CALIFICACIONES MORALES

Me gustaría conocer a alguno de los seres humanos que se encargan de hacer la calificación por edades de los contenidos que salen por cine y televisión. Yo me considero una persona abierta, avanzada y creo que no tengo excesivos prejuicios sobre casi nada, pero sobre todo no tengo prejuicios en temas sexuales. Vamos, eso digo yo; supongo que mis hijos opinarán diferente sobre cómo soy, pero lo que quiero decir es que no me parece mal que se vean culos y tetas, que se sugiera algo de sexo y que haya algo de violencia en películas de esas que se denominan “familiares”. Opino que el sexo, la violencia y la muerte forman parte de la vida y que, mientras no se muestren con exceso de crudeza, ni de una manera gratuita, pueden y deben ser vistos por los infantes sin generarles un trauma. Claro, que una cosa es eso y otra que te encuentres en el salón de casa sin saber dónde mirar porque, en una serie supuestamente recomendada para mayores de 12, tu hija de 12 años ve secuencias que yo considero que no debe ver una niña de esa edad.
Y eso que el asunto hasta tuvo su gracia. Estábamos viendo en familia los primeros capítulos de la serie “Homeland”. No sé si la conocen, pero está calificada para mayores de 12 y ahí estábamos todos esperando deleitarnos con la que se considera una de las mejores series de los últimos años. Ya habíamos visto algunas escenas de violencia crudísima y otras de cama subidas de tono, pero, en el tercer capítulo, el protagonista decide tener un momento de amor propio con su señora de cuerpo presente. Vaya, que el susodicho empieza a masturbarse mirando a su mujer que, estupefacta, se ha desnudado para él. Cuando nos dimos cuenta, mi mujer le pidió a mi hijo que echara para adelante la grabación. Mi hijo, intentando darle al “fast forward”, le dio a la doble velocidad y allí aparecía Damian Lewis (que así se llama el actor), moviéndose convulsamente como un conejo hiperactivo, mientras mi hija la pequeña se desternillaba de risa. Porque, a ver; Macarena sabe perfectamente lo que es la masturbación, como sabe perfectamente que hay gente que tortura y que hay terroristas y guerras injustas y ejércitos supuestamente buenos que masacran a poblaciones civiles y decenas de niños en esos “daños colaterales inevitables”. Pero una cosa es saberlo y otra que deba verlo con tanta crudeza en una serie, supuestamente, destinada a gente de su edad. Imagino que no es fácil dar con la tecla, porque no pienso igual yo que mi vecino, ni mi vecino igual que su prima la de Gijón. Pero se supone que para eso hay profesionales que deben tener claro que el que se vean determinadas cosas a una determinada edad no es recomendable. Y, al menos desde mi punto de vista, esos profesionales, la cagan con frecuencia.
Pero bueno, hablar de este tipo de calificaciones morales de películas y series en un país como el nuestro es una risa, cuando tenemos problemas mucho más graves que también tienen que ver con la “moral”. Por ejemplo la corrupción de políticos y no políticos o lo del Ministro Gallardón y su empeño en reformar de la ley del aborto. Gallardón les ha salido rana a todos los izquierdistas que creían que era “uno de los suyos”, un submarino progre en el PP, un quintacolumnista, como le han llamado con frecuencia sus propios compañeros de partido. Pero no. El Ministro de Justicia se ha convertido en el Anakyn Skywalker* de la izquierda española. No sé si el Canciller Palpatine** es Rajoy o más bien Rouco (le pega más), pero la izquierda siente que “su” Alberto Ruiz Skywalker se les ha pasado al Lado Oscuro y parece que ya no lo sacan de ahí ni con aguarrás. Encima, el empeño del ministro está haciendo que otros, como Monseñor Rouco Varela, sufran las consecuencias. En fin, yo no le tengo ninguna simpatía al Arzobispo de Madrid, pero me dirán ustedes qué hacían las de Femen el pasado domingo tirándole bragas con manchas rojas al prelado. A mí Rouco me parece un lastre para el mensaje renovador del Papa Francisco, pero, que yo sepa, el arzobispo no manda más que en la conferencia episcopal y ni legisla, ni está (gracias a Dios, por otra parte) al frente de ningún ministerio. Pero eso no significa que deba estar callado. A mí no me gusta lo que opina Rouco y creo que sus mensajes, por lo general ultraconservadores e intransigentes, le hacen mucho daño a la Iglesia real que es la que está, de verdad, al lado que los que sufren, pero pienso que debe tener todo el derecho del mundo a expresarse. También tienen las de Femen todo el derecho a expresar su desacuerdo con el arzobispo, pero hay maneras mucho mejores para hacerlo que la de lanzarle bragas y empujar cobardemente a un anciano con un mensaje cargado de poesía como “Toño, fuera de mi coño” escrito sobre el pecho. Me gusta la gente transgresora y valiente y creo que algunas de las acciones de Femen han sido valerosas y han ayudado a dar visibilidad a sus reivindicaciones, pero, honestamente, me da que con esto están errando el tiro. Creo que, si hay en España una confesión religiosa intransigente, retrógrada, machista, anclada en el siglo XV y que, en algunos templos, incita a la guerra religiosa, esa no es la Católica. Quizás deberían las de Femen reservar sus bragas para alguno de los líderes religiosos musulmanes radicales que hablan de infieles y de mujeres en casa con la pata quebrada en muchas mezquitas. Y no tienen que irse a La Meca. Las tienen aquí mismo, en cualquiera de nuestras ciudades, a la vuelta de la esquina.

* Anakyn Skywalker. Personaje de Stars Wars. Es un caballero Jedi que acaba traicionando a sus compañeros y amigos para pasarse al Lado Oscuro de la Fuerza.
** Canciller Palpatine. Malo malísimo que pretende lograr el poder absoluto. Convence a Skywalker de que se pase al lado Oscuro de La Fuerza prometiéndole que, con él, conseguirá evitar la muerte de su amada.

