Hay momentos de la vida de uno que son cruciales. Y uno los mira con perspectiva y es capaz de saber que, si las cosas se hubieran hecho de manera diferente, habría podido tener una vida peor.
Recuerdo algo que nos sucedió a mis hermanos y a mí cuando yo tenía once años. Era el mayor del trío que formaba con mis hermanos Pablo y José. Tampoco es que fuéramos un grupo terrorista, pero teníamos bastante tendencia a hacer travesuras que solían tener en un “Ay” a nuestros padres y a un grupo relativamente numeroso de vecinos, amigos y familiares.
Era el verano de 1975 y se celebraban las fiestas de El Palo, que es el barrio malagueño en el que nos criamos. Por la Virgen del Carmen se colocaban carricoches, casetas y puestos de feria y, en una explanada cerca de la playa, una placita de toros portátil. Mis hermanos y yo andábamos por la mañana trasteando por el ferial cuando, por una rendija de las paredes metálicas de la placita, vimos que el bar interior estaba lleno de coca-colas y mirindas. Aunque no teníamos ni sed, ni necesidad alguna de beber, empezamos, cuales jabalíes, a excavar por debajo del lugar en el que apoyaba una de las paredes de la plaza e hicimos un agujero lo suficientemente profundo como para entrar. Nos metimos y anduvimos por la plaza, entramos al ruedo, toreamos de salón y, antes de irnos a casa, ya con algo de sed, decidimos pasar por el bar y llevarnos seis o siete botellas de refrescos.
Al llegar a casa podrán imaginar cómo íbamos de polvo después de habernos arrastrado por el suelo para entrar a la plaza y, cuando nos vio mi padre, nos echó una bronca tremenda mientras nos preguntaba cómo nos habíamos puesto así. Empezamos a contestar con las típicas inconcreciones del niño con mala conciencia; nuestro padre nos caló enseguida y tardó exactamente 3 minutos en hacernos confesar. Menudo pollo. Tuvimos que devolver las coca-colas que habíamos escondido en la nevera, nos quitó la paga por un mes para pagar los tres refrescos que nos habíamos tomado y, sin decirnos nada, habló con una amiga de la familia que trabajaba en centros correccionales para infantes que hacían algo más que travesuras.
Cuando llegamos a la playa, esta amiga de mis padres se nos acercó y empezó a interrogarnos. Nos dijo que lo que habíamos hecho se pagaba caro, que podíamos acabar en un Reformatorio y que ella iba a intentar convencer al juez para que nos dejara en libertad por ser la primera vez que delinquíamos. Podrán hacerse una idea del día que pasamos. Yo, que era el mayor, me hacía el valiente y les decía a mis hermanos que no se agobiasen, pero tenía más miedo del que había padecido en toda mi vida. Por supuesto todo aquello era mentira, el dueño del bar había agradecido mucho a mi padre la devolución del dinero y de los refrescos y esta amiga de la familia simplemente hizo su papel de poli malo. Pero fue de una eficacia milagrosa. Yo nunca he vuelto a hablar de esto con mis hermanos, pero creo que, en el hecho de que hoy seamos honrados ciudadanos influyó de manera determinante aquella mañana de verano en la que la Virgen del Carmen y esta amiga de mis padres (que también se llamaba Carmen) nos apartaron del mal camino.
Cuento esto porque no sé si a ustedes o a sus hijos les habrá pasado, pero a mi hija la mayor el otro día le impusieron una multa de ¡¡¡360 euros!!! porque la sorprendieron bebiendo una copa junto al coche de una amiga. No estaban de botellón; sencillamente, habían salido de un sitio y se iban a otro y, por beber en la calle, le impusieron semejante sanción. Dejando a un lado que me parece una desmesura, estoy seguro de que la multa, que mi hija nos va a pagar en incómodos plazos, va a hacer que nuestra primogénita no se vuelva a acercar una copa a la boca al aire libre ni en una boda que se celebre en la terraza de un restaurante. Y, si lo hace, yo, como padre, le diría a la Policía como el de la canción: “Que la deteeengaann…”
No digo que no haya que sancionar estos comportamientos, pero deberían las autoridades ser un poquito más congruentes porque luego ves otras multas y te da la risa. Imagino que habrán leído sobre la multa que se le ha impuesto a un club de fútbol del pueblo gaditano de Jimena. Al parecer, los aficionados de la Unión Deportiva Tesorillo volcaron su ira contra una juez de línea profiriendo insultos tan delicados como “¡¡¡putaaa!!!” y diciéndole lindezas cargadas de inteligencia del estilo de “¡¡¡Ojalá Franco levantara la cabezaaaa y os mandara a vuestro sitioooo, que es la cociiiinaaaa!!!” Pues les han caído 50 eurillos, con lo cual supongo que, la próxima vez que vaya allí una liniera (si hay miembras, hay linieras), de zorra para arriba, le van a decir de todo, porque a los aficionados de este club no se les ha provocado escocimiento con el rigor de la sanción.
Claro que estos momentos críticos no solo pertenecen a la vida de uno, sino en ocasiones a la vida de todos. Yo creo que nuestra sociedad está en uno de esos cruces que te encuentras en el camino en los que nadie te dice hacia dónde lleva cada vereda. Ni los peligros que te vas a encontrar en el trayecto. Pero hay que tomar decisiones. Y hablo de la enorme cantidad de comicios que tenemos por delante en los próximos meses. Y más en concreto, de los que se deben celebrar en noviembre; las generales. Aunque decía San Ignacio de Loyola que en tiempos de tribulación no se debe hacer mudanza, yo creo que la tribulación en la que ha vivido en los últimos años la sociedad española, exige una mudanza. Ahora nos toca a los españoles decidir quién queremos que nos lleve los muebles. Yo, desde luego, tengo muy claro quiénes no quiero que me lleven los muebles a partir de noviembre y uno de ellos luce coleta.
Quiero dedicarle esta Cabra a Carmen Barrionuevo, una mujer encantadora que nos apartó a mis hermanos y a mí del mal camino.
Archivo del Autor: lacabra
NINGÚN ARREGLITO
Lo juro. Lo más cercano a un tratamiento de belleza que me he hecho en mi vida es cortarme las uñas. Qué manía con ese apostolado de la cirugía estética y esos arreglillos para mejorarse el careto. A mí me parece muy bien que cada uno haga con su cara, sus tetas, su abdomen o sus nalgas lo que le venga en gana, pero a mí que me dejen en paz. El otro día estuve con un grupo de amigos y 4 de los 5 que estábamos en la mesa se habían hecho algún arreglo en la cara recientemente. Uno de ellos era un hombre.
Y me hablaban de hilos de oro, y de otros que no son de oro y se reabsorben, y de toxina botulínica y de cremas de diversos sémenes de variados mamíferos que deben dejarte las mejillas como a la cerdita Peggy. E insisto, me parece fenomenal y en 3 de los casos jamás habría dicho que se habían hecho nada, o sea, que mi enhorabuena al cirujano. Pero yo ni me he hecho nada ni se me espera.
