RAZONES PARA LA HUELGA

Pues me van a poner a parir. Pero, qué quieren que les diga. A mí me parece que los empresarios teníamos muchos motivos para haber hecho huelga anteayer.
Indudablemente parados y trabajadores tienen muchos argumentos para acordarse de los antepasados de Rajoy, pero tampoco nos faltan razones para estar quemados a los que nos dedicamos a crear empleo, a invertir y, en definitiva, a generar riqueza en España.
Yo creo que España no merece una huelga. Y aún menos una huelga apoyada por un partido que ha hecho bastante para que estemos en el hoyo. La coyuntura internacional, la burbuja inmobiliaria y la mala conjunción de los planetas (Pajín dixit y pixit) también influyeron. Pero deberían reconocer los que estuvieron 8 años gobernándonos que lo hicieron como el culo. Y que Dios me perdone por decir estas cosas. Pero me quedé de piedra cuando vi a Rubalcaba anunciando que el PSOE iba a apoyar la huelga general. Es como si un pirómano convoca a las masas para protestar contra el gobierno por no saber prevenir ni extinguir los incendios que él mismo provoca. Y además salen ahí a decirle al pueblo que ellos, los socialistas, no van a abandonarles. ¡¡Olé tus criadillas!! En cualquier caso, me estoy despistando del objeto principal de esta cabra.
Es que ser empresario en España es un dolor. Puede parecer una frase dramática viniendo de un optimista existencial como yo. Pero ser empresario en España es un dolor. Yo sólo puedo hablar de los últimos ocho años y medio de nuestra historia, que es el tiempo que llevo con mi empresa en pie. Pero, en todos estos años, los gobiernos que nos han dirigido no han tomado ni una sola decisión que nos ayude a mantener el empleo que tenemos, a generar más puestos de trabajo y a invertir.
Se suponía que el nuevo gobierno del PP iba a ser un gobierno que ayudara a los empresarios. Que dejaríamos de ser esos cabrones chupasangres en que nos habíamos convertido con la ayuda inestimable de los discursos de los distintos gobiernos de ZP. Es un cliché metido a fuego en nuestros cerebros. Le dices en un test rápido al 90 por cien de la población: “¿Empresario?” y te sueltan: “millonario cabrón”. Y si pides que te hagan un dibujo tipo, te sacan a un tío gordo con traje, gafas negras y puro como en las viñetas del maestro Forges. Y puede que haya empresarios gordos, ricos y bien vestidos que se fuman un puro mientras sufren sus trabajadores. Incluso acepto que haya empresarios cabrones. Pero la mayoría somos gente como usted y como su primo el de Murcia. Gente normal que tenemos vocación de generar riqueza, de crear empleo, de levantar los proyectos que nos apasionan y, a ser posible, ganar dinero. Incluso mucho dinero. No conozco a ningún empresario que monte su empresa para despedir a gente. Y estoy seguro de que la mayoría de nosotros queremos tener a nuestros empleados felices y sin ganas de irse a trabajar a la competencia. Pero, lamentablemente, no se nos pone fácil. En los meses que lleva el PP gobernando no se ha aplicado ni una sola de las reformas que, se suponía, nos iban a ayudar. Se nos ha puesto más fácil despedir, pero nada más. ¿Apoyo a la inversión? Cero pelotero. ¿Excepciones para no pagar el IVA hasta cobrar las facturas? Cero Zapatero. ¿Ayudas extraordinarias para crear más empleo? Cero cascabelero.
Me lo pregunto millones de veces. Por ejemplo; ¿Por qué no le da el gobierno el 50 por ciento de lo que cobra un parado a un empresario para que contrate a ese parado? Imaginemos que Manolita C. recibe una prestación por desempleo de 1.000 euros. ¿No creen que si le dieran a un empresario que pudiera necesitar a Manolita 500 euros mensuales para contratarla la contrataría? Yo creo que sí. El estado se ahorraría 500 euros y tendría a Manolita produciendo, pagando IRPF y seguridad social y encontraría a un empresario 500 euros menos jodido. Igual no es tan fácil. Pero, córcholis, es que no han tenido en estos meses ni una puñetera idea para crear. Todas las que yo he visto han sido para sacar la tijera o para destruir. Y, hombre, no digo que la situación no requiera sacar la guadaña, pero quizás harían bien en darle también de vez en cuando a la mollera con un punto creativo.

