COGEDME EL RÁBANO

Ya siento que este titular cabrero me quede así como bajondino, chabacano y faltón, pero en cuanto me explique van a entender perfectamente por qué me refiero a los rábanos y por qué pido que me lo agarren por el bulbo, y no por las hojas. Bueno, realmente no soy yo el que pide tal cosa. Es una licencia que me he permitido; la de ponerme en la piel del líder de Ciudadanos y hablar por su boca después de la que se ha liado con lo que dijo anteayer.
Me hace mucha gracia, en estos días de acojone pre-electoral de los partidos tradicionales, cómo están todos los líderes prestos y dispuestos, que diría José Mª García, a salir a la arena a poner a parir a Albert Rivera cada vez que tropieza, mete la pata o dice una palabra más alta que otra. Y no sólo son los políticos; ya se sabe que entre los tertulianos hay una especie que es el “tertuliano partidario”. Se trata de aquel periodista, o asín, que cuando acude a una tertulia tiene, como objetivo principal, soltar los dos o tres mensajes que le ha indicado su político de cabecera. Son esos que tienden a ridiculizar a los que no opinan como ellos. Los que, cuando ven a alguien brillante que puede hacer daño a su “jefe”, pelean como jabatos para hacer ver, en algún momento, que ese ser brillante no lo es tanto y que, incluso, su brillantez puede ser consecuencia de algo oscuro.
Son mercenarios de la palabra. Son soldados con una disciplina que ya querrían para sus tercios algunos capitanes de la Legión. Son tíos listos con un objetivo claro y con una determinación implacable porque saben que, el día en el que dejen de ser así, el “jefe” les retirará el apoyo y se acabarán las prebendas, las tertulias pagadas estupendamente y los pesebrazos de alrededor.
Digo esto porque seguramente ustedes también conocerán lo que dijo el líder de Ciudadanos en un desayuno hablando de sus candidatos al ayuntamiento y la comunidad de Madrid. En un discurso bien construido, Albert Rivera acaba llegando a una conclusión discutible, pero con la que yo estoy bastante de acuerdo. La construcción defendía que el primer gran cambio lo trajo Suárez al meternos en la democracia, siendo un hijo de la Dictadura. El segundo gran avance lo provocó Felipe González que modernizó España llegando desde la clandestinidad contra Franco y demostró que podía gobernar la izquierda sin que se quemaran iglesias ni ricos. El tercer empujón fue la convergencia con Europa; lo protagonizó Aznar, que dejó claro también que la derecha era capaz de tomar el gobierno sin arrasar totalmente el estado del Bienestar. Según Rivera, ahora lo que hace falta es una regeneración de nuestra democracia y ese vuelco de la pileta se debe hacer principalmente con gente que ha nacido en democracia. Eso fue lo que dijo inicialmente. Luego, en esos arrebatos de claridad y concisión que les dan a los políticos, quitó el “principalmente” y remató su argumento diciendo que esta regeneración “sólo” la pueden hacer los que hayan nacido después del 75 y no tengan mochilas de corrupción, ni cuentas en Suiza. Y ahí la cagó, porque les dio munición a todos los que van por el país con la escopeta abierta para, en cuanto Rivera o uno de los suyos mete un poco la pata, dispararles dos o tres cartuchos a la ingle.
Porque, a ver; ¿Alguien cree de verdad que Rivera piensa que los mayores de 40 años están incapacitados para la política? Yo creo que no, sobre todo porque, si así fuera, tendría que echar a más del 70 por ciento de las personas de sus equipos. El líder de Ciudadanos pudo patinar, puede que su argumento tenga elementos frágiles, pero lo que es indiscutible es que en España hace falta un tiempo nuevo y va a ser difícil que los que lideren esa regeneración sean los que llevan décadas en la poltrona. ¿Alguien confía en que Susana Díaz va a hacer que Andalucía sea mejor, si ella representa al partido que ha llevado a mi tierra adonde está hoy? ¿Alguien piensa que Rajoy puede liderar una cruzada contra la corrupción habiéndole mandado aquel “sé fuerte, Luis” a un tío que se llevó a Suiza, que sepamos, 43 millones de euros? Llámenme suspicaz, pero yo opino que no.
Y ahora les ruego que me dejen que vaya a lamerme las heridas después de que un canterano del Madrid, Morata, que tuvo que salir de aquí por la puerta de atrás, nos dejara anoche sin la Final de la Champions contra el Barça. Ya podrán imaginar con quién voy a ir ese día. Y no sólo porque yo quiera que pierda hasta el Barça de Hockey sobre patines, sino porque soy de la Juve desde los 8 años. Una prima de mi padre se casó con un turinés. En el año 1973 vinieron a vernos a Málaga y, el marido de mi tía, me trajo una camiseta de la Juve. En aquella época, había que comprarse por un lado la camiseta y, por otro, el escudo y luego coserlo a la pechera. Al día siguiente yo, todo ufano y sin escudo, me llevé mi camiseta blaquinegra para utilizarla durante la clase de Educación Física. Cuando me la puse, me sentí el más elegante de mis amigos, pensando en los Bettega, Mazzola, Zoff o Gentile y recordando las victorias míticas que contaba el tío Giancarlo. Todo muy épico, hasta que uno de mis amigos, que jamás había visto un partido de la escuadra italiana, dijo: “Anda Jirfe, vete a la mierda, que esa camiseta es del Castellón”. Yo la seguí usando durante mucho tiempo, aunque no hubo manera de convencer a mis amigos de que, realmente, aquella camiseta, y sea esto dicho con todo respeto, era de un equipo mucho más glamuroso que el de la Plana.

EL HOMBRE AL QUE ME GUSTARÍA PARECERME

Mira que es jodido escribir cuando uno tiene que sacar las palabras de la parte esa del estómago en la que se te agarran las angustias fuertes. Normalmente la Cabras las escribo en un tris. Sin demasiado esfuerzo, una vez que tengo la idea, las palabras van fluyendo fáciles aunque a veces me cueste empezar. O terminar.

Pero hoy tengo que hablar de la muerte de un hombre que ha sido verdaderamente importante en mi vida. Ayer, a las nueve menos dos minutos de la noche, le decíamos adiós a Jesús Hermida. Alguna vez he contado en esta Cabra que Jesús fue, primero, mi jefe y, luego, mi amigo. El viernes pasado, merendando en su casa, recordábamos la primera vez en que nos encontramos.

NUESTRO PRIMER ENCUENTRO

Ni él ni yo sabemos por qué, pero nos caímos mutuamente bien desde ese primer momento. Y eso que, ni el lugar ni el desarrollo de aquel encuentro, fue para echar cohetes líricos. A Jesús, a pesar de que llegaba como una gran estrella a la Antena 3 del año 91, le asignaron un curioso despacho que estaba en medio de un pasillo. Era un sitio más bien oscuro y a Jesús, que tampoco le apasionaban los interiores muy luminosos, le había dado por cerrar persianas, apagar la luz y dejar encendida una lamparita pequeña de mesa.