Cuento esto porque recientemente acudí a una fiesta de antiguos compañeros de A3 para celebrar que hacía 25 años que nos embarcamos en aquella locura de abrir una televisión. No era nada oficial, sino un reencuentro de viejos amigos con los que compartí días estupendos y algún que otro día gris. Y me encantó verles a todos, con sus arrugas, sus calvas, sus kilos de más o de menos… Todos 25 años más viejos, pero reconocibles.
Por lo menos 20 personas de las 200 y pico que acudieron, me hicieron a lo largo de la noche la pregunta: “¿Y tú qué te has hecho?” La primera vez que oí la cuestión, pensé que me preguntaban sutilmente por alguna autoagresión que me había dejado en un estado lamentable. Pero no. La pregunta iba por la deriva de la estética quirúrgica y, cuando contesté que qué coño me iba a haber hecho, la respuesta fue: “¡¡¡Sí vamos!!! ¡¡Si no tienes ni una arruga!!”
Hombre. Vamos a ver; no estoy como doña Rogelia, pero sí que tengo arrugas, y alguna cana. Y como 15 kilos más de los que tenía cuando arrancó Antena 3. Vaya, que no me quejo de cómo estoy, pero, si miran las fotos que aquí acompaño comprobarán que desde el 98, que es el año de la foto de la izquierda, hasta el 2015, que es la foto de la derecha, sí que he cambiado algo. Y ahí estoy, con mi aroma de Patrics; que se me noten los años.
Que prefiero eso a lucir la cara de máximo estupor que se les pone a algunos que se han pasado con el estiramiento facial y da la sensación de que van continuamente por la calle sorprendiéndose de que alguien les ha introducido un dedo por el recto. O eso, o el rostro estupefacto lo tienen porque estuvieron viendo íntegramente el Debate del Estado de la Nación, que es algo que te deja cara de entre sorpresa, cansancio y ganas de darle a alguien dos leches.
Disculpen el cambio de tercio, pero qué penoso me ha parecido lo del Debate de este año. Sobre todo el primer día, daban pena y rabia el gobierno y la oposición. Hay que reconocer que Rajoy recibió un país cerca de la quiebra y hoy parece que ese riesgo está lejos. Y este gobierno ha hecho muchas cosas bien. Pero no es posible que pretendan que la gente olvide qué recortes se han hecho y por lo que hemos pasado trabajadores y empresarios, parados y jubilados y la ciudadanía en general en los últimos seis años.
En España, en estos seis años, han gobernado los dos partidos políticos que se han convertido en el motivo de cabreo para casi todo el país. Por eso no se entiende que Pedro Sánchez se líe a darle palos a Rajoy como si su partido no tuviera nada que ver en la ruina que nos ha caído encima a los españoles. Y, mientras en la calle se cuece un caldo con un poco de Ciudadanos y otro poco de Podemos, ahí estaban ellos a su bola.
Unos (PP y PSOE) soltándose de todo menos bonito, otros (IU y UPyD) intentando sostenerse ante el empuje de los nuevos y otros (porque seguro que Villalobos no era la única) jugando al Candy Crush. Joder; disimulad un poquito. Hay miles de personas que juegan con el ordenador en sus trabajos. Pero vosotros sois los representantes de un pueblo quemado por la crisis, harto de políticos que están en Baqueira cuando se han llevado, que se sepa, 43 millones de euros a Suiza y podíais, por lo menos, hacer el paripé y que nos dé la sensación de que los que hablan de vosotros como la casta lejana no tienen razón.
Seguís sin enteraros de qué va la vaina. Del hastío profundo que le provocáis a la mayoría del pueblo. Visto con algo de distancia, la sensación que transmitían Rajoy y Sánchez en el Debate era la misma que provocan los cerdos cuando están en el matadero, en la cola para que los apiolen. Los gruñidos estridentes de los que van entrando y el instinto de supervivencia van provocando el estremecimiento de los que llegan. Los pobres puercos se agitan, se ponen nerviosos y si dejas a dos solos, se acaban peleando.
Con todos mis respetos, Rajoy y Sánchez eran dos marranos esperando y oyendo los berridos que suenan en la calle. Porque hay dos matarifes que responden al nombre de Pablo Iglesias y Albert Rivera que manejan el cuchillo cosa mala y que han sabido apropiarse de ese cabreo para crecer.
Y ya saben que a mí uno de ellos, el de Ciudadanos, me genera cierta ilusión, pero el otro, el de Podemos, me hace pensar que, como lleguen al gobierno estará complicado que se cumpla el sueño infantil de mi hija la mayor. Cuando Paula tenía seis años un día le preguntó un amigo que había venido a cenar a casa: “¿Y tú qué quieres ser de mayor?” Ella, en una declaración de intenciones plena de visión de futuro, dijo: “¿Yo? Jubilada”.
LA ANORMALIDAD
Ni una bandera de España en un paseo de una hora por Barcelona. Vaya; no hablo de edificios públicos, en los que no me fijé. Me refiero a los balcones de las casas de decenas de miles de particulares. Estuve el domingo en Barcelona y en esas terrazas, ventanas y balconcillos vi infinidad de esteladas, senyeras algunas ikurriñas y alguna que otra enseña suelta de Andalucía, Extremadura o Asturias. Pero ni una bandera española.
Les aseguro que no soy un nacionalista español expansivo. Es más, reclamo el derecho de cada uno a sentir como le parezca. Y me gustaría que fuéramos como Suiza; un país con algún punto oscuro, pero con muchas virtudes. Una de las cosas más admirables de los helvéticos es el reverencial respeto que tienen por la diferencia y por la Unión. Son muy cantonales, pero tienen un enorme sentimiento nacional. Uno de Ginebra mataría por su cantón, pero que no le toquen la bandera de la Cruz Blanca sobre fondo rojo. Y pasas del cantón de Vaud al de Berna y, en el último bar de Vaud, te hablan en francés y, en la primera panadería de Berna, unos cientos de metros más allá, te atienden en alemán. Y, como no hablas ni papa, en inglés. Y nadie se molesta. Y todo el mundo lleva las banderas del cantón y de la confederación por donde van. Por eso me resultó muy sorprendente y muy triste que, en ese festival barcelonés de banderas, no hubiera nadie que tuviera ganas de mostrar en su balcón la bandera de España que, se supone, es la bandera que nos une a todos los que vivimos en este país, estado o nación que, como dijo ZP es un concepto discutido y discutible. A esa dificultad para llamar a las cosas por su nombre se refirió ya en enero de 1978 el gran Julián Marías. El filósofo escribió un artículo en El País sobre la Constitución que se estaba redactando y mostraba su preocupación porque, en los primeros borradores, desaparecía la palabra nación al referirse a España. Finalmente en el Texto se dice que España es una nación, pero Marías mostraba temor ante esa confusión entre nación y regiones y criticaba el hecho de que se introdujera el término “nacionalidades” para hablar de algunas autonomías. El pensador temía que esas confusiones acabaran siendo malas para España y escribía de un modo premonitorio: “ Me gustaría computar –en caliente, directamente- lo que de ello piensan los españoles, si se dan cuenta de lo que se intenta hacer con su país, es decir, con ellos y con sus descendientes.” Pues ya estamos en ello y ya estamos aquí los descendientes con un lío en el que las medias tintas de unos (ZP), los retos soberanistas de otros (empezando por Maragall y terminando con Mas) y la inacción de los de más allá (Rajoy), nos han conducido a una situación como la actual en la que, si por Barcelona luces una bandera española, eres un fascista provocador.
