Juro que no soy de esos que piensan que nuestra juventud fue mucho mejor que la de nuestros hijos. Tengo amigos que tienden a sentenciar que los chicos de hoy son peores que los chicos que fuimos nosotros y llevan su pensamiento a cualquier cosa; “nosotros leíamos más”, ”nosotros éramos más cultos”, “nosotros teníamos más respeto por nuestros mayores”…
Es cierto que son niños diferentes. Mis hijos son muy distintos de cómo éramos mis hermanos y yo, pero no sé si son peores. Aunque a mí hay cosas que me chocan, a pesar de que no sean demasiado importantes. Por ejemplo, en los últimos tiempos, se le ha quitado toda importancia a la fotografía de personas. Ahora ya casi nadie quiere salir bien cuando le hacen un retrato. Es más, millones de personas, sobre todo jóvenes, cuando les enfoca el objetivo de una cámara muestran caras extrañas, como poseídos por algún espíritu que les lleva a poner morritos y/o a colocar manos, brazos y piernas en diferentes posiciones.
Cuando yo era chico, uno hacía lo posible por salir bien en la foto. En unos casos era por pensar en la posteridad; no iba uno a dejarle al futuro una imagen de tío chorra. Otras veces, las más, era para que tu padre no te diera una colleja, por fastidiarle una foto de un carrete de 12, 24 ó 36. Y ya no te digo si la foto era con esos flashes desechables que costaban una pasta. Si te pillaban haciendo el ganso y averiabas una instantánea, ese día, además de la colleja, te quedabas la tarde en casa castigado, que era un drama. Porque claro, nos hacemos los listos, pero es que hace 40 años, si te quedabas en casa una tarde, en la tele durante varias horas sólo se podía ver la carta de ajuste. Y acababas jugando con los hermanos, o, si eso, leyéndote un libro. Yo, que ya de chico era un poco raruno, leía todo lo que me caía en las manos. Sin criterio. Y puedo decir que soy de los pocos seres humanos que se han leído los 4 primeros tomos de el Cossío, que es como el Espasa de los toros. Vamos, es que no creo que se leyera los cuatro volúmenes ni el propio don José María de Cossío, que fue el que dio nombre a la serie de libracos. Vaya; se lee hoy mi hijo esos cuatro tomos del tirón y lo llevo al psicólogo de cabeza. Pero, por mucho que nos empeñemos en mejorarnos con la nostalgia, lo mío no era muy normal y, en ratos de estar sin hacer nada, mis amigos y yo preferíamos deshojar plantas, mirar al techo o hacer trampas para hormigas, antes que sentarnos a leer un libro. Sin embargo nos sentimos mejores que esta generación de muchachos y muchachas que están más comunicados que nunca, pero a la vez más aislados que en la vida. No creo que a ninguno nos choque oír contar de reuniones de adolescentes en las que cada uno está con su móvil mandando mensajes, muy probablemente, a los que tienen al lado. Pero es que no son sólo los adolescentes; ya he visto en varias ocasiones mesas de restaurante en las que estábamos cuatro adultos, cada uno con nuestro móvil y todos con una excusa magnífica para practicar la descortesía; “es que tengo que mandar un wassap”, “es que me piden no sé qué” o “es que es mi hijo/a” que es una manera muy socorrida de excusarte sin que te miren mal.
La cuestión es que yo no reniego de los avances de las tecnologías, ni de que estemos en la era de la comunicación masiva e instantánea, pero creo que deberíamos hacer algo por guardar nuestra comunicación personal y, por supuesto, nuestra propia imagen. No sé si tienen cerca adolescentes. Yo tengo tres hijos en esa edad en la que tus padres te parecen unos bobos con los que no habría que tener piedad. Les aseguro que es imposible encontrarles en el móvil una foto en la que salgan normales. En la que no aparecen poniendo morritos, están ellos y sus amigos con caras de cantantes de grupo Punk, de tíos súper duros o de mozas de mirada inquietante. El otro día me encontré con una vieja amiga a la que no veía desde hacía años. Cogimos ambos nuestros móviles para enseñarnos mutuamente fotos de la familia y fuimos incapaces de hallar una imagen en la que nuestros respectivos hijos salieran con pinta de no tener algún trastorno de personalidad. Quedamos en hacer un reportaje a la familia e intercambiarnos postales en unas semanas. Y en eso estoy. Lo malo es que antes de publicar esta Cabra, leyó este texto mi hija la mayor y, sin decirme nada, se fue a escanear una vieja foto que encontró por ahí.
Hace un rato he recibido un email de Paula con el asunto: “Papá haciendo el bobo”. Sin más comentarios. Y esta es la foto. Yo soy el que está a la izquierda, haciendo el Tarzán junto a mi padre y mi hermano Javier en la Playa de La Concha. Pues eso, que a ver si va a resultar que los pobres tienen a quien salir…
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¿Y POR QUÉ NO LES ECHAMOS?
Lo sé. Me van a dar la del pulpo. Y a mi madre le van a pitar los oídos durante semanas. Pero estoy ya de los catalanes que quieren dejar de ser españoles hasta el testículo izquierdo. No digo el derecho, para que no me llamen facha, pero vaya, me da igual. Estoy, la verdad, hasta todo el relleno de la bolsa escrotal, mismamente. Y no es algo nuevo. Hombre, hay que reconocer que últimamente Mas está haciendo oposiciones para tonto del lustro, pero los catalanes llevan dando la matraca desde hace muchos años. Ya no nos acordamos de Jordi Pujol, pero durante décadas, en el gobierno de la Nación (de la nación española, quiero decir), no se movía un sofá sin que el Molt Honorable diera su consentimiento. Y daba igual el partido, porque tanto el PSOE como el PP (“Pujol enano, habla castellano”) han hincado la rodilla ante los nacionalistas. Y como consecuencia de ello hemos oído a nuestros políticos frases absurdas como “hablo catalán en la intimidad” (Aznar) o “el concepto de nación es discutido y discutible” (ZP). Y las frases, en sí, no son importantes. Lo jodido es lo que escondían; y era una entrega absoluta de los sucesivos gobiernos centrales a la apretura de pescuezo del partido bisagra por definición. Y, claro, de aquellos polvos (y no hablo, por Dios, de sexo explícito entre nuestros dirigentes, porque no tengo pruebas) vienen estos lodos.