LOS HIMNOS

¡Qué espanto cómo cantan los de la nueva grada joven del Bernabéu! Jamás pensé que iba a decir esto, pero anteanoche, en el partido de la Copa del Rey contra el Espanyol, hasta se echaba de menos (musicalmente hablando) a los Ultras Sur. Es que da igual lo que entonen los nuevos mozos, porque todas las canciones parecen la misma y da la sensación de que los que cantan son quinientos tíos que se han emborrachado para mitigar el dolor que les ha provocado la extracción sin anestesia de varias piezas dentales a cada uno. No lo digo sólo porque desafinen como gatos capados violentamente, sino porque, además, vocalizan como si tuviesen inflamadísimas las encías. Espero que ensayen y mejoren, porque no me gusta nada ese sentimiento de añorar a los Ultras, ni siquiera por su empaste coral.
Lo pensaba el otro día a raíz de la muerte de Blas Piñar. Leí en Internet algunas necrológicas laudatorias y no se me ocurría el motivo por el que alguien puede alabar a las personas totalitarias. Y pensando en eso, dándole vueltas a los motivos de alabanza, llegué a la conclusión de que, al menos para mí, la única aportación positiva de los totalitarios al mundo ha sido su escenografía. Y ahí dan igual izquierdas o derechas. Los que tienen como objetivo aplastar al que no opina como ellos son conscientes de que deben hacer fastos increíblemente espectaculares con dos objetivos; el primero animar a los tibios para que se sumen a sus gloriosas filas y, el segundo, acojonar tremendamente a los enemigos para que se den cuenta de que ellos tienen un poder babilónico. Hay que reconocer que embelesa y acoquina a partes iguales ver los desfiles que montaba Hitler, o los que organizaba la URSS o, más recientemente las paradas militares del amigo de Dennis Rodman, el dictador Norcoreano Kim Jong-un. Y luego hacen unos himnos sobrecogedores. Lo malo es la cantidad de muertos y gente jodida que han dejado a su paso, pero hay que reconocer que muchos himnos fascistas y comunistas tienen la capacidad de hipnotizar al que los escucha porque buscan hacer parecer como menos malos a los que matan envueltos en acordes de tanta belleza.
Que esto de los himnos me recuerda que somos una de las pocas naciones del mundo que no tiene letra en su himno nacional. Y a mí me da pena. Porque es una de esas cosas que nos convierten en un país pedorro, visto desde fuera. Un país en el que la mitad de la gente se avergüenza de su bandera, en el que, para millones de personas, sentir emoción al oír tu himno nacional es ser un facha. Una tierra en la que millones de personas, ven imposible que uno pueda sentirse catalán, vasco, gallego o andaluz sin que eso suponga renunciar a sentirse español. Y viceversa. O, afinando más, un parlamento en el que políticos de un partido nacional, son capaces de decir que el homenaje mensual a la bandera en la plaza de Colón que propuso en 2002 el entonces ministro Trillo podía “herir sensibilidades” y en Euskadi y Cataluña se podía entender como una “provocación”. Estamos muy tontos. Y esa tontería es la que ha hecho que durante décadas hayamos sido incapaces de sentarnos para aprobar una letra de himno. Y no pasa nada por hacerla. De hecho hay himnos de muchos países que dicen burradas chocantes en países democráticos y pacíficos. Por ejemplo, la Marsellesa, que habla de sangres impuras y de brazos vengadores. O el himno italiano y el polaco, por poner dos ejemplos, que mezclan a Dios y a sables y a la muerte para unir a Italia o liberar Polonia. Pero es que también podemos hacer un himno tan políticamente correcto como el inglés o el americano, salvo la parte esa del “God save” o el “in God is our trust”, porque dicen los no bíblicos, que se refieren al Dios judeo-cristiano. No sé, cualquier cosa excepto seguir viendo a nuestros deportistas internacionales poner cara de “pues yo no canto”, mientras entre el público suena atronador el “LOLO-LOLO-LOROLOROLOROLO-LOLO-LOLOROOOOOO” que tanta vergüenza me produce sobre todo cuando lo he escuchado junto a algún extranjero. Porque, lo normal, es que, al oír esos versos, el forastero te pregunte: “¿Y qué dice la letra?”. Y no sabes qué contestarle porque te da fatiga reconocer que no tenemos letra porque a la mitad del país le parece un himno facha y no hemos conseguido ponernos de acuerdo para encontrar un poema que encaje.
Claro que tampoco está mal la vergüenza que te da cuando alguien de fuera te pregunta por nuestros políticos. Y no sólo por lo que malgastan o por lo que han robado o han permitido robar a otros impunemente. Es que últimamente preguntan mucho por nuestro Ministro de Justicia, que está que se sale. La última ha sido que parece sacada de un guión de Faemino y Cansado. O sea; dice el Ministro que la ley del Aborto que él propone va a hacer crecer la economía porque va a aumentar la natalidad. Joder; no puede ser que lo haya dicho en serio. Pero claro, con cosas como esas, me pasa que, cada vez que Gallardón abre últimamente la boca, me recuerda a aquella muchacha del primer Gran Hermano llamada Ania. En un hallazgo lingüístico sin precedentes, la tal Ania, para expresar lo mucho que necesitaba evacuar su vejiga dijo a sus compañeros y a toda España: “Me meo que te cagas”. Pues eso.

