Tranquilos, que no voy a hablar de políticos, que está la Cabra ya hasta las ubres de criticar a nuestros padres de la Patria. Hablo del compromiso con los lectores, con los oyentes o con los espectadores que uno tiene. Dicho así, podría parecer que este blog nada en la abundancia y que son ustedes legión. No es para tanto. A mí me flipa que cada semana me lean en torno a 2.000 personas, pero, por lo que sé, un blog con 2.000 lectores no es como para que al autor le dé una embolia de satisfacción. Pero yo, seré simple, porque a mí ustedes 2.000 me hacen una ilusión tremenda y por eso cada jueves (salvo imprevistos) acudo fiel a mi cita con los cabreros.
Digo lo del compromiso porque hace unas semanas estuve en mi tierra, en Málaga, para celebrar los 50 años de matrimonio de mi tía Mª Luisa y mi tío Pepe. Varios de mis familiares me hablaron de la Cabra y me preguntaron que por qué no había contado aquí la historia que, precisamente, dio origen a este blog. Y prometí contarla.
Hace hoy exactamente dos años me llamó una periodista del diario Sur, que es el periódico más antiguo y más leído de Málaga. Estaban haciendo una sección veraniega en la que pedían a diversos malagueños que enviasen una foto de un verano de su infancia y contaran la historia que había detrás. Cuando recibí aquella llamada se me puso un nudo en la tripa. Porque tenía la foto perfecta. Aquí va la foto. Y la historia que la acompaña. El título del artículo fue “Cuarenta años de espera”.
Fue en el verano del 73. Yo tenía ocho años y un retraso dental que me hacía mostrar, aún entonces, varios dientes mellados. Se celebró en el Club El Candado la tradicional travesía del puerto a nado y yo, que tenía mucha moral, decidí apuntarme. Era de los más pequeños de la inscripción, pero, cuando me vi en el muelle de salida estaba convencido de que podía llevarme un trofeo.
Comenzó la carrera y, con espanto, observé que hasta los más enclenques de los pequeños me sacaban metros en cada brazada. Yo nadaba con la sensación de que iba hacia atrás y, cuando el último de mis rivales llegó a la meta, yo aún no había cubierto ni la mitad del recorrido. Lo de sentir vergüenza no está entre mis habilidades personales, pero, lo reconozco, entre la asfixia por el esfuerzo y el bochorno, llegué a pensar por un momento que me iba al fondo a que me comieran las viejas del puerto. Hasta que apareció la barca escoba. Cuando escuché a los que venían a rescatarme decir: “Venga niño, que ya han acabado todos. Súbete.” Me dio un arrebato de esos toreros y dije: “que se monte tu madre”.
Aquello no tenía ningún sentido e incluso los de la barca me regañaban, pero al público mi reacción de novillero volteado le pareció tierna y, cuando toqué las piedras de la meta, sonó una ovación tremenda. Vamos, tipo Moussambani; aquel nadador guineano que pasó a la historia de los Juegos por ser un manta. Y, como a Moussambani, me fue mejor en el fracaso absoluto que en el éxito. Porque me dieron una copa. Vaya; era el trofeo a la Deportividad, pero eso yo no pensaba contárselo a nadie. Era una señora copa de plata y allí ponía “Travesía del Puerto El Candado”. Con la copa en la mano, más contento que la mar, un amigo de mis padres me hizo una foto y mi padre tuvo la magnífica idea de decirme: ”Esta mañana sale en el Sur”.
Como si no me hubiera conocido. Al día siguiente, a las seis y media de la mañana estaba yo al pie de su cama pidiéndole ir a comprar el “Sur”. Busqué arriba y abajo, atrás y adelante y mi foto no aparecía por ningún lado. Durante meses esperé que, por fin, mi cuerpo serrano luciera en “mi” periódico sosteniendo la copa. Pero no llegó nunca aquel momento. Le pedí a mi padre que llamara al director, intenté mover Roma con Santiago, pero mi foto jamás llegó a ser publicada. Y perdí toda esperanza. Hasta que hace unos días recibo un email de una periodista que precisamente se llama Ángeles y que, como si fuera una enviada del pasado, me ofrece publicar una foto mía de algún verano que tuviera una historia detrás. Y he tardado cuarenta años, padre, pero aquí la tienes; en el Sur la foto de tu hijo sosteniendo aquella copa que ganó por ser el peor. Pero esto, mejor, no se lo contamos a nadie.
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LOS PELOTAS
¡Qué daño han hecho a la humanidad los pelotas! Y no sólo directamente, sino de manera indirecta también. Los “Brown-nose” (que se dice en inglés y suena mucho mejor que el hispánico lame-culos) resultan nocivos para las organizaciones aunque, desde mi punto de vista, son tóxicos, principalmente para sus jefes. Lo que pasa es que el patrón casi nunca se da cuenta del mal que le hace el cobista. El líder rodeado de pelotas vive en una felicidad constante; sus chistes hacen una gracia inusitada, cada una de sus opiniones es escuchada con embeleso y nunca a nadie le parece mal ninguna de las cosas que dice, aunque lo que diga el jefe sea una boutade de campeonato.
Viene esto a cuento de una de las cosas más chocantes que le he escuchado en los últimos días a un político. Imagino que quedarían igual de estupefactos que yo al oír a nuestro ministro de Interior decir, en una conferencia sobre terrorismo que, si Cataluña optara por la independencia, “sería pasto del terrorismo (yihadista) y del crimen organizado”. Olé sus criadillas, señor Ministro. Porque una frase como esta no se improvisa. Me juego lo que quieran a que Fernández Díaz en varias de las reuniones con su equipo ha debido soltar algo así tres o cuatro veces y estoy convencido de que no ha habido ni uno solo de sus asesores que le haya dicho: “pero, ¿qué collons estás diciendo, Jorge?”. Bueno, quizás no fuera muy correcto contestar así. Podría haberse espetado lo mismo más finamente y que alguno de los acólitos del ministro le hubiera dicho: “Hombre, ministro, decir eso es una especulación sin base alguna y no vamos a hacer más que darle munición a los independentistas.” Pero no. En esas reuniones imagino que los menos aduladores guardarían un silencio de esos que te revuelven la tripa y, los más entusiastas en el besahuevismo, le dirían: “qué razón tienes, Ministro; con la Independencia, Cataluña se convertiría en una República Islámica.” Lo que hay que oír.