La cuestión es que ahora mismo miles de catalanes piden tener derecho a decidir. Que es una solicitud algo perversa, porque da la sensación de que el marco legal en el que nos movemos ahora mismo no lo hubiéramos decidido nosotros. Es una matraca constante de los que pretenden, por su cuenta, cambiarnos las reglas del juego a mitad de partido. Y en este saco entran los republicanos y los nacionalistas. Resulta que España decide en 1978 en referéndum que seamos una monarquía parlamentaria con un sistema (más o menos absurdo, pero un sistema) autonómico que ya quisieran para sí la mayor parte de las regiones-autonomías del mundo. Pero eso no vale. Porque eso pasó hace mucho tiempo… y estábamos saliendo de una dictadura… y al Rey lo propuso Franco. Coño, ¿Y qué? Lo propondría Franco, pero lo votaron casi el 90 por ciento de los españoles. Es que no hay ni un solo monarca europeo que haya recibido tanto apoyo vía urnas como Juan Carlos I y no hay un sistema democrático occidental que tenga una Constitución tan reciente y tan masivamente apoyada como la nuestra. Pero, según los republicanos y los nacionalistas, hay que revisarlo todo. ¿Es poco legítima la Reina Isabel II de Inglaterra por el hecho de que los Windsor lleven toda la vida en Buckingham? Yo creo que no. Pero aquí en España, como tenemos un sistema electoral tan grotesco, cada vez que un gobierno no tiene mayoría absoluta se pone en manos de pequeños partidos regionales, con ansias más o menos independentistas, que acaban haciendo que el gobierno central gobierne para ellos durante unos cuantos ratos. Y así vamos.
Tacita a tacita, mayoría simple a mayoría simple, hemos ido construyendo un mapa autonómico que se cae por su propio peso y en el que multitud de niños están siendo educados en el odio-desprecio-desafección a España. Lo del otro día de los niños con discurso independentista en TV3 nos lo venden como algo inocente y casi sin importancia, pero a mí me parece una de esas cosas que te hacen ver que algo no funciona. Y los del gobierno catalán dicen que no hay una educación que marque a los niños de ningún modo. Ja. Yo todavía recuerdo lo que me reía cuando mi padre me contaba que él, de pequeño, estuvo muchos años creyendo firmemente que los rusos tenían rabo y cuernos y la piel roja. Porque era lo que les contaban en el colegio, en las misas, en su casa y en las casas de sus amigos… Yo puedo entender que haya muchos catalanes que aún tengan abierta la herida de las barrabasadas que se hicieron en Cataluña durante el franquismo con el catalán y con los catalanes no afectos al régimen. Pero, por favor, que eso pasó hace mucho tiempo y ya va siendo hora de que ambas partes dejemos a un lado la parte visceral que nos separa y busquemos acercarnos en aquello que nos une.
No recuerdo quién fue, pero hace unas semanas estaba almorzando con un grupo de amigos. Y uno de ellos propuso algo que me hizo gracia: “Coño; tanto que quieren irse de España, ¿Y por qué no les echamos?” La pregunta tiene su miga, pero, con lo que les gusta el victimismo a los nacionalistas en general (españoles y no españoles) lo mismo era mano de santo. Si pasamos del “¡España nos roba!” al “¡España nos echa!”, igual les sale un sentimiento patriota de algún sitio y deciden que no se está tan mal aquí. O, a lo mejor, ante el anuncio de que van a echar a Cataluña de España, los catalanes que quieren ser también españoles deciden salir del armario y decir quiénes son, qué piensan y qué sienten. De una puta vez.
EL TUTEO
No quería empezar esta Cabra del retonno, que diría Millán Salcedo, hablando de política. Quería dedicarme al abuso del tuteo, pero no me queda más remedio que referirme al atocinamiento general que padecemos. Y no me refiero al estado mental posterior a las vacaciones de verano, sino a una actitud ante la vida que está metida con fuerza en nuestro ADN hispánico. O sea; para que, como país, mandemos a alguien a la mierda nos tiene que pasar algo requetegordo, como que bajen a nuestro equipo a segunda o cosas así. Pero me sorprende ver que no haya manifestaciones diarias en contra de un gobierno central sostenido por un partido que parece estar hasta las axilas de heces. Me pasma que en Andalucía no haya habido ni una sola manifestación a las puertas del palacio de San Telmo para abuchear a los que se lo han estado llevando crudo con el asunto de los ERES. Del mismo modo, me desconcierta escuchar a nacionalistas españoles diciendo que la cadena de la Diada de ayer no triunfó tanto porque hubo muchos más en silencio que manifestándose. Ya estamos con lo de contar como propio el voto del que se abstiene. Pues no señores; en lo de Catalunya tiene mucha culpa el iluminado de Mas, pero hay muchísimos catalanes que creen firmemente que su país debe independizarse de España. ¿Que hay muchos catalanes que no quieren la independencia? Coño, pues que se manifiesten. Es que esto de la independencia-autodeterminación (no sé cuál es la diferencia) de Cataluña es un mantra que llevamos escuchando innumerables años. Y muchos que ahora dicen que no quieren la independencia les han reído las gracias a los nacionalistas catalanes y hasta han participado por acción o por omisión cuando se ha ridiculizado en público a los llamados “españolistas”. Porque, en público, en Cataluña, manifestarse español es correr el riesgo de que te llamen fascista y te miren como si fueras alguien con quien no merece demasiado la pena relacionarse. Y eso lo han aceptado tácitamente todos los catalanes desde tiempo inmemorial y hoy ya es un tren sin frenos que va a toda leche hacia la estación término, que se llama independencia. Y ¿quién le pone ahora el cascabel al gato de Mas? Yo creo que deben ser los catalanes que no quieren la independencia, pero esos están mucho más cómodos en su casa esperando a que venga alguien a solucionarles la papeleta.
¡¡Bueno!! Menudo mitin me ha salido casi sin querer. Es que lo de llevar mes y medio sin escribir hace que me desafore. Pero yendo a lo del atocinamiento. No es sólo cuestión de la política. A mí me inquieta ver la parálisis de los socios del Madrid ante los desmanes, uno tras otro, de Florentino Pérez, que acaba de pagar “sólo” (supuestamente) 91 millones de euros por un jugador que lo único que ha ganado es la Carling Cup, que es como una subcopa del Rey, pero ininglish. ¿Ha protestado alguien? No. Florentino, con diversas maniobras aclamadas unánimemente por la asamblea de compromisarios, le ha quitado al 99’9 por cien de los socios del Madrid la posibilidad de ser presidentes de su equipo y ha dejado el club en manos de una oligarquía en la que sólo tíos tan listos y tan multimillonarios como él pueden ser presidentes. ¿Ha habido alguien que proteste? No. Y ¿por qué?, pues por el atocinamiento.