ESTOY GORDA

Seguro que les suena la frase. Si es usted hombre, la habrá oído a su madre, hermanas, primas, amigas, esposa e hijas. Incluso, con un pelín de confianza, a alguna compañera de trabajo. Y si es usted mujer, me jugaría un brazo a que la ha pronunciado al menos 50 veces a lo largo de su vida. Mi mujer y mi hija la mayor me van a matar, pero ellas lo dicen por lo menos 50 veces al año. Y me quedo corto. Y les juro que están muy lejos de ser gordas.
Buff. Me estoy acordando de mi amiga Marta Barroso, que es una magnífica periodista y últimamente la estoy descubriendo como una finísima articulista. Vaya; no me acuerdo de Marta por lo de gorda, que quede claro… Me acuerdo porque ella habla con frecuencia en su blog “Gente y aparte” de temas familiares y su marido la tiene medio amenazada con mandarla a la porra si no corrige la deriva de sus artículos. Pero ella, ahí sigue, como dirían unos amigos míos, “to the foot of the canyon” sin temor a las represalias. Pues yo, igual que Marta, sin miedo a que mi esposa me patee los testículos, confesaré que mi mujer se ve como una foca y que, cuando yo le digo que no, me mira con desprecio y responde: “Eres un pesao. Tu opinión no me sirve. Tú siempre me ves bien.”
Es una extraña capacidad que tienen la mayoría de las mujeres que conozco; que convierten en algo malo una cosa que es objetivamente buena. Yo imagino que a cualquier mujer de cuarenta y tantos le tiene que complacer que su pareja le diga: “Me gustas”. Pues, para mi mujer, que yo la vea siempre bien, lejos de ser bueno, es malo y una demostración de que soy un tío sin criterio.
Pero es que, siendo sinceros, a mí mi mujer me gusta y no me parece que esté gorda y, desde luego si algún día se le pone un kilo de más, no me fijo. Puede que se fijen las cabronas de sus amigas, pero yo no me fijo. Yo, cuando miro a mi mujer, y cuando he mirado a las mujeres que me han gustado, miro el conjunto. No voy a decir esa chorrada de que me fijo en la mirada, ni me voy a poner Disney con lo de que la belleza está en el interior, pero, dando por sentado que me fijo, con perdón, en culo y tetas, lo que me agrada es el conjunto. Y creo que a todos los tíos nos pasa. Que nos gustan nuestras mujeres y nuestras novias como están, aunque a ellas eso les ayude poco en su autoestima. Para la mayoría de las mujeres pesa mucho más un comentario sin importancia de una amiga, o una visión fugaz de un pseudo-michelín en un escaparate, que doscientos halagos de sus parejas.
¿Y a cuento de qué digo esto jugándome el bienestar de mis criadillas? Pues porque ayer de nuevo comprobé que la redes sociales, que para algunas cosas son un tostón, de vez en cuando sirven para algo. Una amiga me mandó un vídeo que les recomiendo que muestren a todas las mujeres que tengan cerca, especialmente a las chicas más jóvenes. Habla en él Jean Kilbourne, una señora que lleva muchos años estudiando la publicidad y criticando el uso frívolo que se hace de la mujer en infinidad de campañas de marketing. En el vídeo, esta investigadora estadounidense defiende que, durante décadas, la publicidad ha convertido a la mujer en un objeto; en una cosa. Y que, cuando conviertes al ser humano en una cosa, estás dando el primer paso para justificar la violencia contra esa persona. Que tiene un punto. Pone muchos ejemplos y dice cosas como que la publicidad y la moda venden un tipo de mujer imposible. La señora Kilbourne asegura que nadie puede parecerse a las modelos de los anuncios, ni siquiera esas propias modelos y cita a Cindy Crawford que dijo en varias ocasiones que a ella lo que realmente le gustaría es parecerse a la Cindy Crawford de las fotos y los anuncios.
Esas mujeres perfectas del photoshop, adelgazadas hasta el absurdo; esas chicas sin arrugas, ni papadas y con pechos, nalgas y muslos despampanantes ponen un listón inasumible para las niñas y mujeres de todo el mundo. Y esa imposibilidad de llegar a ser perfectas es la que hace que millones de mujeres no estén satisfechas con sus físicos y surjan reacciones que pueden ir desde un simple complejo de gorda, como el de nuestras novias y mujeres, hasta dramas espantosos como la anorexia.
Por si sirve para algo, aquí tienen el enlace y me comprometo a difundir todo lo posible este vídeo a ver si conseguimos que algunas de las niñas y mujeres que nos rodean escapen a esa dictadura de la delgadez.
Y, a partir de ya, voy a dedicar la jornada, entre reunión y reunión, a convencer a la gordo-foca que tengo por esposa a ver si consigo que me acepte esta noche a su lado en la cama, que después de esta Cabra… No sé yo…
http://www.upsocl.com/mundo/5-minutos-de-lo-que-los-medios-de-comunicacion-le-hacen-a-las-mujeres/

UN LÍDER

No sé lo que ha estado pasando realmente en estos días en Burgos. No sé si, como aseguran los entornos PP, los que se enfrentaron a la poli eran violentísimos anti-sistema o si, como dicen los de entorno PSOE y los propios vecinos del barrio de El Gamonal, eran sencillamente cudadanos cabreados como monas. Imagino que, como suele, pasar en estas cosas habrá un poco de todo, pero me hace gracia ver cómo se divide la lectura de lo que pasa en Burgos según de qué pie cojees.
Entre los políticos y medios del PP queda claro que la obra que quiere hacer el Alcalde Javier Lacalle estaba en su programa electoral, se había debatido durante meses y está refrendada por una mayoría absoluta. Por tanto, los que se oponen a ello violentamente son poco respetuosos con el juego democrático. Incluso, la mete gambas oficial del partido gobernante en Burgos y en España, se ha desmelenado hablando de “los atentados de el Gamonal”. Lo de la Botella es de estudio psico-sociológico. ¿Dice estas cosas en serio y es que, sencillamente, se le va más la pinza que a la Sophia Petrillo de la Chicas de Oro? ¿O es una finísima estrategia de comunicación del PP para meter ruido y distraer atenciones? Yo me inclino por lo primero.
Pero como estamos en esta época de la España partida en dos, si oyes a los políticos y medios cercanos al PSOE parece que lo de Burgos ha sido el heroico triunfo de Fuenteovejuna. Después de que el alcalde paralizara el proyecto para buscar consenso, la alegría se ha desbordado y por esos muros del Facebook me he hartado de ver cosas como que “el pueblo unido jamás será vencido” y a amigos míos con mensajes de “No Pasarán”, “Yes we Can” y uno muy gracioso que decía: “Antes en Burgos éramos famosos por nuestras morcillas, hoy lo somos por nuestros huevos.” En fin.
Pues eso, que no sé muy bien de qué va esto, pero, lo que me parece obvio es que se está cociendo algo y lo raro es que haya tardado tanto en pasar. Hace meses, yo hablaba en una Cabra de lo extraños que somos los españoles. Que pase lo que pase, sólo nos indignamos horriblemente y salimos a la calle si sucede algo tan grave y trascendental para nuestras vidas como que nuestro equipo baje a segunda injustamente. Pero que rara vez nos movilizamos por cosas mucho menos importantes como que un partido gobernante se pase por la zona escrotal su programa y recorte derechos y suba impuestos salvajemente. Para qué nos vamos a manifestar por memeces como que en Andalucía el partido gobernante y los sindicatos den motivos para que los corran a gorrazos; por fruslerías como que decenas de etarras condenados por matar monten una rueda de prensa para defender sus derechos pisoteados; por nimiedades como que el ex tesorero del PP esté en prisión y aún no haya habido ni una sola consecuencia política; por chorraditas como que políticos y juristas diversos se empeñen en que no declare la hija del Rey y hasta haya un ministro que diga la soplapollez de que la Infanta no debe llegar andando al juzgado. Me hacen gracia estos monárquicos que están haciendo más daño al Rey que el partido republicano más recalcitrante. Y la lista de bobadas que jamás nos llevarían a manifestarnos puedo alargarla; el presidente del PNV que la primera vez en su vida que habla de derechos Humanos en Euskadi, es para hablar de los derechos de los presos etarras. El suicida de Mas y el plasmado Rajoy que siguen conduciendo a Catalunya a un callejón sin salida en el que da la sensación de que todos vamos a salir perdiendo. La que han liado con el aborto… Menos mal que en estos días, se ha producido otro acontecimiento planetario, que habría dicho Leire Pajín, y Obama nos ha tranquilizado tremendamente al reconocer en Washington el innegable liderazgo de Rajoy. Manda huevos. Se le podrán reconocer virtudes a Rajoy, pero que se le atribuya liderazgo a un hombre que no habría ganado por sí sólo ni las elecciones a presidente de su escalera, da risa.
Lo malo es que todo esto no tiene ninguna gracia. Porque haría falta un verdadero líder en España para gestionar esta tremenda olla exprés sin pitorro en la que nos hemos convertido. Millones de familias en mala situación económica, una debilidad del estado que hace que cualquiera, a día de hoy, le plantee retos y un gobierno que sigue friéndonos a impuestos a ciudadanos y empresas. Yo no defiendo en absoluto el uso de la violencia, pero no me extraña que pasen cosas como lo de Burgos. Espero, sinceramente, que no sea un fuego que se extienda, pero creo que Rajoy debería salir de su plasma y empezar a darse cuenta de que el país en el que vive se parece mucho más al que hay en las colas del paro que al que vendió alegremente el otro día ante varios empresarios estadounidenses.
Y, por cierto, una tontería, pero es que el otro día escribiendo en mi móvil la palabra “tweet”, mi autocorrector me propuso: “féretro”. No sé si será mi subconsciente, o es que a veces la tecnología esconde analogías sorprendentemente brillantes.