En ese entorno inquietante, un muchacho de veintiséis años entraba a entrevistarse con un mito de televisión. Y este fue el diálogo surrealista que nos condujo a una amistad indisoluble:
CGH: Buenas tardes, soy Carlos G. Hirschfeld…
Jesús Hermida: ¿Has pensado en dejarte bigote?
CGH: Ehhh, mmmm, buenoooo es que no me sale. (Yo siempre he sido tirando a lampiño)
JH: Y tú ¿Qué tipo de reportero eres?
CGH: ¿Como que qué tipo de reportero soy?
JH: Sí (ampliando las palabras en deje muy hermidiano). ¿Eres intréppiddo, divverrtido o senntimmental?
CGH: Pues, hombre, yo creo que un poco de cada cosa. Depende del reportaje.
JH: No se puede ser esas tresss cosas a la vezzz.
CGH: Buenooo, yo creo que sí. Yo he hecho reportajes de todo tip…
JH: No. Eso esss imppposibbble.
CGH: No es imposible, porque yo los he hecho.
JH: No, no y no
CGH: Sí, sí y sí.

Ahí, la verdad, pensé que mi posibilidad de trabajar con él se iba a ir a la mierda. Siempre me habían dicho mis padres que no fuera inoportuno, que midiera y en aquella primera conversación mi repetición del sí en respuesta a su repetición del no era el primer escalón del infierno. Pero le debió hacer gracia, porque después de darme caña, decirme que no iba a atreverme a dejar informativos para irme con él a hacer programas y unas cuantas cosas más, me pidió que volviera con algún reportaje que hubiera hecho.

Salí de su despacho lamentando no haber hecho caso a mis padres, pero, una hora y pico más tarde, regresé a su cubículo con tres cintas Betacam y le dije:
CGH: ¿Puedo pasar?
JH: Sí.
CGH: Aquí tienes (las puse en su mesa un poco chulito haciendo un ruido ni demasiado fuerte, ni demasiado flojo); un reportaje intrépido, uno sentimental y uno divertido. A ver cuál te gusta más.
Jesús no me dejó irme. Fue metiendo las cintas en un magnetoscopio y, a medida que iba viendo los vídeos, algo me dijo que a ese tipo al que yo admiraba desde mi infancia, me lo había metido en el bolsillo.

EL MEJOR JEFE DEL MUNDO

Como subordinado le disfruté tremendamente. Cada reto, cada propuesta marciana. Lo mismo te pedía que tiraras en aguas de Huelva un barril con un mensaje para que llegara a América, que te pedía que hicieras un reportaje sobre el 200 aniversario de la muerte de Mozart, pero sin hablar de Mozart. Lo del barril fue fracaso absoluto, porque no llegó ni a Matalascañas, pero el de Mozart es de los reportajes que uno guarda en la memoria como algo que hizo bien.
Recuerdo también cada regañina porque tu reportaje no estaba todo lo redondo que él había pensado y cada salto de alegría porque tu vídeo le gustaba y le habías dado un buen momento de televisión. Porque era muy exigente, pero no he tenido, jamás, un jefe más generoso con sus equipos.

RIGOR, ÉTICA Y RESPONSABILIDAD

Y, sobre todo, tengo muy grabadas esas lecciones que nos daba sobre lo que se debe y no se debe hacer cuando uno tiene la inmensa responsabilidad de hacer un programa de televisión. Se ha hablado mucho de Jesús como creador de formatos, como contador de historias y como forjador de equipos. Pero no se ha dado excesiva importancia a lo que a mí más me marcó de él; un extraordinario sentido ético de la profesión. Un sentido del rigor, de la independencia, de la justicia y de la responsabilidad del que se dedica a contar lo que pasa en un medio que puede hacer tanto bien y tanto daño como es la televisión.

En los últimos tiempos le había podido un cierto desencanto y decía sentencias como que “En Televisión sólo se puede ser una cosa: el dueño”. Pero en cuanto le hablabas de proyectos se ponía a proponerte ideas y enfoques y volvía el director entusiasmado que yo conocí durante tantos años de amistad. Como periodista y como jefe, le podré tener siempre presente, porque ahí están nuestras experiencias juntos y las hemerotecas y los archivos de radio y televisión. Pero le voy a añorar tremendamente como amigo.

Esas llamadas en las que yo decía siempre: “Hola Bosssss”. Y él me contestaba: “Cuéntame cosas buenas, Filfilito”. Y yo, con mi optimismo radical, le iba contando sobre el mar y los peces. Y él me hablaba de su ánimo o su desánimo, pero siempre, antes de despedirnos, me contaba una de esas historias que le encantaban. No he conocido a nadie tan culto y con tanta capacidad para aprenderse de memoria fragmentos interminables de novelas, poemas, canciones y óperas. En aquella última conversación del viernes me repitió algo que estaba diciendo mucho últimamente.

MI PENACHO

Como previendo que se acercaba su final. Me contaba el desenlace de Cyrano, cuando el caballero dice a las puertas de la muerte que podrán quitarle todo, pero que nadie le podrá arrebatar su penacho; su orgullo, su grandeza. Puedo jurar que Jesús Hermida, mi amigo, mantuvo hasta ayer a las 20.58 horas su penacho agarrado bien fuerte y en alto. Y allí estuvimos su familia y sus amigos para verle hacer su última reverencia.

Adiós Hermi. Que descanses en paz, aunque sé que cuando llegues al lugar al que se van los buenos, después de dar un beso a tus padres te irás corriendo a ver si puedes hablar con Mozart, con Napoleón o con JFK o con Lennon. Aunque no; conociéndote, sé que te vas a ir directo a darle achuchones a Bola.