Aquí en España nunca decimos nada, hasta que el que nos ha estado tocando las pelotas cae. Eso sí, cuando cae, somos crueles como pocos pueblos y le damos al interfecto hasta en el carné de identidad. A Florentino le pasará como a Mou, que tenía al madridismo unido como una piña, hasta que el mismo madridismo que le hacía la ola, empezó a hablar de él echando pestes. Lo que no tengo tan claro es cuándo sucederá que en Andalucía un día despertemos del letargo y mandemos a la mierda a los que llevan años haciendo de la Junta un enorme cortijo con nuestra anuencia, o cuándo en Madrid haremos eso mismo con los políticos del Parlamento de la Nación que se ciscan tan ricamente en los que les hemos votado. ¿Es casual, por ejemplo, que se borraran los datos del portátil de Bárcenas unos días después de que entrara en prisión? Hombre, me puedo poner en modo Osito de Mimosín y pensar que es casual, pero, sin necesidad de sacar la sagacidad de Sherlock Holmes, me da que muy casual no es.
Vaya me estoy liando. Yo quería, realmente, hablar de la invasión del tuteo y de la pérdida de importancia de cosas que yo considero que son importantes, pero me he salido una Cabra con más tocino que un cerdo ibérico. Pero es que creo que hay que hacer algo con lo del tuteo. Yo no digo que volvamos atrás; a esos tiempos en los que la gente llamaba de usted a sus padres y a sus suegros, pero no nos vendría mal un poco de la cortesía que se sigue conservando en muchos países de nuestro entorno. Ya me fastidia poner como ejemplo a los franceses, pero allí no se les cae de la boca el Monsieur y el Madame, cada vez que entras en un comercio. Aquí en Madrid entras en una tienda y no te llaman colegui de milagro. Eso por no hablar de los hospitales. A mi padre, que se llamaba Francisco Javier, pero todo el mundo le llamaba Javier, una de las enfermeras de sus últimos días, sin conocerle de nada, se le acercó, leyó el cartelito de su cama y le soltó: “¿qué tal has pasado la noche Paquito?”. A mi padre, con esas cosas, se lo llevaban los demonios, pero, por suerte para la enfermera, Paquito ya no estaba para broncas. Claro que lo de la enfermera es de alta educación si lo comparamos con la experiencia de una amiga mía cuando fue a depilarse hace unas semanas. La esthéticienne, tras depilarle las piernas, le preguntó si quería también que le rasurara las ingles. Mi amiga contestó afirmativamente y la delicada trabajadora, en un alarde de elegancia y de respeto a la clienta, le dijo: “Pues agárrate el chus, que voy”. Sé que entre la del “chus” y tratar de usted a los padres hay un término medio y yo me voy a proponer, como sea, en este curso que comienza, encontrarlo.
SPANISH TRUÑO
Pobres mis hijos. Les ha tocado un padre militante. Y no hablo de tener carnet de partido político (que podría yo ser presidente del Constitucional sin ningún problema); hablo de gente pesadita que, si decimos que algo se hace de un modo, lo mantenemos. A sangre. Ellos lo llevan más o menos bien. O eso dicen. Aceptan mis rarezas y saben que, en determinados temas, no les vale eso de “pues los padres de fulano…”
Por ejemplo, yo soy militante con lo de la piratería. Creo que las discográficas y las productoras de cine se han quedado en el pleistoceno y no saben aún por dónde les viene el aire, pero jamás he comprado cedés, ni películas en el top manta, ni me he descargado ilegalmente nada. Tengo amigos de esos muy progres que se la cogen con papel de fumar y que ponen a parir a todo el que defrauda de manera diferente a ellos, que tienen el ordenador lleno de música pirateada que no van a poder oír ni aunque vivan 350 años. Y cuando les dices que eso es robar, te miran muy dignos y te sueltan un rollo sobre los ejecutivos forrados de las multinacionales (cabrones) y no sé qué de stock options y precios abusivos, que les debe dejar muy suave la conciencia. Pero eso es robar. Y ya no te digo la que lías, si discutes esto con un amigo de derechas. El discurso de las multinacionales cambia por el de “losdelazeja” y esos artistas forrados (hideputas), esos izquierdistas de la gauche caviar y tal y tal y tal. La cuestión es que a izquierdas y a derechas, les parece estupendo disfrutar gratis de algo que cuesta dinero. Pero a mí no me parece bien. Por eso, cada mes, les dejo a mis 3 hijos comprarse, más o menos, lo que antes venía a ser un LP. Pueden gastar 12 euros mensuales cada uno en comprar música, que me sale a 36 euros por mes; unas 36 canciones. Entre todos son 400 títulos al año y, vaya, me parece que ya tienen para estar escuchando música buenos ratos.
Con esto mis hijos, mal que bien, me toleran. Pero se me están empezando a rebelar con otras de mis matracas, que es que vean cine español. Por definición, para mis hijos, no sé por qué, el cine español “es una mieeeeerdaaaa”. Yo les insisto en que no pueden ser tan burros como para meter a todo el mundo en el mismo saco, que también los yankees hacen malas pelis, pero que no todas nos llegan… No sé. Intento convencerles con películas extraordinarias antiguas y modernas, aunque me cueste la vida que sean capaces de tragarse una peli en blanco y negro. Luego se ponen y las disfrutan, pero se tiran los primeros diez minutos rezongando contra los ritmos narrativos en el cine antiguo. Ahora la mayoría de las películas se hacen a lo videoclip y, claro, métele al niño un plano secuencia de “Ciudadano Kane” diciéndole que es una cumbre de la cinematografía, que te manda a recoger caracoles al Ampurdán.
Pero a lo que voy, que me pierdo, es que me cuesta mucho convencerles para que se sienten con nosotros a ver cine español y, en las dos últimas ocasiones, pinché en hueso. La primera de ellas fue hace dos semanas. Teníamos grabada la película de “Alatriste” y les vendí la moto; “es una peli basada en las novelas magníficas de Pérez Reverte…” “La protagoniza Viggo Mortensen…” (esto molaba para mi hijo porque es Aragorn y para mis hijas porque es guapííííííísimo), “La escenografía y el vestuario son bestiales…” y conseguí sentarlos en el sofá después de la cena. Y menudo truño. Qué decepción. No sé si conocen ustedes la película o las novelas, pero a mí, leyendo los libros del Pérez Reverte, se me erizaban los pelillos de la nuca cada vez que aparecía en escena el malísimo Gualterio Malatesta. En la peli, Malatesta parece un ligoncete romano en horas bajas y mete menos miedo que Blanca Portillo que da tremenda grima vestida de fraile. La cuestión es que la película, que yo creía que podía ser la primera parte de una serie gloriosa, me condujo a un fracaso sin paliativos como padre hispanocinéfilo.