Pero ese es, desde mi punto de vista, el problema principal de la política. ¿Por qué después de unos años en Moncloa todos los presidentes del gobierno se vuelven tarumbas? Pues porque están rodeados de gente que teme que, si toca las narices al jefe, pueda salir de un lugar tan chulo, de tanta influencia y en el que se gana tanta pasta. Anda que no quedas bien con las amistades cuando dices: “Es que estoy en el gabinete de Moncloa”. O cuando llamas a quien sea y se te pone, porque llamas desde Presidencia del gobierno, o desde el despacho del Ministro de no sé qué. O cuando sabes que, determinadas cosas, pedidas desde un determinado teléfono se consiguen mucho más fácilmente que si llamas desde tu casa. El que trabaja en estos entornos sabe que, si hace de Pepito Grillo en una reunión, puede finalizar el día saliendo del gabinete con los pies por delante y uno, pues se acaba acomodando. Y para qué le vas a decir al Presidente Rajoy que no puede dar una rueda de prensa a través de un plasma. Para qué le vas a decir al Presidente ZP que no puede soltar burradas como que ”el concepto de nación es discutido y discutible” o para qué le vas a decir al ministro Fernández Díaz que no puede ir por ahí soltando chorradas inaceptables.
Y así les va. No ha habido ni un solo presidente de la democracia que haya salido normal de Moncloa. No cuento a Suárez que, más que rodeado de pelotas, estaba acorralado por profesionales del lanzamiento de cuchillos. Comenzando en el 82, tendremos que convenir en que a Felipe se le fue la pinza en su segunda legislatura, a Aznar, no digamos, y a ZP, que venía ya dislocado de serie, los segundos cuatro años de Moncloa le hicieron perder aquella baraka milagrosa que le acompañó en sus primeros años al frente del PSOE. En sus últimos meses como presidente, Zapatero iba por el país con cara de boxeador sonado sin entender muy bien qué le estaba pasando. Rajoy ya en su primera legislatura ha mostrado signos de desvarío, pero, a pesar de sus plasmas y aquella frase maravillosa sobre los papeles de Bárcenas: ““no es cierto, salvo alguna cosa, que es lo que han publicado los medios de comunicación”, aún mantiene el tipo decentemente. Pero no tardará en desvariar, especialmente si, el año que viene, renueva su mayoría y se mantiene otros cuatro años más en Moncloa.
No estoy diciendo con esto que haya que ser agresivo con los jefes. Yo mantengo hoy relación de buena amistad con la mayoría de jefes que he tenido y eso que, en su día, con todos ellos tuve broncas de esas de acabar en la cola del paro. Pero sí creo que todos los jefes necesitan tener al lado al menos a una persona que les diga lo que nadie se atreve a decir. Recuerdo que mi padre siempre nos hablaba de esto y nos contaba que, en su banco, el único que le decía las cosas a la cara y sin cortarse era su chófer; Sebastián, un manchego adorable que le mantenía al corriente de lo que decía la tropa. Con Sebastián vivió mi padre una de esas situaciones de comedia del realismo italiano. Había muerto el director de una de las sucursales del banco y acudió mi padre al entierro. Cuando estaban bajando el féretro a la tumba, una de las cuerdas se rompió, el ataúd cayó violentamente y la tapa se partió. Ante el estupor de todos, el señor Morales quedó en el suelo, hasta que Sebastián bajó a la fosa, lo cogió como pudo y lo volvió a introducir en su caja. En el trayecto de vuelta, por la impresión, ni mi padre ni Sebastián dijeron nada hasta que entraron en el ascensor del banco. Cuando estaban llegando a su planta sentenció el chófer: “Don Javier, vaya muertazo que ha pegado el pobre Morales”. Y, aunque no tenía ninguna gracia, se tiraron riéndose semanas. No digo que haga falta una franqueza manchega tan obvia, pero seguramente si Sebastián hubiera estado en el equipo del Ministro de Interior, Fernández Díaz habría contado hasta diez antes de convertir a Cataluña en Al-Cataluñistán.
MI REY
Ya siento que el comienzo de esta Cabra me quede así como un poco truchón, pero, qué quieren que les diga; me encantó el discurso de ayer de mi nuevo Rey, Felipe VI. Me gustó, en general, todo lo que rodeó a la proclamación; las formas, el boato justo, la falta de referencias religiosas, la cercanía y la simpatía y, sobre todo, lo que dijo el Rey y cómo lo dijo.
Me pareció esencial que hablara de limpieza y transparencia, de una nueva era, de la necesidad de que nos hablemos y nos escuchemos y de su certeza de que, en España, cabemos todos. Estuvo atento a todos los que en España han sufrido el drama del terrorismo o a los que hoy padecen las consecuencias de la crisis y mostró un cariño enternecedor hacia sus padres y hacia sus hijas. Y, sobre todo, estuvo monumental en su cierre; que me pareció todo un símbolo. Quiero trabajar para que los españoles estén orgullosos de su Rey.
Sin embargo, no a todo el mundo el discurso le dejó igual de satisfecho. A juzgar por sus caras de tener una almorrana efervescente en sus respectivos anos, al Honorable Mas y al Lehendakari Urkullu, la alocución de Felipe VI, no les llegó. Pero creo que es que, sobre todo Mas, iba ahí a hacer su papelito de “fíjate qué majo soy que vengo a tu coronación, pero tengo que ser un poco malote, para que no se me rebote el electorado al que he metido en un callejón independentista sin salida”. Porque si no, no se entiende que no captaran como algo esperanzador, lo que pronunció el Rey sobre el tiempo nuevo, el diálogo y la escucha. Dijo Mas al salir del Congreso, que no había aplaudido porque no escuchó nada nuevo y porque echó en falta una referencia a España como un Estado Plurinacional. No te jode. Y ¿qué pretendía?, ¿que gritara el Monarca: “Visca Catalunya Lliure”?
