MORIRSE

Debo reconocer que, anoche, estuve a punto de cambiar el tema de mi Cabra y hablar del partido que jugó y ganó el Madrid contra el Bayern. Llevo muchos días pensando que me encantaría que jugásemos en la final de la Champions contra el Chelsea, llegar al minuto 120 con empate y que el equipo de Mourinho pierda después de que Íker Casillas pare dos o tres penaltis. Sería una bonita manera de cerrar el círculo maligno que el mentecato de Mou abrió en su paso por el Bernabéu. Lo que pasa es que para llegar a eso, primero, el Madrid tiene que clasificarse en Múnich y, segundo, el Chelsea tendría que eliminar al Atleti y yo, qué quieren que les diga, prefiero jugar la final contra el Atleti y, si tenemos que palmar en la final, que sea contra ellos. Pero debo seguir el sabio consejo que me dan mi mujer y mi corrector Pepe Jordana, que creen que las Cabras futboleras tienen poca gracia y, a mucha gente, le tocan las narices. Sea.
Así que haré caso al título de esta Cabra y hablaré hoy de la muerte porque con este tema, como con otros muchos, somos un país curioso. Por ejemplo, en España tenemos supuestamente un magnífico sentido del humor. Hacemos chistes hasta de lo más sagrado y con una rapidez que ya querríamos, es un poner, para nuestra burocracia. Y nos reímos jocosamente hasta que alguien se ríe de algo que para nosotros es tabú. Entonces nos sale el Atapuerco que llevamos dentro y nos encabronamos cosa mala con el que osa cachondearse de algo que nos toca la fibra. Con la muerte nos sucede algo parecido. Es muy raro poder hablar abiertamente sobre lo que queremos que nos pase o no nos pase en torno al trance de la muerte o que se nos permita decir muy claramente lo que queremos que hagan con nosotros cuando seamos fiambre. Sin embargo somos un país en el que la muerte está metida en nuestra cultura hasta los tuétanos. La Tauromaquia, tan denostada, está basada en la lidia y muerte de un toro, pero sólo tiene sentido si el público siente que el hombre que se enfrenta al animal tiene verdadero riesgo de morir. Nuestra Semana Santa es otro ejemplo. A mí me apasiona y me emociono cada año en Málaga viendo las procesiones, y me parecen lo más natural del mundo. Pero cuando vienen extranjeros y las ven, les sobrecoge y les sorprende que hagamos esa exposición tan abierta, tan evidente y, en ocasiones, tan festiva de la pasión y muerte de Jesucristo. Y ya no les digo si, a un turista, le da por venir en torno al día de Difuntos, que se celebra en todo el mundo, pero claro, en otros países a nadie se le ocurre comer Huesos de Santo. Yo, cuando estuve viviendo en Ginebra, hice por primera vez Huesos de Santo caseros. Me quedaron de escándalo y se los di a probar a mi profesora de francés. Le estaban encantando hasta que me dio por hacer expansión cultural y le dije que eran “os de Saint”. La pobre puso cara de “este tío se está riendo de mí” hasta que entendió que no era broma y que ese “rouleau de massepain” tenía la forma de un hueso y, efectivamente, estaba relleno de algo parecido al tuétano. Y estaba rico, pero a mi profesora le dio asco y le debió confirmar ese pensamiento que tienen tras los pirineos de que somos unos bárbaros. Eso por no hablar de los huesos de San Expedito, el brazo de Gitano o las tetillas de Novicia. La cuestión es que en esa relación extraña que tenemos con la muerte hace unos días me topé con algo que me pareció glorioso. Es una revista que encontré en un tanatorio sevillano cuando fui a acompañar a mi cuñado Damián, que despedía a su madre q.e.p.d. La revista se llama Adiós Cultural y es un auténtico festival del trato de tú a tú con la Parca. Si se fijan en la portada, que acompaño abajo en fotografía, tienen el santo estómago de buscar “el mejor cementerio de España 2014”. Y no sólo eso; dentro uno encuentra contenidos delirantes como un reportaje sobre velatorios portorriqueños en los que al cadáver se le viste de motorista y se le coloca en su moto. Hay concursos de tanatocuentos y secciones culturales como la de “Muertos de cine” u otra dedicada a las necrológicas y que lleva el magnífico título de “Mis queridos cadáveres”. La verdad es que, como suele pasar en los velatorios, la revista dio para algún que otro ataque de risa, pero estuvimos a punto de explotar cuando me di cuenta del nombre tan apropiado de uno de los redactores de la publicación. Nunca estuvo más acertado el director de Adiós Cultural que el día en el que contrató para su revista a Javier del Hoyo.