EL RESCATE

Yo de pequeño odiaba las matemáticas. Me da cosa reconocerlo, porque tengo hijos todavía en edad escolar y uno, ante la progenie, tiende siempre a fantasear con su currículum académico. Las notas de los padres; ¡ese gran secreto que algunos mantenemos oculto de las miradas de nuestros hijos! Porque vaya, yo tampoco es que fuera un desastre, pero tenía más SF que SB, aunque alguna I se colaba, al hablar de matemáticas. Y encima es que era un poco chulito piscinas. Recuerdo una bronca con don Marcelo, mi profesor de mates de cuando tenía 13 años. Yo, que ya entonces tenía clarísima mi vocación, le decía, con la insolencia propia de los pre-adolescentes, que para qué quería las matemáticas un periodista. Y don Marcelo, en vez de darme una colleja, tirarme una tiza (tenía peor puntería que don Juan) o ponerme un cero, se entretenía en discutir conmigo. Don Marcelo me hablaba de estadísticas, de ordenación del cerebro, del pensamiento matemático y de algunos cálculos que, inevitablemente, iba a tener que hacer en la vida. Quizás por aquella insistencia de este profesor, hoy me entretengo de vez en cuando en hacer cuentas. Y en ocasiones esas cuentas me generan un mosqueo monumental.
Imagino que, cuando han leído el título de este artículo, todos han sabido de qué estaba hablando. Y sin necesidad de ser economistas. Hasta hace un par de años para mí “El Rescate” era un juego infantil o, en Málaga, el nombre de una cofradía y uno de los Cristos más populares de la Semana Santa de mi tierra. Ahora todo el mundo habla de ”El rescate” como si fuera un amigo de la familia de toda la vida. Y realmente no se sabe muy bien lo que es, porque el gobierno se hartó de decir que nadie estaba rescatando a nadie y se buscaron distintos eufemismos para decir lo obvio; que había que echarle un cable a los bancos y a las cajas y que la broma nos iba a costar a los españoles un huevo de la cara, porque ya no nos quedan ojos. Entre los avales del rescate de la UE, las ayudas a los bancos por quedarse con cajas y las diferentes inyecciones a esas cajas que se han tirado años despilfarrando dinero aconsejadas por los políticos de turno, el asuntillo nos ha salido por unos 80.000 milloncejos de euros de nada. Y hay algunos que dicen que es mucho más. Collons, que diría Artur el Libertador. Es que ya hablamos de los euros como si fueran pipas. Pero ¿se han parado a pensar en lo que son 80.000 millones de euros? Es que la cifra en pesetas, además de que no cabe en mi calculadora, marea; son 13.310.880.000.000 pesetas. O sea, trece billones, trescientos oncemil millones de pesetas. Y de ese dineral mareante, ¿Qué parte se fue directamente al retrete por una gestión lamentable y manirrota de amiguetes de nuestros políticos?
¿Cuántos patrocinios absurdos? ¿Cuántas operaciones financieras fallidas para favorecer a los amiguetes? ¿Cuántos avales a proyectos faraónicos y fuera de la realidad? ¿Cuántos créditos concedidos con criterios que no tienen nada que ver con el buen gobierno de una entidad bancaria? Son preguntas tontas a las que no me va a responder nadie, pero que yo me hago para quedarme a gusto. Lo peor de esto es que la mayoría de los directivos que hicieron aquellos desmanes están hoy tralarí tralarí mirando para otro lado como si tuvieran una tortícolis gravísima. Y no creo que a ninguno, o a casi ninguno, le vaya a caer encima el peso de la ley por malgastar nuestro dinero.
En fin, menos mal que, a pesar de estas cosas y de los novedosísimos mapas de Espanya de TV3, de vez en cuando la vida te regala momentos de risa. Ayer varios amigos compartieron con mi mujer y conmigo el típico texto de esos que corren por el Facebook. Está en inglés y se titula “My promise to my children”. Viene a decir aquello de que, quien bien te quiere, te hará llorar y que la función de un padre no es ser el amiguete enrollado de los hijos, sino el que marca los límites y que eso no siempre gusta. Se lo leímos anoche en la cena a nuestros hijos y terminaba así: “Si nunca me has dicho, murmurando entre dientes, “te odio” es que no he hecho bien mi trabajo como padre.” Después de unos segundos de ligero desconcierto de mis hijos, Paula, la mayor, soltó mientras rebuscaba con el tenedor entre la menestra, “Bueno; yo os lo he dicho mazo de veces”. Mi mujer y yo no supimos contener la risa, aunque, la verdad, yo a estas alturas no sé si la frase significa que hemos hecho bien nuestro trabajo o que la hemos cagado tremendamente. Visto lo maja que nos ha salido la niña, me inclino por lo primero.