Cuando pasan cosas raras, choca. Por mucho que uno quiera mirar para otro lado y hacer como si no viera. Las cosas que no son normales, se nota que están forzadas. Es como el cuento del Rey desnudo. Por mucho que los aduladores no quieran decirle al Rey que va en pelotas; el monarca está en bolas. Y por mucho que a nadie le parezca marciano, yo considero que el hecho de que haya miles de banderas catalanas y de otras regiones y ninguna rojigualda, es definitorio. Vaya; que hay algo enfermo en una sociedad en la que, el que se siente español, decide no sacar su bandera al balcón como hacen los demás. Porque ese que no lo hace, no es libre. Ese no saca su bandera española porque le da miedo quedar marcado, porque no quiere que le señalen, ni que nadie le pueda decir que es un provocador. Que son algunas de las frases que me han dicho amigos catalanes con los que he comentado el asunto. Y, del mismo modo que yo no niego que haya mucha gente que quiere que Cataluña sea otra cosa, hay allí en Barcelona miles, cientos de miles, que se sienten españoles. Yo nací en Málaga y vivo en Madrid desde los once años y residí 3 años en Ginebra. Y me siento muy malagueño, muy andaluz, muy madrileño y muy español. E incluso muy suizo y muy ginebrino. Y son, todos, sentimientos con los que me encuentro muy a gusto.
Nos hace falta normalidad. La crisis económica y la convulsión de estos últimos años nos han introducido en una anormalidad en la que un partido liderado por unos muchachos que, hasta hace dos días eran bolcheviques, les gusta a amigos míos muy de derechas. Una situación excepcional en la que la mayor parte de los gobiernos que rigen en la nación y en las “nacionalidades” tienen asuntos de corrupción sonrojantes y no pasa nada. O casi nada. Un momento raro en el que gobiernos autonómicos se saltan la ley y que si “do you want rice Catalina”.
Quizás esa normalidad que necesitamos como el comer pueda venir con un joven político que, precisamente, comenzó a crecer luchando contra la anormalidad en Cataluña y que se llama Albert Rivera. Estuve el martes en la presentación del programa económico de Ciudadanos. Acudí como periodista, no como simpatizante, aunque debo confesar que el ambiente de normalidad y de ganas de cambiar las cosas sin sacar guillotinas a la calle, me sedujo notablemente. Creo que están sabiendo tocar la fibra de muchos españoles que deambulan con una especie de depresión política y de sensación de que no hay nadie que merezca la pena que les represente.
No sé si algún día el tal Rivera nos saldrá rana, pero de momento muestra unas formas y dice cosas que me hacen pensar que no es como los demás y que no acabará, como Rajoy, guardando los nombres de sus candidatos a las municipales y autonómicas en un cuadernito mientras sus huestes se muerden las uñas. Ese celo en no desvelar su secreto, como Gollum guardaba su tesoooooro, a mí siempre me ha parecido una muy pueril manera de mostrar autoridad. Porque, claro, puede que des una sensación penosa a la ciudadanía, pero mientras tanto, qué gustito saber que no va a salir ninguno de los posibles candidatos a tocarte las pelotas.
PREVEYENDO POLÉMICA
Lo sé. Duele a los ojos. Como me duele a mí al oído cada vez que escucho a un locutor o a un tertuliano utilizar el verbo prever, mezclándolo con el de proveer. No me gusta ponerme en plan Pepito Grillo porque cualquiera puede meter una pata, pero es que una cosa es cometer un error y otra, muy diferente, patear al diccionario cuando, se supone, que debes estar preparado para cuidarlo. Y el último al que escuché diciendo eso de “preveer” fue a Nicolás Redondo Terreros, hombre al que, en muchas cosas, admiro. Fue en la tertulia de Carlos Herrera y pensé: “por Dios, alguien le dirá algo”. Pero no. Claro. Uno queda como un borde si le dice a un compañero o contertulio que no se debe maltratar al idioma.
A lo que voy, que me disperso. Hoy pensaba abrir un melón y generar debate cabrero respondiendo a un artículo de mi amiga Marta Barroso en su blog. Hace unos días, Marta decía en su “Gente y aparte”, con su gracia y retranca habituales, que los tíos somos unos blandos. Que su marido y unos cuantos seres humanos con pito que ella conoce, son unos quejicas. Que cogen una fiebre y pareciera un tumor maligno y mortal. Que su quejumbre es cansina y que ella y sus amigas son unas jabatas que, cuando están malas-malas, casi ni se quejan y continúan sus tareas como si tal cosa.
Yo no dudo de que Marta y sus amigas sean así de sufridas y que sus maridos y adyacentes, sean unos caganinis, pero, ¿tiene eso que ver con el género, tal y como Marta señalaba en su titular: “El dolor según el sexo”? Ya le dije en su momento a la Barroso que yo creía que la capacidad de sufrir no tiene que ver con el género, salvo que nos pongamos topiqueros. Y si es por tópicos, los tíos tenemos unos cuantos con los que contraatacar. Dolores de cabeza, problemillas con la conducción, tendencia al llanto, incapacidad para el bricolaje y la mecánica… Pues eso, que iba a reclamar opinión al cabrerismo pero, en un día como el de hoy, la verdad, creo que debo mirar, más bien, hacia el PSOE en el que es obvio, y nadie tiene que estar “preveyendo”, que hay ya una polémica dolorosa. Vamos un pollo de seis testículos, que son, exactamente, tres pares de cojones.
Menuda la que ha liado Pedro Sánchez decidiendo la destitución del Secretario General del Partido Socialista en Madrid, Tomás Gómez. El ex alcalde de Parla parecía tocado por el sobre-precio del tranvía de esta ciudad y por la aparición de varios de sus colegas en los papeles de la “Operación Púnica” contra la corrupción. Todas estas cosas unidas a la poca fortuna electoral para el PSOE en Madrid bajo el Tomasismo, han llevado a Sánchez a tomar una decisión y abrir una herida que no sé yo si va a ser capaz de curar. ¿Estamos ante una fractura que se puede llevar por delante al PSOE? Se supone que es una decisión que se toma después de reflexionar, pero la sensación que se tiene desde fuera es que es una más de las cosas que están haciendo en todos los partidos cuando se han dado cuenta de que al lobo de Podemos se le ven ya algo más que las orejas. Una mezcla de estupor e improvisación que se ha contagiado a todos, pero, muy especialmente, a la izquierda. Izquierda Unida cada vez más es un oxímoron y el PSOE tiene pinta de que, o agarran el volante de una vez, o se van a pegar una leche olímpica. Quizás Pedro Sánchez lo esté haciendo, pero, ahora mismo, estamos en pleno volantazo y no sabemos si va a enderezar el rumbo o si se va a salir de la carretera dando siete vueltas de campana.