MÁS TONTO, IMPOSIBLE

Menos mal que existen las tildes y los signos de puntuación. Lo digo porque no es lo mismo decir: “MÁS TONTO, IMPOSIBLE” que “MAS; TONTO IMPOSIBLE”. Si no, quizás algunos de ustedes podrían pensar que yo estaba titulando mi cabra con un insulto para Artur Mas (sin tilde). Y eso no debo hacerlo, aunque me den ganas. Hombre, debo reconocer que, a mí, Mas no me parece muy listo. No sé si es más necio que loco o viceversa, lo que sí es cierto es que no le tengo en mi lista de los españoles más inteligentes (y que me perdone por lo de español). Digo esto porque anteayer seguí como pude, desde fuera de España, el Debate en el Congreso sobre el derecho a decidir. Sólo saqué en claro que, al menos, los líderes de los partidos estatales le han dicho a Mas que nanay. Pero habrá que ver si son tan firmes y terminantes en 2015 cuando, como se prevé, el voto de los nacionalistas sea fundamental para que alguno de los dos grandes partidos gobierne. Volverán entonces las innumerables tontadas que nos han traído estos lodos pertinaces en los que nada don Artur con su flotador de patitos. Por lo demás, me tiré todo el Debate intentando comprender qué es lo que ha pasado para que lleguemos al lugar en el que estamos. Y sigo sin entenderlo. Mas gana de manera exigua unas elecciones en cuya campaña se hartó de pedir a los catalanes que le dieran fuerza para exigir en Madrid. Visto que no había conseguido sus objetivos, un poco más tarde adelanta las elecciones para conseguir una mayoría amplia de verdad. Vaya; lo que viene siendo un plebiscito disfrazado de comicios. Y van los electores y le dicen a Mas que le den mucho por donde amargan “els cogombres”, que es como se dice pepino en catalán. Y, lejos de dimitir o pensar en qué se había equivocado, va el tío, se abraza a los independentistas y decide meter a Cataluña y a España en un jardín sin flores. Vamos, lo malo no es que no haya flores; es que hay miles de cactus y ni un solo parterre para pasear entre ellos. Y, a todo esto, en la sociedad catalana ha calado el mensaje de que España les roba y que, como lleva pasando desde hace siglos, les tratamos mal y que lo mejor que podría sucederles es la Independencia. Y claro, a ver quién es el guapo que arregla esto, porque yo he discutido con amigos catalanes muy moderados, que se niegan a reconocer que lo de Mas es una cagada descomunal y que, por mucho que se empeñe, no va a poder hacer de su capa un sayo sin provocar el tremendo daño que ya está haciendo. Porque ya que nos vamos a poner a cambiar la Constitución para contentar a los soberanistas (me gustaría saber con qué cambio en concreto se quedarían satisfechos), yo ya de paso reformaba también la ley electoral y reducía las posibilidades de que el gobierno del Estado siga estando cíclicamente en manos de los que, precisamente, no quieren pertenecer al Estado. Pero claro, eso es como pedir la luna y eso, de momento, sólo se le permite a Mas.
Y ya que hablamos de gente no muy lista a la que se le permiten cosas extravagantes, decía que el debate me pilló fuera de España. Estoy en Cannes en un festival de televisión. Es este uno de esos sitios a los que, cuando uno va, despierta oleadas de envidia entre las amistades, como si fuera a estar toda la semana alternando en los yates que están atracados a 100 metros del “Palais des Festivals”. Pero no. Te vienes hasta aquí para tirarte 3 días dando vueltas como un trompo entre casetas y stands hablando en todos los idiomas de los que tengas alguna noción. Mi mujer se ríe cuando digo que soy tetralingüe, pero juro que soy capaz de mantener reuniones a buen ritmo en inglés, francés e italiano. Vaya, algún ataque de risa nos entra cuando digo burradas, pero eso también sirve para hacer más distendido el ambiente.
Pero a lo que iba, que me desvío, es que en la noche del martes me fui a un Pub Irlandés para intentar ver el partido de Champions del Madrid contra el Borussia. Fue imposible y, visto el resultado, me alegro, pero daban el Chelsea-Paris Saint-Germain. Lógicamente la mayoría de los clientes iba con el PSG, pero había como un 10 por ciento de ingleses. Entre ellos, uno de esos de los que dices «más tonto, imposible». Era un inglés que estuvo toda la noche provocando a los franceses, gritando en inglés y francés frases poco afortunadas que iban subiendo de tono a medida que se aproximaba el final del partido. Cuando, en el último minuto, el Chelsea metió el segundo gol, que dejaba fuera de semifinales a los franceses, empezó a gritar como loco “Goodbye PSG”, “Au revoir la France”… Nadie le había dicho nada hasta entonces, pero un armario de tío, gabacho para más señas, ya no aguantó más, se le acercó y lo agarró por el cuello con ganas de partirle la cara. El británico en cuestión, que era canijo, lógicamente se amedrentó y empezó a decir tonterías en plan: “vamos a hablar”, “no hay que ponerse nerviosos” y tal y tal. Al francés, por suerte, lo agarraron entre varios y se lo llevaron mientras gritaba cosas como “fils de pute”, “con”, “putain” y “cochon” y otras palabrotas que ni mi tetralingüismo pudo entender. Y dirán ustedes que qué tiene que ver el inglés este con lo que estábamos hablando. Pues que el gallito provocador del Chelsea me recordó tremendamente a Mas. Sólo que al Honorable no sé cuándo va a aparecer alguien que, de verdad, y, a ser posible sin violencia, lo meta en vereda.

EL TONTO OPTIMISTA

“Un pesimista es un optimista bien informado”. Me parece una de las frases más gilipollas del catálogo de las frases tontas de la humanidad. No. Un pesimista es un tío que cree que siempre que algo puede salir mal, va a salir mal. A mí eso no me parece negativo en sí mismo. Allá cada cual con sus úlceras. Lo malo es que, no sé por qué, los pesimistas suelen ser tíos expansivos que se sienten en la obligación de compartir con todos los demás sus mensajes desoladores.

Y, del mismo modo que las espirales positivas son muy contagiosas, lo son mucho más las espirales negativas y, en un equipo que está arrancando algo con un entorno peligroso o incierto, un pesimista es un terrible compañero de viaje.

ZP; EL GRAN OPTIMISTA

Es una de las peores aportaciones de ZP a la historia anímica de España. Nos tuvo que tocar que el último gran optimista de nuestra historia haya sido, a la vez, uno de los tíos más tontones de nuestra democracia. De este modo, el optimismo de ZP, ese buenismo acompañado de cara de dibujo animado, esa negación de lo evidente, ha hecho que los optimistas hayamos caído en desgracia y ahora se nos mire con suficiencia.

Y, hombre, uno puede superar las miradas por encima del hombro cuando, ante una adversidad, dices a botepronto: “tranquilos, que lo vamos a hacer bien”. Lo que llevo fatal es que quien dude del final feliz parta de la base de que, en el fondo, no es muy de fiar nuestro comentario porque, ya se sabe que los optimistas no somos excesivamente inteligentes.

NI TONTOS NI INCONSCIENTES

Pero es que yo me pregunto con frecuencia: ¿para qué sirve el pesimismo? Mis amigos los no optimistas, cuando digo esto, me contestan con altivez asegurando que, cuando uno es pesimista, se anticipa a los problemas y es capaz de ver los peligros con los que se va a encontrar en el camino. Y estamos con lo de siempre. Yo estoy hablando de ser optimista. No de ser tontolculo. O sea.

Yo, cuando acometo un proyecto, no es que no vea los peligros, ni los problemas. Es que, una vez vistos, no les dedico ni un minuto más de mi tiempo. Todos esos minutos y horas, se las dedico a buscar la manera de sortearlos, con el convencimiento de que, al final, lo vamos a conseguir y vamos a llegar al objetivo deseado. Para mí no hay nada peor en un equipo que el cenizo. El que lo ve todo negro. El que siempre observa que el vaso está medio vacío.

CENIZOS, FUERA

Esa gente es tóxica en los momentos de tribulación y suelen conducir o al desánimo generalizado o a la bronca iracunda del jefe optimista que intenta tirar del equipo mientras el pesimista le hace la guerra sucia sottovoce. Yo, cuando trabajaba en informativos, viví muchos de esos días de aluvión en los que había algún suceso tremendo o se producía una noticia muy importante a media hora de empezar la emisión. Nunca fui capaz de empezar pensando en los problemas que me iba a encontrar.