MY PROMISE TO MY CHILDREN

EL DUELO

En las últimas 3 semanas han muerto dos de los mejores amigos de mi padre. Pepe Jiménez Villarejo falleció el día 15 de diciembre y, el día de Año Nuevo, murió su hermano Fernando. Ambos fueron importantes en mi infancia y en mi juventud, no sólo por ser íntimos de la familia, sino porque eran de esas personas que hacían mejor el mundo que les rodeaba.
Pepe era jurista y justo fue que llegara a lo más alto en su carrera como presidente de dos de las Salas del Tribunal Supremo. Era un hombre fundamentalmente bueno y alegre y yo recuerdo en aquellos años del tardo franquismo y la primera transición la valentía que tuvo de ponerse en el lugar en el que te podía coger el toro apostando por la democracia y por una nueva justicia. Pero más allá de sus virtudes como juez o su mérito como hombre comprometido, lo que más me gustaba de él era su faceta de hombre de familia y amigo conversador. Daba gusto siempre ir a casa de los Jiménez Villarejo. Trini, Pepe y sus hijos eran una gente habitualmente tranquila y contenta con la vida que les había tocado vivir. Aunque escondían algunos juguetes cuando llegábamos mis hermanos y yo (para que no los arrasáramos), he de reconocer que aquellos fines de semana y días de verano en su casa de Chilches son de los favoritos de mis recuerdos de infancia. Años más tarde, cuando ya vivían en Madrid, me gustaba sentarme a hablar con Pepe de lo que fuera; de política, de periodismo, de la Justicia, de la Iglesia o de poesía. Pepe era un gran poeta, pero, sobre todo, era un gran conversador. En la misa corpore insepulto que se hizo en el tanatorio el sacerdote dijo que Pepe nunca hablaba como desde un púlpito; que siempre tenías con él la sensación de estar de igual a igual. Y así era. A mí me encantaba, a mis 20 años, poder hablar con uno de los amigos de mi padre con la sensación de que, verdaderamente, escuchaba y valoraba lo que le estabas diciendo, aunque yo imagino que muchas de las cosas que me escuchaba le daban para estar riéndose un buen rato.
El otro hermano era Fernando. Era sacerdote. He conocido a pocas personas tan alegres como él. Recuerdo cuando éramos pequeños que mi padre nos hablaba de su amigo Fernando que estaba en las misiones en África. Y nosotros nos hacíamos a la idea de un Fernando heroico luchando con leones y otras fieras para llevar la palabra de Dios a los negritos del África Tropical. Muy de Tintín. Y cuando regresó de las misiones, paró en casa de mis padres unos días y sacó un cargamento de diapositivas que había ido haciendo. Nosotros nos sentamos esperando ver a Fernando blandiendo su machete triunfante sobre las fieras de la sabana y nos encontramos con una serie de fotos en las que curiosamente, sobre todo, lo que salía era gente contenta. A mí me resultó muy chocante aquella felicidad africana, pero con el paso de los años comprendí que esa alegría, sin duda, era Fernando que, por cierto, nos enseñó a no hablar de “negritos” con esa superioridad benevolente de los blancos. De hecho, esas “filiminas”, que decíamos de pequeños, me hicieron pensar durante un tiempo en hacerme misionero de la Compañía de Jesús, hasta que mi tío Carlos, que era Jesuita y me conocía bien me dijo: “pero sabes que, para ser jesuita, hay que estudiar 14 años, ¿No?”. Y, en aquel instante, San Ignacio perdió una vocación. El tío Ferdi, como le llamaban sus sobrinos y como le acabamos llamando mis hermanos y yo, volvió a pasar algunas temporadas en nuestra casa de Madrid y aunque ya no venía con diapositivas africanas, siempre nos contaba anécdotas divertidas y nos hacía sentir unos niños especiales a los que él quería como si fuéramos sus sobrinos.
Eran dos hombres buenos que hacían mejores a los demás. Y se han ido. Y sus muertes me han removido en estos días en los que estamos a punto de celebrar que hace 3 años, en la mismísima Noche de Reyes, mi padre descansó. Y digo que me han removido porque, cuando murió mi padre, yo me quedé con la sensación de que su muerte, después de un largo sufrimiento, me iba a producir alivio. Y no fue así exactamente. Por supuesto me alivió que dejara de sufrir, pero, en ese egoísmo tan propio de los hijos, al fin y al cabo, yo estaba contento con tener a mi padre ahí. Le podía coger la mano. Y hablarle. Me lo habían avisado. Que son como mínimo tres años de duelo. Y a mí me parecía que, a mi edad, ya no podía afectarme tanto que muriera mi padre. Pero vaya si afecta. Yo hoy, recordando a sus buenos amigos, he añorado a mi padre más de lo normal, que es bastante. Supongo que el duelo terminará el día en el que vea una foto de mi padre que tengo en mi cuarto y no me suponga ninguna emoción especial. Hoy, todavía, cada vez que la veo me da un pellizco en la boca del estómago. El mismo que sentí hace veinte días, primero, y hace 3 días, después, cuando me dijeron que las sonrisas de Pepe y de Fernando se habían ido para siempre. Al menos sé que ellos, como mi padre, descansan en Paz.

