Da pereza. Es una de las cosas que han conseguido los independentistas y todos los pesados del procès. Que estemos aburridos y que, probablemente, a muchos de ustedes la simple lectura del titular de esta Cabra les haya dado un motivo para no seguir leyendo. Y mira que me da pena, pero es que, al menos yo, estoy, como se dice en mi tierra, con un “jartón” que no puedo ya más con los nacionalistas catalanes. Y eso que no nos hemos puesto a hacer cuentas, pero tanto decir que la Independencia catalana podría costar no sé qué burrada de miles de millones de euros y que iba a suponer un palo durísimo para el PIB y me gustaría saber la cantidad de dinero, tiempo, energía e inversiones que se han perdido en estos últimos 5 ó 6 años de una tontada detrás de otra.
Esto del “seny” no sé cómo se puede traducir, pero quizás lo más sencillo sería tirar por la raíz y hablar de señorío. Que, claro, piensas en el señorío y miras a Torra y te congestionas de la risa. Quim Torra piensa que “el seny” es uno de su pueblo que se apellida Senillosa. Y no es el único que ha mostrado que el señorío no es lo suyo. Artur Mas, probablemente, debe estar buscando el seny entre las cajas de antidepresivos. Él, que se veía con un busto en el Parlament como un Mandela del Priorat, y ha acabado siendo el panoli que defenestró CiU; el botarate que acabó con un negocio más que rentable para sus colegas de partido. Por no hablar de su sustituto, Puigdemont, que claramente se dejó el seny en las zurraspas de los calzoncillos que llevaba aquel día glorioso de la DUI metisaca-solo-con-la-puntita-y-ya.
Lo que ocurre es que esto del “seny” siempre me ha sonado a algo con un poco de falsete y para mí el mayor representante del “seny” es Jordi Pujol. Un político al que pillaron con las manos en la masa de una manera flagrante con lo de Banca Catalana y el tío no solo es que salga indemne, es que logra que pongan bajo sospecha al fiscal que le acusó y consigue convertirse en el paradigma del gran estadista. De sabio y fino negociador que tenía contento al Estado Español, al catalanista más convencido y, por supuesto, a todos los que se estuvieron forrando durante años en su entorno. Los únicos que no estaban tan contentos eran los empresarios que soltaban el tres per cent, pero, a esos, que les den pomada. Que es una frase muy de políticos.
Hay un ejemplo perfecto de ese tradicional desdén hacia los empresarios en muchas de las decisiones sobre política económica que está tomando el gobierno de Pedro el Infalible. Nuestro presidente del gobierno, como muchos otros políticos de izquierda, piensa que el que genera empleo es el Estado. No solo con la oferta de empleo público, sino permitiendo que las sabandijas de los empresarios nos forremos a base de explotar a los trabajadores. Es curioso cómo en vez de considerarnos los socios con los que conseguir generar empleo digno, nos miran como el enemigo al que hay que tener controlado porque somos unos hijos de puta. Y por eso la mayoría de las medidas sociales que está tomando el gobierno no van contra el lomo del Estado, sino contra el de los empresarios (cabrones) que nos forramos a costa del sudor de nuestros trabajadores.
Y no sabe Pedro el Luminoso que la mayor parte de los empresarios que yo conozco lo que quieren es generar actividad y empleo y riqueza. Y, si es posible, mucha riqueza. Y, si es posible, forrarse. Claro que sí. Pero aunque Pedro el Resplandeciente no se lo crea, los empresarios no somos unos hijos de puta. No queremos tener a los trabajadores descontentos y uno de nuestros objetivos, cuando estamos generando riqueza, es que el equipo con el que la estamos generando se mantenga con nosotros y que estén felices. Y eso solo lo puedes conseguir tratando bien a la gente. Y claro que hay empresarios cabrones y explotadores, pero la mayor parte de los que yo conozco son gente como usted y como yo que tienen una vocación de crear cosas de la nada, de promover actividad económica y, por tanto, empleo, y de generar riqueza para el país, para su plantilla y para ellos mismos. Y eso, con muchas de las medidas que está tomando el gobierno, nos lo están poniendo difícil. La última, lo de que tengamos que instalar puestos de control de la entrada y salida de los trabajadores. Que no me parece mal, pero si va acompañado también de que nos permitan controlar si el 100% del tiempo que el trabajador está dentro de la empresa, está dedicado 100% a su trabajo, pero solo por poner por escrito este pensamiento, no sé por qué ya me da la sensación de que me estoy convirtiendo en un fascista. Porque, obviamente, los empresarios somos todos unos hijos de puta, pero los trabajadores, todos, son cumplidores y jamás en su puesto de trabajo hacen gestiones personales, mandan emails a los amigotes o entran en sus redes sociales. Que, por cierto, ¿saben cuál es la hora en la que internet lo peta en España? Entre las 9 y las 10 de la mañana, hora a la que, como todo el mundo sabe, los españoles estamos en nuestra casa tomando café.
Y, ya que hemos empezado hablando de señorío, quiero cerrar con una elegantísima caja de dulces que me encontré en una cafetería jienense hace unas semanas. Venden tetillas de monja, dulce irreverente donde los haya. Pero lo malo no es el nombre del pastel, que viene de antiguo, lo chocante es la foto que acompaña al producto. En la imagen principal hay un dibujo de una monja que, llámenme pervertido, pero a mí me da que, más que una religiosa, parece la portera de un lupanar pidiendo guerra. Y que Dios me perdone por este pensamiento…