PRECOLISIÓN

Cada vez que se monta alguien conmigo en mi coche nuevo, sé si conoce o no ese sistema pre-colisión que tienen algunos vehículos. Por si alguno de ustedes no está a la penúltima en temas de seguridad vial, les diré que es un sistema que se activa cuando el coche percibe que vas a tener un accidente. Se ponen en marcha varios elementos para hacer que el habitáculo se prepare para el lechón. Uno de esos sistemas hace que los cinturones se tensen para pegar todo lo posible nuestro cuerpo al asiento.

Esa pre-tensión del cinturón también se activa cuando uno se sienta en el coche. En el momento en el que haces “click”, las cinchas se autoenrollan y tanto por la cintura, como por el pecho y el hombro, notas una presión que, por ejemplo, a mi suegro, le acojona y pone el pobre siempre cara de que le están haciendo, como mínimo, un tacto rectal. Vamos; esto me lo imagino. Nunca he sido testigo de tal momento de intimidad de mi padre en la Ley, que diría Boris Johnson.

PRE-TENSIÓN PRE-REUNIÓN

Pues una cara parecida es la que va a llevar esta tarde Adriana Lastra a su reunión con Gabriel Rufián para ver si consigue que ERC apoye el pacto de Sánchez con Iglesias. Y Rufián no crean que va a la reunión con tono conciliador y una sonrisa. Va en plan chuleta y avisando: Cuidadín, que “ERC ha quitado y ha puesto gobiernos en España”. Lo cual deja muy claro cuál es el principal problema de nuestra democracia; ese absurdo y enooooorme poder que da nuestro sistema electoral a los partidos regionales.

Que claro; parece aquí que, si Rufián les apoya, está todo hecho, pero anda que no les queda camino por recorrer para conseguir, primero, un gobierno y, después, para ir aprobando leyes y, sobre todo, sacar adelante unos presupuestos.

¿QUÉ HAY DE LO MÍO, PEDRO?

No sé si me dio más risa o más pena ver el telediario de las 3 de la tarde del día siguiente a los comicios. Salían, uno detrás de otro, los líderes de ERC, JxC, PNV, los canarios, cántabros y turolenses. Todos ellos siendo conscientes de su importancia para formar gobierno. Y todos ellos diciéndole al presidente en funciones: “Pedro, colega, ¿Qué hay de lo mío?” Y lo mío para todos estos, con alguna excepción, no es España.

Yo me preguntaba hace un par de semanas si iba a haber Grandeza entre nuestros líderes para, de una vez, pensar más en España que en ellos mismos, en sus partidos y en los miles de colegas a los que tienen que colocar. Y, viendo la foto aquella tras el abrazo de Sánchez e Iglesias, te das cuenta de que no lo parece.

¿CÓMO HE PODIDO HACER ESTO?

A mí las caras de ambos tras la foto, me recordaban al momento posterior a una noche de farra en la adolescencia. Pongan el sexo que quieran a los/las protagonistas. Guapo/a que sale a ligar con las amistades. Tras una noche de frustración, con algo de alcohol en el cuerpo, uno/a acepta ya cualquier cosa, baja el nivel, y es el momento en el que el feo/la fea que no se come jamás un colín, tiene su oportunidad. Y, si uno hace una foto tras el morreo/coito u lo que sea, los caretos de ambos son muy parecidos a los de Sánchez e Iglesias tras el abrazo.

Sánchez es el guapo/la guapa. Iglesias es, indudablemente, el feo/la fea. Sánchez tiene cara de “Cojones, ¿cómo he podido hacer esto?” Iglesias, sin embargo, no cabe en sí de gozo real. Todavía está con el regustillo del orgasmillo y su rostro de plena felicidad incluye un pensamiento inevitable: “Ya sabía yo que esto iba a ser así de bonito. Ojalá me case con este.”

UN LIBRITO DE 150 PESETAS

El domingo pasado estaba en casa de mi madre y me di una vuelta por la librería del salón. Entre los libros viejos de mis padres encontré uno interesantísimo; “La Caída de Suárez”. Era de esas publicaciones urgentes que se hacían en los años de la transición en tamaño media cuartilla. Se publicó en los días posteriores a la dimisión de Suárez en enero de 1981, pero justo antes del intento de Golpe del 23-F.

Debería ser de lectura obligatoria para todos los diputados que accedan a un escaño. Bueno, es más; yo lo pondría como lectura obligatoria en los colegios porque, leyendo un librito como este te das cuenta de lo imbéciles que somos.

No somos conscientes de dónde venimos. Ni del papel extraordinario que hizo nuestro Rey emérito para que hoy seamos una democracia admirada en todo el mundo excepto en el Parlament Catalá y en TV3.

RUIDOS DE SABLES Y DE SOTANAS

Tampoco somos conscientes de la importancia que hace escasamente 40 años tenían en España, por poner un ejemplo, los militares o los obispos. Y del miedo que daban

Hoy nadie duda de la lealtad del Ejército a la Constitución, a La Corona y a los españoles.

Hoy, en la Iglesia, saben que, por mucho que se empeñe alguna izquierda trasnochada, aquí los obispos no mandan un pimiento y todo lo que reciben del Estado es a cambio de un montón de servicios sin los que el Estado quebraría. ¿Hay alguien que piense que la Sanidad, los servicios sociales, la asistencia a mayores y a inmigrantes, la enseñanza o la cultura serían sostenibles sin el apoyo, en muchos casos gratis et amore, de cientos de miles de religiosos y voluntarios?

CONSENSO ES PACTAR CON QUIEN NO QUIERES

En fin. Que me desvío. Doy por hecho que, a los nacionalistas, la lectura de este libro, sin duda, les llegaría tarde, pero al resto de partidos con representación en toda España, les vendría bien su lectura. Quizás así se darían cuenta de que lo que les llevamos pidiendo desde hace tiempo los españoles es que recuperen aquel espíritu de finales de los años 70. Que salgan de sus trincheras, que se sienten, que pacten, que piensen en España y que construyan entre todos un consenso que, sin duda, va a ser mucho más fácil que el que hicieron aquellos políticos que salían de una dictadura.

Lo sé. Lo lees y suena naif. Pero yo no pierdo la esperanza. Me gustaría que hubiera más gente con capacidad de llegar a acuerdos con los que no piensan como tú, aunque nos parezcan tan raros como el de la amiga de una amiga nuestra. Acaba de separarse de su marido y confesaba el otro día a sus íntimas: “He hecho un pacto con mi lavadora. Le he prometido que por ahí no vuelve a pasar un calzoncillo.”