Y mientras, los del PP, sonríen, pero es que los de Podemos están con agujetas de la risa, por mucho que les salgan mierdecillas y corruptelas que sus fieles les perdonan, de momento, con mucha alegría.
¿Debería sorprendernos el hecho triste de que al final haya mierda para todos? El PP con su Gurtel, su Bárcenas y sus obritas en B. El PSOE con su movida de Parla, la Púnica y los ERES. Convergencia con su Pujolismo. IU con lo de Rivas y esa termita llamada Tania. Y los de Podemos, que ni han tocado gobierno, con sus becas y sus pagos de origen y destino oscuro. Yo, sinceramente, no me sorprendo demasiado. Claro que en eso pueden influir las experiencias infantiles de uno. Que te dejan huella. Quizás a mí me marcara el hecho de que yo, con seis o siete años, cuando iba a misa me tiraba media liturgia dándole vueltas a algo que para mi mente infantil era incomprensible. Cuando en las preces el cura decía “Roguemos al señor” yo, que ya por entonces debía oír mal, entendía “Robemos al señor”. Y cuando escuchaba a los fieles responder: “Te robamos, óyenos”, intentaba entender la lógica de todo aquello. Claro; le estamos robando a Dios y le avisamos y por eso le decimos: “Eh, Dios, que te estamos robando. Óyenos.” Y me parecía tremendamente ridículo. Primero porque los que estábamos en misa robáramos y avisáramos a nuestra víctima y, segundo, por el robado, que se suponía que, si lo veía y lo sabía todo, no tenía sentido que hubiera que avisarle. De aquel mal entendimiento me sacó un buen día un adorable jesuita, el Padre Tejera, que me hizo un cristiano más ortodoxo en la liturgia, pero no consiguió quitar de mí, desde entonces, la sospecha de que cualquiera, hasta el más meapilas, si no tiene muchos escrúpulos y se lo ponen fácil, es capaz de levantarle la pasta al mismo Dios.
LOS LLORONES
Si no fuera porque a mi mujer, a mi madre y a mi tía Maravillas no les gusta que diga tacos, diría que los llorones me tocan profundamente los cojones. Como prefiero no hablar malamente y no hacer rimas facilonas, sólo confesaré, parafraseando al gran Fary cuando hablaba del hombre blandengue, que yo “al hombre quejica” lo detesto. Bueno; al hombre y a la mujer llorones, que en esto del pensar que la vida te ha tratado mal no hay diferencias de género.
Me refiero a aquellos que siempre consideran que, cuando les pasan cosas malas, no es porque ellos hayan cometido algún error, sino porque se ha producido una confabulación de los astros o una conspiración de fuerzas oscuras para estropearles la vida. Son una pereza de gente y tienen una tendencia tremenda a ver el lado malo de las cosas, pero, a mí, lo que más me estomaga de ellos es que se lo tomen por lo personal y que conviertan una crítica sana, o, peor, una investigación judicial, en una afrenta motivada por razones ocultas.
Imagino que todos tendrán presente la mamonada que dijo anteayer el presidente del F. C. Barcelona, Josep María Bartomeu. Resulta que le han llamado a declarar como imputado por las supuestas irregularidades en el fichaje de Neymar. El presidente blaugrana, en vez de bajar la cabeza, esperar a la acción de la justicia o yo qué sé, decide disparar al aire con la escopeta de mierdigones y decir que “a ciertos poderes del Estado no les gustó que Neymar viniera al Barcelona”. Es que me descojono. Y el tío lo dice en serio. Porque en el caso del Barça se mezclan dos “quejiquismos”; el de los equipos de fútbol que se sienten perseguidos (el Madrid también se hartó de llorar en la época de Mou) y el de los nacionalismos.
Si hacemos un análisis por barrios, veremos que esto de ver fantasmas no es exclusivo del fútbol. Si un nacionalista recibe una crítica o una investigación judicial (véase el caso Pujol) no es que nos enfrentemos a un presunto chorizo, sino a un ataque a la integridad del país y, en el caso concreto de Cataluña, a una maniobra del Estado Español para hacer daño al “proceso soberanista”. Eso se dijo cuando saltó el escándalo. Luego resultó que no; que el ex-Honorable decide confesar y dice que era una herencia no declarada, un dinero que dejó su padre a su mujer y a sus hijos y que si la abuela fuma. Pero, de arranque, la cosa fue que los cabrones de los medios de la caverna le tenían manía al tito Jordi.
Si uno de izquierdas recibe críticas o se le acusa de pirulear, los que le reprochan son unos fascistas o unos antidemócratas. Que ya se sabe que los demócratas de verdad son los de izquierdas.
Si esas censuras las recibe uno de derechas, el que les reprueba es un antisistema o un desclasado envidioso. Que ya se sabe que los que guardan las esencias del sistema y los que viven bien de verdad son los de derechas…
Y cómo pierden el sentido del humor en cuanto no todo el mundo les hace la ola. Yo, cuando veo a todos estos que van de majos y se vuelven antipáticos cuando se les contraría, me acuerdo del aquel monólogo bestial de Gila en el que hablaba de lo bien que se lo pasaban en su pueblo, que eran muy bromistas. Del padre aquel al que le mataron al hijo porque le dijeron al mozo que los cables de alta tensión que acababan de colocar eran para tender la ropa y, cuando el hijo se achicharró tendiendo sus calzoncillos, el padre dijo: “Me habré quedao sin hijo, pero ¡¡¡lo que nos hemos reído!!!” Aunque lo mejor era lo del boticario al que matan con un cepo para lobos y, cuando la viuda se enfada le dice una vecina: “Mira, si no sabes aguantar bromas, te vas del pueblo”.
Pues eso, como diría Gila; todos estos políticos pesados que creen que la crítica o la denuncia judicial son una conspiración contra ellos, que se vayan del pueblo.
O que aprendan de las personas que han padecido un cáncer, han sobrevivido y han querido contarlo. Hablé hace un año y pico de mi amiga María Zavala, que había abierto el blog http://concanceryestupenda.com. Cada artículo anima a las mujeres que, como ella, han pasado por esa enfermedad, a hacer lo posible por seguir sintiéndose estupendas pese a las operaciones, las quimios, la calvicie y lo que vaya viniendo.