Planteaba qué queríamos hacer, cómo lo íbamos a hacer y, al final, calibraba las posibles dificultades que podían surgir. Y, a partir de ese momento, no pensaba en otra cosa, más que en hacerlo bien. Si, en esos minutos de desconcierto venía alguien a mostrar su angustia ante los problemas, lo mandaba a esparragar con cajas destempladas. Y no recuerdo ni una sola vez en la que no consiguiéramos que el programa saliera bien. Las pasábamos canutas y nos encontrábamos, efectivamente, con setecientos problemas, pero, a pesar de las marejadas, llevábamos siempre la nave a puerto.

NO HAY EMPRESARIO PESIMISTA

Cuando eres empresario pasa un poco lo mismo. Yo siempre he pensado que es imposible que un empresario sea un tío depresivo. Desde mi punto de vista, un empresario tiene que ser obligatoriamente optimista e incluso tener un punto de locura, porque hay muchas decisiones que, si las tienes que tomar con los apuntes del Master en MBA en la mano, no las tomas ni borracho.

Hay veces que lo inteligente puede ser coger el camino de la izquierda, pero el instinto, la parte soñadora del cerebro, te dice que debes ir por el camino de la derecha y tiras por ahí entusiasmando a tu equipo para que vengan contigo aunque todos hubieran tirado por el de la izquierda. Con esto no estoy diciendo que sea infalible. Me he pegado galletas históricas y he cometido errores, pero, si miro hacia atrás, he tenido más éxitos que fracasos cuando, en las encrucijadas, he seguido mi instinto pensando en positivo y viendo sólo triunfo al final del camino.

LA MALA MEMORIA DEL PESIMISTA

Y, por cierto, esos pesimistas que yo no quería en el barco, tienen mucha más tendencia a recordar los momentos en los que te pegas el galletón, que la infinidad de ocasiones en las que mi optimismo y yo teníamos razón. Porque esa es otra, los cabrones de los pesimistas tienen una memoria selectiva que les hace mirar en negativo no sólo hacia delante, sino también hacia atrás, que ustedes me dirán para qué sirve.

Yo también tengo memoria. Y claro que recuerdo lo malo. Y las ocasiones en las que me he equivocado. Y las caídas en las que me he hecho muchísimo daño. Pero, qué le vamos a hacer, prefiero recordar las veces en las que no he tropezado y pensar en que, a pesar de que ahora mismo en mi empresa estoy más cerca del cierre que de los beneficios, va a llegar un momento en el que de nuevo triunfaremos. Vaya o por lo menos, que si me toca palmar, voy a entrar en la tumba con una sonrisa y, a ser posible, pedaleando.

LA UNIFORMIDAD

Más Cabra en el Garaje que nunca. Cuando comencé a escribir este blog hace un año y medio escaso confesaba que me sentía como una cabra en un garaje. O sea, como fuera de juego, con la sensación de que mi manera de pensar no acababa de acomodarse en ningún sitio. Me sigue sucediendo que mis amigos de un lado piensan que soy del otro y viceversa y, de este modo, en cualquier lugar en el que me hallo, soy un bulto sospechoso. Y me pasa con casi todo; por ejemplo el otro día con el Madrid Barsa. A mí me parece que Sergio Ramos comete el error de tocar la pierna izquierda de Neymar que, al sentir el roce, cae como si le hubieran disparado con un bazooka. Neymar puede que exagere, pero, por desgracia, es penalti y expulsión. Pues por decir esto he tenido que sufrir chanzas de amigos que insisten en que soy un mal madridista y que en el fondo mi color es azulgrana y qué sé yo. Es la uniformidad absoluta. Ahora mismo en España se te exige absoluta fidelidad a los pensamientos únicos y, si no los compartes, eres lo peor.
Imagino que tendrán muy presente la manifestación del pasado día 22. A mí me cogió fuera de Madrid, pero quizás habría ido porque comparto varias de las reivindicaciones de la Marcha de la Dignidad. Sobre todo creo que nos falta decirles más claramente a nuestros políticos que lo están haciendo fatal. Porque luego llegamos el día de los comicios y volvemos a votar masivamente a los que llevan ahí décadas. Otras de las cosas que decían los convocantes de la marcha, sin embargo, me sonaban a asamblea de facultad con dos o tres líderes anarcosindicalistas muy fumados, pero tenía más simpatía que antipatía por ellos. Y llegamos de nuevo a la uniformidad. Coño; ni una bandera española constitucional entre los convocados. Había miles de banderas republicanas y autonómicas, pero no vi ni una bandera española. Lo que me lleva a preguntarme: ¿No había ni uno sólo de los manifestantes que no fuera republicano? Es que no me lo creo, pero en ese pensamiento único si apareces ahí con una rojigualda te conviertes en el primo hermano de José Antonio el de la Falange. Eso por no hablar del desparrame posterior y lo que les está costando a los líderes convocantes criticar a los animales que pusieron en peligro las vidas de varios agentes de policía. Porque, si eres más crítico con los vándalos que con los policías (aunque se inventen la presencia de muletas fantasma), tampoco eres ya uno de ellos.
Ha sucedido en estos días con la muerte de Adolfo Suárez. Ha habido una absoluta uniformidad en el elogio a lo que hizo y ha habido muy pocos que hayan hablado de manera negativa del gran líder de la transición española. Y a los pocos que le han criticado les han dado hasta en el carné, por salirse de la gran autopista de peaje. Lo más gracioso, para mí, es que en esa uniformidad ha entrado hasta el brillantísimo Artur Mas que, por elogiar al difunto, defendió su manera de gobernar y dialogar. Quizás el Honorable no se dio cuenta de que ese Suárez al que utilizó para criticar a Rajoy fue el muñidor de la Constitución que el Washington del Maresme quiere pasarse por el escroto.
Y precisamente lo mejor de Suárez fue su falta de uniformidad. Que se salió de todos los carriles que le habían puesto por delante y tuvo las santas pelotas de coger al Rey de la mano y decirle que veía luz al fondo de uno de los 25.000 túneles oscurísimos que tenía ante sus narices. Y todos le gritaban que estaba loco, que ahí no había salida; los suyos, los que habían sido los suyos, los que eran los de enfrente, los militares rancios y los militares progres… Y él se metió por un túnel que decía consenso, concordia, paz, reconciliación y encontró luz. El problema es que, al salir del túnel le llovieron bofetones por todos los lados y decenas de los que en estos días de luto le alababan y pegaban el cabezazo ante su féretro le clavaron puñales y dijeron de él cosas tremendas.
Si yo fuese uno los hijos de Suárez no me acostumbraría demasiado a esta riada adulatoria en torno a sus exequias. En España el afecto, desgraciadamente sobre todo en estos casos, va por oleadas y lo mismo que te aturulla la riada afectuosa, te arrolla la marea brutal de regreso que, por lo general es para ponerte a parir. Lo que en estos días son alabanzas al hijo mayor, mañana serán críticas por haber dicho o no dicho o por haber hecho o no hecho. Y esto es así. Forma parte de nuestro ADN. Nos cuesta la de Dios alabar a alguien, hasta que le da por morirse. Entonces podemos llegar a ser los campeones del mundo del panegírico. Mientras el cadáver está caliente, se nos llenan el corazón y la boca de estima por el finado, pero, cuando desaparece el féretro, nos da cosa haber sido tan majos y tan blandurrios y nos jode haber tenido esa debilidad cuando, a lo mejor, “no era para tanto”. Y, entonces, esperamos la primera ocasión para sacar de nuevo nuestra especialidad nacional que es la crítica envidiosa con una retranca que ya empieza a verse en algunos hablando, por ejemplo, de lo que va costar o dejar de costar que el aeropuerto de Barajas se llame Adolfo Suárez. Ojalá me equivoque y por siempre mantengamos el afecto y el respeto por Suárez y su familia, pero me temo que sus herederos se han convertido desde ya en el próximo objetivo de la legendaria “Iberian bad host” que viene a ser la mala hostia ibérica, pero dicho en inglés, que queda mucho más fino.

