LA UNIFORMIDAD

Más Cabra en el Garaje que nunca. Cuando comencé a escribir este blog hace un año y medio escaso confesaba que me sentía como una cabra en un garaje. O sea, como fuera de juego, con la sensación de que mi manera de pensar no acababa de acomodarse en ningún sitio. Me sigue sucediendo que mis amigos de un lado piensan que soy del otro y viceversa y, de este modo, en cualquier lugar en el que me hallo, soy un bulto sospechoso. Y me pasa con casi todo; por ejemplo el otro día con el Madrid Barsa. A mí me parece que Sergio Ramos comete el error de tocar la pierna izquierda de Neymar que, al sentir el roce, cae como si le hubieran disparado con un bazooka. Neymar puede que exagere, pero, por desgracia, es penalti y expulsión. Pues por decir esto he tenido que sufrir chanzas de amigos que insisten en que soy un mal madridista y que en el fondo mi color es azulgrana y qué sé yo. Es la uniformidad absoluta. Ahora mismo en España se te exige absoluta fidelidad a los pensamientos únicos y, si no los compartes, eres lo peor.
Imagino que tendrán muy presente la manifestación del pasado día 22. A mí me cogió fuera de Madrid, pero quizás habría ido porque comparto varias de las reivindicaciones de la Marcha de la Dignidad. Sobre todo creo que nos falta decirles más claramente a nuestros políticos que lo están haciendo fatal. Porque luego llegamos el día de los comicios y volvemos a votar masivamente a los que llevan ahí décadas. Otras de las cosas que decían los convocantes de la marcha, sin embargo, me sonaban a asamblea de facultad con dos o tres líderes anarcosindicalistas muy fumados, pero tenía más simpatía que antipatía por ellos. Y llegamos de nuevo a la uniformidad. Coño; ni una bandera española constitucional entre los convocados. Había miles de banderas republicanas y autonómicas, pero no vi ni una bandera española. Lo que me lleva a preguntarme: ¿No había ni uno sólo de los manifestantes que no fuera republicano? Es que no me lo creo, pero en ese pensamiento único si apareces ahí con una rojigualda te conviertes en el primo hermano de José Antonio el de la Falange. Eso por no hablar del desparrame posterior y lo que les está costando a los líderes convocantes criticar a los animales que pusieron en peligro las vidas de varios agentes de policía. Porque, si eres más crítico con los vándalos que con los policías (aunque se inventen la presencia de muletas fantasma), tampoco eres ya uno de ellos.
Ha sucedido en estos días con la muerte de Adolfo Suárez. Ha habido una absoluta uniformidad en el elogio a lo que hizo y ha habido muy pocos que hayan hablado de manera negativa del gran líder de la transición española. Y a los pocos que le han criticado les han dado hasta en el carné, por salirse de la gran autopista de peaje. Lo más gracioso, para mí, es que en esa uniformidad ha entrado hasta el brillantísimo Artur Mas que, por elogiar al difunto, defendió su manera de gobernar y dialogar. Quizás el Honorable no se dio cuenta de que ese Suárez al que utilizó para criticar a Rajoy fue el muñidor de la Constitución que el Washington del Maresme quiere pasarse por el escroto.
Y precisamente lo mejor de Suárez fue su falta de uniformidad. Que se salió de todos los carriles que le habían puesto por delante y tuvo las santas pelotas de coger al Rey de la mano y decirle que veía luz al fondo de uno de los 25.000 túneles oscurísimos que tenía ante sus narices. Y todos le gritaban que estaba loco, que ahí no había salida; los suyos, los que habían sido los suyos, los que eran los de enfrente, los militares rancios y los militares progres… Y él se metió por un túnel que decía consenso, concordia, paz, reconciliación y encontró luz. El problema es que, al salir del túnel le llovieron bofetones por todos los lados y decenas de los que en estos días de luto le alababan y pegaban el cabezazo ante su féretro le clavaron puñales y dijeron de él cosas tremendas.
Si yo fuese uno los hijos de Suárez no me acostumbraría demasiado a esta riada adulatoria en torno a sus exequias. En España el afecto, desgraciadamente sobre todo en estos casos, va por oleadas y lo mismo que te aturulla la riada afectuosa, te arrolla la marea brutal de regreso que, por lo general es para ponerte a parir. Lo que en estos días son alabanzas al hijo mayor, mañana serán críticas por haber dicho o no dicho o por haber hecho o no hecho. Y esto es así. Forma parte de nuestro ADN. Nos cuesta la de Dios alabar a alguien, hasta que le da por morirse. Entonces podemos llegar a ser los campeones del mundo del panegírico. Mientras el cadáver está caliente, se nos llenan el corazón y la boca de estima por el finado, pero, cuando desaparece el féretro, nos da cosa haber sido tan majos y tan blandurrios y nos jode haber tenido esa debilidad cuando, a lo mejor, “no era para tanto”. Y, entonces, esperamos la primera ocasión para sacar de nuevo nuestra especialidad nacional que es la crítica envidiosa con una retranca que ya empieza a verse en algunos hablando, por ejemplo, de lo que va costar o dejar de costar que el aeropuerto de Barajas se llame Adolfo Suárez. Ojalá me equivoque y por siempre mantengamos el afecto y el respeto por Suárez y su familia, pero me temo que sus herederos se han convertido desde ya en el próximo objetivo de la legendaria “Iberian bad host” que viene a ser la mala hostia ibérica, pero dicho en inglés, que queda mucho más fino.