Hoy quiero terminar con otro testimonio emocionante que ayuda a que, los que hemos tenido la suerte de no padecer un cáncer, entendamos a los que viven esa experiencia profundamente perturbadora. Sin sentimentalismos, sin dar pena, sin dramatismos mi amiga Almudena Sánchez Dean apareció ayer en el programa de Mariló Montero para contar su vivencia del cáncer. Son diez minutos de entrevista, pero son, uno tras otro, unos minutos de canto a la esperanza, a la dignidad, a la alegría y a la templanza frente a la enfermedad. Es enorme la capacidad que tienen algunos héroes de coger al toro por los cuernos y mirar hacia delante, pase lo que pase. Dijo Almudena una frase de esas que te hacen pensar: “yo, lo de que que me digan: pobrecita, nunca lo he llevado bien”. O sea; una mujer que tenía motivos de sobra para llorar, para quejarse, para pedir árnica y lo único que reclamaba y sigue reclamando es que se la trate con naturalidad y que nadie la mire con pena.
No sé. Desde luego no le deseo a estos políticos llorones sin motivo que padezcan un cáncer, pero sí estoy seguro de que les vendría bien una vez a la semana darse una vuelta por una planta de oncología de un hospital y no precisamente para hacerse una foto. Que hablasen media hora con personas como Almudena, o como María o como tantas y tantos otros enfermos de cáncer que decidieron mirar de frente al dolor. Y vivir.
Quiero dedicarle esta Cabra a mi sobrina Ángela. Otra heroína.
http://www.rtve.es/m/alacarta/videos/la-manana/almudena-lucho-contra-cancer-gano/2980471/?media=tve
UN EMBUDO BOLIVARIANO
Lo gordo pa mí. Lo estrecho pa ti. Eso dice la Ley del embudo. O sea; que para mí la boca es ancha y para ti mínima. Que puedo ver la micropaja en tu ojo, pero ni me entero de que tengo una viga en el mío. Que lo que te exijo a ti, no me lo exijo a mí, ni a los míos. Y que yo puedo ponerte a caer de un burro con crueldad pero, ay, si a ti te da por decir algo levemente negativo sobre mí, te crujo. Por fascista. O por antisistema. Que de todo hay.
No sé si les ha pasado al leer. Pero yo desde que empecé a escribir estoy pensando en cualquiera de los líderes políticos que nos alumbran con su ingenio cada día. Y da igual que sean de la casta de toda la vida, que de estos límpidos muchachos de Podemos que han canalizado la angustia y el cabreo de mucha gente. Y, oiga, que parece que nos están saliendo rana. Bueno, ya van camino de sapo. Y, aunque ellos se empeñen en alejarse de los políticos de toda la vida, están copiando sus peores tics y manejan ya de cine esa postura de perfil egipcio, así, como mirando para otro lado, y a ver si pasa la tormenta.
Lo malo es que los de Podemos, para esos millones de españoles que les creyeron, no son iguales que Rajoy, Aznar, ZP, Sánchez o Díaz. Ellos no. Coño. Ellos, los buenos, le habían dado a mucha gente una ilusión. Y les dijeron, en una época de tribulación, que los Reyes existen. Y que ellos, que son los verdaderamente limpios de corazón, iban a acabar con los cerdos corruptos de la casta, y que se iban a terminar los desahucios, y que un sueldo para todos, y que la deuda; pa la Merkel. Y esa carta a SSMM de Oriente la firmaron millones de personas que querían mandar a la mierda a PP y PSOE y no sabían cómo. Porque de repente, de la nada, surgen unos tíos listos, que hablan bien, que dicen verdades resplandecientes y que ponen en aprietos dialécticos a los que, cuando olía mal en sus partidos, ponían la tapa de las heces y miraban para San Petersburgo. Y los partidos grandes tardaron en darse cuenta de que esos locuaces e inteligentes muchachos estaban sabiendo gestionar la enorme mala leche colectiva contra los dos partidos que llevaban décadas haciéndose los tontos mientras muchos robaban.
Pero es ahora cuando PP y PSOE han puesto en marcha sus maquinarias. Ambos partidos y sus medios de comunicación afines se han ajustado las bielas, han sacado las escopetas de cazar conejos y están disparando contra todo lo que huela a corrupción en la pradera de Podemos. Y el problema para Pablo and friends es que tienen algún conejito corrupto. Y les han pillado con varios carritos del helado. Y es cierto. Son carritos pequeños y con pocos helados. Y la beca de Errejón, los cobros de Monedero y lo de Tania Sánchez son mamonadas al lado de lo que han robado los otros. Pero les han cogido como a aquel del chiste; con los pantalones bajados, detrás de la vaca, con su cinturón atado al rabo de la res y van a tener que acabar diciendo: “Pues aquí, follándome a la vaca”.
Cuando tú vas dando lecciones de integridad no te pueden sorprender robando en el cepillo de la Iglesia. Aunque sea despistando cinco eurillos que se han caído del cesto. Es como lo del que fue líder de los Legionarios de Cristo. Se tiró décadas siendo inflexible, exigiendo a sus tropas y a sus fieles una castidad más allá de la pureza, un comportamiento irreprochable. Y a los que no cumplían les flagelaban con el desprecio, con el castigo divino y se les amenazaba, literalmente, con los peores males del infierno. Y luego resultó que el padre Maciel era un marranazo sátiro que se acostó con quien quiso, tuvo hijos secretos y, como mínimo, fue laxo con los abusos sexuales que se cometían a su alrededor. Y hombre no voy a comparar las aberraciones de Maciel con las averías corruptas de Monedero, Errejón e Iglesias, pero creo que cuando vas de Redentor y de paladín de la limpieza no se te puede pillar en tantos renuncios seguidos. No puedes ser el más homófobo del Senado norteamericano y que te hagan una foto en un lupanar de Wisconsin abrazado a un efebo con un liguero rosa en la entrepierna. Y sobre todo no puede pasar que, cuando se te acuse, digas que todo es una conspiración fascista o del inframundo de IU para desacreditarte. Pero a mí lo que me choca no es que Iglesias hable de la mafia de Madrid y de IU para defender a su tronca. Es que los seguidores de Podemos responden igual y parten de la base de que siguen siendo limpios y que todo es una conspiración de los que tenemos miedo al cambio. Y no se enfadan con los que, según todos los indicios, les han engañado. No. Están enfadados con los que sacan esas informaciones y con los que, con esos datos en la mano, criticamos a Podemos. Los que confiaron en estos ex bolcheviques, ex bolivarianos, ex marxistas y no sé cuántas ex cosas más siguen queriendo creer en sus Reyes Magos. Igual que los niños a los que un día les cuentan el secreto de la Epifanía y lloran de rabia porque un amigo cabrón les ha confirmado las sospechas que ya tuvieron cuando se enteraron de que el Ratón Pérez no era, realmente, el que se llevaba los dientes y les dejaba una moneda de cinco duros.
