Acabo de ver, con el corazón encogido, las imágenes del momento del cierre de las emisiones de la radiotelevisión Valenciana. Decenas de trabajadores coreando diversos eslóganes e intentando esquivar lo inevitable; que la policía cumpliera con la orden judicial de apagar la emisión.
A mí como periodista y productor de televisión y como ciudadano, este cierre me provoca una mezcla de sentimientos y reflexiones que desgrano y escribo prácticamente mientras las voy pensando frente al ordenador.
Es un drama, primero, para los cientos de familias que se quedan sin un sueldo. Es una carga de angustia, además, para mil y pico trabajadores que se quedan en la calle en uno de los peores momentos que recuerdo para nuestra profesión. Es también una pérdida de talento y de esfuerzo de años para conseguir poner en pie una tele. Recuerdo la frase de Martín Ferrand que decía que los espectadores se ganan de uno en uno y se pierden de 1.000 en 1.000. Hoy RTVV ha perdido cientos de miles, quizás millones de espectadores y no parece que el cierre haya provocado (que yo sepa al menos) ni un solo indicio de dimisión de algún dirigente político que haya tenido que ver con este desenlace. Que alguno habrá. Digo yo.
No sé si las televisiones públicas tienen sentido. Seguro que es discutible. Pero si alguien considera que deben existir, lo normal es que se pongan las bases y los cimientos para que sean sostenibles. Y eso es lo que se les ha olvidado a la mayoría de los gestores de televisiones públicas que yo he conocido. Y, desde luego, a los numerosísimos políticos de todos los colores que han ejercido alguna responsabilidad sobre medios de titularidad pública. Llevo más de 25 años en esto y, según mi experiencia, por lo general, los medios públicos se han gestionado teniendo en la cabeza la triste frase de la ex-ministra Carmen Calvo. Aquello que se le escapó de que “el dinero público no es de nadie”. Lo jodido no es que una política diga esta frase, porque puede ser un desliz; una frase sacada de contexto. Lo jodido es que yo estoy seguro de que ese es el sentimiento que tienen todos los que llegan a este tipo de medios de comunicación colocados por su amiguete de turno. En los años que llevo trabajando he visto a televisiones públicas nacionales y autonómicas pagar cantidades astronómicas inexplicables e imposibles de amortizar por derechos deportivos y cinematográficos. He sabido de peleas por derechos en las que las teles públicas pagaban cifras desorbitadas para quitarle el contrato de una peli o de un evento a una cadena privada. Ese disparo con la pólvora del Rey era mirado con estupor en los mercados internacionales en los que los productores de otros países se reían de nosotros, con un punto de desprecio, por tener semejantes gestores de la cosa pública. Y así nos ha ido, claro.
A todo esto hay que sumar, aunque tenga seguramente un menor impacto en el desastre económico, el hecho cierto de que las televisiones públicas trabajan con unos convenios colectivos que impiden generar contenidos a precios de mercado. Si yo tuviera la estructura empresarial, salarial y de organización del trabajo de una tele pública mi empresa llevaría cerrada desde 6 meses después de nacer. Y de eso yo no sé si son conscientes los sindicatos y los propios trabajadores que, aferrados a convenios colectivos de otra época, convierten en insostenibles sus propios puestos de trabajo. Con esto no estoy culpando a los trabajadores de esta situación. Pero creo que sindicatos y trabajadores de medios públicos deberían hacer esta reflexión antes de que veamos alguna otra televisión echando el cierre y yéndose a negro con policías de por medio. Los que no parece que estén muy por la labor de reflexionar son nuestros políticos que siguen teniendo muy larga la mano a la hora de pegar tajos y hacer recortes. Y pegan sablazos mirándonos siempre a los ciudadanos como si fuéramos malos chicos y los culpables de la bancarrota sin darse cuenta de que son ellos los que con años y años de gestión descerebrada, han sido los principales responsables de este desastre.
