Cacas, deyecciones, excrementos, heces, defecaciones, tordas, ñordas, catalinas o, simplemente, mierdas.
Es el panorama que, cada día, me encuentro cuando paseo por mi barrio. En muchas ocasiones mi mujer y yo salimos a correr un rato y, si se nos mira desde fuera, somos lo más parecido a Chiquito de la Calzada con aquellos pasos sincopados en los que parecía que tuviera ampollas en los talones. Es imposible recorrer más de cien metros sin encontrarse con las cacas que han ido soltando los perros del barrio. O mejor dicho, las cacas que han ido dejando por ahí los cerdos de los dueños de los perros. Porque son unos cerdos.
TODO DUEÑO DICE QUE RECOGE LAS CACAS
Bueno, por supuesto ellos no son. No conozco a ni un solo dueño de perro que reconozca abiertamente que no recoge las catalinas de su respectivo chucho. Es más. Todos, cuando les comentas el profundo asco que te produce la visión de las tordas repartidas por tus aceras, están de acuerdo contigo y aseguran que ellos siempre van con sus bolsitas y, ¿Ñorda que cae? Ñorda que recogen.
Recuerdo hace unos años, cuando mi hijo tenía 2 ó 3 años y empezaba a darse cuenta de que tener pito puede ser divertido, que un par de veces se nos escapó del recinto de la piscina y le sorprendimos haciendo arabescos de pis en el seto que circunda la finca de nuestra casa. Un día, antes de que nos diéramos cuenta nosotros, un vecino muy indignado llegó diciéndonos que (menudo asco) nuestro hijo estaba “ahí meando en vez de ir al baño”.
NO ES LO MISMO PERRO QUE NIÑO
Nosotros por supuesto le pedimos disculpas, le echamos al niño la bronca de rigor por marrano y le volvimos a explicar que no se puede ir por ahí dejando la casa llena de orines. Pero, lo que son las cosas, unas semanas más tarde, estaba en el jardín de casa mientras mis niños jugaban y vi pasar al vecino indignado por la micción de mi hijo. Iba con su perro. En un trayecto no mayor de 50 metros, el perro de mi vecino orinó tres veces en otras tantas esquinas del porche de casa.
Y, la verdad, mi mujer me critica porque dice que un día me van a partir la cara, pero me fui hacia él. Le dije, lo más educadamente que pude, que por qué dejaba que su perro orinara en el suelo por el que nosotros paseábamos y en el que jugaban los niños. Le recordé que nos había regañado por aquel pis de mi hijo en un seto y me soltó el muy tradicional “No es lo mismo” que te suelta todo aquel que no sabe cómo explicar que lo que no vale para otros vale para él, principalmente, porque a él se le ha puesto en los cojones.
NO SIN MI RETRETE
Lo malo de esto es que la mayoría de los dueños de perros, verdaderamente, piensan que no es lo mismo. Imagino que estos propietarios de canes, no mean en los descansillos, ni en los ascensores, ni en las esquinas de las columnas de los porches de sus casas. Pero sus perros sí pueden. Fíjate. Eso sí, con las cacas ya son menos comprensivos y a todos les parece una guarrería dejar boñigas sueltas por ahí.
Bueno, eso es lo que dicen. Porque cuando les haces ver que hay pocos dueños de perros que recojan sus cacas, no te creen. Y si les insistes en salir a la calle y mostrarles las 1.001 cacas esparcidas por la acera, te dicen: “Bueno, pero eso son las chicas”. Inmediatamente preguntas: “¿Qué chicas?” Y tu vecino el troglodita te confiesa que la señora que trabaja en su casa, cuando saca al perro, no recoge las defecaciones del can. “Es que allí en su país ellos no suelen recogerlas”, me aclaró.
EL SERVICIO ESTÁ FATAL
Lo que les faltaba a los inmigrantes; no sólo nos quitan el trabajo, nos roban y nos colapsan la seguridad social, sino que además nos enmierdan las calles en sabotaje evacuatorio junto a nuestros perros. Lo que hay que oír.
Pues serán las chicas. Pero basta con colocarse en la ventana de casa una media hora. O tres cuartos, para comprobar que cuando cae la catalina de un perro raro es el que la recoge. Sea del servicio doméstico o sea, como mi vecino, descendiente del mismísimo huevo izquierdo del Mío Cid.