Pero el remate absoluto de mi caída como referente del celuloide para mis hijos llegó la semana pasada. Mi mujer estaba fuera y yo aproveché para hacer con ellos sesión de cine español. Habíamos grabado “El Artista y la modelo” de Fernando Trueba. Ante el anuncio, mis hijos comenzaron su letanía de “seguroqueesunrollo-elcinespañolesunabasura-¿porquénolavestúconmamá?”. Y yo ahí, imperturbable, diciéndoles que tuvo un premio en San Sebastián y que, aunque el comienzo era lentito, jamás había visto una película aburrida de Trueba. Coño, hasta que vi esta. A pesar de que salía una señora en pelotas casi todo el rato, aquel arranque de peli hay que reconocer que era un ladrillo y acabé acusando la presión de 6 ojos clavados en mí. Y a la media hora, cedí. Busqué con ellos entre las pelis grabadas y apareció Misión Imposible IV. Para qué decir más. En el rato en el que Jean Rochefort no había pintado ni media teta, Tom Cruise se había apiolado a 25 malos, había hecho caer rendidas de amor a 3 troncas espectaculares y había cambiado cinco veces el rumbo del futuro del planeta. Y a ver cómo se compite con eso. Puede que mis hijos sean algo más burros mañana, pero pasamos un rato estupendo y se fueron a la cama pensando que su padre, en el fondo, no es tan pringao. Y la de Trueba ya la veré con mi mujer un día en el que la churumbelada nos deje solos. Que ya nos va pasando cada vez más.
PEREZA, CORRUPCIÓN, TOROS Y SEXO
¡Pero qué pereza dan, por Dios!
Me van a perdonar que comience de esta manera tan poco alentadora y tan poco propia de un tío optimista como yo. Pero llevo días dándole vueltas al tema del que hablar en esta Cabra. Y mientras pensaba, el ambiente político del país se iba enmerdando día a día con lo del Bárcenas este que, a mí, por cierto, ya me parece casi lo de menos. Vaya, quiero decir que, en el punto en el que estamos, me resulta trivial si este señor ha robado a manos llenas o no, o si ha defraudado al fisco. Que digo yo que algo raro habrá hecho para acumular, como mínimo, 40 millones de euros en el extranjero. Es que ya nos parece que no es tanto, pero, repámpanos, es que son muchísimos miles de miles de euros y ya no te digo lo que es, si lo pasas a pesetas. ¿Se ha parado a pensar alguno de ustedes en los años que tenemos que trabajar como perros cualquiera de nosotros para poder acumular esa cantidad? Es que son cálculos que nadie hace, pero el salario medio español a día de hoy es de 19.668 euros al año. ¿Saben cuántos años debe trabajar honradamente, por poner un ejemplo, un señor de Antequera para ganar esos 40 millones de euros del ex-tesorero del PP? 2.033 años seguidos. ¿A que no se lo creen? Yo tampoco. Por eso me niego a aceptar, por muchas milongas que nos cuente, que el origen de la fortuna de Bárcenas sea lícito, salvo que sea inmortal y hubiera jugado a las canicas con Jesucristo. Y nosotros, sin saberlo. Pero, a lo que iba, que me despisto.
Para mí lo peor de todo esto no es que Bárcenas esté forrado, aunque me dé envidia, lo peor es que se lo haya estado llevando crudo del dinero que, a mansalva, le caía de manera irregular al partido en el gobierno. Y aquí todos mirando para otro sitio. Y Rajoy hablando a poquitos. Y la Cospedal diciendo que Bárcenas miente. ¿Pero miente acerca de los pagos en B a los dirigentes del partido? ¿O miente al decir que el PP cobraba millonadas por la puerta de atrás? Porque a mí, seré un quisquilloso, pero ambas cosas me parecen verosímiles. Y terribles.
¿Y los de enfrente? Los del PSOE, están como esos señores bien que acuden a burdeles y que se indignan y acusan con el dedo de la vergüenza a sus compañeros de mancebía cuando a uno de ellos lo pillan en un renuncio. Ahí está Rubalcaba exigiendo una limpieza que está por ver que cumpla el principal partido de la oposición. Es que miras a Andalucía y da la misma pena, pero al revés. Porque por allí abajo, los que hacen el don Tancredo son los del PSOE y los que están dándose golpes en el pecho en la puerta del lupanar son los del PP. Y lo más estomagante es que, cuando representan un papel y el contrario, lo hacen con tal seriedad y tal cinismo que yo pienso que, de verdad, asumen que somos imbéciles. Aunque algo de eso debe haber para que sigan gobernándonos así y no les mandemos a la mismísima mierda.
Por eso digo qué pereza. Ayer por la tarde hablaba con uno de mis amigos más queridos. Un hombre sabio de 76 años que está de vuelta de casi todo y con el que da gusto hablar de las cosas que pasan porque siempre les pone un punto de reposo. Y de distancia. Aunque estemos en el mismo fango, pone distancia. Pues este hombre sabio, desde hace tiempo, me habla mucho de la falta de grandeza. Paladas de grandeza les harían falta a los que nos representan y, probablemente, a nosotros mismos. Y, a la espera de que nos dé un ataque de grandeza, estamos en pleno ataque de pereza, que además rima. Y hablábamos de que andamos en un país en el que en determinados contextos no podemos pronunciar la palabra España o español sin temor a que se nos califique de fascistas. Le comentaba que hoy me he encontrado con el Ministro Wert. Estaba almorzando en el mismo restaurante que yo y, cuando he salido del baño, he cruzado con él la mirada e, inmediatamente, ha mirado hacia otro lado, como temiendo que yo también le abucheara. El señor ministro de Educación, Cultura y Deportes, ha metido algunas patas a lo grande, pero a mí me parece que es un tío sensato y con pelotas para hacer lo que cree que tiene que hacer, aunque a los santones de la corrección política les dé un alipori. Y yo opino que tiene más razón que un santo cuando dice que es absurdo lo que pasa en Cataluña con el idioma español, también llamado castellano. O cuando proclama que hay que pedir resultados a los que reciben ayudas públicas para estudiar y que tenemos que hacer planes de estudios más exigentes para no quedarnos atrás frente al resto del mundo. O cuando defiende la tauromaquia como una manifestación de cultura, aunque les pese a los que desearían que no se celebrara ni una corrida de toros más en España. Pereza me da sólo pensar en que muchos me van a poner a parir por decir esto. Pero qué más da.