LOS ABORTOS DE NUESTROS POLÍTICOS

Pues no sabía qué hacer, la verdad. Por un lado me apetecía tomarme unas vacaciones navideñas cabreras, pero, por otro lado, me daba rabia no estar en medio de tantas cosas que están pasando. De algunas ya hemos hablado en La Cabra con profusión. Es más (o podría decir es Mas), del aburridísimo tema de “La Consulta” hemos escrito ustedes y yo mucho más de lo razonable y no sé si tiene sentido volver al asunto. Aunque, desde que publiqué la primera Cabra sobre el tema hasta hoy, la situación ha ido muy claramente a peor y aquella brecha, de la que hablábamos en octubre y noviembre de 2012, se ha convertido en una sima de la que no se ve el fondo.
Pero hoy no quiero hablar de Mas, sino, sobre todo, de la propuesta del gobierno para cambiar la Ley del Aborto. Me parece que esta reforma pone en negro sobre blanco el que, para mí, es el principal problema nacional de España; la bajísima calidad de nuestra clase política. No sé dónde empezamos a perder el Oremus, pero es obvio que, en los últimos años, nos hemos ido permitiendo tener políticos cada vez más alejados del pulso de la sociedad. Son tantos ejemplos; González y “sus” corrupciones varias de las que el presidente se enteraba por la prensa, Aznar y “su” Guerra de Irak, Zapatero y “sus” jaimitadas con el Estatut, con ETA y con la crisis-no-crisis o Rajoy y “sus” plasmas, su ley de Educación y, más recientemente, su proyecto de ley del Aborto.
Me da una pena profunda. No hallo en nuestra democracia una época de menor nivel en el debate parlamentario y de peor sensación al mirar al hemiciclo del Congreso de los Diputados. Y esto no lo digo por decir. No sé si recuerdan el tristísimo día de la aprobación de la última ley de Educación. Y no entro en si la LOMCE es mejor o peor. Lo que me pareció deprimente fue ver a los diputados del PP y al ministro Wert riendo y aplaudiendo a rabiar tras la aprobación de un texto que no tenía ningún apoyo en el resto de partidos. Aunque casi fue más cruda la depresión posterior al ver igual de sonrientes y alborozados a decenas de diputados de la oposición que anunciaban, descojonándose, que pensaban derogar la ley en el momento en el que llegasen al poder. Olé vuestras criadillas. No sé dónde le veis la gracia. A mí me parece un drama que nuestros políticos traten la educación de nuestros hijos con semejante ligereza. Quizás piensan que, cambiando de leyes como quien se cambia de calzoncillos, vamos a conseguir salir de esas estadísticas tristes, tremendas y demoledoras de los informes PISA que, año tras año, nos dicen que lo estamos haciendo rematadamente mal. ¿Cómo puede aprobar un gobierno o un partido una ley tan importante como esta sin contar con el principal partido de la oposición? Me recuerda a la era Zapatero en la que se hartaban de decir que ZP gobernaba y legislaba con consenso (pactando con los partidos que tenían acogotado al PSOE), pero no hicieron ni una sola ley contando con el PP. Ahora pasa igual; basándose en su mayoría absoluta, el PP legisla sobre temas esenciales sin contar con el partido que representa, más o menos, a un 30-40 por ciento del electorado. Y así nos va.
El tema del aborto es tres cuartos de lo mismo. ¿De verdad cree Gallardón que esta reforma era una reclamación de la sociedad española? O, yéndonos unos años atrás, ¿De verdad pensaba ZP que la reforma que hicieron en su día era una reclamación de la sociedad española? Yo creo que no. Pero ambos legislan pensando en sus convicciones, sin tener en cuenta, en absoluto, lo que opine la mayoría del país, que eso es la democracia. En cualquier caso, igual no era tan mala la ley ZP, aunque tuviera artículos absurdos, porque, en el último año, bajó el número de abortos practicados en España.
Puede que esta nueva ley del Ministro Gallardón aplaque las conciencias de algunos dirigentes del PP y tranquilice a algún sector muy conservador de los votantes populares. Quizás. Pero es probable que provoque que volvamos a aquellos años de los abortos londinenses de la gente con posibles o al horror de los abortos clandestinos de la gente sin dinero. Y no discuto si el aborto es bueno o malo; asesinato o medida terapéutica. Es un asunto tan delicado que estoy cansado de ver a buenos amigos a los que considero inteligentes enfrascarse en discusiones sobre si el aborto es o no es un asesinato. Ambas partes consideran que su argumento es irrefutable y no se dan cuenta de que es una opinión inevitablemente bañada por sus creencias personales. Y ahí debe estar la diferencia. Nosotros los ciudadanos, podemos permitirnos decir esas cosas y actuar según nos dicten nuestras respectivas conciencias. Los políticos, no. Precisamente les votamos y les pagamos porque se supone que van a gobernar buscando el bien común, escuchando lo que les pide la mayoría del pueblo y no haciendo caso a esa pequeña voz de la conciencia que llevan ahí adherida desde la infancia. Que todos tenemos a nuestro Pepito Grillo diciendo cosas, pero el de Gallardón o el de ZP, por poner dos ejemplos, en vez de un Pepito es, claramente, un Pepote con gigantismo.