UNIVERSO PARALELO

Quizás mi mujer, al leer esto, piense que me refiero a esas veces en las que tengo vacíos mentales. Esos momentos en los que me pongo a pensar en cosas que me entretienen y me puede caer al lado una granada de mano, que no me entero. Pero no. Estoy hablando de la sensación que deben tener esas personas que despiertan después de muchos años ausentes. Al regresar se encuentran un mundo que no reconocen. A mí me ocurre eso frecuentemente cuando veo los programas de televisión basados en famosos. Me da vergüenza reconocerlo porque soy productor de televisión y debería ver mucha más tele, pero en nuestra casa prácticamente lo único que vemos son series, películas y, para desgracia de mi mujer e hijas, partidos de fútbol y torneos de golf. No recuerdo la última vez que estuvimos todos juntos viendo algo que no fuera un capítulo de una serie o una peli. Por eso tenemos esa extraña sensación de que a nuestro alrededor suceden cosas que se nos escapan.
No sé si les pasa caer en una discusión de amigos en la que se habla de, es un poner, Toñi. Y tú preguntas, ¿Quién es Toñi? Pensando que hablan o de alguien muy amigo, o de ese tipo de famosos de los cuales diciendo el nombre o el apellido se sabe quiénes son; Íker (Casillas), Matías (Prats), Cela (Camilo José) o García (José Mª). De ninguna manera, oiga. Que preguntas por la Toñi y te dicen que es una tronista. Y yo, que tengo cierto hándicap auditivo, entiendo que la Toñi es cronista y digo que ya me choca no conocer a una cronista que sea tan buena como para hacerse célebre y pregunto que de qué hace crónicas. Y resulta que no es cronista, sino “tronista”. O sea, que se sienta en el trono, que no es el retrete, sino un espacio de un programa que se llama Mujeres Hombres y Viceversa. No sé muy bien cuál es la mecánica del programa, pero chicos y chicas de distinto pelaje se eligen entre ellos y muchos y muchas se han hecho celebérrimos. Pero vamos este MHYV es un ejemplo, porque otra fábrica de “celebrities” es el Gran Hermano y constantemente oyes: “Manolo de GH12”, como si fuese un título; o sea, Manolo, Doctor en Astrofísica. O los hermanos, padres, ex-novios y ex-novias y hasta sobrinos de famosos que llegan a la cúspide. Y la cúspide no es el reconocimiento por tus obras. La cúspide es que te hagan una entrevista-despellejamiento en el Sálvame o que vayas a que te puteen en taparrabos en una isla llena de mosquitos y amebas que desean entrar en tu intestino.
Digo esto porque el otro día leía una noticia sobre el comienzo de “Supervivientes 2014”, un programa en el que mandan a un lugar muy lejano a un grupo de famosos. Y leyendo el elenco, sólo era capaz de reconocer a 5 de ellos. Y, alguno, famoso de esos tipo Bibiana Fernández, que se han ganado su fama trabajando. Pero la mayoría es que no sabía de quién me estaban hablando; tronistas, famosillos de un programa llamado “un príncipe para Corinna” y diversos ex y familiares de otras celebridades, entre las que destacaba, para mi estupor, una sobrina de Aznar. Y lo malo es que en esa merdé en la que suena el nombre de un famoso porque acude su ex, su sobrino díscolo o su cuñado averiado, uno acaba formando parte de la isla, o de la playa o de la selva sin necesidad de ponerse el taparrabos. Así sucede que famosos que jamás acudirían al Sálvame o a un reality acaban manchados por los comentarios que sueltan aquellos que, por sangre o por una relación sentimental, un día pasaron por sus vidas. Y todo eso conduce a que se vaya formando la idea de que, al final, todos los famosos son iguales y vaya quedando un poso de falta de respeto hacia aquellos que han conseguido su celebridad, casi sin buscarla, sencillamente porque han sido los mejores en lo suyo. Porque yo he visto a esos periodistas de programas de despellejamiento humano hablar con la misma ligereza y falta de rigor de uno de estos tronistas, que de figuras cumbre del espectáculo, la cultura, el deporte o la tauromaquia. Y, al igual que no es lo mismo la Toñi que Matías Prats, no es lo mismo Víctor Janeiro, con todo mi respeto para el torero que fue, que Enrique Ponce.
Enrique sufrió anteayer en Valencia una cogida tremenda de la que salió vivo por auténtico milagro. Durante la tarde estuve siguiendo todas las informaciones que iban saliendo sobre la cornada y me entretuve en ir leyendo los comentarios de aquellos que tenían necesidad de decir algo. Y me resultó deprimente. Por supuesto había muchos que le deseaban una recuperación rápida, que hablaban de su valor y de su torería yéndose caminando a la enfermería con una cornada que le había partido medio pecho y una clavícula. Pero al lado de estos, en varios medios, había comentarios llenos de falta de respeto hacia un hombre que lleva 25 años siendo el mejor en lo suyo, que no ha entrado jamás en el juego del famoseo y que vive dedicado a su mujer y a sus niñas, a su familia, a su campo y a su profesión. Los comentarios negativos iban desde los anti-taurinos que defienden al animal pero se alegran de que sufra el torero, hasta los que trataban a Enrique como si fuera uno de esos que, por alcanzar su minuto de fama, son capaces de vender el amor de alguien de su familia o trepar en taparrabos a lo alto de la estatua de Colón.
Y, hombre, aceptando todas las opiniones, tendremos que convenir que no es lo mismo una cosa que la otra y que un señor como Enrique Ponce merece el respeto que yo le envío hoy, con un abrazo, desde mi universo paralelo.