Archivo del Autor: lacabra
NO PIDA TÉ, FRANCISCO
Espero que a Francisco no le den una tacita. Y que me disculpen los que creen a pies juntillas que Juan Pablo I murió como consecuencia de un infarto de miocardio. Confío en que al Papa Bergoglio no le suceda algo así. No sé cuánto hay de leyenda, pero distintos investigadores, historiadores y expertos en el Vaticano dan versiones diferentes sobre la causa de la muerte de Albino Luciani el día 28 de septiembre de 1978. Los hay que dicen que le inyectaron o le administraron una dosis mortal de un potente vasodilatador. Otros apuntan a que Juan Pablo I falleció como consecuencia de la ingesta de una taza de té o de café en la que alguien había echado algo más que un poco de azúcar. No lo sé, pero parece verosímil, teniendo en cuenta que el ánimo reformador de Juan Pablo I quería acabar con los privilegios y el enorme poder que en el Vaticano tenían determinados personajes y grupos de presión. Se habla de la mafia, de la Logia P2, de grupos ultraconservadores, del Instituto de Obras de Religión (el llamado Banco Vaticano), del Banco Ambrosiano…
Es un poco como el asesinato de Kennedy. Había tantos a los que Luciani estaba tocando las narices, que la supuesta tacita, en caso de existir, pudo venir desde diversos frentes. A Juan Pablo I le sustituyó Karol Wojtila, un Papa que, aunque lideró numerosas reformas, no pudo evitar que el Vaticano mantuviera un cierto olor a naftalina y a podrido que llegaba lejos. Y no sólo eso. Juan Pablo II fue un Papa muy vanguardista en algunos aspectos, pero enormemente regresivo en otros. Se rodeó de los movimientos del catolicismo más conservadores y durante su Papado ganaron una fuerza inusitada el Opus Dei, Los Legionarios de Cristo y Comunión y Liberación. Mientras, eran orilladas otras órdenes y congregaciones de un perfil más abierto como los Jesuitas. Durante años en Roma no se movía una silla sin que diera el plácet el Prelado del Opus Álvaro Portillo. Tres cuartos de lo mismo sucedió con los Legionarios de Cristo. Tuvieron que pasar años y decenas de denuncias para que el depravado Marcial Maciel fuera expulsado del paraíso por un Papa que lo defendió a muerte. Y durante años se taparon las vergüenzas de los curas pederastas consiguiendo, entre otras cosas, que haya acabado dando la sensación de que hay más curas pederastas que normales, cuando, gracias a Dios, los religiosos con esas mentes enfermas son una excepción dramática en un grupo de hombres y mujeres, en su mayoría, de conducta intachable y entregada a los demás. La cuestión es que, entre unas cosas y otras, durante años la imagen de la Iglesia Católica se fue tornando antipática, lejana y apolillada.
Digo todo esto porque, en estos días, el Papa Francisco ha publicado una “Exhortación Apostólica”. Es uno de los textos más claros, más positivos y más cargados del espíritu de Cristo de los que yo he leído procedentes del Vaticano. Nos pega un meneo a todos. A los creyentes y a los no creyentes. Francisco se convierte en una especie de olivarero dándole a los olivos con la vara cosa mala. Y se agradece el vareo.
Probablemente todos encontremos en el texto varias cosas con las que no estemos de acuerdo, pero creo que lo importante es el espíritu que nos transmite; la exigencia a los católicos de que seamos mejores. Nos pide alegría, claridad en el mensaje, tolerancia, alejarnos del consumismo y mirar a los que menos tienen; cercanía a los pobres y a los que sufren. Dice cosas como que “El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la Revolución de la Ternura”. Olé. Y no piensen que es un texto cargado de buenismo. Da bofetones de esos que te dejan pensando y exige a sus obispos, a los sacerdotes y a los feligreses un compromiso con el verdadero mensaje de Cristo. Reclama a sus evangelizadores “cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena”. Y dice en las primeras páginas que “un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral”. Y me pregunto si muchas de esas frases no las habrá escrito pensando, es un poner, en Monseñor Rouco Varela.
Pues eso. Que Francisco se ha decidido a mover las ramas del árbol y parece que se aproxima una Iglesia nueva. O la misma Iglesia, pero con un mensaje distinto y, para mí, mejor. Espero que esta exhortación que nos anima a vivir nuestra fe con alegría, con optimismo y acercándonos de verdad al mensaje radical de Cristo, no la saltemos como una comba, ni la interpretemos cada uno a nuestra manera, con el botepronto ese que utilizan los niños para entender los mensajes básicos de la religión. Confío que no nos acabe pasando como a un primo de mi mujer que, cuando tenía siete años, en plena Semana Santa, se acercó a su madre angustiadísimo y le dijo: “¡¡Mamaaaá!! ¿Te acuerdas del niño Jesús que nació en Navidades?” Su madre le contestó que obviamente sí se acordaba y el niño lleno de zozobra le dijo: “¡¡Pues ya lo han matao!!”
Quizás estaría bien, por ejemplo, que se leyera la exhortación el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, al que tengo por buen cristiano. Si la hubiese leído estoy seguro de que anoche no se habría gastado la millonada que debieron costar las miles de caretas y decenas de pancartas que se hicieron para engordar aún más el ego de un grandísimo jugador de fútbol que, precisamente, fíjate tú, se llama Cristiano.
SER FAMOSO
Lamento ser así de directo y soez y quizás romper sueños infantiles de algún aspirante al Sálvame, pero ser famoso es un coñazo. Podría ponerme a buscar sinónimos y darles gusto a mi madre, a mi mujer y a mi tía Maravillas y decir que es un engorro, una lata, un fastidio, una pesadez o un tostón. Pero, mayormente, ser famoso es un coñazo.