En fin, menos mal que, como es verano, estoy más en casa con mis hijos y, de vez en cuando, me distraigo de la pereza ambiental con divertidos jeroglíficos como las preguntas existenciales de una pre-adolescente. Ayer por la tarde mi hija Macarena, que está punto de cumplir los 12 años, me soltó a la hora de la merienda, sin apartar el bocata de Nocilla: “Si nadie sabe si Dios es un chico o una chica, ¿Por qué siempre aparece como un chico? Es que a veces somos muy machistas”. Y siguió masticando como si tal cosa. Yo me retiré discretamente y me fui a documentarme a ver qué coño le digo hoy a la niña.
Nota del autor: Lo del sexo en el título no tiene nada que ver con el contenido de esta cabra. Ha sido una sugerencia de mi amigo Pepe Jordana para hacerlo más atractivo…
LA MALA EDUCACIÓN
No se refiere este titular a uno de esos momentos cinematográficos rencorosos que le salen de vez en cuando al gran Almodóvar, ni a los horribles resultados de los estudiantes españoles en los últimos años. Responde este título a la manera en que el jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, calificó los abucheos que están sufriendo distintos miembros de la Familia Real en las últimas semanas. Spottorno dijo esto en un encuentro sin grabadoras con los periodistas que habitualmente cubren la información de Zarzuela. Cada mes el director de comunicación de la Casa del Rey, Javier Ayuso, se reúne con estos periodistas para contarles qué es lo que va a pasar en los siguientes treinta días. Habitualmente Spottorno no acude a estas reuniones pero, cuando va, todos saben que hay miga. Y, en la última reunión estuvo Spottorno, y él y Ayuso se cubrieron de gloria.
Porque aquel día no era el Rey el que hablaba directamente. Estaban allí sus manos derechas. Los que cuentan lo que quiere contar el Rey. Pero se supone que se les paga, además, para asesorar a su Majestad y decirle qué le conviene, cómo le conviene y cuándo le conviene comunicar. Y, la verdad, es que, en los últimos tiempos, parece que esa asesoría al Monarca se la están haciendo El Gordo y el Flaco.
Vamos, yo nunca he estado en esa tesitura, pero si yo fuese el director de comunicación de Su Majestad habría intentado conducir a mi jefe por sendas muy diferentes a las que ha tomado desde que arrancó su annus horribilis. Y no me vale lo que dicen los que conocen Zarzuela de que el Rey manda mucho. Si a mí me contratan para ayudar a comunicar mejor, o se me deja que haga mi trabajo o me voy. Pero no salgo a hablar con la prensa para decir mamonadas como que a la Casa Real “más que preocuparles le molestan los abucheos por la mala educación que demuestran”. ¿De verdad ha dicho el Rey semejante estupidez? Y en el caso de que esto sea cierto, ¿No ha habido en Zarzuela nadie con cojones para decirle al Rey: “Majestad, usted no puede decir esto”? Porque creo que no están las cosas, ni el ambiente del país como para que lleguen desde Palacio reconvenciones al personal, por mucho que a mí me parezcan injustos determinados abucheos.
¿Qué te pitan en el Teatro Real? Respeto. ¿Qué te silban en un campo de fútbol? Respeto. ¿Qué te abuchean al entrar en un acto académico? Respeto. Y silencio. Pero jamás protesta, aunque sea “sotto voce” y utilizando una reunión mensual con los periodistas habituales. ¿En serio no hubo en Zarzuela nadie que midiera el daño que iba a hacer que apareciera el Rey calificando como maleducados a los que silban a la Familia Real?
Yo he conocido de cerca a muchas estrellas de la tele, a políticos y a altos directivos de empresas de los que se dice muy alegremente: “Ese es un gilipollas” cuando, en infinitas ocasiones, el soplagaitas es el que rodea al personaje. Hay muchos de estos seres humanos famosos y poderosos que tienen mala imagen sencillamente porque están rodeados de tontos del culo. Y me da la sensación de que eso es lo que está pasando en Zarzuela. Con esto me estoy fastidiando las ínfimas opciones que tenía de que me invitaran a una recepción del Rey, pero, si no lo digo, reviento. Es que creo que estos dos personajes están haciendo más por el regreso a España de la República que el más activo de los partidos republicanos.
Majestad, échelos y hágase el favor de empezar a comunicar de una manera que los españoles entiendan. Sé que usted mismo y algunos miembros de su familia no lo están poniendo fácil, pero creo que los españoles están dispuestos a perdonarle, si hace usted limpia y deja de llamarnos maleducados por persona interpuesta.
Y estaba a punto de rematar la Cabra, pero ¿cómo hago para no hablar hoy del PP? Y de Bárcenas. Y de Rajoy. Y de cualquiera de los dirigentes del partido en el gobierno que han abierto la boca en los últimos días. Imagino que los que llevan la comunicación de Rajoy debieron ir a la misma escuela que Spottorno y Ayuso, porque también se están luciendo. O sea; está en el trullo Luis Bárcenas, el ex tesorero del PP, y uno de los principales periódicos del país publica una entrevista con él en la que dice que pagó con sobres al actual presidente del gobierno. ¿Pasa esto y Rajoy, para explicarse, no monta una conferencia de prensa sin plasmas y con periodistas de verdad que pregunten? No. Y no sólo eso. Es que se permite ayer acudir a un acto en una fábrica de Opel, esquivar a los periodistas y decir, con dos escrotos rellenos, que no entiende que nos guste tanto hablar de lo no importante y sacar sólo lo malo. ¿¿¿¿¿????? Vaya; me estoy perdiendo algo; ¿que alguien acuse al presidente del gobierno de haber cobrado de manera irregular no es importante? Sería, como dice el título de esta cabra, para hacer gala de mala educación y, con todo respeto, señor Presidente, mandarle directamente a tomar por el culo. Pero, para que no me regañen Spottorno, Ayuso, ni mi mujer, ni mi madre, sencillamente, le mandaré a esparragar que es menos contundente, pero mucho más fino.
Quiero dedicar esta Cabra de hoy a la memoria de Concha Gª Campoy. Que descanse en paz.
LOS CANSINOS
La verdad es que al empezar esta Cabra andaba un poco desconcertado. Es cierto que un bloguero se debe a sus lectores, pero no sé yo si algunos están yendo un poco lejos pidiéndome, como se le decía a Alfonso Guerra, “¡Más caña!”. En la última Cabra sobre las becas yo creo que daba bastante caña e incluso llamaba a los políticos “pichasflojas”, con lo poco que les gusta a mi mujer y a mi madre que diga tacos en los posts. Pero hubo muchos que me acusaron de melifluo y de dar 3 de cal y 3 de arena sin mojarme. Así que no sé si, blando o duro, hoy voy a meterme con la gente pesada que se empeña en mostrarnos a los demás esas partes del camino que nosotros, por nuestra falta de sagacidad, no hemos sido capaces de apreciar. Son los cansinos.
