FRANCISCO

Pues me van a perdonar que me ponga pesado, blando y prosaico. Y me explico.
Digo lo de pesado, porque me prometí a mí mismo no hacer más de una cabra semanal, pero la alegría que me llevé ayer al ver que el elegido para Papa no pertenece a la parte más conservadora de mi Iglesia, merece una cabra urgente. No conozco de nada a Jorge Mario Bergoglio, pero lo que dijo, cómo lo dijo y ese crucifijo modesto colgado de su cuello, me parece que dan una idea de que se abre una nueva etapa que muchos católicos estábamos esperando. Los hay que ya le hacen críticas y aseguran que es muy conservador. No lo sé, pero qué quieren que les diga; prefiero un jesuita conservador antes que un vanguardista de Comunión y Liberación, con todos mis respetos hacia los seguidores de este movimiento religioso.
Digo lo de blando porque tengo que reconocer que ayer, cuando vi que nombraban Papa a un miembro de la Compañía de Jesús, me emocioné. Mi padre nació en el mes de noviembre del año 1931, con la Compañía de Jesús expulsada de España y fue bautizado como Francisco Javier. Dice la leyenda familiar que, además, le fueron impuestos los nombres de Ignacio de Loyola, Luis Gonzaga y todos los Santos de la Compañía de Jesús. O sea que San Ignacio y todos los demás Santos de la “Societatis Iesu” han formado parte de mi educación y de mi familia desde que tengo uso de razón. No creo que haya muchos niños a los que su abuela les pagara por escuchar el disco en vinilo de “El Divino Impaciente” de Pemán. A mí me cayeron varias monedas de duro y de cinco duros del monedero de mi abuela Pilar por aguantar estoico y con cara de interés el relato, bastante coñazo para un infante, de la vida de Íñigo de Loyola.
Y no sólo eso. Una de las personas más queridas para mí era un jesuita que se llamaba Carlos García Hirschfeld S.I. y que murió el 4 de abril del año pasado, miércoles santo, para más señas. Era mi tío y fue durante toda su vida un ejemplo de coherencia, de tolerancia y de buscar a Dios desde la fe, la esperanza, la caridad y la alegría. Y es inevitable que, al ver ayer a uno de los suyos en el Balcón de San Pedro, yo pensara en que algo bueno le viene a la Iglesia Católica.
Y decía también que hoy me iba a poner un poco prosaico, pero las emociones no terminaron con la nominación del Papa. Yo soy malagueño y fui de chico muchas veces al fútbol a La Rosaleda con mis padres, con mis tíos y mis hermanos. Y en cada partido escuchábamos extrañados aquellos versos del himno del Málaga que dicen “tiene equiiiiipo de primeeeeeraaa, en el fútbol españoooool”. Porque el pobre Málaga de mi infancia, adolescencia y juventud subía y bajaba que era un mareo y hasta acabó despareciendo.
Puede que sea prosaico unir la espiritualidad con el fútbol, pero me tienen que reconocer que el que, en una misma tarde, coincida que el Málaga se mete en cuartos de la Champions y que se convierte en Papa un Jesuita, es una demostración de que Dios, de verdad, existe. Ya sólo falta, para completar el milagro, que en España dimita alguien antes de que lo echen. Pero eso no sé yo si es pedirle demasiados esfuerzos al Espíritu Santo que ayer, yo creo, quedó ahíto.