MUJERES EN HUELGA

No creo, sinceramente, que lo mío se trate de un problema de falta de personalidad. Pero me sucede que, frecuentemente, ante una disputa política, social o moral me pueden parecer igual de buenos o igual de detestables los argumentos de las dos personas que están contendiendo. Me pasa como con las pelis de juicios, que sale la fiscal a exponer su acusación y me parece que tiene toda la razón y que, al reo, habría que aplicarle la ley con toda su dureza. Pero, ay, aparece la abogada de la parte contraria con su labia enriquecida y, oigan, que me convence igual.

Con esto de la huelga de las mujeres me ocurre tres cuartas partes de lo mismo. Oigo a las convocantes (muchas de las cuales, por cierto, me estomagan) y me parece que sus argumentos son realmente convincentes. Pero escucho a las que están en contra de la huelga y (aunque algunas me estomagan igual que las podemitas), pues me parece que tienen también su punto.

Así que voy a ir diciendo en voz alta (bueno; realmente voy a ir escribiendo) los pensamientos que me sugiere un día como este. Ayer tarde mantuvimos una discusión muy interesante mi mujer y yo con mis hijos sobre el tema. No estaban ellos demasiado de acuerdo con la convocatoria. Opinaban que es una pena que, hasta las reivindicaciones más nobles, acaben siempre manchadas por la política. Y no digo que no tengan razón. Pero, para entender un día como el de hoy y para aceptar que muchas mujeres crean que es necesario parar, hay que mirar atrás y ver cómo eran las cosas hasta hace bien poco. Mi madre, cuando se casó, lo hizo para criar hijos (tuvo 8 en 10 años) y para dedicar su vida a su marido y a su churumbelada. Y era feliz, a pesar de que ella, si hubiera podido, habría estudiado medicina, como dos de sus hermanos a los que sí se les permitió hacer su carrera. No fue hasta que nos vinimos a vivir a Madrid, cuando mi madre salió del cascarón. Terminó primero sus estudios de francés en la escuela oficial de idiomas y, luego, con todos los hijos en el colegio y muy sola, sin sus hermanas y sus amigas, decidió empezar a estudiar para ser Asistente Social, lo que hoy es la carrera de Trabajo Social.

Podría tirarme el pisto y decir que a mi padre y a nosotros nos pareció muy bien aquello. Pero no sería cierto. Mi padre, que era un santo y estaba enamorado hasta las trancas, acabó aceptando a regañadientes que su mujer nunca más sería aquella con la que se casó, sobre todo cuando, tras la tragedia de la Colza, mi madre comenzó a trabajar, ya sin parar, hasta el día de su jubilación. Y no resultó fácil, ni para él, ni para nosotros, ni, sobre todo, para ella, porque fue una de esas mujeres que empezaron a poner picas en Flandes. Estoy seguro de que mi madre no se considera una heroína, pero creo que el ejemplo, la valentía, el paso adelante y la firmeza de muchas mujeres anónimas como ella han conseguido que hoy podamos hablar de una igualdad casi total. Lo que pasa es que, en muchos aspectos es así, pero en otros, desde luego, la igualdad no es total. Y, mientras no lo sea, el día de hoy seguirá siendo necesario. Porque, por ejemplo, muchas critican que se mezcle con este día el asunto del maltrato a las mujeres. Y yo creo que no es mala cosa traerlo. Hemos avanzado mucho. Aunque tengamos la sensación de que no evolucionamos, yo recuerdo que en el año 93 hice un reportaje sobre mujeres maltratadas y la cifra oficial (entonces había muy pocas denuncias y muchos asesinatos domésticos pasaban por otra cosa), si no recuerdo mal, fue de 64 mujeres muertas. El año pasado, en España, aunque difieren las fuentes, murieron asesinadas en torno a 50. Se han reducido tremendamente los datos, hay una sensibilidad mucho mayor y la censura social al agresor es ya unánime. Pero sigue muriendo, prácticamente, una mujer a la semana a manos de hombres que consideran que SU mujer es SUYA y, en ese delirio de la posesión y la dominación, llegan al espanto de matarla.

También es cierto que, al amparo de esta búsqueda de la protección de la mujer y de la reprobación social del agresor machista, se hizo una Ley, que elimina, en la práctica, la presunción de inocencia del hombre y habría que hacer algo para acabar con ese absurdo. Pero es indudable que, hoy, las mujeres en España, tienen más oportunidades que antes para poder escapar del infierno del maltrato.

O sea que yo respeto el derecho de todas las mujeres a hacer hoy su huelga, excepto el de mi hija la pequeña, que es menor de edad ha tenido que asumir que, mientras no cumpla los 18, tiene que hacer lo que le digan sus padres. Así que hoy, protestando muy levemente, se ha ido al colegio. Y me choca que no haya montado más pollo porque debo reconocer que, en mi entorno más cercano, siempre he estado rodeado de mujeres de carácter. No diré ni bueno, ni malo. Pero mucho carácter. Tanto que yo, en mi infancia, tenía muy claro quién mandaba en cada sitio y, como mi abuela paterna se llamaba Pilar, a mí me pareció muy lógico que mi abuelo paterno se llamara Piló y con ese nombre, Abuelo Piló, se fue el pobre a la tumba en el año 1968. Así que yo, en homenaje a mi abuela Pilar, y a mi abuela Julia, y a mi madre y a mi suegra y a mi mujer y a todas las mujeres de mi familia, voy a permitir que esta tarde y noche, mi hija haga huelga de brazos caídos en casa, que no toque un plato en la cena y, si es necesario, que deje de hacer los deberes. Es una minihuelga. Pero por algo se empieza.