BOCA DE CABRA
No sé en la casa de ustedes. En la mía, tener boca de Cabra es tentar a la suerte con frases que no se deben decir. Por ejemplo; yo la semana pasada comiendo con un buen amigo le dije una de esas tonterías de las que uno se acuerda: “Yo nunca me pongo malo”. Y es verdad. Tengo una buena salud que ha hecho que, en los 27 años largos que llevo trabajando no haya tenido ni un solo día de baja por enfermedad. Eso no significa que no haya sufrido jamás un achaque, sino que nunca me he encontrado lo suficientemente mal como para sentirme excusado de ir al trabajo. Mis hijos lejos de verme como un héroe, me ven como un pringao, pero la cuestión es que no suelo enfermar. Lo que pasa es que, según esa ley de la boca de Cabra, uno no debe alardear de ello, porque la jactancia te puede reventar en la cara. El viernes a mediodía estaba como si me hubiera pasado el AVE por encima y padecí todo el fin de semana como un pajarillo caído del nido. No fue mi única boca cabrera de la semana pasada.
Hablaba yo en la última Cabra del Papa Francisco. Y decía que soy un fan suyo. Pero que me tomaba la libertad de ponerle a parir si desbarraba. Yo aventuraba que el Santo Padre iba a desbarrar poco y, vaya por Dios, nunca mejor dicho, al día siguiente el Papa ya me estaba dando motivos para discrepar de él. Imagino que recordarán lo que dijo Francisco sobre el bofetón que le daría al que le mentara a su madre. Yo entiendo perfectamente lo que quiso decir el Pontífice y evidentemente no creo que estuviera disculpando a los cabrones que entraron a tiros en Charlie Hebdo, pero cuando uno está en una posición tan delicada, en un trono tan señalado, cualquier cosa que diga o calle puede ser malinterpretada. Por eso hay que hablar sin dar lugar a interpretaciones y ahí, yo creo, el Papa, y ya lo siento, no estuvo fino. Del mismo modo que pienso que tampoco se lució cuando anteayer hizo referencia a las familias numerosísimas que tienen los hijos que Dios les dé. Yo asumo que Francisco no quiso faltar a nadie, pero una frase como la que dijo: “Para ser un buen católico no es necesario tener hijos como conejos”, puede resultar gruesa para bastantes padres y madres y algunos se sintieron heridos. Sobre todo porque muchas de estas familias, probablemente, han tenido esa cantidad de hijos empujadas por una doctrina católica que, durante años les ha animado a alumbrar los hijos que vengan, abominando de los anticonceptivos.
Sé que el Papa no quería hacer daño a nadie y que estaba hablando de la necesidad de practicar una paternidad responsable, especialmente en esas zonas del mundo en las que las familias tienen niños y más niños por culpa de una terrible falta de información y de medios para hacer una planificación familiar adecuada. Una planificación familiar, por cierto, que, en esos países, puede significar la diferencia entre la pobreza y la miseria.
Sé que el Papa hablaba de esto y sé, además, que este es un Pontífice que ha venido a mover las ramas del árbol, pero creo que en ocasiones se olvida de que las nueces que caen pueden hacer algún chichón y pisar algún callo. Ahora, si tengo que elegir entre este Papa y cualquier otro, prefiero a este aunque de vez en cuando desbarre.
Pero he empezado hablando de la boca de Cabra. Que no es ser gafe, ni tampoco exactamente ser un agorero. Es más bien una frase que hace referencia a lo que dicen personas puntuales en momentos puntuales. No sé; ese del Atleti que dijo en el minuto 93 de la final de la pasada Champions: “Ya verás que nos la clavan”, o ese familiar pesado que siempre vaticina “ese niño se va caer”, segundos antes de que el infante en cuestión se abra la cabeza contra el suelo, o aquel que dijo “qué bien está jugando España” instantes antes de que Holanda marcara su primer gol en aquel partido de mierda del último mundial. La boca de Cabra también habla, aunque sea de refilón de los que tenemos el don de la inoportunidad. No siempre metes la pata, pero, cuando la metes, lo haces hasta el corvejón. En eso, yo, tengo a quien salir. Mi padre, lamentablemente, tenía ese don. Siempre contaba que, cuando tenía 18 años, acudió en Córdoba a un baile en el que estaban las niñas más monas de la ciudad. Él, que no conocía a nadie, durante el cóctel se arrimó a un antiguo compañero del colegio, cordobés, que era el que le había invitado. Cuando llegó el momento de pasar al salón del baile, este amigo intentaba tirar de mi padre, que se hacía el remolón hasta que le apremió: “Venga Javier, que nos vamos a quedar los últimos”. Mi progenitor, discretamente, le confesó: “Espera, vamos a quitarnos de encima a esas dos feas que no paran de mirarnos”. El rictus de su amigo hizo adivinar a mi padre, inmediatamente, que había dado en el clavo; “son mis hermanas” contestó afligido. Y podrán imaginar con qué dos señoritas se tiró mi padre bailando toda aquella noche cordobesa que se le hizo, al pobre, más larga que un día sin pan.
SER DE
Cuesta mucho que la gente entienda que tú no eres de nada. A mí en los últimos años decenas de personas me han calificado, o descalificado, porque no era realmente “de”; por no tener una adhesión inquebrantable. Si digo o escribo algo que me acerca a posiciones conservadoras, mis interlocutores/lectores más de izquierda parten de la base de que soy más del PP que las gaviotas. Si esas manifestaciones las hago criticando a Rajoy and friends o acercándome a postulados progresistas, los que son más de derechas me critican por ser un “sociata” o, aún peor, un Podemista. Pero no pasa sólo con la política. Cuando en alguna ocasión he criticado al presidente del Real Madrid, o al que fue su entrenador, José Mourinho, he recibido acusaciones indignadísimas de amigos míos que me han definido: “tú no eres de verdad del Madrid”. Eso mismo me ha sucedido con otros que me han dicho algo similar sobre mi catolicismo. Si yo expresaba que no entendía algunas cosas de los Papas anteriores, o criticaba aquel empeño en hacer la misa de las Familias bañándonos a los católicos de política, muchos amigos me soltaban: “pues es fácil; si no te gusta, no seas católico, pero no se puede ser para unas cosas sí y para otras, no”. Por eso me encanta este Papa. Porque huye precisamente de los sectarismos y acepta que estén cómodos en la Iglesia los de un lado y los del otro, los de misa diaria y los de una vez al año, los que jamás se divorciarán y los que han decidido casarse con alguien de su mismo sexo, los que tienen 10 hijos y los que Dios les dé y los que eligen tener uno solo. O ninguno. Mira; eso sí que puedo decirlo y me da igual si molesta. Yo soy del Papa Francisco. Ahora; si algún día Su Santidad desbarra, que ya me extrañará que lo acabe haciendo, reclamaré mi absoluta libertad para ponerle a parir y dejar de ser tan de Francisco al minuto siguiente.