LA BUENA EDUCACIÓN

Qué manía tienen los políticos de controlar a los medios de comunicación. No siempre se salen con la suya, pero, si obedecieran a su primer instinto, la mayoría de los políticos cerrarían periódicos, encarcelarían a periodistas e impondrían la censura previa. Todas estas cosas, por supuesto, se piensan, se proponen y, en algunos casos, se ejecutan siempre en beneficio de “la sociedad”, para “no herir a personas decentes”, para proteger el “derecho a la buena imagen”… Jamás un político reconocerá que, cuando la hormona del macho alfa le pide aplicar leyes excepcionales a la prensa es, sencillamente, porque lo que les gusta es que los que les rodean y los medios de comunicación les hagan mucho y todo el rato la pelota.
Digo esto porque imagino que habrán oído hablar de la propuesta del Ministro de Justicia de plantearse si sería bueno sancionar a los medios de comunicación que revelen secretos de un sumario que esté en fase de instrucción. Y el benéfico fin que se perseguiría con esta medida es proteger el buen nombre de personas que son investigadas, pero a las que finalmente no se les encuentran pruebas de que hayan cometido delito alguno. Y yo estoy de acuerdo con Rafael Catalá en que es indignante la manera en la que muchas veces los periodistas manejamos este tipo de informaciones. Y creo que es triste ver cómo frecuentemente nos saltamos filtros profesionales y no contrastamos bien o no investigamos adecuadamente y, en portada a cinco columnas, damos por chorizo a un Santo varón. Lo malo de estas cosas es que, cuando se sabe a ciencia cierta que el Santo varón no ha delinquido, la rectificación no la hacemos a 5 columnas, sino con un titularcín en una esquinita bien pequeña de nuestra publicación.
Pero esto, señor Ministro, debe conducir a una reflexión entre los periodistas y, en el caso de que alguien se haya sentido perjudicado por una información, a una demanda judicial contra el medio que haya mancillado su nombre. Lo que no debe pasar es que sea un gobierno el que, en la búsqueda de la protección de honores ajenos, establezca filtros que coarten la libertad de prensa. Y esto no es corporativismo. Lo juro. Yo aquí hablo de las libertades generales. La prensa española en los últimos años no ha sido precisamente ejemplar, pero una sociedad libre necesita una prensa libre regulada por la Constitución y por el resto de leyes que rigen a esa sociedad. Y debe ser una prensa con derecho a equivocarse. Y, si se equivoca y alguien reclama judicialmente una reparación, que haya un juez independiente que dicte sentencia y castigue a ese periodista o a ese medio por el mal causado.
Pero para entender esto, nuestros políticos deberían llevar mucho más tiempo en democracia. A pesar de que nuestro sistema de libertades va a cumplir 37 años, países como Francia, Gran Bretaña y, sobre todo, EEUU nos llevan décadas de ventaja y aceptan unos medios de comunicación libres a los que, si meten la pata, se les cae el pelo. Por supuesto que los políticos estadounidenses desearían periódicos llenos de miel y alabanzas sin límite, pero tienen metido en la parte más profunda del cerebro que, con la libertad de prensa, pocas bromas. Es un problema de años de educación. Cuando Rafael Catalá estudió sus primeros años de colegio, a finales de los 60 y principios de los 70, todavía teníamos fotos del Glorioso Caudillo de las Españas en nuestras clases. En aquellos mismos años, en Estados Unidos, dos periodistas del Washington Post le estaban preparando el lecho mortuorio al primer Presidente estadounidense caído por mentir. Y es inevitable que, con esos antecedentes franquistas en el subconsciente, de vez en cuando, nos equivoquemos.
Y ya que hablamos de educación, me hace gracia la que se ha liado con la madre que corre a guantazos a su hijo por las calles de Baltimore. Por si no lo han visto, les adjunto aquí abajo el enlace. La muerte de otro joven negro a manos de la policía desató hace unos días unos terribles disturbios en esta ciudad norteamericana. Una cámara grabó cómo esta señora sorprendía a su hijo encapuchado en medio de una manifestación y se lo llevaba dándole collejas mientras le gritaba en un inglés muy de Maryland: “pa casaaaa y quítate ya esa capuchaaa”. No defiendo en absoluto la violencia paternal, pero muy probablemente ese muchacho se apartará del sendero del mal, si supera la vergüenza de que todo el mundo haya visto a su madre, como la Hidra, sacándole de la manifa a leches.
Pero es que los padres no debemos descuidarnos si queremos que nuestra progenie se mantenga en el buen camino. Y no hablo sólo de chicos más crecidos. La buena educación empieza desde bien temprano. Y hay que estar atentos, no sólo a lo que hacemos nosotros, sino a lo que les dicen a nuestros hijos los que les cuidan. Cuando mi hija Paula tenía un año y poco, generaba mucha admiración entre las amistades porque era un loro y decía perfectamente todas las palabras que aprendía. Un día, desperezándome de la siesta, escuché a la señora que trabajaba en casa decirle cosas a Paula mientras le cambiaba el pañal. Todo fue normal hasta que Mary (que así se llamaba la susodicha) anunció: “Le voy a limpiar a mi niña laaaa…” Y mi hija, para gran sobrecogimiento mío, gritó entusiasmada: “Chirlaaaaa”.
http://www.rtve.es/alacarta/videos/telediario/la1-madre-baltimore/3109521/

ESOS POBRES NEGRITOS

Nos dan mucha pena. Hablamos de ellos casi siempre con ese sentimiento caritativo que nos da la certeza de que somos superiores a ellos. No sé si es el gen colonial, que lo tenemos ahí metido a fuego, pero seguimos en muchas ocasiones hablando de la gente del Tercer Mundo como de nuestros hijos pequeños. Con una mezcla de pena y conmiseración que nos deja muy tranquila la conciencia y permite que podamos seguir con nuestras vidas como si no hubiera pasado nada.
Nos gustan mucho los negritos del África Tropical. Quedan estupendamente para nuestras campañas de blancos enrollaos. Nos permiten sacar lo mejor de nosotros mismos, pero, si lo que les pasa a estos negritos es demasiado fuerte, pues oye, mejor miramos para otro lado que, al final, están lejos de cojones y ojos que no ven… Y somos capaces de olvidarnos porque, enseguida, tenemos encima otra noticia que nos tapa los orificios de entrada de dolor.
Cuento esto porque la semana pasada un buen amigo mío y seguidor habitual de la Cabra, Txema Marquiegui, me hizo ver que no entendía por qué nos sentíamos tan identificados con unos muertos y tan poco con otros. Se refería a la poca repercusión que habían tenido en el Norte los asesinatos de 147 estudiantes en la Universidad Keniata de Garissa. 6 bellacos del grupo terrorista Al Shabab masacraron a decenas de estudiantes para generar terror. Y como saben que su crueldad sin sentido nos sobrecoge, para meternos más miedo en el cuerpo, dijeron que habían dejado con vida a los estudiantes musulmanes. Son esas explicaciones inexplicables que dan los grandes malvados de la Historia para provocar espanto en los no afines y algo de empatía y admiración entre sus incondicionales.
Cuando aquellos desalmados entraron a tiro limpio en la redacción de Charlie Hebdo, no tardamos ni cinco horas en decir masivamente que todos éramos Charlie. Hubo manifestaciones en cientos de ciudades y líderes de todo el mundo acudieron a Paris a un gran acto contra la barbarie. En el atentado contra la redacción de esta revista satírica murieron 12 personas. Pero la muerte de esos 12 nos dejó más huella y fue, sin duda, porque vimos cómo el espanto se metía en nuestras cocinas. Esa sensación de: “Me puede pasar a mí” hizo que todos nos sintiéramos Charlie. Sin embargo estos 147 estudiantes forman parte de aquellos lejanos negritos del África Tropical que nos cantaban en nuestra infancia con el Cola-Cao. Y durante un rato, o dos, nos espeluznamos con el relato de la masacre, pero ninguno hemos sido en estos días ni Peter, ni Mary, ni Fred que son 3 de los nombres de los 147 desdichados que cayeron. Yo no puse ninguna foto en mi Facebook, ni hice ningún comentario en Twitter, ni dediqué ni una línea de una Cabra a reflexionar sobre la truculencia de este terrorismo yihadista que mata cada día a miles de personas en todo el mundo, pero que sólo nos toca la fibra cuando se cepilla a nuestro vecino.
Así que aprovecho esta Cabra para pedir perdón a esos 147 muchachos que se formaban para ser mejores ciudadanos y me comprometo a estar más atento a estos espantos, aunque nos los tapen diariamente los escándalos de nuestros políticos que, cada dos por tres, nos dan motivos para ponerlos en las portadas de los periódicos. Joder; por si no teníamos suficiente con Bárcenas, Gurtel, Púnica, los ERES, Pujol, Rato… es que ahora sale también lo de Trillo. Que hay que respetar la presunción de inocencia, pero ya mosquea que una constructora le pagara al ex presidente del Congreso por asesorías más de 350.000 euros. Eso por no hablar de la creación lingüística del Director de la Agencia Tributaria al referirse a la lista de los 715 amnistiados fiscales que levantan sospechas de haber hecho marranadas con su dinero. Esa “repera patatera” ha levantado multitud de comentarios y de exigencias de transparencia de todos los partidos de la oposición. Yo creo que piden eso porque ellos apuestan a que en la repera patatera hay más del PP que de los otros, pero yo no me fiaría mucho, no sea que alguno se lleve una sorpresita. Porque en esto de tener averiados en la tropa no puede ponerse estupendo ningún partido. Está tan gastada la palabra imputado, que hasta el PP ha decidido hacerla desaparecer de nuestro ordenamiento jurídico para sustituirla por “investigado”. Y la verdad es que es una pena porque imputar ha sido un verbo que, tradicionalmente, ha dado mucho juego en los juzgados. Sobre todo en mi tierra. Mi tío José Luis, que de joven fue juez en la localidad malagueña de Coín, siempre contaba la anécdota de un agricultor al que uno de sus compañeros, durante un juicio, le preguntó: “¿Está usted de acuerdo con el delito que se le imputa?”. El pobre hombre no entendió la pregunta y dijo: “¿Eingg?”. Cuando el magistrado le insistió: “Que si está usted de acuerdo con el delito que se le imputa”, el campesino ya torciendo el gesto y empezando a cabrearse gritó: “¿Quién? Hioputa yo?”
Pues eso. Que puede que en los juzgados no vaya a haber ya imputados, pero “hiosputa” me temo que va a seguir habiendo unos cuantos.