Imagino que hay gente cuyo fin en la vida es ser célebre. Pero, cuando uno hace una carrera como es la de Periodismo, lo de que te puedas hacer famoso es una posibilidad, no un fin. Hombre, todos los que estudiamos periodismo tenemos un punto exhibicionista, vanidoso que hace que sintamos emoción, un cosquilleo, la primera vez que leemos nuestro nombre publicado o escuchamos a alguien darnos paso en una radio. Hay muchos de mis compañeros que lo niegan, pero casi todos los que nos dedicamos a esto tenemos un afán de protagonismo que no padece la mayoría de las personas normales.
COSAS BUENAS DE SER FAMOSO
Eso, como digo, no significa que uno estudie periodismo para hacerse famoso, pero es algo que va unido a nuestro negocio. Y reconozco que al principio es hasta divertido. Los primeros días en que te reconocen por la calle, los primeros autógrafos, las primeras veces que alguien te trata especialmente bien porque sales por la tele… Bueno de eso uno no se cansa; aunque hay que intentar no ceder ante las invitaciones para no echarlas de menos el día en que dejas de salir, porque se acaban gradualmente.
Mientras dura es estupendo y te proponen planes fantásticos, te regalan infinidad de cosas, te invitan a eventos en los que conoces a gente realmente interesante o te dicen que puedes irte con tu mujer y tus hijos gratis total a Eurodisney a cambio de hacerte una foto con Mickey Mouse. Yo, por suerte, tengo una mujer que odia el famoseo y siempre me ha dicho un NO rotundo cuando nos han propuesto cosas de estas. Y, de hecho, tenemos en casa setecientas fotos con Mickey, Goofy y hasta Chip y Chop, pero al viaje fuimos por nuestra cuenta y lo pagamos mi señora y yo con el dineral que ahorramos después de dejar de fumar.
NO TODOS LOS FAMOSOS SON LO MISMO
Pero a lo que voy, que me desparramo, es a que esa emoción inicial va pasando; que te reconozcan deja de ser divertido y pronto te das cuenta de que perteneces a un club nada exclusivo en el que hay mucha gente valiosísima y una ingente cantidad de petardos personales. Y me explico. Es famoso Matías Prats y lo es también Karmele Marchante, y no me negarán que la diferencia de solvencia y seriedad entre ambos periodistas es notable. Es célebre Arturo Pérez Reverte y lo es, a un nivel parecido, la reciente autora literaria Belén Esteban. Y es una estrella mundial Javier Bardem y no le va a la zaga, en reconocimiento social en España, Coto Matamoros.
Y en ese totum revolutum nadan las celebridades de este país y da pena cuando, en algún evento reciente he coincidido, y no voy a dar el nombre, con uno de los grandes literatos de España. No le pedía autógrafos ni Blasete, ni le hicieron fotos porque estaban periodistas y público mirando hacia la calle, como esperando el Santo Advenimiento. Yo me acerqué a darle algo de palique y, al cabo de unos minutos percibimos decenas de flashes destellando a nuestras espaldas. No era que hubiera llegado el Príncipe Felipe, ni Rafa Nadal o algún famoso que hubiera hecho algo glorioso por el país. Era que, en ese preciso instante, estaba haciendo su entrada Paquirrín.
OFERTAS RECHAZABLES
Y, vaya, no tengo nada en contra del muchacho, pero este mozo no es famoso, como sus hermanos mayores, por haber hecho algo en la vida, sino por sus andanzas genitales. Sin embargo es capaz de eclipsar con su llegada a otra celebridad que se ha ganado el reconocimiento con su talento.
Por eso me pasma que esté tan valorado socialmente el hecho de ser famoso y no entiendo que las personas que se dedican a crear nuevas celebridades o a recuperar famosos del pasado insistan tanto para que vayas a sus programas. A mí, desde que me fui de Antena 3 me han llamado para salir desde en el “Mira quien Baila” hasta en algunas de las islas, selvas o granjas en las que famosos en taparrabos intentan ganar un premio en metálico. Y lo malo no es que te llamen, que puedes hasta agradecerlo porque ofrecen buen dinero. Lo terrible es que, cuando les dices que muchas gracias, pero que no te ves ahí, te sueltan: “pero si a ti te viene bien salir, que llevas mucho fuera de la tele nacional”.
En fin. A ver cómo les explicas que tú eres feliz así, que ya no quieres ser más famoso de lo que eres y que, si algún día vuelves a estar en la tele nacional no quieres que sea porque te vea el país rascándote con una mano el escroto mientras con la otra intentas abrir un coco que se te resiste.