Digo esto porque la Cabra que dediqué semana pasada a los atentados de París, generó un interesante debate y recibí en el blog y en redes sociales numerosas críticas de personas decepcionadas, que consideraban mi mensaje muy propio de conservadores; vaya, tirando a facha. Yo, resumiendo mucho, decía que esto es una Guerra no declarada, aunque ya ha empezado, y que no estábamos haciendo nada. Y que, en mi opinión, esa falta de reacción era consecuencia de la condescendencia que se ha tenido tradicionalmente desde la izquierda con el Islam. Con el Islam normal (que, entre otras cosas, da a las mujeres un papel subordinado en su sociedad) y con el Islam radical. Y a muchos no les gustó. Y les pareció que yo ya no era tan de los suyos diciendo aquello. Que es, por cierto, calcado a lo que dijo anteayer el primer ministro francés ante su parlamento. Y, ya de paso, lo de las medidas que se van a tomar da para otra Cabra; entre que van a acabar haciéndonos un tacto rectal en los aeropuertos y esas frases tontas de “si no has hecho nada malo, no tiene por qué importarte que te miren el email”, se ve venir algo oscuro.
Pero, a lo que vamos; no seré nunca suficientemente del Madrid, ni suficientemente católico, ni suficientemente moderado o agresivo. O suficientemente tolerante o intolerante. Sobre todo para los que consideran que hay que ser tolerantes excepto con los que no opinan exactamente igual que tú. Yo desde siempre he pretendido ser un hombre libre. Absolutamente libre. Y creo que así debe ser un periodista. Que lo que yo diga le pueda tocar las pelotas tanto a uno de derechas como a uno de izquierdas. Esa, desde mi punto de vista, debe ser la esencia de los que ejercemos mi profesión; que nadie pueda decir que eres de los suyos. Porque no soy de nadie. Si acaso, soy de la vieja escuela de Martín Ferrand. Y allí me educaron en la necesidad de mantener al poderoso tenso contigo. Que el político, el empresario, el del sindicato, el dirigente de fútbol, el líder religioso sepan que no les guardas ninguna inquina, pero que sepan también que no vas a ser amigo suyo y que no les vas a pasar ni una. Que se puede mantener una relación cordial y educada, pero, ¿amigos? Jamás. Ya conté hace unos meses que, cuando entré como becario en Antena 3 de Radio, Manolo Martín Ferrand nos invitó a mis compañeros y a mí a que hiciéramos un periodismo crítico y libre con dos únicos límites; la Constitución y la Familia Real. No sé si don Manuel, desde su tumba, hoy revocaría esa protección a la Familia Real, pero sé que mantuvo hasta el último de sus días esa independencia y esa capacidad para poder cantarle las cuarenta a cualquier político de cualquier color porque no le debía nada a nadie. Por eso, cuando la gente te pide que seas “de”, si eres periodista, tienes que sospechar. Y dar dos pasos atrás. O hacia un lado.
Y por cierto, ya que hablamos de ser de. Ahora que lo pienso, yo, además de Francisco, soy taurino. Aunque últimamente nos caigan chuzos de punta y estemos mal vistos. Los Toros no están de moda y yo voy a luchar para que la Tauromaquia no desaparezca de mi país. Y que no me pasen cosas como la de anoche, que en un mensaje del móvil escribí la palabra “tentadero*” y el teléfono me la cambió por la palabra “testaferro”. Y a botepronto me acordé de mi padre y de sus hermanos, que eran todos grandes aficionados a los toros y pensé que ellos no habrían aceptado que el diccionario predictivo de sus smartphones hubiera cometido semejante tropelía. Es más, es que veo a mi tío Juanito diciendo, indignado: “qué jodía tiene que estar España para que haya aquí menos tentaderos que testaferros”. Pues eso.
* Un tentadero es la prueba de bravura a la que se somete a las reses bravas para saber si dedicarlas a la cría, a la lidia o enviarlas al matadero.
CONDESCENDENCIA
Miren que han pasado ya casi 24 horas. Y todavía no he encontrado el adjetivo. Llevo horas buscando la manera de calificar lo que ayer por la mañana pasó en la redacción de la revista satírica “Charlie Hebdo” en París. Lo que pasó y a quienes lo provocaron. Pongamos que 3 hijosputa entraron y, en el nombre de Alá, se llevaron por delante al director, a tres dibujantes y a otros 8 pobres ciudadanos libres que habían tenido la desgracia de cruzarse en el camino del integrismo islámico.
Quizás no encuentro los adjetivos porque se me mezclan muchas malas leches de manera muy desordenada. Y ese desorden me limita el uso de las palabras. Porque el botepronto pide venganza, ojo por ojo, medidas radicales para impedir que estos tíos puedan seguir campando con su odio por nuestras ciudades. Pero, primero, no sé cómo habría que hacerlo y, sobre todo, no sé si esa sería una solución. Algo parecido a un botepronto tras el espanto de las Torres Gemelas provocó la guerra de Irak y todavía hoy estamos lamiéndonos heridas de aquellos días.
Pero indudablemente hay que hacer algo. Y podríamos empezar por llamar a las cosas por su nombre y dejarnos de condescendencias infantiles con unos religiosos que están sembrando el fanatismo en nuestra puerta de al lado. Yo creo que parte del problema aquí en Occidente es que no acabamos de darnos cuenta de que tenemos al enemigo metido en casa. Principalmente, al menos en España, los partidos de derecha se contienen porque, lo que les pide el cuerpo es cerrar mezquitas. Lo malo es que en el otro lado del péndulo los partidos de izquierda cierran los ojos y se niegan a ver lo obvio. Para mí el paradigma del absurdo fue el de ZP convocando la Alianza de las Civilizaciones meses después de que un atentado islamista hiciera temblar Madrid.
Es complicado encontrar el equilibrio, pero debemos estar más cerca de tomar medidas para impedir la siembra del odio, que de hacer congresos de boyscouts intentando razonar con unos fanáticos nada razonables que lo que quieren es arrasar nuestra cultura y aniquilarnos. Pero esa condescendencia de la izquierda de la que hablo, se ha visto de manera muy clara, sobre todo, en los últimos años en los medios más progresistas a la hora de tratar temas que tenían que ver con la religión. Estos medios se han mostrado implacables con la Iglesia Católica y tremendamente fofos con los musulmanes.