SUS SEÑORÍ@S

Pues hasta me produjo ternura. Y no hablo de un bebé, ni de un vídeo de gatitos, ni de un powerpoint hortera con amaneceres, ni de un sollozo de Belén Esteban, con lo que empatizo con ella. Hablo de Celia Villalobos. Lo sé; pensarán que he sufrido algún trastorno en las últimas horas, pero si me dejan que les explique lo van a entender perfectamente.
Ayer acudí a un Pleno del Congreso de los Diputados. No crean que el trastorno me viene de ahí. Antes de la sesión de Control al Gobierno, el ejecutivo iba a informar sobre una cumbre europea y, a las 9 de la mañana, el Presidente del Gobierno subía al estrado. Yo estaba en la tribuna de invitados y, como el discurso era más bien mortecino, me puse a fijarme en lo que iba viendo.
Lo primero que me pregunté fue: “Pero ¿qué hacían estos hombres y mujeres cuando no había móviles?”. Como si fueran una turba de adolescentes wasaperos, todos y cada uno de los diputados y diputadas andaban ahí con sus smartphones, sus tablets o sus ordenadores dale que te pego mientras Mariano Rajoy les contaba cosas que, se supone, les debían interesar. Había algunas excepciones; lógicamente el Presidente del Gobierno no tenía el móvil a mano. El líder de la oposición remataba el discurso que iba a leer. Algún que otro diputado miraba las musarañas y solamente hubo una persona que, durante la primera hora del pleno, no parecía un quinceañero compulsivo; Celia Villalobos. La Vicepresidenta del Congreso, a la que pillaron en un pleno jugando al Candy Crush, estaba como aquellas niñas de los cuentos de posguerra. No sé si será por el nombre, pero me acordé de aquellos recargados relatos sobre su tocaya, Cuchifritín y Paquito. La Villalobos parecía una de esas mozas de las que decían: «María Pilar es una niña traviesa, pero de gran corazón». Y si a María Pilar, la pobre, la sorprendían haciendo una trastada, tras recibir el castigo pasaba varios días mostrando a todo el que la viera una conducta de modestia y recato “comme il faut”. Y así estaba mi paisana. Mientras todas sus señorías y señoríos wassapeaban, leían la prensa online o jugaban al Candy Crush, ella, que fue puesta de cara a la pared con las orejas de burro, de manera ejemplar, no tocaba ningún elemento electrónico, no fuera a pensar el personal que estaba comiendo golosinas electrónicas.
Sólo 3 veces en esa primera hora acercó la mano a su móvil; como imagino que se acerca un alcohólico a un chato de vino, se puso sus gafas de ver y comprobó que no tenía mensajes nuevos. Pero soltó el aparto, como si le quemara, en menos de 30 segundos. Y a mí ese comportamiento de niña picaruela de buen corazón, que habría dicho Elena Fortún, me pareció enternecedor. Claro, que me duró poco la ternura, porque, justo al lado de la Villalobos, estaba sentada otra señora; la vicepresidenta 3ª del Congreso, Dolors Montserrat. Se nota que es de las más jóvenes diputadas. Me fijé en ella desde el principio porque, estando sentada en la Mesa del Congreso, a sólo 3 metros del orador, estuvo dándole al móvil continuamente. Creo que lo que hacía era wasapear o mandar emails, porque daba la sensación de que escribía, pero me resultó muy sorprendente la intensidad en el ejercicio y me lo tomé como un ensayo científico; la cronometré. En esa primera hora estuvo 53 minutos con el móvil en la mano. Hubo no más de siete minutos en los que soltó su smartphone y atendió, no a Rajoy o a Sánchez, sino a unos papeles que hojeó y en los que hizo dos o tres garabatos. Una vez consumada la anotación, cogía de nuevo su móvil y a chatear, que es gerundio, como diría la Esteban.
En fin. Esto me pareció lo más tremendo, pero también me resultó impropio de personas educadas la falta de atención a los oradores. Cuando habló por primera vez Rajoy, todo el hemiciclo estaba en silencio respetuoso. Cambió después, en el turno de Pedro Sánchez en el que un murmullo muy molesto iba creciendo, por la parte derecha de los escaños. Pero ya es la repanocha cuando intervienen los restantes portavoces de cada grupo. No les hacen caso ni sus respectivas familias y, si alguno logra que no haya ruido, es porque se produce el tristísimo silencio de la incomparecencia. Vaya; se te oye, porque no te está escuchando ni Blasete. No sé; quizás debería haber una regla en el Congreso que obligara a que hubiera un mínimo de diputados, aunque sea una chorrada. Lo que sí me parece obvio es que debería haber alguna norma que impidiera que nuestros Padres de la Patria se desaforen en el uso de la tecnología. Mi hija Macarena, anoche, se quedó dormida con el móvil a 20 centímetros de su cabeza y hoy va a estar castigada sin él. Por lo que yo vi ayer, sus señorías tienen menos autocontrol que mi hija de 13 años, así que igual debería haber alguien con autoridad para imponerles un castigo.
Claro que, a lo mejor, existen esas normas y no están muy claras, y a sus señorías les pasa como a los clientes de un Parking de Sevilla en el que metí mi coche hace unas semanas. Como verán en la foto, algún cachondo se dejó encendidas tanto la luz de Libre como la de Completo, con lo cual, el que llega, lee “Combreto”, en una intersección de letras y colores que llevaría al colapso a un alemán, pero que a un andaluz, optimista y de letras, como yo, le hizo dirigirse hacia la barrera convencido de que había sitio de sobra.