UNA AUTOESTIMA EXAGERADA
Pues eso, que, como decía al comienzo, lo de ser famoso acaba siendo un coñazo aunque, bien pensado, también te permite tomarte licencias que a la gente normal no se le toleran. Y un ejemplo reciente lo tenemos en Leo Messi. Hay que tener mucha autoestima para llevar a un acto público una americana como la que lució ayer cuando le entregaron en Barcelona la bota de oro de 2013. No sé si es que su estilista es altamente asesinable, o si, con lo de la multa de Hacienda, el pobre está pasando apurillos y se ha hecho la chaqueta en una modista, como en la postguerra, con unas cortinas robadas en la sala de un tanatorio.
P.D. 1 Quiero dedicarle esta Cabra a mi amiga Almudena, que está pasando un rato malo.
P.D. 2 Y todo mi ánimo para los demócratas venezolanos que sufren al Antofagasto Panocho de su país, Nicolás Maduro, cada vez más parecido a Adolf Hitler. Ayer, como Hitler en 1933, consiguió que el Parlamento de Venezuela le diera poderes absolutos para gobernar por decreto.
PETICIONES RARAS
Es lo bueno y lo malo que tiene Internet. Se me ocurren muchos motivos para pensar que es una de las mejores cosas que nos han pasado en los últimos años y otros cuantos para pensar que nos ha hecho la cusqui. Hombre, sucede con muchas cosas en la vida; que tienen el ying y el yang, lo blanco y lo negro, lo claro y lo oscuro. Decía Baura que nada es blanco o negro, que hay una gama de grises enorme, pero que hasta un jersey gris perla tiene en su reverso un gris más claro. Baura ni soñó con Internet pero es cierto que pocos inventos nos han cambiado tanto la vida a mejor, y pocos inventos, a la vez, nos han afectado a la intimidad y a las relaciones personales de una manera tan invasiva. Pocos avances nos han ayudado más a comunicarnos con los demás y pocos avances nos han conducido más al aislamiento con el que tienes a medio metro. Pocas veces una propuesta popular ha obtenido más éxito en menos tiempo, pero pocas veces también, el que quería hacer daño a otros ha tenido un altavoz tan enorme y tan poco riguroso como el de las redes sociales.
Digo esto porque hace unos días me sorprendió una petición que hizo un señor llamado Valero Rioja, a través una web de iniciativas populares, en la que el promotor se ciscaba, directamente, en el derecho de huelga. Imagino que todos estarán al tanto de la huelga de limpieza urbana que hay en la capital de España y de las burradas que están llevando a cabo diversos piquetes impidiendo que trabajen los servicios mínimos y esparciendo toneladas de basura por las calles. Ante estos desmanes, el ciudadano Rioja ha solicitado a las autoridades, a través de www.change.org, que intervenga el ejército para limpiar las calles y hacer el trabajo que no están haciendo los huelguistas.
A ver. Yo no estoy defendiendo a los cretinos que participan de manera violenta en los piquetes, ni a los que están destrozando papeleras y contenedores y esparciendo detritus por Madrid. Pero, oiga, sí defiendo el derecho de estos trabajadores a hacer su huelga y el de los piquetes informativos a informar a los que no siguen los paros. Lo malo, que hay que decirlo todo, es que estos piquetes informativos normalmente lo que hacen, más o menos y permítaseme la licencia, es decir: “te informo de que, si no haces huelga, te voy a calzar dos hostias, esquirol de mierda”. Y en estos días, algún sopapo han calzado los piquetes. Y ha habido actos vandálicos. Yo sí apoyaría, por ejemplo, una petición para que la policía actúe con firmeza contra los vándalos. No sé qué estúpidos prejuicios nos llevan a permitir que la gente en diferentes manifestaciones, celebraciones deportivas y jornadas de huelga haga el burro por nuestras ciudades sin sufrir ninguna consecuencia. En casos de estos, si actúa la policía y alguno se lleva una leche más alta que otra, pues se siente. Pero, si yo fuese ministro del Interior, ponía a la policía a ser inflexible y a identificar a todos los que rompan una papelera o vuelquen un contenedor y que caiga sobre ellos el peso de la ley. En estos días, por lo visto, se ha identificado a más de 200 vándalos y se ha detenido a una decena escasa. Pero no sé por qué me temo que, como sucede habitualmente, se van a ir de rositas y sin pagar lo que hayan roto, que es lo que impediría que, en el futuro, lo hicieran tan alegremente.