Yo, que he sido muy crítico con Rouco y con el ala más conservadora que ha gobernado a mi Iglesia hasta hace poco, en muchas conversaciones durante estos años me he encontrado defendiendo al Cardenal, como si yo fuera de su cuerda. En mi argumentación, yo ponía a parir a Rouco, pero decía que prefería mil veces quedarme en una isla desierta con el obispo católico más conservador, que con el Ayatollah más avanzado que encontraran, si es que existe un Ayatollah avanzado. Porque es muy curioso lo que, en los últimos años, ha sucedido con los medios más de izquierda, la Iglesia católica y los musulmanes. Cualquier discurso, homilía, declaración de un clérigo cristiano un poco escorado hacia la derecha, merecía en estos medios una carga descomunal con artículos, editoriales, entrevistas a los menos partidarios, reportajes sacando lo peor de estos clérigos… En cambio, en esos mismos años, han sido contados los textos dedicados a la cada vez más frecuente deriva radical de miles de musulmanes llevados a ello por los discursos encendidos de clérigos extremistas. Es raro encontrar editoriales tan abiertamente críticos con el islamismo como los innumerables que he visto con el catolicismo. Es más, estoy convencido de que si se hubiera hecho, en aquellos años del “rouquismo”, una encuesta sobre intransigencia, los lectores, oyentes y espectadores de medios progresistas habrían puesto a Rouco a la altura de cualquier ayatollah que invita a sus fieles a matar al infiel. Y, que yo sepa, hace mucho tiempo que, al menos en España, no se mata en nombre de la religión cristiana.
Y cuando discutes con alguna gente sobre esto, te hablan con esa condescendencia tan estomagante hacia los que matan en nombre de Alá. “Porque ha habido muchas burradas”, te dicen. “Lo de la creación del estado de Israel y la expulsión de los palestinos”, “las barrabasadas de EEUU en la zona de oriente próximo”… Y, aunque tengan su parte de razón, te cuesta la mundial sacarles frases críticas contra el islamismo que no incluyan un contexto comprensivo o una crítica contra los cabrones imperialistas que han provocado ese odio.
Porque no nos damos cuenta, pero es que se trata de que quieren acabar con nosotros. Es que les parece que nuestra cultura está equivocada y no es que quieran convencernos; es que les convocan a pasarnos a cuchillo o a rematarnos en el suelo con la misma frialdad con la que ayer uno de los terroristas, disparó a la cabeza de un policía malherido.
Son estos hijos de puta a los que nos enfrentamos. Y esto empieza ya a parecerse muy seriamente a una Guerra Mundial. Preferiría que no ocurriera algo así, la verdad, pero creo que, llegado el momento, sería capaz de pelear por mí, por mi mujer, por mis hijos, por mi familia, por mi país, por mis convicciones y porque creo firmemente en la libertad individual. No tengo ninguna gana de participar en una guerra, pero creo que estos desalmados la están declarando cada día en cada uno de esos atentados. Y deberíamos estar preparados para ello.
Porque esto no es, como piensan los bienintencionados, una guerra entre religiones. Ni una guerra entre culturas. Ni entre buenos y malos. Esto es, sencillamente, una guerra entre siglos. Nosotros estamos en el XXI y ellos siguen, en su mayoría, en el siglo XV. Y quieren llevarnos ahí. Y yo ahí no voy. Ni pienso callarme. Los asesinos de ayer lo que quieren, precisamente, es que tengamos terror y yo no les voy a dar ese gusto.
LA FAMILIA
No sé por qué, en determinados entornos, tienen mala fama la Navidad e, incluso, los buenos sentimientos que acompañan a estas fechas; la alegría, la ilusión, el reencuentro y la unión de la familia. Es más, es que hasta la palabra Familia se convirtió durante unos años en algo parecido a un arma política arrojadiza de la parte más conservadora de la Iglesia contra los que no opinan como ellos. Eso por no hablar de la acepción “Cosa Nostra” de la palabra; que si dices que para ti es importante la Familia, muchos te miran como si estuvieras a punto de apiolar a algún paisano, y que parezca un accidente.
Digo esto porque en los últimos días me he hartado de ver artículos, reportajes, bromillas de internet… hablando sobre el “horror” de las celebraciones navideñas. Consejos para sobrevivir al reencuentro con tus hermanos, tus padres, tus hijos, con tus suegros y tus cuñados. Decálogos para superar la pesadumbre de la Navidad.
Pesadumbre. Ayer viví una de las Nochebuenas más especiales de mi vida. Un primo muy querido de mi mujer murió en la mañana víctima de una leucemia fulminante que se lo ha llevado en veinte días. Miguel Cabetas. Un tío alegre, vitalista, bueno, divertido y con una personalidad apabullante. Y un amante profundo de la familia. Se casó justo 14 días antes que mi mujer y yo, tenía 50 años recién cumplidos, como yo, y sus tres hijos edades casi clavadas a los tres míos. Es de estas cabronadas de la vida que te dejan deshecho. Mi hija la pequeña, al enterarse de la noticia increíble, terrible, me miró y me dijo que estas cosas le hacen pensar que Dios no existe. Y es cierto. Hay cosas que no se entienden y no hay que tener 13 años para que te invada la sensación de no ser capaz de asumir palos como este. Y la única manera de intentar que el dolor no te pase por encima es, precisamente, agarrarte como puedas a los que tengas más cerca.
Ayer por la tarde, en el tanatorio, me resultó muy emocionante ver cómo esa familia rota, descosida, demolida se iba uniendo de una manera física para superar lo insuperable. Cómo unos se abrazaban a otros, se tocaban, se miraban, casi sin decir nada. Sabiendo que el apoyo del uno era el otro. Y viceversa.
En ese ambiente de unión bestial, surgió la madre de Miguel para pedirnos, por favor, que después del funeral nos fuéramos a celebrar la Nochebuena. A esa petición se fueron uniendo todos; la mujer y los hijos, los hermanos de Miguel nos exigieron a los que estábamos allí que celebrásemos la fiesta con alegría y que le dedicásemos la noche a él.
Y eso hicimos. Fue una Nochebuena rejodida, la verdad. Pero celebramos en familia y todos los que estábamos anoche en casa de mi suegra con el corazón y el estómago encogidos fuimos capaces de ir guardándonos poco a poco la tristeza e ir sacando un espíritu diferente que se pareció bastante a la alegría. A mí me recordó, salvando las distancias, a otra Nochebuena especial para mí; la que viví en el hospital acompañando a mi padre diez días antes de que muriera. Aquella tarde mi familia sacó también la fuerza de no sé dónde y nos fuimos con los niños a cantar villancicos al abuelo para que sintiera que hasta en una habitación de oncología de un hospital se puede celebrar la alegría del nacimiento de un Niño. Cuando se fueron yo me quedé a dormir con mi padre y pensaba que, dentro del dolor y de la pena por saber que le quedaba muy poco de vida, habíamos conseguido que sintiera que estaba con él su familia.
Mentiría si dijera que tengo un buen recuerdo de aquellos días tristes. Pero también mentiría si no reconociera que fueron días emocionantes en los que hubo cosas alegres que yo hoy recuerdo como bien vividas. No puedo decir lo mismo de lo que sucedió ayer, porque todavía me puede la pena. Pero tengo un sentimiento parecido de que ayer pasó algo que estuvo bien vivido al pensar en la unión total de una familia ante la hecatombe.
Y que esa familia, que en los artículos y reportajes se adivina como un campo de minas antipersona, es lo que marca la diferencia entre poder decir o no hoy Feliz Navidad. Aunque cueste un huevo. Feliz. Navidad.