ASUMIR LAS COSAS

Nos cuesta un mundo aceptar determinadas cosas. Vuelve hoy la Cabra después de una semana de vacaciones y ha habido tantos sucesos que tenían miga, que me ha costado no ponerme a escribir, aunque necesitaba un descanso. Y me ha resultado curioso observar que el denominador común de las noticias que más me han chocado es la dificultad que tenemos los humanos para asumir las derrotas, para saber ver que tenemos un problema, o para asimilar que, muchas veces, las cosas ocurren porque sí o porque hay gente que es, sencillamente, mala.
Empezando por lo más cercano en el tiempo les pongo el caso de lo que está sucediendo en dos partidos políticos después de las elecciones andaluzas. Por ejemplo en el UPyD de mi ex-admirada Rosa Díez. Yo creo que en los últimos tiempos han sido varias las noticias, las personas, los votantes y los compañeros de partido que le han dicho a la líder de UPyD que se estaba equivocando, que por ahí no, que igual debía darle una vuelta a una posible alianza con el Ciudadanos de Albert Rivera. Y ella, erre que erre, que no, que ella misma con su carisma iba a esquivar lo que anunciaban las encuestas; una leche planetaria en los comicios de Andalucía. Y lo tremendo es que, una vez confirmada la catástrofe, en vez de recular, pensar en qué se había equivocado, sentarse a hacer examen de conciencia, va la tía y da una rueda de prensa diciendo que la culpa es de los votantes que no saben votar bien, de los medios de comunicación que son duros con ellos y del empedrado, que es muy difícil andar por él con tacones.
Y gracias a su incapacidad de reconocer los errores propios, hoy UPyD es un partido en derribo en el que cada día sale una noticia de un diputado que se va o una diputada que no se va, pero pone dinamita en el maletero de la fregoneta.
Y, salvando las distancias, algo parecido está sucediendo en el PP. Están estupefactos. Y no reaccionan. Yo comprendo a Rajoy mejor que a Rosa Díez. Es obvio que Mariano y los suyos, en estos años, nos han apretado hasta la asfixia a ciudadanos y empresarios, han hecho recortes inaceptables y han gobernado pisándoles las pelotas a los más débiles. Pero igual de obvio es que recibieron un país en bancarrota que decía adiós a ZPeter ZPan con cara de espanto y hoy da la sensación de que España comienza a respirar. Ahora hace falta que respiremos los españoles, pero, aunque a la oposición le dé rabia, estos tíos han hecho muchas cosas bien. Lo chocante es que sean tan incapaces de ver que se están equivocando y sigan manteniendo el discurso de “bueno, bueno, que ya se darán cuenta los españoles de que somos guays”. Y los españoles, de momento, bastante tenemos con llegar a fin de mes y con no tener la sensación de que los políticos nos toman por bobos. Porque escuchar cosas como el discurso de Rajoy en la Junta Directiva nacional de anteayer, es para pensar que Mariano cree que somos memos. Según él, en el PP, no hay disensiones, no hay opiniones encontradas y a todo el mundo le ha parecido perfecto y súperchuli cómo se han hecho las cosas últimamente, aunque, según termine la reunión, salgan cuatro o cinco, o veinte de los suyos con cara de haberse tragado un pepino muy amargo y sin cortarlo en rodajas.
Pero no sólo quería hablar de política. Sigo aún impactado por la historia terrible del co-piloto Andreas Lubitz, que estrelló un avión en los Alpes para suicidarse matando a otras 149 personas. Me sigo preguntando por qué nos cuesta tanto aceptar que hay gente que es, sencillamente, muy mala. La historia clínica de Lubitz ha echado un manto de sospecha sobre los millones de personas que sufren depresiones en todo el mundo. Es de cajón que debían haberle controlado mejor en su empresa y que una persona de baja médica psicológica no debía haber montado en ese avión. Pero este Lubitz no estrella el avión porque estuviera deprimido. Estrella el avión porque era un grandísimo hijo de puta. Un hombre malo. Siempre nos pasa que, ante la maldad, tendemos a buscar explicaciones que nos hagan entender por qué hay gente que abusa de niños, que mata a su mujer o que estando en el poder masacra a los que no opinan como él. Probablemente haya miles de libros que argumenten el origen de esas averías mentales, pero, en muchos de estos casos hay detrás algo tan simple como la maldad absoluta. Que es muy incomprensible para nosotros, a pesar de que sea tan humana y tan difícil de encontrar como la bondad absoluta. Pero igual que hay buenos absolutos, hay también malos integrales y este copiloto alemán era uno de ellos.
No querría terminar esta Cabra del reencuentro de manera triste, así que les voy a regalar un buen ejemplo de una persona a la que también le costó asumir sus errores. Hace unas semanas, en un viaje, paramos a tomar un bocadillo en la provincia de Cuenca. Junto a la gasolinera en la que repostamos nos encontramos con una pequeña capilla. Yo me detuve un instante a contemplarla, aunque era tirando a fea, pero me resultó muy pintoresca. Y hallé algo maravilloso. Coronando la capilla había una inscripción que recordaba que el templito se había erigido en honor del patrón de los caminantes. Cuando me dio por leer el texto esculpido en la piedra, me fijé en que la N de San Cristóbal estaba invertida. Y que, al hacer la C, se les había colado una G, y rellenaron el rabito con yeso, para dejarla en C. No quiero pensar el pastón que le debió costar al paisano el monumento, pero sí quiero imaginar esos días de rabia, de no querer asumir que la habían cagado y que ya puestos, pues que ellos iban a hacer como los políticos españoles; “oye; mira palante, haz como si tal y ya verás cómo casi nadie se da cuenta”.