En estos días, algunos de los cansinos más activos, los del deporte, están relamiéndose porque, por fin, se cumplieron sus vaticinios y España les ha dado la razón. Hay dos argumentos de los cansinistas futboleros que a mí me agotan especialmente:
1.- Del Bosque no merece reconocimientos porque todo lo que ha conseguido es gracias a que Luis Aragonés le dejó hecho el equipo.
2.- Íker Casillas es el peor portero del mundo pero ha conseguido engañarnos a todos durante lustros, incluso a los delanteros a los que ha parado balones inverosímiles. Y le han dado varias veces el título de mejor portero del mundo no se sabe muy bien por qué.
Respecto al primero de los mantras de los cansinos, el de Del Bosque, es casi para no contestar. Pero vamos, seguir hablando de herencia cuando, desde que se fue Luis Aragonés, han pasado cinco años, un Mundial, una Eurocopa y decenas de partidos y eliminatorias, igual es un poco exagerado, ¿no? ¿Las vidas de los pesados que dicen eso no han cambiado nada en 5 años? Porque hombre algo de mérito habrá que darle al seleccionador en el hecho de haber ganado un Mundial y una Eurocopa con movimientos tácticos tan curiosos como jugar sin delantero centro. Es un poner.
Respecto a lo de Íker. En fin. ¡Qué daño ha hecho Mou! Me da rabia porque resulta que me estoy poniendo yo cansino defendiendo al portero, pero es que hay ahora mismo miles de personas que están deseando que a Íker le metan un gol para decirte con cara inquisitoria: “¿Lo ves? Es un mierda”. Aunque el gol que le metan no se lo hubiera podido parar ni el Inspector Gadget.
Pero los cansinos no sólo dan el coñazo en el fútbol. Otros de mis pesados favoritos son los profetas del cambio climático y los que niegan esas alteraciones que afectan al planeta. Si tengo que elegir cansinos, me quedo con los ecologistas que, por lo menos, están consiguiendo que cuidemos más la Tierra, pero hay que reconocer que ambas partes son realmente la brasa humana. Yo creo que no hay nada peor para los defensores del planeta que sus propios alarmismos. Si cada vez que pasa cualquier cosa la atribuimos al cambio climático, llega un momento en el que la gente empieza a pensar que algo huele a chamusquina y les estás dando munición a los que niegan que el planeta está sufriendo por culpa de los humanos. Por ejemplo, yo llevo oyendo desde que tengo seis años la amenaza de que el sur de España va a ser un desierto en 15 años. Pero pasan decenios, no ves camellos por la Alhambra y, claro, la gente deja de creerte y salen como champiñones los listos negacionistas que son, como los de los goles de Íker, pero con la meteorología. Son aquellos que un día 22 de enero, en Madrid, a las 7 de la mañana con un frío de tres pares de compañeros te dicen todo satisfechos: “Joder, ¿pero no se estaba calentando el Planeta?” Y si tú intentas explicarles que no se trata de eso, te llaman perroflauta, giliprogre, ecolopollas o cosas incluso peores.
Pero yo, de los cansinos, querría destacar a unos a los que tengo especial aprecio. Porque son pesados que pretenden evangelizarte, pero por tu bien, no por el suyo. Son los dueños de perro que quieren convencerte de que, lo mejor que le puede pasar a tu vida, es que alguien te diga guau por las mañanas. Y yo lo siento, porque sé que intentan convencerme desde el afecto, pero a mí me parece que los perros están claramente sobrevalorados. No niego que son una magnífica compañía, que son fieles e incluso que tengan efecto terapéutico en muchas personas enfermas. Pero, por ejemplo, se mueren a los 14 años y a mí no me apetece tener un drama familiar cada tan poco tiempo. Recuerdo cuando murió el perro de uno de mis mejores amigos de la infancia. Era un collie, se llamaba Yinyo y era uno más de la pandilla. El día en que se murió lloramos como si el muerto hubiera sido uno de nosotros y yo, entonces, me prometí que jamás tendría perro. Aunque, claro, también está el tema de los escrúpulos al ver cómo mis amigos los perrunos achuchan a sus canes. Yo no soy demasiado asquerosito, pero jamás le daría un beso en los morros a una señora que fuera por la vida oliendo los culos de los demás, que es lo que hacen los perros cada vez que se encuentran con un amigo. Y me van a perdonar que corte abruptamente, pero me voy a ir para Génova, 13, que me han dicho que están colocando los monitores de plasma. Es que creo que Rajoy3.0 va a hacer una rueda de prensa sin preguntas sobre el ingreso en prisión de “esa persona”, que resulta que se llama Luis Bárcenas.
LO DE LAS BECAS
Hala. Ya lo he dicho, pero a ver cómo sigo porque el titular hay que reconocer que, en estos días, atrae.
¿Me pongo del lado del ministro Wert, al que no me une una especial antipatía, ni simpatía y le toco un poco la chepa en estos tiempos en los que le critica hasta la presentadora del telecupón? ¿O le doy hasta en el carnet por fascista enemigo de los hijos de los trabajadores que no tienen dinero para acceder a los estudios universitarios? Pues qué quieren que les diga, oigan, me sucede, y ya lo he dicho en alguna ocasión, como en las pelis de juicios. Que oigo a Wert y me convence. Y escucho a los que se cagan en sus muelas y también considero que tienen su punto.
A mí me parece de cajón que en España, en muchos aspectos, seguimos viviendo creyendo que el Estado es una enoooorme teta de la que podemos chupar todo lo que queramos sin que se gaste. Y, si además hemos cotizado algo a lo largo de nuestras vidas, ya hasta podemos ponernos chulitos con la teta porque, oye, “nos lo hemos ganado”. Y lo que más me sorprende de todo esto es que muchas de esas estructuras en las que el Estado se mete hasta nuestro tuétano son creaciones franquistas y maneras de funcionar profundamente fascisto-comunistas. Totalitarias, vaya. El Estado te da de mamar y tú mamas. Y eso nos da una tranquilidad que, en muchos casos conduce al amojamamiento. Y los que más defienden este sistema son precisamente aquellos a los que más se les llena la boca hablando de antifranquismo, aunque cuando Franco vivía ellos, como yo, jugaban al yo-yo y a cambiar estampas de jugadores casi en blanco y negro. Lo malo, como siempre, en este tipo de sistemas son los que abusan de él. Que no son pocos. Y menos en España, que somos los campeones del mundo de la picaresca.