Pero es que, si nos ponemos así, a todos seguro que nos ha parecido que le ha faltado un ”pichí-pachá”. Yo, por ejemplo, habría preferido una referencia más expresa a quitarnos el temor de revisar la Constitución, si es necesario. Como imagino que Rouco habría querido una mención a Dios y una ceremonia religiosa, y los artistas una solicitud de reducción del IVA y los toreros una alusión a la defensa de la Tauromaquia y, ya puestos, Del Bosque y los suyos, un mensaje cariñoso para la Selección, en el día después de la debacle.
Pero ahí el Rey no estaba para contentar a todos, sino para dejar claras las líneas de cómo pretende desempeñar el papel que la Constitución le encomienda. Porque no es un Rey que gobierne, ni que legisle, pero desde luego no es una figura decorativa, sino un elemento de nueva moderación que puede venirnos bien en estos tiempos de tanta zozobra. Creo que no dejó sin tocar ni uno solo de los asuntos delicados y fue valiente y más claro que el agua. Hombre, es cierto; no pronunció los nombres de Urdangarín, ni Cristina. Ni habló de Corinna, ni de elefantes, ni de corrupción de políticos de uno u otro signo. Pero es que el que estaba ahí en la tarima del Congreso no era un cronista de sociedad, ni de política, ni de sucesos. Era el Rey de España que, sin decir ni un solo nombre, ayer repartió la estopa necesaria y anunció un nuevo tiempo pleno de transparencia y ejemplaridad.
Yo le deseo suerte, Majestad, porque sé que, aunque en estos días sus enemigos le hayan dado una tregua, tiene por delante unos meses de tragar quina y aceptar que le den hasta en el carné de identidad ese de número tan bajo que tiene. Pero eso va con el cargo. Y con el país. Lo hemos comprobado en estos días de negrura para la Roja, que mira que me gusta poco llamar así a la selección. Los que hace dos semanas insistían en la canonización de del Bosque y los suyos, hoy se han puesto del lado de los que llevaban años deseando que el equipo nacional les diera la razón y fracasara. Y a los jugadores y al seleccionador les está cayendo la del pulpo tras las dolorosas derrotas en Brasil. Anteanoche, a los dos minutos de acabar el partido, ya había chistes en los que la gente se pitorreaba de la derrota, de del Bosque, de los fallos de Casillas y de Ramos… Porque, tendremos muchas cosas malas, pero somos unos cachondos.
De otro modo no se puede entender el cartel que me encontré el martes pasado cuando pensaba en las musarañas en un tren de cercanías. En esos momentos de empanamiento y mirada perdida, mis ojos se cruzaron con un cartel maravilloso que adjunto en fotografía. Pensé que había leído mal, pero no. Atención a la frase que acompaña a esos cajetines en los que se esconden los martillos con los que se puede romper la ventana de socorro: Pone arriba “MARTILLO ROMPECRISTALES” y abajo del todo la cosa más graciosa que he leído en mucho tiempo: “ROMPER EL CRISTAL PARA ACCEDER AL MARTILLO”. No sé si el autor es un genio, un cachondo o un tontolculo de dimensiones cósmicas. O, quizás, como pasa con estas cosas, un poco todo eso a la vez.
LOS QUE NOS TOCAN AHÍ MISMO
Oigan, que a mí el Pablo Iglesias este me da igual. O sea, que ni soy de los que le defienden como si fuera el nuevo Mesías Zurdo de la Justicia Universal, ni tampoco me parece el Coco que nos están haciendo ver algunos analistas, articulistas, políticos y ciudadanos varios. Es, sencillamente, el que les ha tocado la bolsa escrotal a muchos que pensaban que en las elecciones europeas ese tío con coleta que salía por la tele y había montado su partidillo Podemos, se iba a dar una galleta María desafinada. Y resulta que no. Resulta que Pablo Iglesias ha pegado un sonoro manotazo encima de la mesa y le ha dado un susto gordo a más de uno y a más de dos. Es que al tío le han salido enemigos hasta de debajo de las piedras.
En el PP y en el PSOE y en sus medios afines se encargan de recordar que es malo muy malo, un antisistema que puede resultar muy dañino, cuando, realmente, es peligroso para ellos; se les han puesto de corbata al ver que lo del bipartidismo puede irse al garete como sigan por ese camino. Incluso los votantes muy del PP o muy del PSOE están como los hijos de un matrimonio con problemas que odian a la amante de papá o al amante de Mamá, porque pone en peligro el nido familiar. En IU están mirando a ver cómo afrontan esto porque Podemos les está comiendo terreno, por mucho que los de Cayo Lara hayan crecido en las Europeas. Y los de UPyD, que están, por un lado dando palmas con las orejas por su crecimiento y, por otro, preguntándose cómo puede ser que este advenizo del Iglesias les haya pasado por la izquierda y tenga un escaño más que ellos.
Y ¿Cuál es la consecuencia de tanto miedo junto? Pues que al líder de Podemos, le están dando hasta en el carné. La verdad es que el tío tiene un tufillo leninista-bolchevique que echa para atrás. A mí estos especímenes ya me daban pereza cuando yo tenía 20 años, era socialista e iba a las asambleas de mi Facultad, o sea que no les quiero contar la desgana y el canguelillo que me provocan, a mis casi 50 años, cuando los veo hoy a punto de tocar pelo. Por si alguien se escandaliza, no quiero con esta taurina frase hacer referencia alguna a tocamientos escandalosos contrarios a la virtud; tocar pelo en los toros es triunfar. Pero es que se le están revolviendo hasta algunos de los suyos; esos típicos personajes que yo tengo muy calados. Los que jamás ponían un problema y miraban con embeleso al líder y decían que sí a todo, de repente no están tan contentos. Uno que arrimó el hombro sin esperar nada a cambio, cuando inesperadamente ve que los billetes circulan empieza a decir, “Oye tronco, ¿Qué hay de lo mío?” Y ese ambiente de salvemos a las ballenas, de asamblea de la “facul” por la paz y de vamos a compartir unos porrillos, se convierte en un festival de lanzamiento de puñales en el que, si no andas listo, terminas con un huevo enhebrado en una daga vizcaína de esas que tanto le gustaban al Capitán Alatriste. O sea, que a Pablo Iglesias se le viene una buena encima.