BARDEM

Conste que no conozco de nada a Javier Bardem. Bueno, en los últimos años se ha hecho conocidísimo, pero quiero decir que nunca le he saludado personalmente. Vaya, que no somos amigos.
Digo esto porque me resulta sorprendente la tremenda inquina que levanta el actor entre mis amigos de derechas. Es curioso, porque es una inquina directamente proporcional a la irrefrenable pasión que Javier Bardem despierta entre mis amigos de izquierdas.
Contra la pasión sin freno no tengo casi ninguna pega, pero sí se me ocurre alguna contra ese odio visceral hacia un actor que a mí me parece magnífico.
Viene esto a cuento porque el otro día vi la última película que ha protagonizado el hijo de Pilar Bardem (otro coco para mis amigos de la diestra). Era la última de la serie de James Bond. La vi con mi hijo y lo pasamos en grande. A mí me pareció que Bardem estaba majestuoso y que era de esos malos-malísimos que te erizan los pelos de la nuca cuando los ves en pantalla grande. Es más creo que vuelve a hacer, en otro registro, una interpretación para llevarse decenas de premios. Probablemente le cueste que le den galardones, porque está en el reparto de una de 007, y eso como que mola menos, pero el Bardem, de verdad, se sale.
La cuestión es que no han sido ni uno ni dos los amigos que me han asegurado que ellos no piensan ir a ver esa peli. Cuando les preguntas por qué, las contestaciones oscilan desde la muy conciliadora: “yo no le doy dinero a ese gilipollas”, hasta la más enternecedora: “Que le vayan a ver su madre, Pe y ZP”.
Yo comprendo que Javier Bardem pueda no caer muy bien entre cierto electorado; que sus apoyos a determinadas posiciones políticas puedan levantar alguna ampolla, o que su defensa de ciertas ideas le genere enemistades. Hay que reconocer que tampoco es que él haya hecho mucho por congraciarse con los que no son de su cuerda. Y también es verdad que a Bardem sólo se le ve en manifas cuando son contra el PP y quizás podría manifestarse de cuando en cuando contra algún gobierno del PSOE. No lo hace. Pero, que yo sepa, Javier Bardem no ha matado a nadie, no es un maltratador, no roba y ni siquiera ha sido tertuliano de Sálvame. Razones, todas ellas, que podrían provocar esa furia. No. Sencillamente, a Bardem le dan hasta en el DNI porque, de una manera vehemente y un punto provocadora, opina distinto a los que le odian muy cordialmente. Y a mí ese es uno de los sentimientos que me aparcan en el garaje junto a la cabra. ¿A qué punto hemos llegado, que resulta que no vamos a ver a un actor porque hace campaña por tal o cual, o porque defiende al muy demagógico y desparramado Alcalde de Marinaleda?
Yo, personalmente, creo que Bardem haría mejor en no meterse en esos charcos de los antipepé y del Sánchez Gordillo, pero pienso que debería tener absoluta libertad para hacerlo sin que media España lo considere por ello enemigo público namberguán y deje de ir a sus películas. Por supuesto que esa media España tiene todo el derecho a despreciar a Bardem y a no ir a verle actuar, pero creo que en esa inquina reside una gran parte del problema que tenemos hoy encima. Han sido muchos años de dos partidos nacionales y unos cuantos nacionalistas echándose mierda unos a otros a paladas. Han sido muchos años de apertura de brecha, de escarbar en una zanja en la que hoy estamos de barro hasta las ingles. A lo mejor deberíamos mirar afuera y salir de ella. Hay un estupendo dicho inglés que reza: “When you’re in a hole, stop digging”. O sea; si estás en un hoyo, deja de cavar. Quizás, que mis amigos los de derechas se vayan a ver el papelón de Bardem sea una manera, tonta, pero una manera de que vayamos soltando de una vez el pico y la pala.
P.D. En otra cabra diré cómo se me ocurre que pueden ir soltando el pico y la pala mis amigos de izquierdas, que creo que también cavan lo suyo.

