Me van ustedes a perdonar que me ponga íntimo, pero menuda bronca tuve el sábado pasado con mi hija la mayor.
Se llama Paula, está a punto de cumplir 18 años y es una buena chica con la cabeza sobre los hombros. Llevaba semanas hablando de su viaje de fin de curso a Mallorca y yo, que tengo cierta tendencia al despiste, tampoco le hacía mucho caso. Pues vale; se va a Mallorca en junio. Hasta que el viernes por la noche estuvimos cenando con un grupo de amigos. En los postres, cuando se abren las conversaciones profundas, uno de ellos nos dice: “estamos agobiadísimos con lo del viaje de la niña a Mallorca”. Yo, la verdad, pensé: “Cáspita, ni que fuera Afganistán”. Hasta que continuaron hablando.
MACRO-BOTELLÓN EN MALLORCA
Resulta que lo que para mí era el viaje de estudios de fin de curso de mi hija a Mallorca (Catedral, casa de Chopin, algún museo, parajes naturales impresionantes, playas, cachondeo por la noche en alguna discoteca…) no era tal. El viaje de fin de curso es una especie de macro-concentración de chicos de 17 y 18 años de numerosos colegios de Madrid, que se van a Mallorca a pasar la semana posterior a los exámenes.
Esto, así dicho, no tiene por qué resultar escandaloso. Lo que para mí es tremendo, es que esos cientos de muchachos y muchachas, la mitad menores de edad, van solos. Aunque suene increíble, no hay ningún adulto al cargo de esta masa de postadolescentes que imagino que lo más parecido a algo cultural que van a ver, va a ser el Museo del Jamón.
¿VIAJE DE ESTUDIOS O INICIÁTICO?
Yo tengo la sensación de que estamos haciendo dejación de nuestra responsabilidad como padres. No entiendo que nos pueda parecer bien que nuestros hijos, en manada, acudan a un lugar en el que el 90 por cien de su tiempo van a estar tomando copas y tirados en la playa. ¿Qué les estamos enseñando con esto? Y conste que no estoy en contra de que se diviertan.
Yo también hice viaje de fin de curso y por las noches salíamos y desvariábamos, pero teníamos a dos adultos supervisando. Y al día siguiente, a las 9 tocaban diana porque teníamos que ir a ver la Mezquita, la Alhambra o la Giralda. Y estoy seguro de que, en mi viaje, con la tostada que llevaban, algunos no se enteraron de si la Alhambra la hicieron los moros o los cristianos. Pero allí estábamos controlados por dos adultos.
EDUCADOS EN LA PRISA
No sé qué nos ha pasado que nos ha vuelto locos. Qué sucede, para que personas a las que yo considero juiciosas y hasta excesivamente conservadoras, dejen a sus hijos acudir a este tipo de viajes. Qué falla para que nuestros hijos necesiten que todo ocurra ya. Porque hay cosas que hay que esperarlas y que lleguen cuando toque. Pero ellos y, lo que es peor, nosotros, le estamos dando alimento a su falta de saciedad con una cuchara del tamaño de un Seat Panda. Hemos dejado que nuestros hijos se eduquen en la prisa por llegar y por conseguir aunque ni ellos ni nosotros sepamos a dónde van, ni lo que quieren tener.
Pero volviendo a lo del viaje a Mallorca. Discutí con mi hija. Paula me insistía en que debía confiar en ella y yo le aseguraba que claro que me fiaba de ella. De lo que no me fío es de la horda. Quinientos postadolescentes sin control y con acceso ilimitado a alcohol y a juergas nocturnas tienen muchísimas posibilidades de acabar teniendo un problema. Lo he pensado frecuentemente después de lo del Madrid Arena, en el que estaban decenas de amigos de mis hijos.
PADRES QUE MIRAMOS A OTRO LADO
Estoy seguro de que en la tragedia influyó, al margen de la presunta avaricia y negligencia de los organizadores, el hecho de que hubiera miles de jóvenes pasados de alcohol. Y muchos de ellos menores de edad que, como han hecho mi hija y las amigas de mi hija en alguna ocasión, entran en los locales con DNI falsos. Mientras, sus padres, por no discutir, miramos para otro lado y hosteleros sin escrúpulos les dejan que pasen, sin ser demasiado estrictos, para no perder negocio.
Igual es que me estoy volviendo un carca, pero creo que si en estos viajes a Mallorca aún no ha pasado nada es porque hemos tenido suerte, porque desde luego nosotros, los padres, estamos haciendo lo posible porque suceda. El problema es que veo que, al paso que va la burra, lo mismo mi mujer y yo acabamos dejando a Paula que vaya, confiando en que sea un Ángel de la Guarda el que, al final, nos haga el trabajo.