Los hay que dicen que es un poco inconsecuente. Coño. Y ¿quién no lo es? Porque yo, salvo dos o tres religiosos ejemplares, mis padres (por supuesto) y un par de amigos a los que elevaría a los altares, no conozco a nadie consecuente hasta resistir el pedazo de examen que le están haciendo a Iglesias. Llaman a su partido Pablemos, dando ya una idea de que se da por cierto el tufillo de líder totalitario que desprende. Le están mirando todas sus alocuciones anteriores ante la prensa o en conferencias, para ver si le pillan en un error o en una contradicción. Hasta se le ha criticado por aceptar una beca de Cajamadrid en la época en la que el diablillo Blesa era su presidente. Y ¿qué quieren que haga? ¿Que renuncie? Sé que este Pablo Iglesias va por ahí dando lecciones a todos sus ahora compañeros en la política y que él piensa que, de verdad, las cosas se solucionan con un programa tan de “Bolchedisney” o “Disney Bolch” como el suyo, pero creo que no es el único que lo hace. Me da risa escuchar a articulistas conservadores poniendo a parir a Iglesias argumentando que jamás podría cumplir su programa electoral. ¿También es el único que incumpliría su programa electoral? Porque me gustaría ver a esos articulistas siendo tan valientes denunciando los incumplimientos de programa de Rajoy and friends. ¿Qué la situación era muy jodida? Sí. ¿Qué lo están haciendo mucho mejor que ZP? También; aunque es cierto que no lo tenían difícil. Pero igual de cierto es que se han pasado por el forro muchas de sus promesas a ciudadanos y empresarios y aquí no pasa nada. Y que están haciendo recortes salvajes a la gente más necesitada, que quizás podrían quitar de otro sitio. Pero esa será otra Cabra.
A lo que iba es a que ¿De verdad creemos que soportaríamos cualquiera de nosotros semejante escrutinio si se pusieran a investigarnos, a recordarnos cada frase que dijimos hace años sacada de su contexto? Probablemente no.
Pero si yo fuera Iglesias, más que de los de fuera, me inquietaría por los míos. Están los de Podemos a punto de pillar cacho, de estar pronto en disposición de gobernar en algún sitio y, antes de sentarse en el sillón, ya hay tres o cuatro pegando empujones de esos de “quítate tú pa ponerme yo”. O sea que espero por su bien que esté preparado porque, cuando te dan hasta los tuyos, es que estás tocando donde no se suele tocar. Esa unanimidad a la contra sólo la consiguen aquellos que son una mezcla de loco y valiente, que nos gustan mucho mientras le introduzcan el dedo en la llaga al vecino y no a nosotros. Y el tío será demagogo y facilón en algunas críticas, pero habla bien y dice algunas verdades como puños (que es lo suyo) y eso en el país de la envidia, y del mirar en la política para otro lado como si nada tirorirotiroriro, pues gusta tirando a poco.
NO A LA REPÚBLICA
Me apuesto 10 contra 1 a que muchos de ustedes al leer el titular de esta Cabra de hoy han pensado: “Menudo facha”. Porque estamos en un país en el que, curiosamente, se identifica a la República con la izquierda más maja y a los que no somos republicanos con gente antidemocrática, de derechas cavernarias y no sé qué montón de cosas horribles.
Pues no. Yo soy un demócrata convencido, no soy de derechas, ni cavernario, ni tan siquiera sé si soy muy monárquico, pero sí creo firmemente que la monarquía que nos trajo Juan Carlos I es de lo mejor que le ha pasado a España en los últimos cien años. Y opino que, con sus fallos, sus elefantes, su yerno desviado, sus devaneos amorosos y hasta con sus supuestas comisiones por negocietes internacionales, es el mejor Jefe del Estado que hemos podido tener. Y estoy convencido de que su hijo, Felipe de Borbón, va a ser un buen Rey y le va a dar un aire nuevo a la Institución y a todo lo que rodea al poder en España.
Es que se nos olvida cómo éramos y cómo estábamos cuando murió Franco. Con medio país acojonado pensando en que iban a volver los rojos a quemar iglesias y a robar a la gente que era de derechas y el otro medio pensando que este Rey iba a ser un pelele en manos de las fuerzas más negras del Franquismo. Y mira tú. Que ni una cosa ni otra. Este fue el Rey que apostó por Suárez. Este fue el Rey que promovió una Constitución que le quitaba cualquier tipo de poder ejecutivo a la Jefatura del Estado. Este fue el Rey que permitió que volvieran Tarradellas y Alberti y la Pasionaria y Carrillo. El que se enfrentó, a pesar de lo que cuentan intoxicadores como Pilar Urbano, a los militares en el 23-F y el que, con su firmeza tras el golpe, puso al país en disposición de permitir que en 1982 ganara las elecciones y gobernara el PSOE sin que pasara nada.
Creo que lo peor de los pueblos es la falta de memoria. Y negarle a este Rey todo eso y hablar hoy de una monarquía impuesta por el franquismo es o tener memoria ligera, o, directamente, no tener ni puta idea de la Historia de España. Yo no me niego a que se pueda hacer un referéndum sobre la Monarquía, pero que no se haga sobre la base falsa de que es un Rey puesto por un dictador. Es cierto que fue Franco el que lo nombró su sucesor, pero la Constitución del 78 le dio toda la legitimidad que hoy le niegan (es curioso) la extrema derecha y la extrema izquierda. Porque es que ya vale de tontadas y de no llamar a las cosas por su nombre. ¿Pueden los comunistas-leninistas dar lecciones de democracia? ¿Pueden los fascistas dar lecciones de democracia? Yo creo que no, pero tener que escuchar a muchos filo-comunistas hablar de democracia, me daría risa si no fuera porque, del repelús que me provocan, me erizan los pelos de la nuca igual que los filo-fascistas.