Claro que, bien pensado, también podría el ministro del Interior hablar con la Alcaldesa de Madrid y pedirle que pongan un poquito de buena voluntad para arreglar el asunto. Resulta que, en la última renovación de los contratos con las empresas concesionarias de limpieza, el ayuntamiento rebajó los precios en un 16% y dejó a cada empresa que se comiese su marrón correspondiente. Lógicamente, ante esta situación, las empresas han tenido que ajustar costes y ahí surge la posibilidad de los ERES y las protestas de los trabajadores. Pues en todo esto la Alcaldesa Ana Botella se está poniendo, medio de perfil, exigiendo a ambas partes que lleguen a un acuerdo como si ella no tuviera nada que ver ni con el origen de la huelga ni con el hecho cierto de que la inmundicia está invadiendo nuestras calles.
Mientras la Botella juega a hacer de Cleopatra en un friso, la petición del señor Rioja ha alcanzado las 30.000 firmas. Lo malo para él es que otra petición de los trabajadores de limpieza de Madrid pidiendo que se respete su derecho a la huelga le ha duplicado y van ya por las 66.000. Y, por cierto, ya que hablamos del poder de Internet, a ver si sacan un ratín, se pasan por www.bancodealimentos.es y, como les proponía la semana pasada, se apuntan como voluntarios a la recogida de alimentos de los días 29 y 30 de noviembre y 1 de diciembre. Necesitan 20.000 personas y, de momento, no llegan a las 10.000. Son 4 horas de nuestro tiempo para recoger comida y poder dársela a miles de familias que el otro día se preguntaron si a César Alierta le patinó alguna neurona cuando tuvo las santas criadillas de decir que se ha acabado la crisis.
EL BUEN CRISTIANO
Sé que me meto en un buen lío arrancando una columna de esta manera. Para empezar reconozco que no es un titular muy atractivo, aunque el papa Francisco esté consiguiendo que la Iglesia Católica, y el cristianismo en general, caigan algo mejor al vulgo patrio. Pero me van a permitir que hoy me ponga un poquito trascendente porque están pasando cosas que hacen que me remueva en mis fundamentos de cristiano de base. A ver, me explico. Yo no creo que, cristianamente hablando, sea un ejemplo de nada. De hecho, asumo que, si Rouco and friends analizaran mi modo de comportarme, probablemente llevarían al Vaticano mi expediente para una próxima excomunión. Porque todo depende del cristal con que se mire. Si le preguntas a uno del Opus qué es un buen cristiano, su definición tendrá poco que ver con la que haga, es un poner, un cura obrero de un arrabal de cualquier ciudad grande del mundo. Es muy difícil encontrar una definición homogénea de lo que es un buen cristiano. Pero creo que si, consideraciones morales al margen, yo tuviera que destacar dos de las principales aportaciones del cristianismo a la humanidad son el perdón y la misericordia. Es decir; la empatía con el que sufre. La capacidad de ponernos en el lugar del otro para perdonarle y para ayudarle aunque sea nuestro enemigo. Y son dos conceptos muy fáciles de expresar, pero jodidamente difíciles de aplicar en nuestro día a día. Por lo menos para mí.
Pero eso no quita para que me sorprendan algunas decisiones políticas en las que estoy seguro de que no ha habido ningún cristiano de verdad por medio. Y eso que se supone que en el PP debe haber más cristianos practicantes que en otras formaciones políticas. Por ejemplo la burrada esa de poner cuchillas en lo alto de la valla de Melilla para impedir el paso a los inmigrantes que buscan mejorar sus vidas al otro lado de la frontera. Yo no digo que no haya que establecer controles, pero coño, no me creo que no haya métodos mejores que provocarle heridas graves y dolorosísimas al que intenta saltar la alambrada.
A otro nivel, me ha sorprendido también la frialdad con la que el presidente de Valencia anunció que se cepillaba Canal Nou. Una sentencia anuló anteayer el ERE con el que habían echado a mil y pico trabajadores y, ante la imposibilidad de cumplir la sentencia, Alberto Fabra decide aniquilar la RTV. No entro en si son o no necesarias las teles públicas (yo creo que no), ni en si la estructura sindical y unos convenios colectivos excesivamente rígidos hacen insostenible el funcionamiento de una televisión pública (que me parece obvio), pero he echado en falta algo de misericordia en todo este proceso. ¿Se ha parado alguien a pensar si había otra solución antes de dejar a 1.700 familias en la calle? Parece que no y, de hecho, el consejo directivo de Canal Nou ha dimitido en desacuerdo con la decisión del Presidente Fabra y con la nota que se publicó al dar la noticia. Son dos ejemplos, pero hay infinidad de asuntos similares en los que los políticos a los que elegimos nosotros toman decisiones sin pensar en el sufrimiento que generan. Y yo creo que lo hacen todo a sabiendas de que nosotros, por pereza o por no mojarnos en exceso, preferimos mirar casi siempre hacia otro lado. Como tapándonos, los ojos, los oídos y la nariz.
