CAGAÍTO

Así se debió quedar el pobre Obama después del inquietante anuncio de España en protesta por el espionaje al que, según parece, nos sometió Estados Unidos por nuestro bien. Es en estas pequeñas cosas en las que se nota si eres una potencia o un país de los del montón. No recuerdo si era Forges el que decía que lo que distingue a un español de un estadounidense es que el español cuando llega a un lugar en el que hay muchas banderas lo primero que hace es comprobar que está la rojigualda. El yanqui ni mira, porque da por hecho que la suya pende de algún mástil. Pues con esto del espionaje pasa igual. Hombre, molesta que te digan que tu aliado está escuchando tus conversaciones, pero después del anuncio de que EEUU había espiado hasta al Platanito, como que jode saber que no te están espiando. Por eso, cuando se ha sabido que también a nosotros nos espiaron, el gobierno español ha tenido que hacer el paripé de “huuuuyyy lo que me ha hechooooo” y decir la tontada esa de que “se podría romper el clima de confianza”. Una reacción incontestable que ha dejado demolida a la administración americana y le ha hecho responder con el paripé “huuuuuyyyy lo que me ha dichoooo”. Lo malo es que la cosa se está liando y ahora resulta que, según El Mundo, puede que nos hayan espiado con nuestra propia ayuda. Conclusión que yo creo que cortocircuitaría al propio Gila (q.e.p.d.) si estuviera entre nosotros.
Porque de todo esto, que no debería tener ninguna gracia, Gila habría sacado por lo menos para 5 monólogos inolvidables. O sea. Resulta que Obama (que, por supuesto, de esto no sabía nada porque lo han hecho los malotes de la CIA) está indignado y va a “ordenar una investigación interna”. A la vez nos dicen que, en el hipotético caso de que escuchen lo que hablamos, lo hacen por la seguridad de EEUU y por la nuestra. Es decir: no os hemos espiado, pero si lo hacemos, tontorrones, es por vuestro bien. Lo de la investigación interna de la CIA es como si alguien dice que va a hacer un análisis de dopaje en un bote de orina metiendo un folio Galgo; “Señores, si se pone azul el folio es que hay dopaje”. Y claro, como ni de coña se pone azul el folio, pues, oigan, que aquí no se ha dopado nadie. Eso; hazle tú una investigación interna a la CIA para ver si espía. Todavía se están riendo los funcionarios americanos con las cachondadas que dice su presidente.
Pues con las amenazas de nuestro gobierno pasa igual. Que se están riendo los de la CIA y el propio Obama. Bueno, quizás ayer por la mañana se inquietaron un poco al oír a Rajoy proferir la terrible amenaza de la comparecencia en el Congreso del Director de nuestro CNI. En fin.
Me habría gustado leer hoy la columna sobre este asunto del maestro Manolo Martín Ferrand al que homenajeamos anteayer en la Academia de la Televisión. Este episodio estoy seguro de que le habría dado para poner en marcha el sacapuntas de su columna “Ad Libitum” y dejarnos una de esas gloriosas frases de Baura, que era un personaje inventado muy útil para que don Manuel diera auténticas hostias como panes y explicara lo inexplicable.
En el homenaje se contaron muchas anécdotas de un hombre al que debemos, entre otras cosas, la televisión privada. Vistos algunos de los programas que circulan hoy en día, muchos podrán pensar que el Gordo (como, con perdón, le llamábamos los de la tropa) se podía haber ahorrado el esfuerzo. Pero, ironías al margen, es verdad verdadera que sin el empuje, sin el empeño y sin el liderazgo de Manuel Martín Ferrand, la historia de la televisión española de los últimos 25 años habría sido muy diferente. Yo sólo contaré dos conversaciones que tuve con él cuando yo arrancaba en esto como becario de Antena 3 de Radio en junio de 1987. Una secretaria nos metió a los 12 novatos en una sala y nos anunció que don Manuel nos quería dar la bienvenida. Imaginen los nervios. Uno de mis ídolos se iba a sentar en la misma mesa en la que estaba yo para darme la bienvenida. Llegó y nos pidió nuestros nombres. Cuando yo le dije el mío me preguntó; “vaya, así que ¿tú eres el poeta?”. Mi profesor de literatura de la carrera, Luis Blanco Vila, gallego como él, le había advertido de que en el paquete de becarios le llegaba un rapsoda. Yo no supe si tomarme aquello como algo bueno o como una de esas frases amenazantes de las pelis americanas de universitarios extrahormonados. Mientras yo pensaba en diferentes métodos para matar a mi profesor, empezó a hablarnos del periodismo y sobre todo de libertad. Nos dijo que en esa empresa íbamos a ser periodistas libres con dos únicos límites: la Constitución y la Casa Real. Igualito que hoy. Aquel fue para mí un día solemne, pero Martín Ferrand, en el trato corto como jefe no era en absoluto solemne. Era firme, pero cariñoso y siempre encontraba la frase justa que decirte, frecuentemente, con una coña interna considerable. Y lo comprobé pronto. Al mes de arrancar las prácticas me tuvieron que escayolar un pie. Nadie sabe por qué, me empezó a doler tremendamente el dedo gordo del pie derecho y en urgencias me pusieron una escayola y me indicaron una semana de reposo. Yo, como becario que era, no podía dejar de ir a trabajar, así que acudí a la calle Oquendo y me senté en mi mesa con la pierna en alto intentando tener margen de maniobra para usar la máquina de escribir. Un rato antes de que comenzara el informativo Crónica 3 al que me habían asignado, llegó por la redacción don Manuel y, al verme en postura tan extraña me preguntó: “¿Qué te ha pasado, muchacho?” Yo le contesté que no lo sabía; que, sin caerme ni nada, me había empezado a doler el pie horriblemente y me habían escayolado. El jefe me miró y me soltó una de sus frases cortas, directas y con retranca: “Cuando me dijo tu profesor que tenías mucha vida interior no sabía que se refería a esto. Cuídate…” De nuevo en aquel momento pensé en Luis Blanco Vila con intenciones homicidas, aunque no sabía lo que le iba a acabar agradeciendo para siempre, poco después, el haberme puesto en el camino de conocer a un hombre, a un periodista y también poeta llamado Manuel Martín Ferrand, de la Coruña.