Es que es muy llamativo esto de los que se erigen en definidores de quiénes somos demócratas y quiénes no. Me hace gracia cómo estos amigos de lo totalitario dicen que son demócratas aunque, para ellos, lo importante no es lo que vote la mayoría, sino lo que gritan los que están a su lado en la manifa. Nada es mejor por el hecho de que lo pida “mucha gente”. ¿Deberíamos expulsar a los musulmanes si de repente apareciese “mucha gente” pidiendo que los echemos de España? Yo creo que no y que a los que pidieran eso se les debería decir lo mismo que a los que reclaman el fin de la Monarquía o cualquier otra cosa que suponga ciscarse en nuestra Constitución. Ya me fastidia repetir casi palabra por palabra lo que dijo al respecto la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, pero es que es así: Oiga; esto es lo que hay y, si quiere cambiarlo, ahí tiene mecanismos para hacerlo.
Utilicen esos mecanismos, cambien la Constitución y, si la mayoría de los españoles vota por el fin de la Monarquía, pues que se vaya el futuro Rey Felipe VI. Yo, como demócrata, aceptaré lo que vote la mayoría. Pero hasta entonces, por favor, que dejen de pretender que los que apoyamos al Rey somos unos caducos pseudofranquistas poco amigos de la democracia. Que yo, sinceramente, me considero amigo íntimo de la democracia, pero según, claro; si el modelo de lo que hay que hacerse amigo es el de Chávez, Maduro, los Castro, Xi Jinping and company, pues pueden ustedes empezar a considerarme un enemigo de la democracia.
Por cierto, ya de paso, cómo somos en España. Ha bastado que pasen 3 días tras la abdicación para cambiar las cosas y que ayer, en las Ventas, el Rey recibiera una ovación prácticamente unánime con casi toda la plaza puesta en pie durante un minuto y medio. Fue emocionante y a mí, lo reconozco, todavía me duelen las manos de aplaudir.
¿CAPTARÁN EL MENSAJE?
Era una de las bases de la clase de redacción cuando yo estudiaba Periodismo; JAMÁS comenzar con un titular entre interrogantes. O sea; un cero. Pero no se me ocurre otra manera de arrancar esta breve Cabra de emergencia tras lo de las Elecciones al parlamento Europeo. Porque los resultados de ayer a mí, lejos de parecerme alentadores, me dieron miedo. No sé que tiene de bueno esta fragmentación tremenda del electorado. No le hizo bien históricamente a Italia la época del pentapartito, y no les cuento cómo le fue a Cataluña con el tripartito. Ciertamente es bueno que PP y PSOE se den cuenta de que estamos de ellos hasta las mismísimas, pero ¿Creen de verdad ustedes que ellos ayer captaron algún mensaje? En la alocución de Cospedal y Arias Cañete no hubo ni una sola frase referente al enorme bofetón que supone perder 8 escaños. Todo su argumento era: “Hemos ganado y hemos aumentado la ventaja sobre el segundo”. Vaya, como ese chulito al que le han partido la cara reventándole siete dientes y te dice que sí, que sí, pero que no veas el daño que se ha hecho el otro en los nudillos.
Pero es que el resto de los partidos también deberían hacérselo mirar. Lo del PSOE es para que convoquen un Congreso urgente en la reunión de la Ejecutiva Federal que se celebrará esta mañana. Izquierda Unida y UPyD, que suben mucho, deben hacer una reflexión y preguntarse cómo un partido recién creado como es el de Podemos, puede ponerse un escaño por delante del partido de Rosa Díez y tan sólo uno por detrás de la coalición de izquierdas. Y ya que hablamos de reflexiones, quizás en el partido de Pablo Iglesias, deberían darle una vuelta al tufillo de república bananera que tiene el hecho de que en las papeletas aparezca la efigie del líder, en vez del logotipo. Y lo peor es cuando te lo explican y te dicen que es porque la gente así identifica mejor la papeletea porque a su líder lo conoce mucho la gente por la televisión. Coño; ¿Eso es pensar que los que le van a votar son iletrados o lelos? ¿O estoy haciendo demasiadas preguntas?
En fin, eso por no hablar, porque ya da pereza, la verdad, de la que se está liando en Cataluña, donde la coalición liderada por ERC ha ganado claramente, los partidos nacionales se hunden y el conjunto de los que apoyan la consulta supera el 55 por ciento de los votos. ¿Y lo de Andalucía? Como andaluz, me parece deprimente que, a pesar del paro y del terrible estancamiento de nuestra economía, sigan ganando los mismos con un resultado peor que otros comicios, pero magnífico, comparado con el resto de España.
Esto va a dar para días y, probablemente, semanas de análisis y réplicas del seísmo y, como había prometido que iba a ser una Cabra corta, acabo ya. Pero, hombre ya puestos, cómo un merengue como yo no iba a hablar hoy de la Décima. Mira que me dan pena los del Atleti, pero ese gol de Ramos en el descuento fue de las alegrías más gordas que me he llevado como espectador de fútbol. Eso y comprobar que Íker Casillas es el mejor portero del mundo y uno de los tíos más afortunados del Planeta. Dije hace meses en una Cabra, que cuando Íker falla el Madrid nunca pierde y que eso era porque este gran portero tiene en el culo, no una flor, sino el huerto entero de las Clarisas de Carrión de los Condes. Hoy rectifico, lo que tiene en el pompis este muchacho es el Real Jardín Botánico de la Plaza de Murillo de Madrid.
HÉROES
Mira que me dan ganas, pero no voy a dedicar una tercera Cabra consecutiva a los descerebrados de Twitter. Parece que, entre el gobierno y la Comunidad judía, se están empezando a tomar las cosas en serio y hay ya unos cuantos a los que el soltar veneno por las redes sociales, les va a costar un disgusto. A mí me sigue pareciendo que regular las redes sociales es como defenderse de un Tsunami poniendo las manos mu apretás, pero si sirve para que algún desalmado se lleve un susto, pues me alegro.