TEMPLO SAN CRISTOBAL GENERAL

TEMPLO SAN CRISTOBAL CORTO

PENA DE MI CORASOOOOÓN

Bueno, más que pena, es una mezcla de vergüenza, rabia, tristeza, cansancio y desesperanza. Mis más allegados se preguntarán qué puede hacer que un optimista radical como yo se halle así, pero a mí lo de las elecciones andaluzas del domingo me dejó desolado. No voy a decir, como han hecho algunos, que mis paisanos son unos incultos, unos analfabetos o que se han equivocado. Pero algo debe pasar para que, a pesar de todo lo que ha sucedido en los últimos años, el PSOE vuelva a ganar las elecciones con el mismo número de diputados que en 2012.
Yo creo que lo que ha sucedido muestra síntomas de una sociedad enferma. Creo que no es sano que parezca que a los andaluces nos da igual 8 que 80. Hay al menos indicios de que la enfermedad no es tan grave. Ha habido partidos que han recibido un castigo acorde con el mal que han provocado. El PP nos está sacando de la crisis y ha hecho muchas cosas bien, pero se lo ha puesto a huevo a sus rivales con una política bestial de recortes e impuestos que ha empobrecido de manera acusada a la clase media y media-baja del país. Por si eso fuera poco, lo de Bárcenas, la Gurtel, la financiación ilegal, las obras pagadas en negro, dan munición a los rivales que, en plena campaña electoral, quieren disparar contra el partido en la Moncloa. Y por eso perdieron 17 diputados el domingo.
En estos comicios, IU sufrió una hecatombe similar. El haber gobernado junto al PSOE ha demolido al partido pequeño que, además, sigue sin saber cómo hacer frente al Tsunami de Podemos. El maremoto de Pablo Iglesias ha arrasado a los comunistas, aunque la tropa podemista esté mohína porque creían que iban a ser clave para el gobierno y, al final, pues no tanto.
Otros que pueden ir haciendo las maletas tras lo de Andalucía son los de UPyD. El brutal ascenso de Ciudadanos, con 9 escaños, pone al partido de Rivera en condiciones de ser bisagra y al de Rosa Díez en condiciones de ser el dedo pegado en la bisagra con superglue justo un segundo antes de que se cierre la puerta y sea aplastado con gran dolor. O sea, pal arrastre.
De manera que no se puede decir que sea el andaluz un pueblo adormecido, que no piense, así en general. Porque ha habido reacción del electorado ante determinadas cosas. Lo que a mí me resulta chocante es que ese castigo o premio del electorado se aplique a todos los partidos excepto al que lleva gobernando en Andalucía desde hace treinta y tantos años. Coño, es que el otro día me decía un amigo que si en Euskadi se elige Lehendakari y en Cataluña al Molt Honorable, en Andalucía parece que elegimos al Caudillo. Y, hombre, no tiene nada que ver, porque el Caudillo llegó al poder tras un golpe de estado y una guerra, pero esa eternización en el gobierno suele ser sospechosa. O a mí, al menos, me lo parece.
Porque yendo por partes; da la sensación de que a muchos andaluces les ha calado más el mensaje de Susana Díaz de que el PP les ha robado con los recortes, que la infinidad de noticias, mandamientos judiciales e imputaciones que dan por hecho que desde el gobierno de la Junta el PSOE ha robado al pueblo con los ERES, los cursos de formación y otras mandangas. Y ahí es donde yo me pregunto: ¿Es que a la gente que ha votado al PSOE no les indigna que haya sucedido esto? Porque da la sensación, tras ver los resultados, de que a muchos andaluces, no les importa que la pasta se la lleven a casa de manera ilegal algunos, siempre y cuando esos algunos sean “de los nuestros”. Y lo que ya es de campeonato es la lamentable grabación de esa delegada de empleo de la Junta en Jaén. Esa tal Irene Sabalete que, como en las pelis de la mafia calabresa, conmina a su equipo a dejar de trabajar en lo suyo y ponerse a hacer campaña por el PSOE porque, si gana el PP se acabó el chollo.
Mi pregunta es ¿Cuántas Irenes Sabalete hay hoy en Andalucía? ¿Cuántos alcaldes de pueblos pequeños acojonan a sus vecinos diciéndoles que si no gana el PSOE se acabó el escándalo ese de las peonás? Que esa es otra. Está tan clara la utilidad electoral de las peonadas, que hasta los partidos de la oposición se cagan antes de anunciar en una campaña que le van a meter mano a una de las cosas que, desde mi punto de vista, tienen hundida a mi tierra. Porque esos miles de jóvenes que parece que tienen suficiente con esos 400 euros al mes más sus chapucillas, probablemente estarían más activos si alguien tuviera la buena idea de hacer que ese dinero les ayudara a emprender. Yo es que no me creo las cifras. Si el paro en mi tierra diera la imagen real de los ingresos de los andaluces, habría diariamente quema de contenedores y acosos a políticos en sus casas. Pero no. Allí estamos felices con nuestras ayuditas y nuestras chapucillas en negro y, si los nuestros roban un poco, pues bueeeno. Tampoco pasa ná; que los de la derechona y los señoritos estuvieron robando muchos siglos. Y así nos va. Y me imagino que esta Cabra me va a provocar algún dolor de cabeza y que se defequen en mis muelas unos cuantos de mis paisanos, también me lloverá algún aplauso desde la derecha, pero igual si comenzamos ya a llamar a las cosas por su nombre pueda empezar a cambiar algo por el Sur. Y así que deje de correrme la pena por las venas, “con la fuersa dun siclóoooon”.