LAS ENTRAÑABBBLES

Pues a mí me sigue gustando la Navidad. Y eso que mis hijos ya van teniendo una edad poco candorosa. La pequeña, Macarena, tiene 12 años y en casa ha desaparecido esa magia de la Epifanía que, a mi mujer y a mí, nos hacía esperar el día de Reyes casi con más ilusión que nuestros propios hijos. Porque en mi familia somos de los Reyes Magos. A nosotros esta invasión nórdica o estadounidense del Santa Claus o el Papá Nöel nos toca las narices y en casa se mantiene la muy hispánica tradición de escribir la carta, ir a la cabalgata, tomar el chocolate con roscón, poner el agua y las zanahorias para los camellos, el anís y los mantecados para SSMM y acostarse el día 5 esperando los regalos como cuando teníamos 6 años. Que no entiendo yo la manía de importar tradiciones, sobre todo cuando ves un 23 de diciembre en Málaga, es un poner, con un día soleado a la una de la tarde y 20 grados de temperatura a un tío vestido de rojo y blanco, forrado de fieltro y a punto de morir de un golpe de calor en la puerta de El Corte Inglés. Vaya, tampoco es que los Reyes Magos vistan camiseta, pero entre morir disfrazado de duende con obesidad mórbida o vestido de Rey Mago, yo, qué quieren que les diga, escogería el atuendo de monarca.
Es que lo de las tradiciones importadas me parece un colonialismo socio cultural inaceptable, especialmente porque tendemos a importar lo chorra. No me digan por ejemplo la mamarrachada esa del Halloween. Que todavía te proponen importar el día de Acción de Gracias y tiene un pase, pero aceptar pasivamente la invasión de Santas Clauses y disfraces terroríficos me empalaga sobremanera. Y no es un tema de nacionalismo rancio, ni de que yo piense que, “como lo españó, ná de ná”. He tenido la suerte de vivir en otro país y conocer otra cultura y eso te ayuda a valorar mucho tu casa, pero también te hace ver que fuera hay infinidad de comidas, bebidas, fiestas y tradiciones igual de estupendas que las tuyas. Para mí el problema es que, con esto de las tradiciones chorras estadounidenses, yo me siento invadido. Quizás lo llevaría mejor si fuera un intercambio y, de vez en cuando, lográramos exportar alguna de nuestras cosas. Yo qué se. Los mantecados y los roscos de vino. O el turrón, las peladillas y los mazapanes. O las empiñonadas. O el roscón de Reyes, que nos está ganando por la mano un bollo tan soso como el Pannetone y que me perdonen mis amigos italianos. Las panderetas, las zambombas y los matasuegras; el líquido frío-calor para el culo, los terrones de azúcar que hacían espuma y las bombas fétidas del día de Inocentes… Pero no. Cada vez más, nos invade el gordo vestido de rojo y unos adornos que puede que queden muy bien en el crudo invierno de Wisconsin, pero quizás tengan menos sentido en la Plaza Mayor de Minglanilla, en la provincia de Cuenca.
Pero, como me pasa con frecuencia, me estoy desviando de la cuestión. Yo no quería hablar sólo de la invasión de tradiciones tontorronas que no son nuestras. Quería hablar de la emoción de la Navidad y de esos sentimientos que, cuando nos vamos haciendo mayores, nos van pareciendo ñoños. Conozco cada vez a más gente que tiende a la melancolía, a la pereza o, directamente, al cabreo cuando se acercan estas fechas y ven las luces de colores y observan cómo se pone en marcha la máquina consumista a todo meter. Lo de la melancolía puedo entenderlo porque, en estos días, uno recuerda a los que ya no están, pero estuvieron y nos dejaron un hueco así de gordo en la mesa y en la memoria. Yo, por ejemplo, llevo varios días pensando en mi padre, que al pobre le dio por morirse en la noche de Reyes de hace 3 años. Para mí es inevitable la melancolía, pero se pueden vencer la pereza y el cabreo. No se me ocurre cómo animar a los que cruzan el gesto ante las Navidades, pero puedo contarles algunos trucos que yo he ido utilizando a lo largo de los años. Quizás, como las peladillas, no sean exportables, pero yo voy a intentarlo.
Tratar de bañarse de espíritu navideño desde mediados de diciembre. Nosotros arrancamos la Navidad poniendo el árbol, el Belén y los adornos en torno al 10 de diciembre. Por supuesto, esa tarea la hacemos toda la familia escuchando villancicos.
Tratar de escuchar todos los días música navideña. A ser posible que sea un buen disco, aunque en la selección uno, sin querer, a veces mete la pata. Yo compré hace años un CD que contenía un verso terrorífico que decía “ dale a la zambomba, dale al almirez, y dale al tendero un tiro en la sien”. El contenido musical no era malo, pero el letrista debía ser de las juventudes etarro-hitlerianas o algo así.
Apuntarse a alguna tradición familiar, de tu grupo de amigos, de tu barrio que te haga sentir la Navidad. Nosotros, por ejemplo, quedamos cada año todos los hermanos con mi madre y los nietos para hacer borrachuelos. Hoy nos toca; saldremos todos esta tarde oliendo a fritanga cosa mala, pero también oliendo a Navidad.
Mantener como sea la ilusión infantil. En mi casa, como decía al comienzo, mis hijos ya no creen en la magia de la Epifanía, pero cada noche del 5 de enero, seguimos haciendo las cosas convencidos de que, unas horas más tarde, los camellos van a entrar volando por la terraza del salón y van a dejarnos los sofás llenos de regalos.
Y, sobre todo, intentar ir a las cenas, comidas y meriendas familiares y de amigos imbuidos del espíritu del niño Jesús o, ya puestos, del Mahatma Gandhi. No sé qué extraño germen hace que en esas celebraciones algunos, en vez de al Mahatma, saquen al Increíble Hulk que todos llevamos dentro.
Pues eso, que Feliz Navidad y que espero que estas pequeñas ideas prenavideñas ayuden a alguno a superar la pereza que sé que a muchos les embarga el cuerpo ante la llegada de las entrañables.