Tampoco voy a hablar de la polémica por las declaraciones desafortunadas de Cañete y Jáuregui, que son un ejemplo perfecto de lo que es la política. Uno mete la gamba; el que sea. Y el rival político sale al rato con cara de mártir al borde de su holocausto para decir de su contrincante: “¡¡¡Huy qué malo, qué malooooo!!!” Los del PSOE le han dado la del pulpo al tufo machista de Cañete, tanto que el candidato del PP a las europeas, ha acabado pidiendo perdón, aunque él, en el fondo, no cree que tenga que pedir perdón por nada. Con Jáuregui sucedió igual; los del PP dándole caña por manifestar sus dudas respecto a la condena por maltrato a su colega de partido Jesús Eguiguren. Jáuregui acabó rectificando aunque él, realmente, piensa lo que dijo.
Pero me estoy desviando y no quiero que teman ustedes, ni por un minuto, que el calificativo de héroes se lo dedico en modo alguno a los políticos. Héroes, en todo caso, somos nosotros que, con la cantidad de motivos que nos dan para mandarlos a la mismísima mierda, ahí seguimos votándoles por millones como si no hubieran pasado las cosas que han pasado. Pero no. No hablo de los políticos. Me refiero a los toreros que, para mí, cuando yo era chico, eran unos héroes a la altura de Simbad, Daniel Boone, Superman o Luke Skywalker.
Imagino que todos habrán conocido la noticia de la suspensión de la corrida del pasado martes en la plaza de toros de Madrid. Tras la lidia del segundo toro, hubo que dar por terminado el festejo porque los tres matadores estaban en la enfermería. Uno de ellos, David Mora, había sufrido una cornada gravísima que no lo mató porque estaba en la Plaza de Madrid y en las manos de un cirujano como Máximo García Padrós. Tras salir de la plaza, en las horas posteriores busqué constantemente información sobre el estado de Mora y, en cada noticia que encontraba, me topaba con los comentarios despiadados de lectores antitaurinos que decían cosas tremendas sobre el torero. Insisto en que no voy a hablar de tuiteros, ni de esos comentaristas que dan la sensación de tener la mente muy enferma. Pero sí creo que alguien debería hacer algo para defender una parte de nuestra cultura que, a este paso, puede acabar muriendo en unos años. Yo comprendo a los antitaurinos, que creen que los aficionados disfrutamos viendo sufrir a un animal. Porque creen eso. Pero alguien, y aquí hablo de las instituciones españolas, debería saber explicar a cualquier niño que se educa en España, qué es la Tauromaquia, por qué se hace lo que se hace y cuál es la fisiología de un toro. Porque la lidia es una prueba de bravura. Cada paso que se sigue en los 15-20 minutos que el toro está en el ruedo, tiene un sentido y da información al ganadero sobre si la línea de cría de ese toro, puede seguir dando buenos ejemplares o no. Ninguna de las cosas que se le hacen al toro le daña de manera irreparable, excepto, y lamento la obviedad, la estocada. Y, hombre, no es lo mismo hacerle todo eso a un toro que, y es lo que piensan los animalistas, a un perro o a un lindo gatito. El daño que se le hace al toro, se le concentra en la zona del morrillo, entre la cabeza y el lomo. Si se le hacen bien las suertes, el animal no tiene por qué sufrir un daño estructural y prueba de ello es que, cuando un toro es indultado, en un porcentaje elevadísimo de ocasiones, unas semanas después, está curado y paseándose por la finca cubriendo vacas.
Pero no. Aquí en España hasta los que somos taurinos vamos como pidiendo perdón y hacen más las instituciones francesas por la tauromaquia que las españolas. De este modo, los matadores de toros, a su faceta heroica de enfrentarse a un animal que los puede partir por la mitad, deben unir en los últimos tiempos, el coraje y la intrepidez para sobrellevar la soledad. Están solos. Y así se sienten los empresarios, los ganaderos, los subalternos y los miles de personas que forman parte de la Fiesta de los Toros. Lo malo es que yo creo que no acaban de darse cuenta del peligro que corren y, en vez de unirse, van cada uno por su lado a ver si alguien lo arregla por ellos. Y eso es imposible imposible. Como decía un amigo mío poco agraciado y que tiene escaso éxito con las mujeres; «Tan imposible como que yo tenga una luxación de cadera por exceso de sexo”. Pues eso.
MENSAJES DE LA MASA
Las masas están claramente sobrevaloradas. Las únicas veces en las que se debe hacer caso a lo que dicen las mayorías es en los procesos democráticos, pero, quitando las votaciones, en general, las masas me ponen nervioso. No voy a decir aquello de que “la democracia es el menos malo de los sistemas” porque pensamientos como este acaban abriendo la puertecita a esos mesías que, desde que la humanidad existe, deciden que van a venir a salvarnos a los demás. No. La democracia es un sistema magnífico en el que, de vez en cuando, se cuelan hideputas que la pervierten y dan munición a los que están deseando pasarse al pueblo por el arco escrotal.
Digo esto porque me sorprende la importancia que le damos, fuera de los procesos democráticos, a las supuestas opiniones de “la mayoría”. Me hace gracia la cantidad de políticos que utilizan frases como “mucha gente exige”, “el pueblo pide”, “los ciudadanos reclaman” para apoyar sus argumentos. Pero nunca explican de dónde han sacado el material demoscópico con el que nos deleitan. También tenemos nuestra parte de culpa los periodistas que mostramos una tendencia admirable a convertir en general lo que suelen ser comportamientos de tres o cuatro orates sin demasiada masa cerebral en funcionamiento. Por ejemplo, un equipo, después de una mala racha, pierde un partido muy señalado y, al salir de los vestuarios, se quedan quince o veinte aficionados a llamar de todo al entrenador, a los jugadores y/o a los directivos. Pues normalmente, esos periodistas, en vez de decir: “15 ó 20 aficionados increparon a”, suelen decir “la afición abuchea a”. ¿Representan 15 ó 20 exaltados a la afición de un equipo? Yo creo que no. Del mismo modo que 20, 200, 2.000 o incluso 200.000 personas diciendo cosas en Twitter, no representan a nadie. Ninguna cosa es mejor por el hecho de que la digan muchas personas a la vez. Ningún argumento es más válido porque, el que lo profiera, tenga un enorme megáfono. Pero en estos días de éxito de las redes sociales, partidos políticos, empresas e instituciones, varían sus estrategias en función de cómo se mueve Twitter o Facebook. Conozco empresas que han dejado de lado proyectos porque han recibido unos cuantos miles de menciones críticas en las redes sociales. Claro que también estuve hablando el otro día con un gran empresario español que me decía, y cito textualmente, que le importaba “tres cojones lo que digan los de Twitter”. Varios de sus subordinados y miembros de su consejo de Administración le invitaban a cambiar una decisión empresarial por la protesta de 100.000 twiteros en una de esas operaciones pseudomilitares de las redes sociales que nadie sabe quién arranca pero que tienen una eficacia sorprendente. El empresario dijo que no pensaba hacer ni caso, aguantó el chaparrón y hoy ni Blas se acuerda de lo que provocó aquel aluvión de mensajes contrarios.
