Reconozcan que el titular es bueno. Y que los genios que lo diseñaron dieron en el clavo. Seguramente muchos de ustedes conozcan esta portada del diario satírico online “El Mundo Today”: “Un niño dice su primera palabra y ofende a varios colectivos”. Cuando lo leí por primera vez estuve riéndome un buen rato y, cada vez que lo leo, me vuelve a ocurrir. Que me río. Aunque, en el fondo, como pasa siempre con la buena sátira, esa risa esconda una tristeza profunda.
Yo, que soy uno de los tíos más optimistas que conozco estoy con una especie de “tristeza país” que me tiene, cuando pienso en España, en un estado que cruza entre la melancolía y el cabreo. No sé qué nos pasó entre 1975 y 1979 que nos convertimos en otra cosa. En aquellos cuatro años conseguimos hablarnos. Logramos poner el interés general por encima del particular. Nos sentamos a dialogar y casi todos los políticos que nos gobernaban o que pretendían gobernarnos, tuvieron la Grandeza de mirar por España y pensar que, lo mejor que podía pasarnos, era que nos pusiéramos de acuerdo.
Los españoles tenemos muchas virtudes. Yo soy un enamorado de España y de los españoles. No me gustan las generalizaciones, pero creo que, en general, somos un país simpático, creativo, animoso y con una capacidad inaudita para improvisar y trabajar de manera eficaz y rindiendo al 100% bajo la presión del último minuto. Sin embargo somos uno de los pueblos más desconsiderados del planeta. Eso de pensar en los demás no se nos da bien. Somos líderes en donaciones de órganos y de sangre, nadie nos gana si hay una campaña de captación de fondos para una catástrofe, pero luego, en nuestro día a día, aparcamos en doble fila sin importarnos a quién molestamos, nos saltamos colas y normas sin pensar que podemos estar fastidiando a alguien y, en cuanto no se nos mira, dejamos de pagar impuestos porque pensamos, por ejemplo, que el que paga el IVA de todas las cosas que compra es un gilipollas. Y la única vez de nuestra historia en la que no nos comportamos así, como país, fue durante la Transición.
Hoy estamos instalados en la discordia. Hay un partido político que basa gran parte de su éxito electoral en demoler precisamente aquellos años del Gran Pacto. Quizás en la época de peor nivel político desde que tengo memoria, no hay partido gobernante que no tenga al menos un motivo para sentir vergüenza por la enorme corrupción que nos asola. Y los adversarios se encargan de recordárselo de manera implacable constantemente, aunque, cuando les toca mirarse su ombligo son mucho más condescendientes. Probablemente, el éxtasis de la discordia lo hemos alcanzado en Cataluña, pero creo que en España, en estos tiempos, es difícil encontrar un entorno en el que haya concordia. Me pasó con lo del himno con letra de Marta Sánchez. Y me dio rabia no equivocarme. En cuanto supe del suceso, vaticiné que al día siguiente medio país iba a cagarse en la pobre cantante y, el otro medio, iba a llorar de la emoción con la iniciativa. A mí, francamente, la letra me parece un ripio muy mejorable, pero, coño, es una letra. Como si la Marsellesa o el God Save The Queen fuesen obras maestras de la lírica mundial. Sin duda; mejor los ripios de Marta que el patético “Lololorolo”. Y me encantaría que se decidiese ponerlo como letra oficial. Esa de la Sánchez, o la que sea. Pero que seamos incapaces de ponernos de acuerdo en una letra es un síntoma de enfermedad.
Recuerdo hace unos años que hubo una iniciativa para hacer una letra y, en torno a ella, yo metí una pata de esas de las mías. En el grupo que se formó para decidir los versos de nuestro Himno estaba la regatista Teresa Zábel. Entonces yo era tertuliano del programa de Ana García Lozano en Punto Radio y nos preguntó que qué nos parecía la idea. Yo dije que apostaba la mitad de mi patrimonio a que no se iba a llegar a nada porque la letra que gustase a unos iba a molestar a otros y que siempre iba a haber algún colectivo que, como en el caso del bebé de “El Mundo Today”, se iba a sentir ofendido. Y además, ya para rebozarme, dije que no entendía la formación de aquel jurado y que, por ejemplo, me parecía absurda la presencia de alguien como Teresa Zábel. En aquel momento dijo Ana Gª Lozano: “Teresa Zábel, buenas tardes”. Ja. Campeón del Mundo de “metepatismo”.
Tenemos que sentarnos y hablar. Ayer estuve en la Asamblea de la “Sociedad Civil por el Debate” eligiendo a la nueva Junta Directiva y votando para que Manuel Campo Vidal siga siendo el presidente. Y lo que pretende este foro de profesionales de muy diversos ámbitos es fomentar el diálogo y la concordia. Recuperar aquel espíritu de finales de los 70. Y yo voy a hacer lo posible para conseguir que mucha gente se sume a este carro y logremos que España tenga un aire político y social más respirable que el de hoy. Una de las cosas que quiero hacer es contarles esto e invitarles a que entren en la web www.sociedadcivil.com y que se hagan socios.
Uno de mis empeños es que mis hijos intenten educarse en esa concordia que yo viví en mis años mozos, aunque, también con ellos, con los jóvenes, los que hoy peinamos canas, somos poco cordiales. Uno de los intervinientes ayer en la Asamblea hablaba de una juventud pasota. Como hablaban de nosotros nuestros padres. Porque siempre pensamos que los que vienen detrás de nosotros son peores. Nos pasa, por ejemplo, con el uso de las tecnologías de la información para hacer sus trabajos.
Muchos amigos míos critican a sus hijos porque utilizan Google y el copia y pega para hacer sus trabajos. Vaya; como si nosotros hubiésemos elaborado grandes investigaciones. Yo, por lo menos, lo reconozco, fusilaba directamente y sin ninguna vergüenza lo que ponía en la enciclopedia de casa. Fuese la Larousse, la Espasa o aquella Gran Enciclopedia del Mundo con rayitas verdes y blancas que todos los de los 60/70 teníamos en la biblioteca del salón. Yo, que siempre he tenido claro que había que entretener, recuerdo un trabajo sobre Bertolt Brecht que hice con mi amigo Juan Antonio Linares en 7º de E.G.B. Nos parecía tal plomo que decidimos poner los nombres de las obras en alemán creativo; “Die Grossen pataten und salchichen” era una de ellas. Nuestros compañeros se retorcían de la risa. La profesora, Ana María, también y estábamos seguros de nuestro éxito. Un 10. Solo que, en el camino, se cayó el 1 y la maestra nos entregó nuestro trabajo con un rotundo cero, y cito textualmente, “por zánganos”.