Es obvio que tiene que haber una exigencia a los estudiantes a los que el Estado beca. Pero es obvio también que no puede haber tabla rasa. No es lo mismo un 6’5 en cualquier ingeniería que en Periodismo. Como no es el mismo 6’5 el que saca un estudiante en una Facultad muy exigente que en otras en las que se califica de manera más laxa. Y, por supuesto, no es lo mismo un estudiante brillantísimo que saca el 6’5 con la gorra, que aquel que hace un esfuerzo sobrehumano para alcanzar un 5’3 que, al final, es un aprobado. ¿Merece más la beca el estudiante brillantísimo, o el menos brillante, pero muy trabajador que no llega a la nota de corte?
No sé, probablemente conseguir un seguimiento de cada caso sea muy complicado, y no estemos preparados en España para una atención tan personalizada al estudiante universitario. Pero lo que es indudable es que el Estado debe exigir al que le da algo. No sé por qué está tan metido en nuestro cerebro lo de la Gran Teta. Yo he tenido en casa a una asistenta que, tras meses de baja por un problema de espalda, me vino diciendo que ella, lo que quería, era que le dieran una incapacidad. ¡A los 33 años! Y me imagino que si esto lo lee algún empresario le sonará lo de trabajadores que te pedían que les echaras para irse al paro porque estaban muy cansados, porque necesitaban un tiempo de parón o, juro que a mí esto me ha sucedido, porque querían estudiar una oposición y, si les echabas podían tener el paro y estudiar a la vez. Y ¿por qué nos pasa esto? Pues porque tenemos un sistema podrido y unos políticos pichaflojas a los que les parece que es inhumano establecer un control sobre aquel al que se le da una ayuda estatal. Ojo; yo no estoy diciendo que el Estado no ayude. Estoy pidiendo que se le exija a aquella persona a la que el estado ayude y que, si a alguien se le pilla con el carrito del helado, se le caigan las bolingas. Pero claro, para pillar a alguien hay que establecer controles y eso nos parece fatal.
Pero aquí no. Aquí todo lo que suene a exigencia es fascismo y a Wert se le ha echado encima media España. Y ahí le ha salido, por un lado, la Soraya del Psoe con cara de muchísima pena diciéndole. “¿Pero cómo podéis hacerle esto a los nuestros?”. Y, por otro lado, le salen los del PP, con esa cara que ponen los de derechas cuando pillan en un renuncio a uno de los suyos que ha salido malote: “Pero Wert, locuelo, ¿cómo se te ocurre decir estas cosas?”. La cuestión es que el Ministro, que no está saliendo muy hábil, les ha venido de perlas a los del PP. Porque con Wert se ha cumplido lo de correr en auxilio del vencedor, pero al revés. El Ministro se está convirtiendo para sus compañeros en una magnífica cabeza de turco o en el chivo expiatorio. Vaya, en el pringao del cole de toda la vida. “¿Que los datos de lo que sea no son muy buenos? Tranquis que ya saldrá Wert a montar un pollo para que se olvide esto en dos patadas”.
Y por cierto, perdonen que corte así bruscamente, pero voy a llamar a mi asesor fiscal, que está con mi declaración, no vaya a ser que el Ministro Montoro me haya comprado 3 fincas en Jaén y esté aquí yo como un tonto escribiendo cabras, en vez de disfrutando de mis olivares.
ANALGESIA
Probablemente a algún concursante de Gandía Shore o de Mujeres Hombres y Viceversa, esto de la analgesia le suene a marranada; a algún tipo de técnica de sexo vía rectal. Los lectores de la Cabra saben que hablo de la ausencia de dolor. Porque estamos en la era de la profilaxis y la analgesia. Y ambas cosas están muy bien en el ámbito hospitalario, pero no sé si tan bien en el ámbito de la educación de los hijos.
LA CRUDEZA DE LA VIDA… Y DE LA MUERTE
Yo recuerdo de mi infancia escenas verdaderamente crudas de la vida y de la muerte de seres humanos y de animales que les estamos vetando hoy a nuestros hijos no sé muy bien por qué. No digo que sea necesario para la educación ver algo tan cruento como la matanza de un cerdo, o la degollación de una gallina, pero es que los niños de hoy, salvo alguna visita a la Granja Escuela, han visto menos campo que Harrison Ford en Blade Runner.
Los niños no saben que hay que matar animales para comerlos, porque hacemos lo posible por quitarles la vista de la muerte en la vida real. Y digo en la vida real porque, en la tele y en los videojuegos se hartan de ver cadáveres fritos a tiros y a bombazos sin inmutarse. Y nos importa un pimiento.
Esa es la muerte a distancia. El dolor y el horror envueltos en una mezcla de materiales plásticos. Y lejitos. Y si nos fijamos en nuestras caras frente al televisor, lo vemos todo con cierta frialdad mientras apretamos convulsivamente un botón en el videojuego o mientras tenemos en la mano el mando a distancia para cambiar de canal si lo que vemos en el telediario nos desagrada en exceso.
No digo que estemos criando una generación menos sensible. Digo que les estamos robando a nuestros hijos sentimientos, reacciones emocionales y experiencias que nos ayudan a afrontar en mejores condiciones la vida. Y la muerte.
LOS NIÑOS Y UNA MUERTE CERCANA
Recuerdo cuando murió mi padre. El empeño que tenían algunas personas en apartar a los niños de la fase final de la enfermedad y del mismo dolor posterior a la muerte. Yo me enfrenté a los que pretendían que mis hijos no tuvieran la oportunidad de ver a su abuelo yéndose y de poder decirle adiós. Aunque, para hacerlo, tuvieran que tragarse las lágrimas e irse a casa con un nudo de angustia en la tripa.
Yo les pregunté uno a uno si querían ver a su abuelo en el hospital. Y los tres me dijeron que sí. Y los tres eran perfectamente conscientes de que su abuelo se estaba muriendo y de que no iban a pasar las tardes en una zona recreativa. Pero fueron allí. Y yo les agradecí tremendamente que fueran. Y creo que mi padre lo agradeció también en el alma. Y, cuando murió, mis hijos estuvieron con nosotros en el tanatorio para recibir a los amigos y para despedir a un hombre al que querían muchísimo.