GILIiPHONES Y BLACKBERRYPOLLAS

Dicho, por supuesto, con todo respeto. Pero cómo me queman los listos que utilizan sus teléfonos móviles en los aviones cuando se ha pedido muy expresamente por megafonía que se apaguen.
Me he tirado los últimos 3 años de mi vida viajando en avión no menos de 2 veces por semana. Juro, y no suelo jurar en vano, que no ha habido ni un sólo vuelo en el que no me haya encontrado con algún ser que decide que las órdenes se dan para los simples que hacemos caso y no para ellos, que son mucho más listos que los demás. Y no sólo es que sean mucho más listos, es que ellos, lógicamente, tienen mucha más urgencia por hablar, por mandar correos, esemeeses y guasaps que los restantes pasajeros. Me lo he preguntado cientos de veces al ver a estos giliiphones, blacberrypollas o tontolnokias. ¿De verdad les va a cambiar la vida el hecho de llamar o mensajear dos, cinco o diez minutos más tarde? Porque, según dicen pilotos y tripulantes, lo que sí te puede cambiar la vida es que la prisa de uno de estos cagasamsungs provoque interferencias con el instrumental de vuelo y un avión acabe empotrado contra un finger porque ha perdido el radar. Al menos me podría quedar el consuelo de que el cretino en cuestión se tragara el celular como consecuencia del impacto.
Que esa es otra. Si es tan peligroso utilizar el móvil en un avión, ¿Por qué no se dice más tajantemente? ¿Por qué no se le impone una multa de defecarse por las canillas al insumiso que utiliza su teléfono? Tengo un amigo piloto que me ha contado varios episodios de situaciones de peligro provocadas por las interferencias de los móviles. Cosas como que se le quedó el avión sin frenos rodando por la pista, o que se le fueron a negro todas las pantallas del avión en pleno vuelo. Y yo he tenido alguna experiencia al menos rara. Hubo un día, despegando de Barajas, en el que el avión en el que yo viajaba tuvo una especie de pérdida de potencia iniciando el despegue. Yo he volado mucho y fue algo realmente extraño. A los pocos segundos de que se produjera ese movimiento inquietante del avión, el sobrecargo se levantó y, hecho una fiera, gritó por megafonía que por favor todo el mundo apagase sus móviles. Cuando salió de la zona en la que estaba el micrófono, iba con el rostro congestionado y creo que si hubiera visto al asno con el móvil en la mano le habría calzado dos leches. Merecidas, por cierto.
Por eso no lo entiendo. Si no es peligroso, que dejen que todo el mundo hable, chatee y mensajee. Si es verdaderamente peligroso, como parece, es de una irresponsabilidad cercana a lo criminal el que no se persiga a los imbéciles de los aparatitos. Y perdonen que hable así de ellos, pero es que son imbéciles. Ni una sola vez de las que he pedido por favor a alguno de estos panolis que apague su móvil me ha dicho: “Ah, perdone, no me he dado cuenta”. Jamás. En todas las ocasiones; en todas, y no han sido pocas, me he encontrado con rostros chulescos, retadores que te miran como diciendo: “¿Tú de qué vas?”. En ocasiones el señor acémila acaba apagando el móvil, pero otras veces la situación termina siendo realmente desagradable y, sin llegar a las manos (no me he pegado en mi vida con nadie) ha tenido que intervenir la tripulación para que yo no acabara metiéndole el móvil por el recto al estresado tecnológico que no puede respirar sin su móvil encendido.
Pues eso. Creo que alguien tendría que hacer algo. No tanto para que yo no tenga broncas en los aviones, que puedo vivir con ello, sino para que no seamos tan bobos de tomar medidas cuando no haya remedio. Vaya, cuando tengamos cien cadáveres en un hangar después de que un avión se haya estrellado porque había a bordo un imbécil que no podía esperar diez minutos.