ELOGIO DE LA ALEGRÍA

Pues fíjate tú que, a pesar del nombre, igual resulta que Ronaldo no es un buen Cristiano. Imagino que habrán visto que el jugador portugués luce en los últimos partidos una cara que oscila entre la angustia, la frustración, el enfado, la ansiedad y la ira. Lo que viene siendo cara de mala leche. Y hombre, se supone que, aunque lo haya dejado con Irina Shayk, debería ser uno de los hombres más felices sobre la faz de la tierra. Triunfa en lo suyo, juega en el Real Madrid y gana más pasta que la que ganan en un año, todos juntos, los vecinos de manzanas enteras de edificios en cualquier ciudad del planeta. Pero él está cabreado. O triste. Es raro que encadene dos partidos sin hacer un mohín a un compañero, sin quejarse por esto o por aquello, o sin explotar de rabia si él no marca y sus colegas sí lo hacen. Y, aunque en los últimos tiempos es especialmente notable, no es algo nuevo en el 7 del Madrid. Sus compañeros le disculpan y dicen que es el gen competitivo y tal y tal… ¡Qué van a decir! Pero yo creo, sencillamente, que es un muchacho malcriado. Y no me refiero sólo a su semblante de mal café, sino también a su tendencia a celebrar los goles con cara de haber conseguido soltar (por fin) un truño que se le había atascado en el conducto evacuatorio cular. O a aquel gesto altivo quitándose el polvo del escudo de campeón del Mundialito, cuando le expulsaron en Córdoba por patear a un defensa que le estaba volviendo loco.
Sé que esto me puede generar enemistades, sobre todo en ese grupúsculo de gente averiada que circula por Twitter. Son esos que, cuando dices algo que no les gusta, te sueltan burradas, insultan a tu madre, a tu mujer, a tus hijos y te desean la muerte, supongo que con la esperanza de que, la próxima vez, se te quiten las ganas de seguir diciendo cosas. Pero vamos; no vean ustedes cómo me la refanfinflan. Estos maleducados de Twitter depondrán en toda mi familia, pero a mí me parece que Cristiano Ronaldo debería hacer honor a su nombre de pila y escuchar al líder de la Iglesia Católica. Igual así me caía algo mejor.
Digo esto porque, ahora que se cumplen dos años del papado de Francisco, tengo muy presentes varias de las cosas que dijo el Pontífice en sus primeras homilías. Me gustó desde el principio un hombre que vino a quitarle aspereza a la Iglesia, a hacerla cercana. Dijo Francisco un día de aquellos algo que se me quedó marcado: “El cristiano es un hombre de alegría”. Y no crean que fue una frase que a mí me cayó en el saco roto de las cosas que escuchas y se van como si fueran arenas en un tobogán. Por eso me acordé del Papa este lunes.
Jugué un torneo de golf que organiza cada año la Fundación Síndrome de West para obtener fondos e investigar esta enfermedad rara. Era una competición entre toreros y periodistas (que ganamos los de la canalla, por cierto) y en la ceremonia de entrega, se anunció que el Premio a la Trayectoria Golfística de 2015 se le daba a un jugador histórico que ha hecho mucho por el golf en España. Se llama Manolo Piñero y le recordarán porque fue de aquellos pioneros que, junto con Seve y los Garrido, Cañizares, Barrios, Sota y demás valientes pusieron al golf español en el mapa surgiendo desde la nada.
Manolo nos emocionó a todos hablando de sus comienzos. De cómo su familia, muy humilde, llegó a Madrid a mediados de los años 60. Cómo él arrancó de caddy con 11 años llevando las bolsas de los señoritos que eran los únicos que, en aquella época, podían jugar al golf. Cómo se hizo profesional a los 16 para intentar ayudar en su casa. Y cómo sus padres reunieron, con un esfuerzo sobrehumano, 24.000 pesetas (lo que vendrían a ser hoy unos 6.000 euros) para que Manuel pudiera ir a jugar 5 torneos y probara si era capaz de sobrevivir en esa selva del deporte profesional.
Manolo nos habló también del resto de su carrera, de las tremendas alegrías, de alguna pena, de lo agradecido que está al golf y a sus compañeros y de lo que ha disfrutado de la vida que ha tenido y sigue teniendo gracias a este deporte. Pero nos reveló que en ningún torneo tuvo nunca mayor presión que en aquel arranque de su andadura. Decía Manolo que muchas veces le habían preguntado por la tensión, por los nervios de saber que un putt vale un torneo, o que en un buen golpe te juegas muchísimo dinero. Y nos confesó que para él, eso no era presión. “Presión es que tus padres humildes consigan reunir 24.000 pesetas para que juegues al golf y tú sepas que tienes 5 torneos para devolverles ese dinero.” “Y el mayor orgullo, volver tiempo después y poder darle a tus padres las 24.000 pesetas y 5.000 más que había conseguido”.
Manolo luego ganó torneos importantísimos; campeonatos del mundo, Ryders, premios individuales, pero a pesar del dinero y de la gloria se mantuvo siempre en ese filo de la navaja. Ese difícil equilibrio que te permite recordar de dónde vienes e ir por la vida con una sonrisa satisfecha, compartiendo con los demás un sentimiento bastante cercano a la alegría.

LO DEL HIMNO

Menuda se ha liado. Y menuda se va a liar. La propuesta de Esperanza Aguirre de suspender la final de la Copa del Rey de fútbol si se silba al himno y/o al Rey ha removido la tierra. Van a jugar el Athletic de Bilbao y el Barça y no hay que ser adivino para prever una pitada tremenda.
Y es curioso, porque yo, así a botepronto, no tengo una opinión muy clara sobre el asunto. A esa falta de una visión contundente ayuda el hecho de que se opongan a esta medida muchos seres que me parecen especialmente abyectos y el que la apoyen personas con las que, indudablemente, no iría a ninguna guerra. Porque uno lo piensa tranquilamente y dice: “coño, pues que silben”. A mí, en uno de esos alardes de moderación que nos dan de vez en cuando a los que no estamos en un bando muy concreto, me puede parecer que silbar al himno o al Rey puede ser una manera de expresar la libertad de opinión de cada uno. Pero, cuando me suceden estas cosas, siempre, intento mirarlas desde el otro lado.
Pongamos por caso que estamos en un acto oficial de Cataluña o de Euskadi y que, mientras suena Els Segadors o el Gora Ta Gora, miles de personas se ponen a gritar y a proferir insultos. Yo imagino que los otros miles que sientan ese himno como suyo pueden tomar como una agresión el hecho de que alguien desprecie la música que les representa o la bandera bajo la que se sienten unidos a otros. Por eso a mí jamás se me ocurrirá pitar el himno de nadie. Cuando he ido con mis hijos a partidos internacionales y había trangresores abucheando al himno nacional del equipo contrario les he prohibido taxativamente que sigan como borregos a los irrespetuosos. Es como cuando vamos al Bernabéu y escuchamos a la gente gritando “¡Puta Barça eoéeee!” o “En el Calderón hay mucho maricón”. Yo le dejo a mi hijo que cante y anime pero nunca le permito que grite insultando a otros. Porque de estos polvos vienen otros lodos. Y estamos de fango hasta las axilas.
En el caso del himno español y de nuestro Rey, se trata de respeto a los símbolos que son importantes para mucha gente. Alguna vez, cuando lo he hablado con amigos nacionalistas, me dicen que esa bandera y ese himno (los de España) fueron utilizados por Franco y la Dictadura para machacar a los que no opinaban como ellos. Joder. Que han pasado cuarenta años desde que murió el Dictador y seguimos con que la abuela fuma. Claro que sí. Pero también en torno a esa bandera y a ese himno han pasado en nuestro país en los últimos años cosas mucho mejores. También los alemanes usaron su “Deutschland Über Alles” para, literalmente, pasar por encima de casi toda Europa. Y hoy, cuando oigo ese himno al que se le ha cambiado la letra, no pienso en Adolf Hitler, ni siquiera en la Merkel, Dios me libre, sino en los millones de alemanes que sienten ese himno como suyo y que viven hoy en una democracia moderna.
Esto, España, es una democracia moderna. Por mucho que los pesados de Podemos digan que nuestra Constitución está caduca y que es una herencia del Franquismo, es mentira. Las mentiras no se convierten en verdad por repetirlas mucho y con cara de haber visto a una Virgen o a Josif Stalin encima de un olivo. No, majos; nuestra Constitución la aprobaron de manera abrumadoramente mayoritaria los españoles, no los suecos, y ese texto nos metió, tras años de discordia, en un país de concordia en el que yo creo que hemos convivido bastante bien durante los últimos 37 años.
Por eso, mientras escribo, me está empezando a parecer bien lo de cancelar la final si se pita. Sé que muchos dirán (yo mismo me lo decía hace un rato) que esta medida generaría más sentimiento en contra, pero no creo. También se decía hace años que metiendo en la cárcel a los batasunos y a los que recolectaban dinero para ETA iban a surgir cien mil mártires del pueblo vasco. Y no pasó. Sencillamente, se acabó ETA cuando dejaron de estar forrados para pagar bombas y magníficos sueldos a sus hideputas asesinos. Coño. Hagamos la prueba. Suspendamos si pitan. Y puede que surja algún mártir por la causa, pero probablemente habrá otros miles que comprendan que esto es una cuestión de respeto. Recuerdo en la final de la Copa del Rey de hace 4 años en Valencia. Jugaban el Madrid y el Barça. Estábamos mi hijo y yo en la zona VIP justo al lado del Palco presidencial. Cuando comenzó a sonar el himno español, un señor con buena pinta que estaba, como yo, invitado de manera protocolaria, empezó a decir “¡Puta España! ¡Puta España!” Mi hijo Carlillos, que ya tenía un baile hormonal preadolescente bastante notable, se lo quería comer. Yo tranquilicé a mi hijo y le comenté que había gente maleducada y que nosotros, sencillamente, teníamos que ser mejores que ellos. Y le dije lo mismo cuando, unos minutos después, la mitad del estadio que era del Madrid abrió un cántico que me llenó de vergüenza: “¡¡Es una putaaa, Shakira es una putaaaa!!” cantaban a la que, entonces, era la novia de Gerard Piqué. También en aquel momento tuve que recordarle a mi hijo que nadie puede ser tan maleducado como para insultar a una muchacha por ser la novia del central del equipo contrario. Por eso; respeto. Algo muy tonto y muy sencillo aunque parece que nos cuesta un mundo entenderlo.