Y es esa huida de la realidad la que hace, probablemente, que el otro día las dos noticias más vistas en la web de uno de los principales periódicos nacionales fuesen la del saludo de la Princesa Letizia a Belén Esteban en una fiesta y el anuncio de la custodia compartida para el hijo de Isabel Pantoja que ha sido papá y no ha aguantado con su señora ni dos telediarios. Pero es que la tercera eran unas declaraciones de la líder del PP en Catalunya que tuvo un hijo por lo civil y asegura que su churumbel tiene el mejor padre del mundo. Ya se puede caer el planeta, que nosotros estamos a lo que estamos. Como la gente del pueblo es sabia, eso se lo advirtió hace casi 70 años un ujier de un juzgado a mi tío José Luis que se estrenaba como juez en Coín. En su primer día de juicios en sala, mi tío le pidió que anunciara que era “Audiencia Pública”. El ujier voceó: “Audencia pública”. Mi tío le corrigió un par de veces y, cuando le iba a enmendar por tercera vez porque era incapaz de pronunciar “audiencia”, el ujier le dijo: “Mire zeñoría, zi da iguá. Aquí en no ziendo azunto de folleteo no viene ni Dió”. Pues eso, que ya se nos puede morir de hambre el vecindario que, si no hay morbillo, ni nos inmutamos. Así que, por si acaso, yo a mis lectores cabreros les animo a que miren un rato por el hambre del prójimo y se apunten a la iniciativa del banco español de alimentos. Se trata de participar los días 29 y 30 de noviembre y 1 de diciembre en una recogida masiva de alimentos. Necesitan miles de voluntarios y toda la información sobre la acción y sobre la ONG está en www.bancodealimentos.es. Si nos animamos y les echamos un cable seguramente no acabemos con el hambre en el mundo, pero algo haremos y sin duda, por lo menos, se nos va a quedar la conciencia un poco más tranquila.
CAGAÍTO
Así se debió quedar el pobre Obama después del inquietante anuncio de España en protesta por el espionaje al que, según parece, nos sometió Estados Unidos por nuestro bien. Es en estas pequeñas cosas en las que se nota si eres una potencia o un país de los del montón. No recuerdo si era Forges el que decía que lo que distingue a un español de un estadounidense es que el español cuando llega a un lugar en el que hay muchas banderas lo primero que hace es comprobar que está la rojigualda. El yanqui ni mira, porque da por hecho que la suya pende de algún mástil. Pues con esto del espionaje pasa igual. Hombre, molesta que te digan que tu aliado está escuchando tus conversaciones, pero después del anuncio de que EEUU había espiado hasta al Platanito, como que jode saber que no te están espiando. Por eso, cuando se ha sabido que también a nosotros nos espiaron, el gobierno español ha tenido que hacer el paripé de “huuuuyyy lo que me ha hechooooo” y decir la tontada esa de que “se podría romper el clima de confianza”. Una reacción incontestable que ha dejado demolida a la administración americana y le ha hecho responder con el paripé “huuuuuyyyy lo que me ha dichoooo”. Lo malo es que la cosa se está liando y ahora resulta que, según El Mundo, puede que nos hayan espiado con nuestra propia ayuda. Conclusión que yo creo que cortocircuitaría al propio Gila (q.e.p.d.) si estuviera entre nosotros.
Porque de todo esto, que no debería tener ninguna gracia, Gila habría sacado por lo menos para 5 monólogos inolvidables. O sea. Resulta que Obama (que, por supuesto, de esto no sabía nada porque lo han hecho los malotes de la CIA) está indignado y va a “ordenar una investigación interna”. A la vez nos dicen que, en el hipotético caso de que escuchen lo que hablamos, lo hacen por la seguridad de EEUU y por la nuestra. Es decir: no os hemos espiado, pero si lo hacemos, tontorrones, es por vuestro bien. Lo de la investigación interna de la CIA es como si alguien dice que va a hacer un análisis de dopaje en un bote de orina metiendo un folio Galgo; “Señores, si se pone azul el folio es que hay dopaje”. Y claro, como ni de coña se pone azul el folio, pues, oigan, que aquí no se ha dopado nadie. Eso; hazle tú una investigación interna a la CIA para ver si espía. Todavía se están riendo los funcionarios americanos con las cachondadas que dice su presidente.
Pues con las amenazas de nuestro gobierno pasa igual. Que se están riendo los de la CIA y el propio Obama. Bueno, quizás ayer por la mañana se inquietaron un poco al oír a Rajoy proferir la terrible amenaza de la comparecencia en el Congreso del Director de nuestro CNI. En fin.
Me habría gustado leer hoy la columna sobre este asunto del maestro Manolo Martín Ferrand al que homenajeamos anteayer en la Academia de la Televisión. Este episodio estoy seguro de que le habría dado para poner en marcha el sacapuntas de su columna “Ad Libitum” y dejarnos una de esas gloriosas frases de Baura, que era un personaje inventado muy útil para que don Manuel diera auténticas hostias como panes y explicara lo inexplicable.