Viene todo esto a cuento de lo que ha sucedido en las redes sociales con el asesinato de la presidenta de la Diputación de León a manos, supuestamente, de una señora que quería vengar el despido de su hija. Hubo dos imbéciles muy imbéciles, curiosamente ambas concejalas gallegas del PSOE, que soltaron bilis en las redes sociales contra la muerta. Una diciendo que “el que siembra vientos, recoge tempestades” y, la otra, afirmando que este asesinato debía poner en guardia a otros líderes del PP y soltaba: “Tiembla Bauzá” en referencia al Presidente de la Diputación de Pontevedra. Estos dos comentarios y otros miles de personas con evidentes problemas de socio y psicopatía, han llevado a decenas de comentaristas a advertir un ambiente general de inquina y de pre-guerra civil que a mí me parece una desmesura. Es cierto que comentarios como los de las dos concejalas dan una idea de lo que ellas habrían hecho de 1936 a 1939 con sus rivales políticos, pero creo que esa insistencia en decir que estamos en un clima de pre-guerra es una demostración terrible de desconocimiento de lo que sucedió en el 36.
Es cierto que estamos mal, es verdad que hay mucha gente desesperada, que abundan los representantes políticos infames y que a veces dan ganas de poner una guillotina en la carrera de San Jerónimo, pero estamos infinitamente mejor que en 1936. Lo único que tenemos que hacer es recordarle a nuestros políticos que somos nosotros los que mandamos. Que los podemos mandar a esparragar cuando nos dé la gana. Y una ocasión magnífica para hacerlo son las próximas elecciones europeas. A mí me gustaría que estos comicios, aunque no tengan que ver exclusivamente con España, los utilicemos los ciudadanos para gritar sin gritar nuestro cansancio. ¿Y si en vez de mostrar nuestro cabreo no yendo a votar, lo mostramos dejando de votar como autómatas a los dos partidos hegemónicos? Quizás así no arreglemos nada, pero les íbamos a dar un aviso a navegantes con mucho mayor valor que las mamonadas que se escriban en Twitter y en Facebook, por mucho que quien las diga haya sido elegido como concejal.
BORRACHOS DE TWITTER
Un lío. Mira que, por lo general, tengo una opinión clara de las cosas, pero hay otras que me hacen estar dando vueltas y no aclararme durante mucho tiempo. Imagino que habrán escuchado la noticia de que han condenado a pagar 1.300 euros al troll que insultó a través de Twitter a la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes. Para empezar habría que explicar qué es un troll. Este tipo de seres dicen cosas tremendas a través de las redes sociales, escondidos tras un pseudónimo y, habitualmente, con una cuenta abierta con datos falsos, para evitar ser perseguidos. Este anonimato, a ellos les da una sensación de impunidad que, de vez en cuando, es alterada por la policía y por los jueces. Lo que sucede es que, salvo que hablemos de delitos mayores, la policía y los jueces sólo intervienen si el perjudicado denuncia, con lo que, en la mayoría de las ocasiones, uno puede decir casi cualquier cosa de casi cualquier persona sin temor a sufrir ninguna consecuencia.
A mí eso me parece cobarde y estoy seguro de que, quienes hacen esto, son de esas personas que no aguantarían ni una mala mirada de aquel al que critican. Pero una cosa es que yo crea eso y otra que considere que se debe perseguir judicialmente al que insulta en Twitter. No opina lo mismo que yo Cristina Cifuentes y por eso, cuando L.J.M la llamó puta bajo el pseudónimo de Ximicomix, le denunció. El tal Ximicomix no debía estar tan bien escondido, porque la policía le localizó y lo puso a disposición de un juez. Antes de que hubiera juicio, los abogados se han puesto de acuerdo y han cambiado la solicitud de ¡¡4 años de cárcel!! por una multa de 1.300 euros para el bocazas internáutico.
Por un lado me alegro tremendamente de que uno de estos gallitos con capucha se lleve un palo de este calibre y de que se haga un aviso a navegantes. Por otro, me pregunto si, el hecho de que alguien te insulte debe recibir un castigo. Yo creo que, cuando uno tiene exposición pública, debe aceptar que haya muchos que no estén de acuerdo con lo que dices, con lo que haces o con lo que no haces o no dices. Y, si en uno de esos desencuentros, a alguien se le escapa un insulto, pues qué se le va a hacer. A mí, en los 27 años que llevo trabajando, me han dicho de todo. Lo que pasa es que, cuando yo empecé, el nivel de difusión de los insultos era mínimo. Llamaba alguien a la radio o a la tele, o escribía una carta y te ponía a caer de un burro. O salía un crítico al que no le gustaba tu trabajo y te hacía un destrozo literario y personal sin meter ni un insulto en su texto. Ahora no. Ahora mismo cualquiera, sin necesidad de que se le dé el título de crítico, ni un espacio en un medio de comunicación, puede darte estopa de manera inmisericorde. Y, si lo que dice tiene éxito, puede resultar que cientos de miles de personas se enteren de que hay alguien por ahí que te está poniendo a parir. Y esto hay que aceptarlo. Aunque no nos guste.
Hace unos meses, cuando sufrí enormes varapalos por aceptar presentar el programa Punto Pelota en Intereconomía, escribí una Cabra en la que decía que lo de Twitter es como la barra de un bar en el que hay dos tíos muy mamados gritando a pulmón. Antiguamente en los bares, al borracho, le oían cuatro gatos y, tocándole un poco la chepa, te lo llevabas a casa intentando que no se abriera la frente contra una acera. Esas barras de bar con dos tíos muy mamados, con las redes sociales, se han convertido en una enorme plaza de pueblo en las que un solo borracho, encapuchado para que no se sepa quién es, puede conseguir que sus insultos los escuchen cientos de miles de personas.
