Tranquilos. No me ha salido el gen atapuercensis. Estoy escribiendo en el titular de esta Cabra una frase que a nadie se le ocurriría decir hoy en una entrevista de trabajo a un candidato: “Lo siento, es usted demasiado homosexual”.
Tampoco nos imaginamos a ningún director de Recursos Humanos decirle a nadie que queda fuera de un proceso de selección por ser demasiado mujer, excesivamente negro, demasiado judío o por ser excesivamente del PP. O de Podemos.
Pero sí hemos aceptado todos que se diga en reuniones e, incluso, en medio de una entrevista: “es usted demasiado mayor para el puesto”. Afortunadamente nos resultan inaceptables las discriminaciones por razón de sexo, religión, opinión o raza, pero no nos parece mal que a alguien se le rechace, se le discrimine o se le despida por haber cumplido un número excesivo de años.
EXPERIENCIA Y BUEN PERIODISMO
No sé en sus profesiones, pero, en la mía, los años te dan un poso, un conocimiento, una serie de experiencias que son imprescindibles a la hora de saber por dónde puede ir una noticia, cómo afrontar una entrevista a un personaje escurridizo, cómo valorar un hecho aparentemente aislado o prever si algo que está en el aire puede caer de un modo o de otro.
Precisamente, desde mi punto de vista, el gran cáncer de las redacciones de hoy es que faltan esos referentes con experiencia que puedan decir a los jóvenes llenos de talento, empuje y entusiasmo: “¡Cuidado! No te creas lo primero que veas, ni lo primero que escuches.”
Imagino que muchos de ustedes lo habrán padecido en carne propia o ajena. Hace unos días, una amiga se quejaba de que, en un proceso de selección, la persona con la que hablaba le dijo, sin ningún tipo de reparo, que era “demasiado mayor para el puesto”.
Y, claro, uno acepta que eso pueda pasar si el empleo en cuestión es para hacer de Pippi Calzaslargas en un remake. Lógicamente, si llega una actriz de 36 años se le podrá decir que es demasiado mayor para el puesto porque Pippi tenía 10. Pero quitando este ejemplo chorra, no se me ocurren muchos más supuestos en los que alguien pueda ser discriminado por razón de edad.
CON 50 ERES UN ABUELO
Sin embargo, constantemente vemos a personas de 52, 54, 58 años que son despedidas o pre-jubiladas. O esa sensación que tienen muchos cincuentones y cincuentonas en sus trabajos: “es que parece que somos invisibles, coño”, se quejaba una buena amiga hace poco en una cena. En unos casos, ese ninguneo o esos despidos y prejubilaciones obedecen a motivos puramente económicos, pero, en otros muchos casos, se trata de un prejuicio que nos conduce a pensar que la cana es sinónimo de desgaste, de caducidad o de obsolescencia.
Es cierto que hay muchos que llegan a los 50 como si tuvieran 85, pero hay innumerables personas que confiesan, como yo, que a los 55 tienen las mismas ganas, la misma creatividad y el mismo empuje que cuando tenían 30. Y, además, con una cantidad de experiencia en el lomo que nos hace, claramente, mejores hoy que entonces. La riqueza no está en la juventud. Está en la mezcla. Yo estoy ahora mismo montando un equipo. Y la tercera parte somos mayores de 50. Tenemos otro tercio en torno a los 40 y otros tantos que rondan los 25-30. Y ese es el quid. La buena mezcla. ¿Sería mejor nuestra redacción solo con chavales de 30? No lo creo. Como no creo que fuera mejor solo con gente de 50.
PREJUICIOS TONTOS
Los prejuicios. Qué daño hacen. Yo, por ejemplo, no conozco de nada a Leticia Dolera. La primera vez que oí hablar (mal) de ella fue hace unos meses con la movida de que, supuestamente, había despedido a una actriz por estar embarazada. La cuestión es que, con todo aquello que se organizó, hubo una corriente bestial de antipatía hacia esta mujer, que acabó creando en mí un rechazo contra un personaje del que no sabía nada. Mis hijas, cuando digo esto, me miran como si fuera un marciano porque la tal Dolera es, aparte de una magnífica actriz, una creadora y una influencer con más de 170.000 seguidores en Instagram.
A lo que voy es a que hace una semana estábamos mi mujer y yo buscando alguna serie para ver y nuestra tele nos sugirió que viésemos la serie de esta moza. Y yo le dije a mi cónyuja que mejor viéramos otra, que esta Dolera me daba una pereza cósmica. Y nos pusimos a ver una peli. Pero, hete aquí, que al día siguiente volvemos a buscar algo que ver y pasamos el cursor por la serie de la Dolera, que se llama “Vida Perfecta”. Y me dijo mi mujer: “me ha contado mi madre que ha visto la serie y que es buenísima”.
Con cierta pesadumbre, lo reconozco, decidimos comenzar a verla y no saben lo que me alegro. Es magnífica. Luego miras y te das cuenta de que eres un paleto integral y de que a la serie le han dado premios en Cannes y en San Sebastián (lamento mi incultura). Pero, más allá de los premios, es que la serie es excelente. Muy buen guión, unas actrices principales extraordinarias (la tal Aixa Villagrán me parece descomunal) y una manera de narrar original y llena de sorpresas. Y yo estuve a punto de ni siquiera verla si no hubiera sido por mi suegra. Para que luego digan de las madres políticas… Que ese es otro prejuicio…
En fin. Que está claro que uno no debe prejuzgar, salvo que haya un motivo científico para hacerlo. Me contó hace décadas un amigo de la juventud una anécdota de un presbítero que acudió al médico, en los años 50, aquejado de algún mal en los genitales. Mientras el doctor reconocía el aparato (no) reproductor, el clérigo iba diciendo: “Pues mire, doctor, no sé si lo he pillado en un retrete público o en los baños de nuestra residencia. Es extrañísimo…” Y el médico, con la calma que da la certeza del conocimiento, le respondió: “No sé si ha sido en un baño, en un retrete, en una cama, en un sofá o en el banco de un parque. Lo que sí sé, Eminencia, es que, en todos esos sitios, ha sido follando.”