LOS PESADITOS

Probablemente sean los años. He pasado ya la barrera del cinco y esto de convertirme en cincuentón me ha hecho mirar las cosas de manera diferente. Aunque, pensándolo bien, esto es algo que me lleva pasando desde hace tiempo; yo creo que desde que atravesé el Rubicón de los 40. Vaya; tampoco es que sea un viejo gruñón (creo), pero noto que cada vez hay más gente que me parece tonta del culo y otros que, siendo personas inteligentes, me tocan las narices con lo que dicen o hacen o con lo que no hacen o no dicen.
Y me pasa con muchos políticos, con no pocos personajes públicos, con numerosos periodistas y con seres humanos normales con los que uno se va cruzando en la vida. Por ejemplo en la política, cada vez me estomagan más las poses chorras y en estos meses que tenemos por delante vamos a oír un número de tontadas para las que no sé si estoy preparado. Esas que hacen que, por ejemplo, para uno de izquierdas cualquiera que esté en la clase obrera es un tío estupendo y, si está en el paro, no te digo. Y cualquiera que sea un empresario es un tío gordo hideputa que se fuma un puro mientras exprime a sus trabajadores. Es el mismo tic bobo que hace que entre la gente de derechas abunden los que piensan que todos los funcionarios son unos vagos que deberían desaparecer, que los parados son unos subsidiados diletantes y que el reparto equitativo de la riqueza no es justicia, sino algo parecido a la caridad.
La derecha, aunque haga políticas de contenido social, acaba practicando la dejación de los más necesitados partiendo de la base de que los derechos sociales no son tales, sino concesiones graciosas que los que más tienen hacen a los pobrecillos a los que Dios ha desamparado. Lo malo es que esas dejaciones no son exclusivas de la derecha. También la izquierda y, cuanto más zurda de manera más acusada, provoca en muchas personas la dejación de las responsabilidades individuales. Para mí el trabajo más que un derecho, que lo debe ser, es también una obligación. Y creo que las políticas excesivamente contemplativas y con poco control de la protección al desempleado conducen al acomodamiento y a la molicie. Creo que al trabajador menos dispuesto a esforzarse las subvenciones le llevan a pensar que su derecho a estar protegido es superior a su obligación social de trabajar si puede. Sé que esto no es políticamente correcto decirlo, pero yo he oído tantas veces, “joder es que para ganar 200 euros más de lo que me dan en el paro, me quedo en mi casa”, que no puede ser que sea casual. Creo que esa actitud es la que más daño hace a los cientos de miles que están en la cola del paro y que, ciertamente, aunque se muevan, aunque quieran, aunque busquen, no encuentran un trabajo ni a la de tres. Porque esa mirada despectiva hacia las oficinas de desempleados que tienen muchos en la derecha proviene de una falta de control sobre el abuso que algunos hacen de esta ayuda para los que están pasando un momento jodido en sus vidas.
Pero me he liado con la política y yo no sólo quería hablar de esos pesaditos. También me provocan sarpullidos los plastas del deporte. Por ejemplo los mourinhistas que hoy, pobres, están de luto. La noche del martes un equipo ramplón llamado Schalke 04 provocó un canguelo bestial en el madridismo porque ganaron 3-4 y estuvieron a punto de eliminarnos. Íker estuvo como la Chata y ahí estaban ya los anti-Íker (que son casi todos pro-Mou) proclamando su “ya lo decía yo”. Sólo faltaba que anoche el Chelsea se metiera en cuartos para terminar de pasar el cuchillo afilado por la garganta del mejor portero de la Historia y del entrenador que le dio la Décima al Madrid. Pero, ¡ay tú! que va Mourinho y palma en casa jugando contra 10 y hoy, qué alegría, esos pesaditos están mucho más callados que anteanoche. Qué gusto.
Otros que me ponen cada vez más de los nervios son los que tutean a todo el mundo. No sé qué pasa en España para que, siendo como somos un pueblo muy cordial, seamos, probablemente, el pueblo más descortés del planeta. Es que vas a una tienda y te tutean, viene un fontanero a casa y te tutea y llegas a un restaurante y te sueltan: ¿Cuántos sois? Yo tampoco es que sea un tipo muy reverencioso, pero me encanta escuchar, cada vez que voy al extranjero, palabras como “Señor”, “Sir” o “Monsieur”. Aquí o estás en un restaurante de rejón de 100 euros el cubierto o en un hotel de los buenos, o no sabes si el que se dirige a ti te está sirviendo o a punto de hacerte aquella pregunta tan típica de las callejuelas de los bares del centro hace años: ¿Quiés costooo?
Ahora, los que ganan para mí el campeonato mundial de pesaditos son esos que jamás tienen responsabilidad en nada de lo que ocurre a su alrededor. Son los que preguntan como Steve Urkel “¿He sido yoooo?” después de haber provocado un cataclismo de 8 en la escala de Richter. Son esos que no saben perder y que, cuando les vienen mal dadas, se ponen tensos y se les bloquea el cerebro. Aunque debo reconocer que algunos de ellos tienen gracia y a mí me caen bien. Lo digo porque el pasado fin de semana estábamos jugando al Tabú varios de mis hermanos, con nuestra madre y algunos de nuestros hijos. A eso de las 2 de la mañana, muertos de la risa con algunos momentos inverosímiles, mi hermano Pablo batió el récord del mundo de querer escaquearse. Tenía que definir la palabra morreo. Y dijo “es cuando te dan un pico en los morros”. Los que estaban controlando le advirtieron que “morro” era una de las palabras tabú y él, cargadísimo de razón, dijo: “¿Pero qué tendrá que ver morro con morreo?” Y todavía hoy nos estamos riendo.