CERRAR LA HERIDA

Que le vaya bonito, Monseñor. Ya me da pena que Antonio María Rouco Varela, Cardenal Arzobispo de Madrid, haya mantenido su gesto hosco, antipático y poco misericordioso hasta en su último acto masivo como Presidente de la Conferencia Episcopal. Y no era un acto cualquiera. Era una misa en recuerdo de las víctimas de aquel día atroz del 11 de marzo de 2004 en el que los terroristas no sólo mataron a 191 personas e hirieron a 2.000. Aquellos villanos, además, abrieron una herida social que sigue abierta y que no sé si vamos a ser capaces de cerrar algún día.
Para empezar yo, que, soy católico practicante, no entiendo por qué un acto oficial de recuerdo a las víctimas de un atentado, presidido por los Reyes y el gobierno, se tiene que hacer en un templo católico y en una ceremonia católica. Estoy seguro de que, si la decisión la hubiera tomado el Papa Francisco, habría optado por ofrecer al resto de confesiones y a los no religiosos la opción de un acto ecuménico en el que se hubiera sentido cómodo un cristiano, un musulmán, un judío o un ateo. Pero no. Hala, hacemos una misa con 40 obispos, toda la pompa del Catolicismo de toda la vida y Monseñor nos suelta una homilía con su cara de haber olido un pedo y no haber sido él. Una alocución, por cierto, en la que soltó sutilmente frases en las que daba a entender que sigue sin estar claro quiénes fueron los autores de la matanza. Ya saben que una de las heridas que dejó abiertas el 11M es la de los que piensan que la investigación del atentado se hizo mal y que hubo un plan para ocultar la participación de alguien más que los islamistas de AlQaeda. Enfrente de ellos están aquellos que les llaman los “conspiranoicos” y que creen a pies juntillas que el 11M fue un atentado en venganza por la participación española en la guerra de Irak. Es curioso porque los de uno y otro lado dan por sentado que los suyos, en aquellos días terribles, lo hicieron bien y que fueron los otros los que lo hicieron mal. Si uno habla con alguien muy del PP, te dice cosas como que el gobierno no mintió, sino que le engañaron los policías de Felipe González diciéndole que era ETA. Si uno habla con los del PSOE te dicen que hubo simplemente indignación popular y no un comportamiento anómalo entre sus medios afines y entre los políticos de Ferraz.
Y yo, que, sinceramente, no tengo especial afinidad ni desafecto ni por unos ni por otros, recuerdo haber vivido aquello estupefacto, con la terrible sensación desde las 2 de la tarde del mismo 11 de marzo de que estaba pasando algo que se nos escapaba.
Yo entonces trabajaba en Antena 3. Estábamos todos los del equipo arrasados, rotos como el resto del país, en la redacción de mi programa y recuerdo, perfectamente cómo a eso de las 2 de la tarde todas las televisiones conectan con Moncloa porque hay rueda de prensa del Ministro del Interior, Ángel Acebes. Ya me sorprendió que no saliera el Presidente del Gobierno de la mano del resto de los líderes políticos para informar al país. Pues no. Era el Ministro del Interior, con su corbata negra para decir que la autoría del atentado era “sin ninguna duda” de ETA. Al instante varios periodistas que estábamos en la redacción nos miramos y dijimos: “¿Pero ya lo han reivindicado?”. Porque JAMÁS en los años en los que yo he trabajado se decía tras un atentado una frase como esa. Se recitaba como una letanía: “todos los indicios conducen a…”, pero nunca se daba por hecha la autoría de un atentado hasta su reivindicación y posterior investigación policial.
Yo no dudo de que al gobierno hubiera gente que le engañara desde dentro, pero, de lo que estoy seguro es de que al ejecutivo se le notó en exceso en aquellos días su deseo ferviente de que el atentado hubiera sido obra de ETA porque (y es una frase textual que me dijo aquella mañana un amigo del PP) iban a obtener 200 diputados. Del mismo modo creo que al PSOE y a los medios afines se les notó en exceso su deseo ferviente de que el atentado hubiese sido del entorno AlQaeda y por eso se habló de terroristas suicidas y hubo llamamientos a echarse a la calle contra el gobierno que nos metió en la Guerra de Irak. Porque ellos sabían que, si al final se certificaba la autoría islamista, podían darle a las elecciones el vuelco que finalmente le dieron.
Yo no sé si es cierta o no la teoría de la conspiración porque, además, los que están en un lado y en el otro, miran con suficiencia a los de enfrente como dando por hecho que son unos pobres simplones sin su perspicacia. Lo único que sé es que, 10 años después seguimos siendo incapaces de hacer una manifestación de toda la sociedad española para gritar contra los que nos hicieron esto. Ayer me deprimí al ver cómo en diferentes medios seguían rascando para mantener abierta la herida. En Libertad Digital insisten en que no sabemos quiénes fueron y califican de serviles y cobardes a los que afirman que fue un atentado islamista. En Público.es Aníbal Malvar llama “traidora” a Pilar Manjón por haber hecho algo que creo que hay que aplaudir y es que decidió acudir a la misa de Rouco para no dar una imagen de división de las víctimas.
Coño, una vez más tienen que ser las víctimas las que nos den lecciones. Pero, si los que más perdieron aquel día han sido capaces de mirar hacia delante y abrazarse, no sé a qué esperamos todos los demás, empezando por políticos, medios e Iglesia para dejar de soltar mensajes de división, ir allí y abrazarles diciéndoles algo parecido a perdón y gracias.