A mí todavía hoy, cada vez que digo algo de Mourinho, hay un grupo de fieles del ex entrenador del Madrid, que me insultan y me dicen de todo menos bonito por no estar de acuerdo con ellos. Pero, aunque me insulten, aunque me deseen una muerte lenta y cruel, ¿Debo tener derecho a denunciarles? Yo creo que, si yo fuera una persona anónima, podría tenerlo, pero, desde en el momento en el que decides dedicarte a una profesión con proyección pública, y el periodismo y la política lo son, debes aceptar que te van a caer palos que no les caerán a otras personas que trabajan en entornos discretos.
Dicho esto, no crean que soy Mahatma Gandhi. En general los insultos y las críticas me la bufan, pero otras veces me dan ganas de irme a por el de la capucha que está mamado y quitarle la cobardía y la borrachera con un buen par de hostias. Lo que pasa es que, no sé por qué, creo que eso no me iba a ayudar a estar más tranquilo.
UNA OPORTUNIDAD
Vaya dos noches de alegrones consecutivos que he tenido esta semana. Y no hablo de atletismo sexual, ni nada parecido. Ya lo siento. Hablo de los partidos en los que el Madrid y el Atleti han conseguido clasificarse para la final de la Champions. Me van a perdonar los no futboleros, pero si no dedico hoy un poquito de mi Cabra a hablar de esto, yo creo que me da algo.
Allá que nos vamos a ir mis hijos y yo el 24 de mayo en coche a Lisboa con mis cuñados y mis sobrinos; unos del Atleti y otros del Madrid. Sabemos que algunos van a volver, seguro, contentos en el coche. Y algunos muy jodidos. Pero creo que esa es la gracia del fútbol; que se tengan esos sentimientos intensos de derrota o de victoria sin que, al que pierde, le den ganas de partirle la cabeza al que ha ganado. Yo espero que, en esa final, los del Madrid y los del Atleti demos un ejemplo de aficiones que van allí a disfrutar de lo que pase, aunque lo que pase sea que nuestro equipo del alma pierda.
Claro que puestos a ser ejemplares, podrían aprovechar la oportunidad los dos equipos de la capital de España para cambiar un poco esa imagen chusca que transmiten, habitualmente, los futbolistas. No sé si ustedes se han preguntado alguna vez por cosas que ni siquiera los que hemos jugado al fútbol entendemos. Y no voy a entrar en esas modas recientes de no agacharse los de la fila de delante cuando les hacen la foto de equipo antes de comenzar el partido. Cuando yo era chico, los de delante posaban en cuclillas. Ahora se ponen con el culo en pompa, como si estuvieran de visita en el proctólogo. Y tampoco me voy a referir a la manía que les ha dado a todos de taparse la boca para decirse cosas; coño, que parece que se estén dictando la receta de la Coca-cola. Lo malo es que los niños les copian y el otro día, en un partido de alevines, vi a un defensa hablando en un córner con uno de su equipo con la mano puesta en la boca, como si hubiese comido ajos y tuviera un aliento pestilente.
Pero ya digo que estas cosas, me chocan, pero no dan mala imagen. Lo que sí da repelús es la cantidad de veces que escupen, se suenan los mocos y se tocan el paquete los jugadores profesionales de fútbol durante los partidos. Y yo creo que es cosa de que los tíos somos en general más guarros. Porque no es que yo vea mucho fútbol femenino, pero estoy seguro de que las chicas no escupen tanto, ni expulsan mocos, ni se tocan el pubis con la frecuencia de los chicos. Vaya, yo no digo que los jugadores vayan con un pañuelito metido en la manga, como hacían nuestras abuelas, simplemente podían aprender de los jugadores de baloncesto, que hacen un esfuerzo físico parecido o incluso superior y sólo escupen si a alguno le rompen la boca y sangra abundantemente. Y jamás he visto a un baloncestista taparse un orificio nasal y hacer, por el otro orificio, un lanzamiento de moco estilo Mazinger Z al grito de ¡Mocos fuera!
Por eso yo tiendo a pensar que estos comportamientos son consecuencia de la unión de un deporte como el fútbol, con un grupo de seres humanos de sexo masculino juntos y solos. Y para que lo entiendan, les voy a contar algo que hacíamos en el equipo de fútbol en el que jugué varios años; algo que pertenece a esos secretos de vestuario, pero han pasado ya tantos lustros que no creo que ninguno de mis compañeros se moleste por contarlo. Yo nunca competí en ligas de primer nivel, pero estuve muchos años jugando con un equipo de amigos en ligas menores. No recuerdo que fuéramos máquinas de escupir y moquear, pero teníamos una manía muy chorra. La típica tontada que hacemos los tíos cuando nos dejan juntos y solos entre los 15 y los 90 años. No sé quién del equipo decidió un día que, al que marcase un gol, había que darle un manotazo en los testículos. Absurdo. Lo sé. Pero lo hacíamos. Y había que vernos cuando marcábamos un gol. Imagino que recordarán con los pelillos de punta la carrera frenética que se pegó Iniesta cuando metió el gol que daba la victoria a España en la final del Mundial de Suráfrica. Pues esa galopada fue un trote cochinero al lado de las carreras que dábamos los de mi equipo cuando marcábamos un tanto. Los equipos rivales y la gente que iba al campo se quedaban de pasmo cuando nos veían correr desmelenados. El que había marcado haciendo un sprint tipo Bolt y los demás del equipo detrás de él gritando como 10 neanderthales a punto de cazar el bisonte que les arreglaba la semana. Todo muy masculino. Lo que no sabían los que no eran del equipo era que aquella carrera del que marcaba, no estaba influida por la alegría de haber hecho un gol, sino por el miedo real a perder un huevo en un campo de tierra del extrarradio de Madrid y no saber cómo explicarle la cosa, después, al cirujano que tuviera que reparártelo.