No sé cuántos de ustedes han estado en la exposición sobre Auschwitz del Canal de Isabel II en Madrid. Hicimos ese plan familiar durante estas Navidades y creo que todos deberíamos pasar por esas salas y vivir con intensidad las 3 horas o 3 horas y media que dura el recorrido. Todo impresiona mucho; el análisis del por qué de la llegada de los nazis, el estudio de los que se convirtieron en sus víctimas, los testimonios sobre los primeros años de la persecución y la congoja de ver cómo toda aquella locura iba derivando hacia un drama inaceptable a partir de 1939.
Hubo dos cosas concretas que me dejaron varios días jodido; la primera, ir mirando las caras de todos los que estábamos allí. Me ha pasado pocas veces tener la sensación de que todo el mundo estaba con el mismo nivel de dolor y de sobrecogimiento y de no entender que el ser humano pueda llegar a ese grado de abyección. Quizás cuando el asesinato de Miguel Ángel Blanco o cuando el 11-M. La otra fue comprobar que los asesinos y sus víctimas eran personas normales. Como usted y como yo. Hoy parece que los nazis fueran unos monstruos que vinieron de otro planeta y echaron un veneno en la comida de algunos alemanes para cambiarles la voluntad, pero que, realmente, el pueblo alemán de verdad, no tuvo nada que ver con el espanto. Y no. Aquellos desalmados eran cualquiera de nosotros. Y sus víctimas, también. Los pasillos finales de la exposición emocionan horriblemente y lo que se muestran son, simplemente, fotos de familias normales, haciendo cosas normales, en los años normales anteriores a la profunda anormalidad del nazismo.
Evidentemente no quiero yo comparar a los líderes de los dos partidos populistas españoles, Pablo Iglesias y Santiago Abascal, con Stalin y con Hitler, por poner dos ejemplos de populistas hijos de puta aniquiladores de los que no eran como ellos. Pero sí creo que les vendría bien darse una vuelta por la exposición, porque en los discursos de los líderes de Podemos y Vox se adivinan muchas de las cosas que decían los caudillos bolcheviques y nazis en sus discursos encendidos en el primer tercio del Siglo XX. La suerte para nuestra democracia es que hoy no tenemos, ni mucho menos, la situación económica y social de la Rusia de 1917, ni de la Alemania de 1929, pero sí hay mucha gente pasándolo mal y recibiendo con los brazos abiertos discursos excluyentes en los que los malos no son los judíos, sino los inmigrantes, ni los propietarios de la tierra, sino los de la casta, o los españoles. Porque ese discurso populista también cuajó en Cataluña y hoy, para muchos catalanes, los españoles somos unos explotadores, malas personas y, aquellos que se creen las arengas delirantes de Torra o de Mas, nos consideran unos seres inferiores o unos vagos que chupamos de la teta catalana mientras ellos se desangran.
Y probablemente muchos de los partidarios de Podemos, de Vox o del independentismo catalán me digan que esos líderes tengan todo el derecho a hacer esos discursos encendidos que buscan el intestino del votante cabreado. No lo niego; el problema es que, cuando haces esos discursos, sabes cómo los has lanzado tú. Sabes que tú quizás has encendido una pequeña fogata, pero nunca cuentas con que puede haber decenas, cientos o miles que entienden que lo que para ti es una fogata, debe ser una hoguera y que, ya puestos, por qué no quemamos un edificio. Y así han sucedido cosas que, lógicamente, ninguno de estos líderes asumen como suyas. Pero hemos asistido en las últimas semanas a intentos de linchamientos de un asesino violador en Huelva o de unos ladrones rumanos en Sevilla. ¿Ha pedido alguna vez Vox el linchamiento de los violadores o inmigrantes que delinquen? Rotundamente no. Pero cuando en tus discursos con la vena hinchada hablas de violadores en libertad o de inmigrantes que delinquen sin que se les eche, o de la casta que se enriquece mientras hay desahucios, el problema no es lo que tú dices, sino cómo recibe ese mensaje la masa. Y si, encima, esas arengas rumiadas cuentan con un apoyo electoral como el de Podemos en varios de los últimos comicios o como el de Vox en las últimas andaluzas, pues esa masa puede sentirse legitimada para tomarse la justicia por su mano en intentos de linchamiento, en escraches más o menos violentos contra miembros de la casta elitista, o en enfrentamientos contra los hideputas españolistas que provocan poniendo banderas españolas o quitando lazos amarillos.
Pues eso; que Iglesias, Abascal o Torra, o sus votantes, se den una vuelta por la exposición de Auschwitz, que quizás se les desinflame la vena, aunque eso les suponga perder votos. De hecho, desde que Pablo Iglesias se está “acastizando” con el peaso chalé y con su discurso cada vez más socialdemócrata, está empezando a bajar su soufflé.
Y, si me lo permiten, voy a acabar con un réquiem por unos compañeros que, si nada lo remedia, se van a quedar sin trabajo. Y esto, siendo un problema gordo, no es, para mí, lo peor. Hablo de la inminente desaparición de los informativos de Cuatro. Creo que es una noticia muy triste para todos los españoles. Para los que veían Cuatro y para los que no. La desaparición de un medio informativo es solo una buena noticia para aquellos poderosos que prefieren que nadie les moleste. Para todos los demás estos deben ser unos días de luto. Aunque seamos críticos y pensemos que los informativos de televisión, en los últimos años, se han convertido en un Impacto TV con tres o cuatro políticos hablando al comienzo, es mejor tener esas ventanas de información abiertas y no cerradas.
Así que, con tristeza, mando desde aquí todo mi apoyo a esos compañeros, un abrazo especial para mi amigo Roberto Arce y mi pésame a los espectadores de las noticias de Cuatro que, cuando se apaguen las cámaras de esos platós, serán algo menos libres.