LOS HEMATOMAS DE CARDENAL

El pobre del Secretario de Estado para el Deporte, Miguel Cardenal ha hecho esta semana, por desgracia para él, honor a su apellido. Un hematoma del tamaño de una sandía debe tener en la espalda y en el ánimo después de la que se ha liado con el artículo que escribió en El País el pasado lunes. El artículo se titulaba “Orgullosos del Barça”, que ya hay que tenerlos bien puestos para titular así en un periódico de tirada nacional, y hace una defensa del equipo blaugrana como un ejemplo de muchas cosas buenas en unos días en los que la imagen de la directiva culé está por los suelos. Imagino que todos ustedes sabrán que un socio del Barça denunció a la Junta directiva del Club por haber declarado que la compra de Neymar al Santos costó menos de lo que se pagó realmente. Esta denuncia provocó la dimisión del presidente Rosell y ha hecho llegar el asunto a la Audiencia Nacional, en la que se investiga si, además de un posible fraude al fisco, puede haber, además, delito penal. Lógicamente, todo esto ha hecho que, durante días, el Barça y sus dirigentes hayan recibido todo tipo de palos justificados y sin justificar en prensa, radio y televisión y, sobre todo, en las tan temidas redes sociales. Lo que antes se llamaba tópicamente “correr ríos de tinta” habría que cambiarlo por “ríos de tweets” o “ríos de “me gusta””, porque ahora mismo los directivos de empresas e instituciones están casi más pendientes de lo que se dice en las redes sociales que de lo que se publica en la prensa supuestamente seria y contrastada.
A lo que voy es a que Miguel Cardenal en su artículo dice que no se puede hacer “totum revolutum” y permitir que parezca que una supuesta mala gestión de la directiva es lo habitual. Considera Cardenal que no debe pasar que un tropiezo, por gordo que sea, lo invada todo. El Secretario de Estado, en su escrito, por supuesto habla de respeto a la Justicia y dejar trabajar a los tribunales, pero pide que no se manche la imagen de un club por un suceso que está por ver que termine en una sentencia condenatoria. A mí el fondo me parece impecable e incluso la forma, salvo un par de cosillas que Cardenal se podría haber ahorrado. Por ejemplo dice: “Pero lo que sí tengo claro es que en este momento nadie piensa que alguien vinculado al Barcelona se haya apropiado de cantidad alguna, y también me consta la voluntad de sus directivos de cumplir con la ley”. Cáspita, vaya frase. No están los tiempos para soltar aseveraciones tan contundentes de confianza en la honradez de nadie y menos en un mundo tan proclive al chanchullo como el del fútbol. También podría haber matizado un pelín su afirmación de que: “No haría honor a la responsabilidad que me han confiado si callara mientras un escudo que ha aportado a nuestro deporte tanto como el que más es acosado y acusado”. Porque es obvio que Cardenal habla del apaleamiento popular y mediático y no del judicial, pero al decir la palabra “acusado” parece que el Secretario de Estado se está quejando de un acoso judicial, cuando de lo que habla, y lo dice expresamente en otro pasaje, es del juicio paralelo que se ha abierto sin esperar a que hablen los tribunales.
Pero es imposible pedir templanza en las críticas cuando estamos en la época del botepronto irreflexivo. Para empezar, me gustaría saber cuántos de los que le ponen a parir y piden su dimisión han leído íntegramente el artículo. Ahora mismo no vale un pimiento ser reposado y analítico ante las cosas que pasan; es mucho más valorado ser ingenioso y rápido en el tweet o en el comentario online aunque lo que esté diciendo su autor sea una mamonada sin ningún fundamento. Aparte de esto, Cardenal se enfrenta a varios hechos ciertos. En la política, arranques de sinceridad como el de su artículo no son frecuentes y uno se convierte en un bulto sospechoso cuando muestra una franqueza como la suya. Publicando su texto en El País, le está tocando las pelotas a todos los restantes medios a los que no entregó su artículo. Hablando del Barça de manera elogiosa, se está poniendo a la contra a esos miles de aficionados que piensan que alabar a un equipo es estar contra otro. Y esos miles son, precisamente, los que más ruido hacen en las redes. Para que se hagan una idea del absurdo, yo he recibido en Twitter amenazas de agresión física por decir que Íker Casillas me parece mejor portero que Diego López, o que considero a Guardiola un gran entrenador. O se me ha insultado gravemente por opinar que Mourinho fue un mal para el Madrid. O, a pesar de que soy más del Madrid que la familia Butragueño, se me llama antimadridista por decir que el fichaje de Bale fue una burrada, o por criticar determinadas actuaciones de la directiva de mi club.
Algunos le recomendarán a Miguel Cardenal que haga caso a ese consejo tan de abuelas que dice: “Hijo; tú no destaques”, pero yo le alabo la valentía. Y creo que no tiene por qué dimitir. Aún así, en el caso de que tenga ganas de mantener el cargo, le recomiendo, primero, que cierre oídos y ojos para no ver ni oír a los que le ponen a parir. Y, segundo, que escuche el sabio fandango de Cantimpalo del inolvidable Emilio el Moro en el que nos previene ante la tendencia a alabar a personas o instituciones.
Dice así y, con esto, termino:
“No le eshe piropo a nadieeee
Que te puede ehquivocaaaaa
No le eshe piropo a nadie
Que te puede ehquivocaaaa
Ayé miré a una morenaaa
Ayé miré a una morenaaaa
Y me di cuenta mu tarde
Que era un tío con melenaaa”

PACO Y LOS FALLOS DE SAN MARTÍN

Hay un montón de cerdos a los que nunca les llega su San Martín. Mira que me gustan los refranes, pero hay algunos que resultan tremendamente falsos y este es uno de los que más veces he visto errar. No sé si a ustedes les ha sucedido, pero cuando he oído a amigos pronunciar esta frase, con frecuencia he pensado: “ya te gustaría a ti; anda que no he visto yo género porcino sin su San Martín”. Hace veintitantos años, el gran Santiago Amón me contó el origen de esta sentencia; San Martín de Tours se celebra el 11 de noviembre y ese es el día en el que, en muchos pueblos de Europa, comienza la matanza del cerdo. Yo he estado en matanzas hasta en febrero y marzo, pero ese es el refrán. Y lo que viene a decir es que a todas las personas malas les acaba llegando su castigo. Y, en fin, supongo que ustedes, como yo, habrán visto infinidad de marranos yéndose de rositas sin que San Martín les toque un alamar.
Yo creo que no soy especialmente rencoroso, pero he de reconocer que hay determinadas personas que me gustaría no haberme cruzado en la vida. Esos seres humanos que son malas personas, que son cizaña y generan a su alrededor oleadas de energía negativa. Vi algunos cuando era chico en el colegio, luego me crucé con unos pocos de estos en la Universidad y no les cuento la cantidad de ellos que he padecido directa o indirectamente, en carne propia o en la de mis compañeros, en los diversos trabajos por los que he ido pasando en mis 27 años de vida laboral. Eso por no hablar de la cantidad de cerdos a los que he visto triunfar a costa de lo que haga falta en la política y la vida pública de España y del Mundo sin que les llegue ese día de la Matanza. Estoy seguro de que todos, al leer esto, pensamos en nuestros diferentes puercos favoritos que desaparecen de nuestras vidas sin haber recibido el castigo que merecen. Decenas de dictadores que han muerto tranquilamente en sus camas, políticos infames que nunca devolvieron ni un céntimo de lo que robaron, militares que utilizaron su poder para masacrar a los que no opinaban como ellos, empresarios que estafaron a otros o que se enriquecieron esquivando la ley… De vez en cuando hay alguno de estos que cae y recibe la pena que amerita, pero son muchos más los que se van de sus negocios, de sus países o de la vida sin castigo y, por supuesto, sin pedir perdón o mostrar el más mínimo arrepentimiento por sus desmanes.
Digo esto porque ayer me desayuné con la triste noticia de la muerte de Paco de Lucía. Y llevaba varios días dándole vueltas a esto de los cerdos ojeando en el periódico lo de Ucrania, lo de Venezuela, lo de Siria o las imágenes de cualquiera de los hideputa que se pasean impunemente por nuestro país. Pensaba en esos cerdos que merecerían su San Martín y no les llega ni a la de tres. Y, mientras esos marranos siguen hozando por nuestras vidas, va Paco de Lucía y se nos muere de un infarto en una playa de Cancún. Con la cantidad de gente que me parece que sobra en el mundo, y se tiene que morir antes de tiempo un hombre como Paco de Lucía. Recuerdo que, cuando yo era chico, Paco tenía una casa muy cerca de donde vivían mis padres, al lado de mi colegio. Y muchas veces lo veíamos por nuestra urbanización y, cuando nos acercábamos a él, nos sorprendía su timidez y que, siendo tan grande en los escenarios, le produjera tanto rubor que le reconocieran unos niños. Aunque nunca fuimos amigos, esa vecindad hizo que yo, desde siempre, recibiera las noticias de sus éxitos y sus nuevos discos, como si fueran los de alguien cercano. Y por eso ayer sentí profundamente su muerte, sobre todo porque, a pesar de que llevaba décadas triunfando, tenía sólo 66 años y le quedaba un mundo por delante para seguir creando o, sencillamente, para seguir disfrutando de la vida, de su familia y de la cantidad de arte que ha ido dejando a su paso por tantos lugares del mundo. Era especial y hacía que su música no dejara a nadie indiferente, que nos tocara esa fibra que hace que vibremos, sin saber por qué, cuando alguien está frente a nosotros haciendo algo grandioso. Eso él lo llamaba “emocionar”. Ayer en el programa Espejo Público de A3 rescataban una entrevista que le hicieron recientemente. Le preguntaban por la cantidad de reconocimientos y premios que le habían otorgado a lo largo de su vida. Con toda su timidez, Paco de Lucía aseguraba que no le gustaba un pimiento recibir premios y decía: “Es más, no sólo es que me den igual. Es que me jode tener que ir, ponerme el traje, dar las gracias y decir las palabritas. El premio para mí es emocionar a alguien.”
Amén. Y que descanse en paz mientras yo sigo esperando que a alguno de los innumerables marranos que nos rodean le llegue el San Martín que se merecen.
Y, por cierto, esta es la Cabra número 69 y he conseguido terminarla sin hacer ninguna referencia a tan mágico número. Para que luego se queje mi madre…