En el homenaje se contaron muchas anécdotas de un hombre al que debemos, entre otras cosas, la televisión privada. Vistos algunos de los programas que circulan hoy en día, muchos podrán pensar que el Gordo (como, con perdón, le llamábamos los de la tropa) se podía haber ahorrado el esfuerzo. Pero, ironías al margen, es verdad verdadera que sin el empuje, sin el empeño y sin el liderazgo de Manuel Martín Ferrand, la historia de la televisión española de los últimos 25 años habría sido muy diferente. Yo sólo contaré dos conversaciones que tuve con él cuando yo arrancaba en esto como becario de Antena 3 de Radio en junio de 1987. Una secretaria nos metió a los 12 novatos en una sala y nos anunció que don Manuel nos quería dar la bienvenida. Imaginen los nervios. Uno de mis ídolos se iba a sentar en la misma mesa en la que estaba yo para darme la bienvenida. Llegó y nos pidió nuestros nombres. Cuando yo le dije el mío me preguntó; “vaya, así que ¿tú eres el poeta?”. Mi profesor de literatura de la carrera, Luis Blanco Vila, gallego como él, le había advertido de que en el paquete de becarios le llegaba un rapsoda. Yo no supe si tomarme aquello como algo bueno o como una de esas frases amenazantes de las pelis americanas de universitarios extrahormonados. Mientras yo pensaba en diferentes métodos para matar a mi profesor, empezó a hablarnos del periodismo y sobre todo de libertad. Nos dijo que en esa empresa íbamos a ser periodistas libres con dos únicos límites: la Constitución y la Casa Real. Igualito que hoy. Aquel fue para mí un día solemne, pero Martín Ferrand, en el trato corto como jefe no era en absoluto solemne. Era firme, pero cariñoso y siempre encontraba la frase justa que decirte, frecuentemente, con una coña interna considerable. Y lo comprobé pronto. Al mes de arrancar las prácticas me tuvieron que escayolar un pie. Nadie sabe por qué, me empezó a doler tremendamente el dedo gordo del pie derecho y en urgencias me pusieron una escayola y me indicaron una semana de reposo. Yo, como becario que era, no podía dejar de ir a trabajar, así que acudí a la calle Oquendo y me senté en mi mesa con la pierna en alto intentando tener margen de maniobra para usar la máquina de escribir. Un rato antes de que comenzara el informativo Crónica 3 al que me habían asignado, llegó por la redacción don Manuel y, al verme en postura tan extraña me preguntó: “¿Qué te ha pasado, muchacho?” Yo le contesté que no lo sabía; que, sin caerme ni nada, me había empezado a doler el pie horriblemente y me habían escayolado. El jefe me miró y me soltó una de sus frases cortas, directas y con retranca: “Cuando me dijo tu profesor que tenías mucha vida interior no sabía que se refería a esto. Cuídate…” De nuevo en aquel momento pensé en Luis Blanco Vila con intenciones homicidas, aunque no sabía lo que le iba a acabar agradeciendo para siempre, poco después, el haberme puesto en el camino de conocer a un hombre, a un periodista y también poeta llamado Manuel Martín Ferrand, de la Coruña.
LA HIJAPUTA
Me van a perdonar el exabrupto, pero no sabía cómo arrancar esta Cabra posterior a la decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, que nos cortó la digestión hace unos días.
Por si alguno no lo sabe, que lo dudo, anteayer salió de la cárcel Inés del Río. Inés es una etarra que asesinó a 24 personas y que fue condenada a 3.828 años de cárcel por delitos que cometió antes de la entrada en vigor del código penal de 1995. Suena a broma, pero, por las distintas redenciones de pena que se recogían en nuestro ordenamiento jurídico, esta señora debería haber cumplido sólo 20 años de esos casi 4.000. Pero en 2006 hubo una decisión del Tribunal Supremo, respondiendo a un recurso del etarra Henri Parot, que supuso un cambio en esas redenciones; las reducciones de pena no se aplicarían sobre los 30 años del máximo que una persona puede estar en prisión, sino sobre cada una de las condenas acumuladas por el recluso. De este modo, se evitaba el absurdo de que una persona condenada por muchos asesinatos pudiera recibir el mismo trato que el autor de una única muerte. Esto se llamó la “doctrina Parot”. Y la aplicación retroactiva de esta “doctrina Parot” en el caso de Inés del Río la tumbó a comienzos de esta semana el susodicho Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo.