RAFITA

Es una desgracia que nuestros nombres, nuestras ciudades, nuestros países o nuestras profesiones, queden en ocasiones marcadas por el espanto.
Apellidarse Hitler o haber nacido en Puerto Hurraco, es una losa dialéctica que los portadores del apellido o del lugar de origen tienen que soportar cada vez que han de pronunciarlo. “¿Tiene usted algo que ver con Adolf?” o “Anda que la liaron bien parda aquellos hermanos” son preguntas y comentarios que caen así, como sin querer.
Algo parecido sucede con el nombre de Rafita. Hasta hace unos días, para mí, Rafita era un nombre que inevitablemente asociaba a algo malo. A ese nudo en el estómago que se le pone a cualquier padre si piensa en que alguien pueda hacerle a su hija lo que el tal Rafita y sus compinches le hicieron a la pobre niña Sandra Palo, que en paz descanse.
Rafita era para mí una punzada de angustia, hasta que conocí a “mi” Rafita. Rafael Ballester Enrique es una persona con autismo. Sus padres, Rafael y Loli, luchan desde hace años contra un trastorno que tiene escondida una parte de su hijo, pero pelean cada día por ser felices junto a él a pesar de todo. Y en ese combate diario por la normalidad ellos van encontrando a su hijo.
El padre de Rafita juega al golf. Su hijo le acompañaba en ocasiones y se aficionó a ver junto a él los torneos de profesionales que dan por la tele. Con esa perseverancia de los que tienen una inteligencia diferente, Rafita intentaba imitar los movimientos que veía en los grandes jugadores y en su padre. Hasta que un día cogió un palo. Rafael padre no podía creerse que Rafita fuera capaz de hacer un swing sin que nadie nunca le hubiera dicho cómo coger el palo y cómo moverlo para darle a la bola. Pero él lo había aprendido mirando. Desde aquel primer día ambos empezaron a ir a la cancha de prácticas y pasado un tiempo salieron al campo. A Rafita le importa un pepino el resultado. Él se pone a la bola, su padre le da el palo adecuado y le dice: “Rafita, dale flojo” o “Rafita dale fuerte”. Y Rafita hace el swing y la bola en muchas ocasiones va donde Rafita y su padre quieren.
La madre de Rafita preside la Federación Autismo de Madrid y, desde esa posición, Loli se empeñó en organizar un torneo en el que personas con autismo o con cualquier discapacidad, compartieran campeonato y partida con personas sin discapacidad. Y logró ponerlo en pie el pasado 23 de octubre en el Club de Campo Villa de Madrid. Loli movió Roma con Santiago, lió a empresas que, como John Deere, dieron su nombre al torneo y consiguió poner en el tee a 70 personas para demostrar que se podía.
Y Rafita salió al campo. Jugaba con su padre, con la profesional Itziar Elguezábal y con Antonio, un amigo de la familia. Yo iba justo en el partido de delante de ellos y daba gusto ver sonreír a Rafita cada vez que le jaleaban un buen drive, cuando hacía un buen golpe cerca de green o cuando embocaba un putt. Yo, la verdad, pensaba que gran parte del jaleo era para animar a Rafita, más que por el hecho de que, verdaderamente, el muchacho estuviese haciendo bien las cosas. Pero fue una de esas veces en las que nos equivocamos cuando nos ponemos condescendientes con las personas que tienen alguna discapacidad.
Porque resulta que su equipo ¡¡ganó el torneo!!. Y el golpe que hizo que ganaran lo dio un joven de 33 años; un hombre con autismo profundo que juega a un deporte que el cien por cien de la gente cree que es imposible que juegue alguien como Rafita.
Yo creo que aquella mañana de sol espléndido en Madrid sirvió para muchas cosas. Como pretendía Loli, para dar visibilidad al problema del autismo y lograr que personas con diferentes capacidades compartieran el mismo deporte, en el mismo terreno de juego y en el mismo momento. Es un paso. Y me parece importante la promoción y el que todos nos enteremos de que hay muchos Rafitas que no tienen que estar guardados en ningún sitio. Eso es muy importante. Pero yo con lo que me quedo es con el hecho de haber visto disfrutar a un hombre que no está acostumbrado a dar respuesta a los estímulos que le rodean. Cuando juega al golf Rafita sale de su escondite. Sonríe. Y parece que es feliz.

ES LA CHICA

Cacas, deyecciones, excrementos, heces, defecaciones, tordas, ñordas, catalinas o, simplemente, mierdas.