PREGUNTAS TRAMPA

Todavía estoy intentando quitarme el estupor de encima. Aún me pregunto cómo el ministro del Interior puede seguir en su puesto después de que parezca estar claro que guardias civiles bajo su mando dispararon bolas de goma contra decenas de inmigrantes que pretendían llegar nadando a tierra española. Que sepamos, 15 muertos. 15 muertos. ¡¡Joder!! Y no estoy aquí en plan Peter Pan pidiendo que pase todo aquel que quiera entrar en España. Pero una cosa es controlar las fronteras y otra, muy distinta, llevar a cabo acciones que, con mucha probabilidad, van a conducir a la muerte o al riesgo de muerte a unos desdichados que quieren mejorar sus vidas.
No sé qué radio escuchan ustedes. Yo, como en la tele, hago mucho zapping y voy cambiando de emisora con los cortes de publicidad y cuando encuentro un contenido que me aburre. En uno de esos saltos de dial, caí en el informativo de mediodía de Onda Cero. Lo dirige una periodista que se llama Elena Gijón, que creo que lo hace bien, aunque probablemente me gustaría más si no se le viera tanto el plumero. Vamos, y digo plumero por lo de las plumas de las gaviotas del PP. La cuestión es que, en su informativo, lanzaban una encuesta para los oyentes de Onda Cero: “En la política de inmigración ¿que debe prevalecer? ¿Factores humanitarios o el control de las fronteras?” Coño, vaya pregunta. Es como si la policía apalease y patease cruelmente a un chorizo al que sorprendieran robando en una joyería y nos preguntasen si preferimos la integridad física del ladrón o la seguridad del joyero. Pues, hombre, yo elijo la seguridad del comerciante, pero eso no significa que me parezca bien que se apalee y patee a un ladrón. Si, en una refriega con la policía, el ladrón se lleva un golpe o dos, o un disparo en un tiroteo, pues qué le vamos a hacer, pero una cosa es eso y otra que lo apaleen. Con esto de Ceuta pasa igual. Claro que creo que debe haber control en las fronteras, pero me parece inaceptable que las fuerzas de seguridad de mi país conduzcan a la muerte a unos inmigrantes que quieren entrar de manera irregular. Por eso esta pregunta de Onda Cero tenía truco. Ganó abrumadoramente la opción del control de las fronteras, con lo que puede dar la sensación de que toda esa gente estaba aprobando la acción de la Guardia civil. Pero no sé por qué me da que no habría tenido tanto éxito la actuación de la Benemérita si la pregunta hubiera sido: “¿Aprueba usted que se dispare a los inmigrantes que intentan llegar nadando a España?” ¿Quién, salvo un discípulo de ZP en el País de Nunca Jamás, va a contestar que deben prevalecer los factores humanitarios en la política de inmigración? Pero es que aquí no se habla de factores humanitarios. Aquí estamos hablando de actuaciones que, según parece, han traspasado el límite de los derechos humanos. Yo puedo entender que se lancen pelotas de goma ante un intento de asalto a la verja de gente armada. Puedo comprender que se utilicen métodos violentos contra grupos de personas que, en tierra firme, mantengan una actitud agresiva contra la policía o el ejército español desplegado en la frontera. Pero me parece inaceptable que se dispare contra personas que, por lo general, no son buenos nadadores, que están en el mar, en plena oscuridad, intentando alcanzar a nado nuestra costa. Porque lo normal es que se ahoguen.
Lo malo es que, esto, como todo lo que pasa en España en los últimos años, también ha entrado en el juego del “Ytúmásismo” de los partidos mayoritarios. El PP asegura poniéndose muy serio y solemne, con cara de partido en el gobierno, que se ha usado la fuerza proporcionada y acusa de demagogia y cinismo al PSOE.
A los del PSOE, en estos días, les he visto embargarse de emoción hablando de humanidad y tal y tal con esa cara que ponen cuando creen que deben dar lecciones de democracia a los demás. Esa carita de boyscouts que acaban de hacer su buena acción del día, para dejar claro lo malotes que son los de la derechona, cuando resulta que, según el PP, estos métodos se usan desde mucho antes de que Mariano, el Plasmas, llegara al poder.
Pero, demagogias de PP y PSOE aparte, lo que parece obvio es que alguien se ha equivocado. No sé si ha sido el Ministro, el Delegado del Gobierno, el Director General de la Guardia civil, el mando de la Benemérita que estaba al frente del operativo o el que diseñó los métodos de control fronterizo. O todos juntos. Pero no puede pasarnos en el año 2014 que se nos mueran ahogadas 15 personas a unos metros de nuestra playa escuchando de fondo en el momento de su muerte los disparos de balas de goma de las fuerzas de seguridad de mi país. Puede que a ninguno de los miembros del gobierno se le caiga la cara de vergüenza. A mí, como español, se me cayó hace días y todavía hoy no la he recuperado.