AY

En general no me gusta quejarme mucho. La verdad. Soy de natural optimista y, casi siempre, le busco el lado bueno a las cosas. Puede que eso, en ocasiones, haga que la gente piense que soy un poco tonto, o muy tonto, pero a mí me da un nivel de felicidad bastante aceptable. Por eso en estos días de tremenda convulsión para mi vida he intentado evadirme, porque soy optimista, pero lamentablemente no soy una piedra.
Desde que, hace una semana y un día, empecé a sustituir a Josep Pedrerol en el programa Punto Pelota sé que ha habido infinidad de mensajes, noticias y comentarios en los que aparecía mi nombre no siempre asociado a elogios, por decirlo con un giro eufemístico. He conseguido aislarme con bastante eficacia, pero es inevitable que te lleguen determinadas cosas. Que te enteres, vaya, de que te están poniendo a parir. Uno de los caminos de entrada de las críticas fue este mismo blog. Cuando arranqué esta “Cabra en el Garaje”, me prometí que iba a contestar a todas y a cada una de las personas que me escribieran. Yo, que soy todavía un poco cateto en esto de las redes, sigo considerando una descortesía que alguien te escriba y no responderle. Por eso me agobian Twitter y Facebook. A veces hay tal cantidad de comentarios a una publicación que se hace absolutamente imposible contestar a todo. De manera que preferí no entrar en Facebook, más que para dar un mensaje de gracias a los que me apoyaban y criticaban. Contesté a los casi 300 comentarios de la Cabra y entré en Twitter de un modo muy controlado. Aún así, el viernes por la mañana pude comprobar por qué ha habido varias personas públicas que han abandonado esta red.
Era un día festivo y estábamos mi esposa y yo, después de desayunar, planificando el día. Mi mujer, que es poco morbosa, me dijo: “¿Por qué no miras un poco qué están diciendo en Twitter?”. La verdad es que en ese momento me alegré por los orates de este país de que mi mujer se dedique al marketing y no a la psicoterapia, porque como psicóloga no tiene precio. Je. A mí mucho no me apetecía, pero yo que, como periodista, sí que soy morbosillo, acepté. Nada más abrir mi cuenta comprobé, para empezar, que mis seguidores se habían multiplicado por 3. Yo, que estaba muy contento con tener unos 900 y pico, pasé a casi 2.700. Lo siguiente que hice fue mirar en los tweets referidos a mí y flipé. Sólo leí 20. De ellos, había 3 que me daban ánimos, 15 que lo mejor que me decían era mojabragas (creación adjetival nueva para mí) y 2 que, directamente, me deseaban una muerte lenta y cruel.
No sé quién decía que Twitter es una especie de barra de bar en la que hay tíos estupendos que se mezclan con seres humanos que están como una cuba y no paran de gritar. Y debe ser que a mí me tocaron dos o tres que estaban mamados. Porque a mí, que me critiquen, me da igual. Hombre, no voy a mentir; preferiría no haber generado ninguna polémica y que todo el mundo dijera que soy un tío guay, pero hay veces en las que uno tiene que tomar decisiones sabiendo que puede no gustar a muchos. Y por eso, porque llevo muchos años en esto, respeto profundamente al que me critica, al que piensa que soy un manta o al que considera que los programas que yo hago son una basura inaceptable. Y no me molesta que se me diga. Lo que me sorprende es que alguien pueda tener la suficiente mala leche en el cuerpo como para desearle la muerte a un padre de familia por no estar de acuerdo con que el susodicho sea el nuevo presentador del programa que le gustaba. Sé que son minoría y por eso ni les he contestado, ni les he bloqueado, sobre todo porque, para hacerlo, me temo que tendría que volver a leer unos cuantos mensajes que me deseasen el ingreso inminente en la caja de pino. Y, qué quieren que les diga, pues no me apetece.
Pero, como comentaba al comienzo, todas las cosas tienen su parte buena y, en estos días, decenas de amigos y familiares me han mandado mensajes cariñosísimos, algunos de ellos muy emocionantes, que me dan una idea de lo que me quieren y de la cantidad ingente de hostias que me estaban cayendo. Y me quedo con el afecto. Ya digo que hubo muchos mensajes que me emocionaron, pero sobre todo encontré uno a las 9’14 minutos de la mañana posterior al primer programa. Era de mi hija Paula, la mayor. Me decía: “Salió genial; Papi eres un crack. Para mí eres el mejor…” y no pude leer más porque a mí, que a esas horas estaba bastante blando, se me saltaron las lágrimas.

EL HIJOPUTA

Menos mal que mi madre no tiene Twitter. Y lástima que no sea analfabeta, porque si hoy entra, por ejemplo, en algunos periódicos digitales no leerá cosas bonitas sobre su hijo.
Anoche me estrené presentando el programa “Punto Pelota” de Intereconomía en sustitución de Josep Pedrerol. Recibí al mediodía una llamada en la que se me preguntaba si estaba dispuesto a hacerme cargo del programa esa misma noche. Uno de esos aquí te pillo aquí te mato tan típicos de nuestra profesión y, más concretamente, de la tele. Y dije que sí. Es una de las cosas por las que me apasiona la televisión, porque te permite vivir momentos tan intensos y tan rejodidos como el de anoche. Porque no fue fácil. En ningún sentido. La mitad del equipo habitual del programa no estaba allí. La otra mitad, lógicamente, estaba bajo el impacto emocional de saber que el que hasta anoche había sido su jefe dejaba la casa y era sustituido por otro al que no conocían. Hubo que montar deprisa y corriendo un programa sin que se notase en exceso que habíamos empezado a hacerlo a las siete y media de la tarde y encontrar a no menos de 6 tertulianos para que nos acompañaran en el plató. Las últimas 4 horas antes de arrancar estábamos llamando a amigos periodistas y ex jugadores de fútbol para intentar cubrir un hueco que había quedado vacío y que había que tener lleno a las 12 de la noche. Y llegamos. No fue el programa ideal de ninguno de los que estábamos allí. Ni en el plató, ni fuera de él. Pero lo hicimos y esta noche tenemos el compromiso de hacer otro y conseguir que la nave vuelva a navegar sin zozobras cuanto antes.
El otro día escribí una Cabra que titulé “La Hijaputa” hablando de la liberación de la etarra Inés del Río. Hoy el Hijoputa soy yo. En las redes sociales, sin profundizar demasiado, he leído a gente diciéndome, además de hijo de mala madre, traidor, esquirol, mal compañero, ladrón, imbécil, arrastrado… Algunos aventuraban sobre (dicho finamente) mi tendencia a practicar el coito con las novias de mis amigos y no sé cuántas lindezas más que les ahorro. Y yo entiendo el cabreo, pero pido también a la gente que comprenda. Yo, además de periodista, soy empresario. Como nos pasa a todos por la cadena de impagados en la que se ha convertido este país, llevo casi un año pasándolas más que canutas con mi empresa para llegar a fin de mes y poder pagar las facturas. Hace meses tuve que despedir a todos mis trabajadores. En este momento mi productora no tiene ningún programa en el aire. Estoy felizmente casado y tengo tres hijos y llevo más de un año sin poder pagarme un sueldo porque mi empresa no se lo puede permitir. Y no pretendo dar ninguna pena, porque soy un tío inmensamente feliz y sé que hay millones de personas que lo pasan mucho peor que yo. Pero ¿debo en estas circunstancias decir que no a una oferta de trabajo que me hace una cadena de televisión? Yo creo que no. Evidentemente lamento la situación que ha vivido Josep Pedrerol al que no conozco personalmente y al que deseo lo mejor. Por supuesto me parece tremenda la angustia de los trabajadores de Intereconomía a los que se les debe dinero. ¿Pero alguien es capaz de decirme que, en mi situación, habrían rechazado un trabajo como el que me ofrecían? Yo creo que no. Pero me da igual. Yo me considero una buena persona, creo que soy un buen profesional y anoche, como esta noche y las que vengan, intentaré hacer el mejor programa de televisión posible. Y si a alguien le parece mal, lo lamento muchísimo. Si tengo que elegir, sinceramente, prefiero que me llamen hijoputa personas que no me conocen, a que me llamen tontolculo mi mujer y mis hijos por renunciar a un trabajo en un momento como este.