Es el panorama que, cada día, me encuentro cuando paseo por mi barrio. En muchas ocasiones mi mujer y yo salimos a correr un rato y, si se nos mira desde fuera, somos lo más parecido a Chiquito de la Calzada con aquellos pasos sincopados en los que parecía que tuviera ampollas en los talones. Es imposible recorrer más de cien metros sin encontrarse con las cacas que han ido soltando los perros del barrio. O mejor dicho, las cacas que han ido dejando por ahí los cerdos de los dueños de los perros. Porque son unos cerdos.

TODO DUEÑO DICE QUE RECOGE LAS CACAS

Bueno, por supuesto ellos no son. No conozco a ni un solo dueño de perro que reconozca abiertamente que no recoge las catalinas de su respectivo chucho. Es más. Todos, cuando les comentas el profundo asco que te produce la visión de las tordas repartidas por tus aceras, están de acuerdo contigo y aseguran que ellos siempre van con sus bolsitas y, ¿Ñorda que cae? Ñorda que recogen.

Recuerdo hace unos años, cuando mi hijo tenía 2 ó 3 años y empezaba a darse cuenta de que tener pito puede ser divertido, que un par de veces se nos escapó del recinto de la piscina y le sorprendimos haciendo arabescos de pis en el seto que circunda la finca de nuestra casa. Un día, antes de que nos diéramos cuenta nosotros, un vecino muy indignado llegó diciéndonos que (menudo asco) nuestro hijo estaba “ahí meando en vez de ir al baño”.

NO ES LO MISMO PERRO QUE NIÑO

Nosotros por supuesto le pedimos disculpas, le echamos al niño la bronca de rigor por marrano y le volvimos a explicar que no se puede ir por ahí dejando la casa llena de orines. Pero, lo que son las cosas, unas semanas más tarde, estaba en el jardín de casa mientras mis niños jugaban y vi pasar al vecino indignado por la micción de mi hijo. Iba con su perro. En un trayecto no mayor de 50 metros, el perro de mi vecino orinó tres veces en otras tantas esquinas del porche de casa.

Y, la verdad, mi mujer me critica porque dice que un día me van a partir la cara, pero me fui hacia él. Le dije, lo más educadamente que pude, que por qué dejaba que su perro orinara en el suelo por el que nosotros paseábamos y en el que jugaban los niños. Le recordé que nos había regañado por aquel pis de mi hijo en un seto y me soltó el muy tradicional “No es lo mismo” que te suelta todo aquel que no sabe cómo explicar que lo que no vale para otros vale para él, principalmente, porque a él se le ha puesto en los cojones.

NO SIN MI RETRETE

Lo malo de esto es que la mayoría de los dueños de perros, verdaderamente, piensan que no es lo mismo. Imagino que estos propietarios de canes, no mean en los descansillos, ni en los ascensores, ni en las esquinas de las columnas de los porches de sus casas. Pero sus perros sí pueden. Fíjate. Eso sí, con las cacas ya son menos comprensivos y a todos les parece una guarrería dejar boñigas sueltas por ahí.

Bueno, eso es lo que dicen. Porque cuando les haces ver que hay pocos dueños de perros que recojan sus cacas, no te creen. Y si les insistes en salir a la calle y mostrarles las 1.001 cacas esparcidas por la acera, te dicen: “Bueno, pero eso son las chicas”. Inmediatamente preguntas: “¿Qué chicas?” Y tu vecino el troglodita te confiesa que la señora que trabaja en su casa, cuando saca al perro, no recoge las defecaciones del can. “Es que allí en su país ellos no suelen recogerlas”, me aclaró.

EL SERVICIO ESTÁ FATAL

Lo que les faltaba a los inmigrantes; no sólo nos quitan el trabajo, nos roban y nos colapsan la seguridad social, sino que además nos enmierdan las calles en sabotaje evacuatorio junto a nuestros perros. Lo que hay que oír.
Pues serán las chicas. Pero basta con colocarse en la ventana de casa una media hora. O tres cuartos, para comprobar que cuando cae la catalina de un perro raro es el que la recoge. Sea del servicio doméstico o sea, como mi vecino, descendiente del mismísimo huevo izquierdo del Mío Cid.