DECIDAMOS

Cada vez soporto menos a la gente maleducada. Está mal comenzar así un artículo, porque, cuando uno dice algo como esto, se supone que se está poniendo a la cabeza de los tíos más educados del universo. Y no se trata de eso. Seguro que yo, analizado desde fuera, a muchos les parezco un maleducado por esto o por aquello. Por ejemplo, cuando me enfado, tiendo a elevar el tono de voz y puedo llegar a ser muy desabrido si alguien me toca excesivamente las narices. Y, a veces, esa reacción hace que te pongas a la misma altura del maleducado, pero es que me estomagan de mala manera.
No aguanto a la gente que no respeta a los demás, a los que se cuelan en las colas, a los que aparcan en doble fila… en general, a los que se pasan por el arco triunfal las normas que otros aceptamos. Porque, además, esos maleducados se indignan muchísimo cuando se les reconviene. No sólo es que piensen que tienen patente de corso; es que consideran que nosotros tenemos que aguantar estoicamente y en silencio sus desmanes y, si a alguno se nos ocurre decirles: “Oiga, por favor, no se cuele” te miran llenos de ira como si les hubieras mentado a la madre y se te ponen chulos.
Cuento esto porque, en las últimas semanas he vivido episodios de esos que te hacen darte cuenta de que los que van a su bola viven en un planeta distinto a los demás. No sé si recuerdan que hace varias Cabras hablé de un vecino de casa que lleva años sin pagar la cuota de comunidad y tiene una deuda de más de 10.000 euros. Como nuestras leyes son absurdas, la comunidad no puede (como hace cualquier empresa si no le pagas) cortarle el agua caliente, negarle la entrada al garaje o a la piscina porque nos puede denunciar por acoso. La única salida es un larguísimo proceso judicial que podría terminar en un embargo de los bienes del moroso. Y la comunidad arrancó hace meses el proceso judicial, le envió un Burofax para anunciárselo y, como no lo recibió en su casa, el administrador, tal y como le permite la ley, lo colgó en el tablón de anuncios del portal. Al parecer, cuando el administrador colgó la copia de la demanda, el vecino había recogido ya el Burofax y resulta que el cachondo de él acaba de anunciar que va a denunciar a la comunidad por exponer información confidencial. Podrán imaginar el estupor del resto de vecinos cuando nos enteramos de esto. El moroso envió una carta delirante en la que nos acusaba de los peores males del universo y de haberle generado a él y a su esposa un mal irreparable al publicar que, los pobres, deben “supuestamente” más de 10.000 euros a sus vecinos. Lógicamente, se convocó una junta para hablar del tema y, cuando estábamos esperando el comienzo, apareció el moroso. Yo, que jamás le había dicho nada acerca de sus deudas, me levanté y me fui hacia él con su carta en la mano y le dije: “Esto es lo que me faltaba por ver”. Y empecé a decirle lo que llevaba callado mucho tiempo. Para que se hagan una idea; este vecino debe 10.000 euros a la comunidad, le ha dejado de pagar a dos vecinos el alquiler de unas plazas de garaje, pero él, su mujer y sus dos hijos conducen a diario cada uno de ellos un coche. Él y su esposa van siempre de punta en blanco y a la última moda con las mejores marcas, sus hijos utilizan smartphones carísimos, tienen una empleada de hogar y, externamente, viven como si la crisis no hubiese pasado por sus vidas. Pues, cuando le dije todo esto, me llamó caradura. Llegaron los demás vecinos y algunos empezaron a increparle, y varias veces tuvo los santos arrestos de reclamar educación, como dándonos a los demás unas lecciones de señorío que, lamentablemente, nos debimos perder cuando fuimos al colegio. A él, por cierto, nadie le enseñó que el señorío y la educación empiezan por pagar lo que uno debe.
Pero me he liado en exceso con lo de mi vecino, cuando yo, realmente, quería hablar de otro que vive en otro planeta y que está incumpliendo las normas, pero nos recuerda constantemente a los demás que es que no le respetamos. Hablo de Cataluña y de ese enloquecido dirigente llamado Mas que, exigiendo su pretendido “derecho a decidir” ha llevado a Cataluña, a sus ciudadanos y al resto de España a un callejón oscuro y sin salida.
Observo entre los miembros del gobierno de Rajoy una firmeza tremenda últimamente. Esta misma semana ha sido la vicepresidenta Sáenz de Santamaría la que ha dicho que Rajoy, de momento, no se va a sentar con Mas. Y, al oír a Soraya, inevitablemente me acordé de los abusones del patio de los colegios. Esos que se ponían chulos con los más débiles hasta que uno de esos débiles aparecía con su primo el de Zumosol. En ese instante, al chulo abusón se le cambiaba el gesto y se mostraba como un manso corderito con el rabo entre las piernas, hasta mejor ocasión. El primo de Zumosol son las próximas elecciones generales de 2015 y la más que probable mayoría relativa del partido nacional que gane. Esa firmeza que hoy muestran Rajoy y sus ministros frente a los nacionalistas catalanes y vascos, se convertirá, en cuanto pierdan la mayoría absoluta, en sonrisas, concesiones de todo tipo, en frases como “Movimiento vasco de liberación”, “hablo catalán en la intimidad”, “el concepto de nación es discutido y discutible” y otras sandeces que, en sí mismas no son graves, pero que esconden una terrible renuncia a defender lo que se supone que nos interesa a todos los españoles. Por eso creo que el derecho a decidir debemos exigirlo todos los españoles. Pero no sólo sobre el tema de Cataluña, sino sobre el modo de regir nuestro Estado. ¿Por qué no propone alguien una petición popular a las Cortes para convocar un referéndum y cambiar la Ley Orgánica que regula los procesos electorales? Si se cambiara esa ley que beneficia a los partidos mayoritarios y a los nacionalistas, estoy seguro de que viviríamos mucho más tranquilos. Lo que pasa es que, no sé por qué me da que PP y PSOE no iban a tener demasiado interés en una reforma que les pondría la soga al cuello. Pero, oiga, hay otros partidos en el Congreso que igual podrían tomar la idea y hacerla suya. Yo se la regalo encantado de la vida.