Miren que han pasado ya casi 24 horas. Y todavía no he encontrado el adjetivo. Llevo horas buscando la manera de calificar lo que ayer por la mañana pasó en la redacción de la revista satírica “Charlie Hebdo” en París. Lo que pasó y a quienes lo provocaron. Pongamos que 3 hijosputa entraron y, en el nombre de Alá, se llevaron por delante al director, a tres dibujantes y a otros 8 pobres ciudadanos libres que habían tenido la desgracia de cruzarse en el camino del integrismo islámico.
Quizás no encuentro los adjetivos porque se me mezclan muchas malas leches de manera muy desordenada. Y ese desorden me limita el uso de las palabras. Porque el botepronto pide venganza, ojo por ojo, medidas radicales para impedir que estos tíos puedan seguir campando con su odio por nuestras ciudades. Pero, primero, no sé cómo habría que hacerlo y, sobre todo, no sé si esa sería una solución. Algo parecido a un botepronto tras el espanto de las Torres Gemelas provocó la guerra de Irak y todavía hoy estamos lamiéndonos heridas de aquellos días.
Pero indudablemente hay que hacer algo. Y podríamos empezar por llamar a las cosas por su nombre y dejarnos de condescendencias infantiles con unos religiosos que están sembrando el fanatismo en nuestra puerta de al lado. Yo creo que parte del problema aquí en Occidente es que no acabamos de darnos cuenta de que tenemos al enemigo metido en casa. Principalmente, al menos en España, los partidos de derecha se contienen porque, lo que les pide el cuerpo es cerrar mezquitas. Lo malo es que en el otro lado del péndulo los partidos de izquierda cierran los ojos y se niegan a ver lo obvio. Para mí el paradigma del absurdo fue el de ZP convocando la Alianza de las Civilizaciones meses después de que un atentado islamista hiciera temblar Madrid.
Es complicado encontrar el equilibrio, pero debemos estar más cerca de tomar medidas para impedir la siembra del odio, que de hacer congresos de boyscouts intentando razonar con unos fanáticos nada razonables que lo que quieren es arrasar nuestra cultura y aniquilarnos. Pero esa condescendencia de la izquierda de la que hablo, se ha visto de manera muy clara, sobre todo, en los últimos años en los medios más progresistas a la hora de tratar temas que tenían que ver con la religión. Estos medios se han mostrado implacables con la Iglesia Católica y tremendamente fofos con los musulmanes.
Yo, que he sido muy crítico con Rouco y con el ala más conservadora que ha gobernado a mi Iglesia hasta hace poco, en muchas conversaciones durante estos años me he encontrado defendiendo al Cardenal, como si yo fuera de su cuerda. En mi argumentación, yo ponía a parir a Rouco, pero decía que prefería mil veces quedarme en una isla desierta con el obispo católico más conservador, que con el Ayatollah más avanzado que encontraran, si es que existe un Ayatollah avanzado. Porque es muy curioso lo que, en los últimos años, ha sucedido con los medios más de izquierda, la Iglesia católica y los musulmanes. Cualquier discurso, homilía, declaración de un clérigo cristiano un poco escorado hacia la derecha, merecía en estos medios una carga descomunal con artículos, editoriales, entrevistas a los menos partidarios, reportajes sacando lo peor de estos clérigos… En cambio, en esos mismos años, han sido contados los textos dedicados a la cada vez más frecuente deriva radical de miles de musulmanes llevados a ello por los discursos encendidos de clérigos extremistas. Es raro encontrar editoriales tan abiertamente críticos con el islamismo como los innumerables que he visto con el catolicismo. Es más, estoy convencido de que si se hubiera hecho, en aquellos años del “rouquismo”, una encuesta sobre intransigencia, los lectores, oyentes y espectadores de medios progresistas habrían puesto a Rouco a la altura de cualquier ayatollah que invita a sus fieles a matar al infiel. Y, que yo sepa, hace mucho tiempo que, al menos en España, no se mata en nombre de la religión cristiana.
Y cuando discutes con alguna gente sobre esto, te hablan con esa condescendencia tan estomagante hacia los que matan en nombre de Alá. “Porque ha habido muchas burradas”, te dicen. “Lo de la creación del estado de Israel y la expulsión de los palestinos”, “las barrabasadas de EEUU en la zona de oriente próximo”… Y, aunque tengan su parte de razón, te cuesta la mundial sacarles frases críticas contra el islamismo que no incluyan un contexto comprensivo o una crítica contra los cabrones imperialistas que han provocado ese odio.
Porque no nos damos cuenta, pero es que se trata de que quieren acabar con nosotros. Es que les parece que nuestra cultura está equivocada y no es que quieran convencernos; es que les convocan a pasarnos a cuchillo o a rematarnos en el suelo con la misma frialdad con la que ayer uno de los terroristas, disparó a la cabeza de un policía malherido.
Son estos hijos de puta a los que nos enfrentamos. Y esto empieza ya a parecerse muy seriamente a una Guerra Mundial. Preferiría que no ocurriera algo así, la verdad, pero creo que, llegado el momento, sería capaz de pelear por mí, por mi mujer, por mis hijos, por mi familia, por mi país, por mis convicciones y porque creo firmemente en la libertad individual. No tengo ninguna gana de participar en una guerra, pero creo que estos desalmados la están declarando cada día en cada uno de esos atentados. Y deberíamos estar preparados para ello.
Porque esto no es, como piensan los bienintencionados, una guerra entre religiones. Ni una guerra entre culturas. Ni entre buenos y malos. Esto es, sencillamente, una guerra entre siglos. Nosotros estamos en el XXI y ellos siguen, en su mayoría, en el siglo XV. Y quieren llevarnos ahí. Y yo ahí no voy. Ni pienso callarme. Los asesinos de ayer lo que quieren, precisamente, es que tengamos terror y yo no les voy a dar ese gusto.