Como no estoy muy al tanto del articulismo patrio, y eso que soy bloguero, no sé si soy ya el decimoséptimo que escribe sobre el tema, pero una diputada de Izquierda Plural me hizo ver la semana pasada que lo de las tontadas no es exclusivo de los partidos que tocan gobierno. Ya dediqué una Cabra hace meses a las tontás que tanto practican nuestros partidos hegemónicos. No imaginaba que, tan pronto, iba a hacer otra hablando de partidos no tan fuertes.
Sucedió en la comisión de control parlamentario a RTVE. El presidente de la Corporación, Leopoldo González Echenique fue conminado por la diputada de Izquierda Plural, Laia Ortiz a rectificar y pedir disculpas por el tremendo error, el innombrable desprecio a la democracia, de haber denominado “Caudillo” a Franco en una información de un telediario. Cáspita. No sabía yo que el término Caudillo fuera laudatorio. O sea, que llamar Führer a Hitler o Duce a Mussolini, ¿es alabarles? Hombre, si hubiera añadido algún adjetivo apologético, vale, pero estoy seguro de que el periodista buscaba una manera de no repetirse llamándole todo el rato “Franco” o “el dictador”. En cualquier caso, me he entretenido en mirar lo que pone la RAE al buscar “Caudillo”, no fuera que la de IP tuviera razón y el panoli fuera yo. Y ahí en nuestro diccionario dice:
CAUDILLO: (del latín capitellus). m. 1.- Hombre que, como cabeza, guía y manda la gente de guerra. 2.- Hombre que dirige algún gremio, comunidad o cuerpo. Salvo que la señorita Ortiz quiera criticar la tendencia machista de la RAE que habla de “hombre” (porque la palabra tiene sólo acepción masculina y no hay Caudillas), no entiendo su enojo. Es que estamos instalados en una estupidez de lo correcto que nos lleva a preguntas como la de esta diputada, que no me creo que no tenga nada mejor que hacer desde su escaño para arreglar el país. Lo peor de esto no es que haya una diputada que exija explicaciones y una disculpa. Es que va el presidente de RTVE y se las da. Y dice que van a estar muy atentos para que no se repita tal afrenta a la democracia. Es que me despiporro (por no decir que me descojono, que luego me regañan mi madre y mi esposa). Pero es esa manía de cogérsela con papel de fumar con determinados asuntos. Pasa con los musulmanes. Si uno oye el discurso de la izquierda parece que aquí en España los únicos cabrones de la Historia hemos sido los cristianos. Hemos aniquilado la cultura y la presencia de judíos y moros, de los indios americanos y de no sé quién más. Y claro gracias a esos estereotipos pues acaban saliendo concejales como el de Mijas que se oponía a denominar una avenida como “Del Descubrimiento” porque era imperialista, pero no le importaba que se llamara “Villa Romana”. Otro listo. Porque el problema no es que este señor no sepa Historia, que está por ver. El problema es que es practicante de la tontá y mezcla churras con merinas. Para gran parte de la izquierda española, por ejemplo, los árabes que vinieron a la península eran unos alegres muchachotes que sólo trajeron progreso y cultura al país. Y que nos condujeron al camino del Islam con joviales juegos florales sin derramamiento de sangre. Lo malo es que se lo creen y ponen como muestra de la bestialidad de los cristianos la barrabasada que se hizo en Córdoba con la catedral renacentista superpuesta a la Mezquita. Y yo estoy de acuerdo. Es para matar al que se cargó medio templo musulmán, pero es que se nos olvida algo sin mucha importancia; la Mezquita fue edificada sobre los muros de la antigua basílica visigoda. Pero eso da igual, claro, porque lo hicieron “los buenos”, y sus razones tendrían.
Pero las tontadas que me alteran los nervios, no sólo las hacen los políticos. Me van a permitir que termine con unos personajes que aparecen y desaparecen de nuestras vidas como el Guadiana; los ciudadanos indignados con lo que haga falta. Son esos que pitan a los reos en los juzgados o, como hemos visto en estos días en Santiago, a las personas que son detenidas y llevadas al lugar del crimen. Son aquellos que chillan: “¡¡¡¡hijoputaaaaa!!!!” o “¡¡¡¡Asesinoooooo!!!” aunque no sepan de qué va la vaina y ni conozcan a las víctimas de los presuntos delincuentes. Pero ellos están allí para ser testigos directos del drama; fedatarios de la remierda. En mi época de reportero de calle me chocaba comprobar que había gentes a las que te ibas encontrando una y otra vez en diferentes lugares; los reventas de los más diversos espectáculos, los gorrones de canapés de las inauguraciones oficiales y estos indignados. Yo recuerdo lo que me impresionó una señora a la que vi una vez chillando y llorando desconsolada a la puerta de la casa de un presunto asesino en un barrio de Madrid. Meses más tarde volví a cruzarme con esos ojos, esta vez no llorosos sino indignados. A la salida de un juzgado aquella mujer gritaba contra otro detenido. Cuando la reconocí me dirigí a ella y le pregunté por la casualidad de que tuviera relación personal con ambas víctimas. La señora me miró como dando por hecho que yo no me enteraba de nada. “Si yo no las conozco… Es la indignación del pueblo, hijo”, me dijo. Y allá se quedó soltando por su boca los más espantosos improperios. Tan feliz.
Por eso viendo a este tipo de ciudadanos, me alegro tanto de que hayan cambiado los tiempos y ya no se lleven los linchamientos ni las ejecuciones de reos en la Plaza pública. Porque creo que estos que hoy dejan que se inyecten en sangre sus ojos contra el malo, son los mismos que hace unos siglos disfrutaban viendo oscilar, pendiendo de la soga, el cuerpo sin vida de los ahorcados.
¡MARCHANDO OTRA DE TONTÁS!
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