticas. Quizás es porque a mí, habitualmente, me pasan cosas que no le suceden a casi nadie. Por ejemplo, jugando al golf. Hay una cosa rara, que es hacer un hoyo en uno. Es decir, meter la bola en el agujero en el primer golpe. Yo, que soy un manta, he hecho ya dos hoyos en uno y, si hacemos caso a mis mini-estadísticas de Feber, en los años que me quedan me tendré que hacer, por lo menos, otros dos.
El otro ejemplo no es tan glorioso. Esto que voy a contar no se lo he oído relatar a nadie ni, en todos los viajes en carretera que he hecho, he vuelto a ver algo similar a lo que me sucedió en un mes de mayo del año 91. Yo, en aquel entonces, estaba en los informativos de Antena 3 y, uno de mis cometidos, era trabajar con el gran crítico taurino Vicente Zabala (q.e.p.d.) montando el vídeo de sus crónicas durante la Feria de San Isidro. Aquella tarde, no recuerdo si Ortega Cano o César Rincón, habían montado un taco mayúsculo y los del informativo de las 9 nos pidieron que les enviáramos imágenes de la faena y de la vuelta al ruedo con las dos orejas. Había muy poco tiempo para llegar. Era un viernes. Había un atasco brutal en la salida de Madrid hacia Burgos y, para que yo llegara a tiempo, nos mandaron un motorista que iba a llevarme sorteando los coches y jugándonos la vida. En menos de 5 minutos, no sé cómo, nos plantamos desde las Ventas en la cuesta de los Dominicos de Alcobendas y, empezando a subir hacia San Sebastián de los Reyes, sucedió. Íbamos entre coches y nos acercábamos a un camión de transporte de ganado. Yo no percibí nada extraño hasta que noté que el motorista, que llevaba casco y una chaqueta de cuero, escoraba extrañamente su cuerpo hacia la izquierda. Entonces lo vi. Como si alguien desde el camión hubiera abierto una manguera, de nuestra derecha salía un caño de líquido de un color muy parecido al de la manzanilla. Cuando me cayó encima y me empapó de arriba abajo entendí que, ni manzanilla, ni leches. Pis. Era pis. Acababa de mearme encima una vaca con toda su potencia. No sé si era una venganza porque sabía que venía de los toros, pero la vaca se alivió sobre mí y mejor no les cuento las risas de mis compañeros cuando me preguntaron si había llovido. Las mismas carcajadas que debió haber ayer en muchas redacciones cuando saltó la noticia de que la Barberá dijo que dimitiera Rita. Que esa es otra; no sé el porcentaje de políticos corruptos. Lo que sí sé es que el de políticos que dimiten cuando deben es cercano a cero.