MAS MADERA (NO. NO FALTA EL ACENTO)

Pues a ver qué digo yo ahora. Porque en mi primera “cabra en el garaje” escribí que el tema de Cataluña da para hablar un rato. O dos. Y se pone uno y le salen granos de las dudas.
Simplemente por sugerir que el tema de Cataluña daba para hablar un rato, hubo varias personas que me hicieron ver que no se puede hablar desde fuera sin conocer realmente lo que pasa (esto me lo dijo, entre otros, un buen amigo catalán). Otros me criticaron cierta tibieza cobardica por no poner directamente a parir a Mas (esto me lo dijo, entre otros, un buen amigo madrileño).
O sea, que dudas.
Hasta que de repente te encuentras con cosas tan indefinibles como la solicitud que han hecho 4 eurodiputados para que la UE impida una intervención militar española en Cataluña.¿?!!¡¡¿? Es como si mañana el gobierno de España pidiera a la UE protección para que los cazabombarderos catalanes no bombardeen Madrid, o para que no se produzca un ataque con barretinas radiactivas contra la Comunidad Valenciana. Vaya, me explico; estoy diciendo cosas que cualquiera que no sea tontolculo sabe que no van a pasar. Y luego dicen que las que están locas son las cabras.
¿A qué cebollino se le ha ocurrido semejante iniciativa? Si no fuera porque lo han hecho en serio y porque todo esto abunda en la brecha que se abre cada día más, sería para reírse un rato con las amistades. Pero, con perdón, no tiene ni puta gracia.
Lo que pasa es que yo, en toda la riada de palabras, gestos, declaraciones más o menos afortunadas, plantes y desplantes por ambas partes, me quiero quedar con lo que yo creo que hay debajo de todo esto. Y es lo que se le ha escuchado a Mas, como una letanía, en las últimas semanas; el supuesto expolio a Cataluña.
Conste que me parece perfecto que haya miles, cientos de miles o millones de personas que no se sienten españolas. Eso es un sentimiento y no entiendo que se le pueda a alguien exigir que sienta de una determinada manera. Incluso me parece que se puede discutir el que tengan derecho a decidir por ellos mismos. Lo que creo también es que uno no puede basar un discurso repentinamente independentista, en argumentos que se ciscan directamente en el Estado del Bienestar y en el razonable reparto de la riqueza.
Yo tengo la suerte de pagar muchos impuestos. Es más. Me gustaría pagar todos los años 600.000 euros de tasas, Ivas, Ibis e Ierrepeefes. Innumerables veces me enfado al ver el uso que algunos políticos dan a mi dinero, pero jamás me he quejado del hecho de que, los que menos tienen, reciban más que yo, que estoy en el grupo, probablemente, de los que más dan.
Comparando a las comunidades autónomas con seres humanos, digamos que Cataluña es una persona con un sueldo muy alto que sabe que jamás va a acceder, por ejemplo, a una beca de comedor para sus hijos. Porque esa beca se la va a llevar Andalucía o Extremadura, que son unos señores con un sueldo mucho más bajo.
Y en Cataluña, sus líderes políticos, como si no supieran lo que incendian determinados discursos en tiempos de crisis, se ponen a darse golpes en el pecho reclamando al estado español que les den lo que es suyo. Y en el discurso, por supuesto, hay que introducir elementos que le den a la cosa un sustento que vaya más allá del discurso prosaico de “dame mi pasta”. Todo ello se rodea de unas gotas del nacionalismo más rancio, del victimismo más pueblerino y de la acusación a quienes disfrutan de “lo que es nuestro” (véase; Andalucía y Extremadura) de derrochar irresponsablemente el dinero que generosamente Cataluña entrega. Y, vaya, no voy a ser yo quien defienda la manera en que se han gestionado Andalucía y Extremadura en los últimos años, pero no creo que estas dos comunidades tengan la exclusiva del derroche absurdo con el dinero de todos que, como dijo la ex-ministra Carmen Calvo (por cierto, natural de Cabra), “No es de nadie”. Tócate los compañeros.
La cuestión es que Mas, que hasta hace poco estaba metido en el ropero de una cierta corrección política, ha decidido dejar de disimular; se ha puesto la falda, la peluca y, maquillado como una puerta, ha salido del armario independentista como la “Liberté” de Delacroix, guiando al pueblo catalán con una teta fuera.
Y puede que le vaya bien la cosa. El problema es que, como le salga mal la apuesta, a ver cómo queda un Molt Honorable President de la Generalitat de Catalunya, teniendo que darle explicaciones al pueblo del que ha ido tirando. Después de un fracaso, la imagen se puede ir por los suelos. En vez de evocar con su estampa el glorioso pecho de la Liberté, puede que a muchos el Mas derrotado acabe recordándoles a Sabrina Salerno, aquella nochevieja de los 80 en la que se le escapó una ubre en pleno frenesí. Sí. Es una teta, como la de Delacroix, pero no es lo mismo.