Yo no sé qué recuerdo les queda a mis hijos de aquellos días. No lo hemos hablado todavía. Pero estoy seguro de que están contentos de haberlo vivido así. Sobre todo porque esos días les hicieron darse cuenta de que la vida es maravillosa, pero también es jodidamente dura. Y, desde entonces, no digo que quieran más a sus abuelos, pero sí que los tratan siendo conscientes de que, cualquier día, pueden faltarles. Y son más cariñosos con ellos. Más atentos. Y disfrutan de sus abuelos intensamente como yo disfruté de los míos.
UN OJO QUE ES OJETE
Claro que a veces en esa relación hay que tener cuidado y explicarles a los niños que no todo lo que dicen sus abuelos va a misa. Sobre todo algunas de las cosas que dice mi suegra. Todavía me duelen los abdominales recordando la frase con la que nos obsequió un día de este invierno terriblemente frío. Llegó a casa con los ojos vidriosos, frotándose las manos y quejándose de que ahí fuera se caían los pájaros. Para apoyar su argumentación, mientras se acercaba un pañuelo a los párpados nos dijo a todos: “¡Ay! Es que, con este frío, me gotea el ojete”.
Yo sé que ella no quería decir aquello. Y que el diminutivo cariñoso en “ete”, realmente quería haber sido en “ito”. Pero a mi suegra, que es una mujer moderna, ojito le debió parecer cursi y tiró por el ojete. Con todas las consecuencias.
Y me encanta recordarlo, porque me río mucho. Aunque sé que esto me va a costar un disgusto con ella, que me amenazó con algo peor que la muerte si algún día contaba el sucedido. Pero, lo siento Suegra, esta Cabra me estaba quedando un poco triste y hoy tenía que recuperar también uno de los días en los que más me he reído en mi vida. Y con una abuela de por medio.
EL TRABAJO BIEN HECHO
Al final va a resultar que el Rey mató a Manolete. Viene esta frase a cuento del titular que leí anteayer en “elmundo.es” que contaba, textualmente, que “tres primas del rey” estaban imputadas en la trama de blanqueo de dinero de Gao Ping. No sé a ustedes, pero a mí esta noticia, así titulada, me parece un auténtico truño profesional. A primer bote, uno lo lee y piensa, “si es que, menudos chorizos; otras Urdangarinas”. Y claro, hasta el más antimonárquico tendrá que reconocer que no es lo mismo que haga pirulas el marido de tu hija, que el que las hagan tus primos segundos, terceros o cuartos. Vamos, yo creo que en mi familia la mayor parte del personal es gente honrada, pero ¿podría poner yo la mano en el fuego por todos los hijos de los innumerables primos de mis padres? Ni borracho. Ni creo que puedan hacer lo mismo los directores de los diversos medios que publicaron con esa mala leche la noticia. Porque, al introducir el nombre del Rey en el titular, ¿qué se pretende? Yo creo que hacer daño y, sin decirlo, insistir (eso en el periódico de Pedro J. lo están haciendo de una manera demoledora) en que el monarca y su entorno son una ralea de choricetes a los que deberíamos quitarnos de encima cuanto antes.
Pero, ¿sabe Pedro J. lo que hacen sus primos segundos? ¿Y se le puede responsabilizar de ello? Si mañana se descubre que un primo segundo de Pedro J. dirige una red de clubes de alterne en los que hay explotación sexual de inmigrantes ilegales, ¿puede publicar, por ejemplo, “El País” una noticia titulando “Un primo de Pedro J. detenido por proxenetismo”?. Yo creo que no. Si en El País se publicara una noticia así, los redactores y sus jefes estarían faltando a la ética profesional y titulando de manera tendenciosa para perjudicar a una persona no afín. Que es lo que creo que han hecho, con esta noticia, varios medios con “El Mundo” a la cabeza.
Pero es que estamos en una época en la que estas cosas dan un poco igual. No sé qué extraña epidemia está contagiando al periodismo de la ligereza habitual en las redes sociales. Yo puedo entender que un adolescente haga el bobo y tenga poco cuidado en lo que dice y difunde a través de esos medios de comunicación invasivos en los que nuestros hijos y nosotros estamos metidos horas y horas cada día. Lo que me parece inadmisible es que periodistas supuestamente serios acaben ejerciendo la profesión con esa misma frivolidad, como si lo que uno publica en un medio informativo fuera equiparable a lo que alguien suelta alegremente en su cuenta de Twitter. De hecho se han producido ya abundantes resbalones periodísticos por hacer caso a infundios que alguien dejaba caer en las redes sociales. Lo malo es que, cuando el periodista se da cuenta del patinazo y rectifica, en muchos casos ya no tiene remedio y la imagen de la persona a la que se ha hecho daño, ha sufrido una mancha difícilmente reparable.
Hoy mismo ya varios periódicos dicen que esas 3 presuntas primas del rey son muy lejanas y que Su Majestad no ha comido con ellas en los últimos 75 años, que son los que tiene el monarca. Pero para muchas personas, miles de ellas muy inteligentes, la noticia caló en esa parte blanda del cerebro en la que se aloja todo aquello que nos ratifica en nuestros pensamientos más asentados. Y, claro, borra esa sensación de “ya lo decía yo” al leer la noticia a cuatro columnas, con una rectificación de mierda en 2 líneas escondidas unos días más tarde.
Pero bueno, voy a cambiar de tercio, que me da que con este post me voy a buscar alguna enemistad entre los míos, que ya se sabe (y es una frase que se lanza a menudo en mi profesión) que “perro no come carne de perro”. Y para que mis compañeros no se me enfaden voy a enseñarles una foto que demuestra que no somos sólo los periodistas los que, de vez en cuando, hacemos mal nuestro trabajo.
La imagen está tomada en la segunda planta de un aparcamiento público de Madrid y me parece que podría ilustrar la portada de un libro de “Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio”. Le debieron dar a un empleado del parking una S, un punto para apoyar la abreviatura de sótano y un 2. Lo que debía aparecer colgado en la pared del sótano segundo era “S.2”. Si se fijan, no es que no se haya esmerado en su tarea atornilladora. Es más, la “S” y el “2”, que podrían sostenerse con algo de silicona o con un tornillo bien colocado, llevan dos tornillos más apretados que una morcilla de Burgos. Con mala leche. Y lo más tremendo es que están puestos como si lo hubiera hecho un niño de cuatro años. La S por un lado escorada hacia la derecha. El punto por otro. Y el 2, como escalando un monte, alejado del punto y yendo hacia arriba.
Pero eso no es lo peor; lo increíble es que he vuelto a pasar varias veces por el aparcamiento y a los jefes del operario les debe gustar cómo queda, porque ahí sigue el rótulo picassiano informándonos de que estamos en el sótano 2. Indudablemente.