LA CABRA EN EL GARAJE

Esta es la apertura de mi blog que se va a llamar La Cabra en el Garaje, porque es así como me siento desde hace ya unos años. Y para que sepan de qué va a ir esto, me presento.

Me llamo Carlos García-Hirschfeld González. Soy periodista y debo decir que nací en Málaga en 1964, o sea que tengo 48 años y que me siento andaluz, pero sobre todo español, aunque no tengo ninguna gana de invadir Polonia. Vamos, que se me entienda; estoy parafraseando a Woody Allen, no estoy hablando de Cataluña. Que con estos temas parece que hay que cogérsela con papel de fumar. Y yo lo siento, pero no me la voy a coger de ese modo con nada; que lo que está pasando en Cataluña es para hablar un rato. O dos.

Estoy políticamente en un lugar ignoto, y de ahí mi cabrez en el garaje. Para mis amigos de izquierdas soy un facha y para mis amigos de derechas soy un rojo peligroso. Que es otra cosa que no entiendo; cuando se te tilda de facha, nadie añade calificativos (salvo “de mierda”), en cambio, cuando alguien te llama rojo, con frecuencia añade “peligroso”, como si en el ADN del facha estuviera ya incluido el peligro y no así en el del rojo.

Soy católico practicante, pero me da urticaria cada vez que oigo hablar a la jerarquía de mi Iglesia. Tanto a la jerarquía española como a la Vaticana. Dicho lo cual; para mis amigos agnósticos, descreídos o decididamente anticlericales, soy un meapilas víctima del opio del pueblo de Marx y para mis amigos más ortodoxamente católicos, con el paso de los años, me he ido convirtiendo en un apóstata al que hace unos siglos habrían mandado alegremente a la hoguera.

Futbolísticamente, que es el otro opio del pueblo, soy del Málaga y del Madrid. Aunque debo ser un pseudomadridista porque me parece que el trío Florentino-Mourinho-Ronaldo le está haciendo mucho daño a la imagen y al futuro de mi equipo. Y me da pena.

Soy empresario, pero creo firmemente en el reparto equitativo de la riqueza y no me importa pagar impuestos, aunque me hierva la sangre cada vez que veo cómo algunos de nuestros políticos (a los que prometo desde ahora un trato afectivamente implacable) siguen derrochando nuestro dinero sin que, hasta el momento, se haya montado el San Quintín que se están mereciendo desde hace años.

Estoy enamorado de una mujer trabajadora, ejecutiva de una multinacional. Estoy casado con ella. No me importa que gane más dinero que yo y a lo largo de los 21 años que llevamos de matrimonio ambos hemos estado dispuestos a hacer renuncias por la carrera profesional del otro y por nuestra familia.

Y soy padre de 3 hijos de 17, 15 y 11 años. Mi mujer y yo intentamos educarles como personas libres, respetuosas y responsables. Me llevo muy bien con ellos, pero yo soy su padre y soy el que manda. Bueno; su madre también manda bastante.

Creo en la libertad, creo en la tolerancia y en el respeto a los que no piensan como yo y soy optimista. Confío en que España se acabará levantando del knock out en el que nos hemos metido. Pero opino que es fundamental que dejemos ya de quejarnos y empecemos a tirar hacia delante. Mi cabra y yo ya estamos en ello.