Hay muchas maneras de interpretar lo que ha sucedido allí. El TEDH da por mal parida una decisión aprobada por nuestro más Alto Tribunal y la aplicación retroactiva de una doctrina que, por lo que parece, vulnera los más fundamentales derechos de la etarra. Yo no pienso, como muchas personas a las que he leído, que sea absurdo invocar el respeto a los Derechos Humanos para dejar en libertad a una asesina miserable. Precisamente lo que nos diferencia de estos seres abyectos es que nosotros no nos pasamos las leyes, ni los derechos por el arco del triunfo. Otra cosa es que esté de acuerdo.
Porque he estado estos días hablando con juristas de un lado y de otro y todos coinciden en lo mismo; en que es discutible lo que ha sentenciado Estrasburgo y en que el Tribunal Europeo no discrepa de la doctrina Parot, sino que discrepa de la aplicación con carácter retroactivo de esta doctrina en el caso de la tal Inés. Porque en tertulias y en artículos he escuchado y leído que Estrasburgo nos daba un “bofetón jurídico”, que algunos “sentían vergüenza” y “se les ponían los pelos de punta pensando en que en nuestro país podíamos vulnerar los Derechos Humanos” y sandeces similares. Tanto, que da la sensación de que a algunos les escandaliza más que España haya aplicado retroactivamente la doctrina Parot a esta etarra, que el hecho de que puedan salir a la calle antes de tiempo algunos asesinos. Es el problema de no llamar a las cosas por su nombre. Si no dejamos claro que los etarras eran unos vulgares asesinos y nos liamos hablando de “proceso de paz” y de “mesa de negociación”, parece que aquí estamos tratando de igual a igual con unos pobres infelices a los que la opresión estatal obligó a ser un poco malos chicos. Y no hay negociación que valga; oiga, entregue usted las armas, arrepiéntase, pida perdón a las víctimas y luego ya veremos si somos más o menos piadosos, indulgentes y magnánimos con ustedes. Pero aquí no; principalmente en la época de ZP estuvimos hablando de un “proceso de paz” como si hubiera habido una guerra entre dos estados. Nos pusimos a una supuesta misma altura con los terroristas, y claro, nos acabamos haciendo un lío. Y hay algunos que piensan que no pasa nada porque la tal Inés del Río salga de prisión antes del tiempo razonable y no se dan cuenta de que no estamos sacando a la calle a una noble guerrera, ni a una militar de un ejército derrotado o a una gudari que luchó por la liberación de su patria. Estamos dejando libre a una pedazo de hija de puta del tamaño de La Cibeles que ha cumplido un año y poco de prisión por cada uno de los 24 asesinatos que cometió en nombre de ETA. No estamos liberando a una luchadora llena de ideales; estamos mandando a la calle a una mujer mala que puede volver a matar en cualquier momento y que sigue pensando que lo que hizo está perfectamente justificado. Que es lo peor. Lo digo por si a alguien se le había olvidado. Que lo parece.
En fin, menos mal que el sábado juegan el Barça y el Madrid y vamos a volver a centrarnos en lo que de verdad importa. Saber si, como decía un amigo que es un rapsoda del fútbol: “a ver si después de Tito, y ahora con Tata, el Madrid va a poder jugar con el Barça al Teto”. Aunque después de lo visto anoche con la Juve, no sé yo…
WASHINGTON DEL MARESME
Es uno de los principios del cansinismo; ser inasequible al desaliento. Y no sé ustedes, pero este que suscribe está hasta los epidídimos* de oír quejarse a los nacionalistas de lo malos que somos los que no les dejamos hacer lo que les sale de los conductos deferentes*. Con lo que no cuenta un cansino profesional es con encontrarse con otro profesional, pero del escapismo. Rajoy es probablemente el mejor antídoto contra la pesadez, porque puede desesperar al más insistente a base de no hacerle ni caso, pero es raro que así se solucionen los problemas. Rajoy cree que, si mira para otro lado, Mas se va a aburrir. Y no sé yo, aunque el President de la Generalitat está atrapado en un enorme y a la vez estrechísimo callejón sin salida. Por si fueran pocas las bravatas de Mas, que es el poli malo, ahora se descuelga Durán i Lleida, que es el poli bueno, y nos dice que, cuidadín, que como esto siga así lo mismo el malote de Mas nos suelta en la cara una declaración unilateral de independencia, como si fuera el George Washington del Maresme. A mí Mas, e incluso el poli bueno, qué quieren que les diga, me la refanfinflan, pero no me pasa lo mismo con la relación de Cataluña y los catalanes con el resto de España y los demás españoles.
Y no digo que a Rajoy no le preocupe, pero meter la cabeza bajo tierra suele servir de poco. Es una técnica que dicen que usa el avestruz. Yo nunca he visto a una de estas gigantescas aves practicar el enterramiento de cabeza, pero sí he visto a bastantes seres humanos hacerlo. Tuve un jefe, con el que me llevaba incluso bien, que estaba convencido de que los problemas se solucionaban simplemente con no mirarlos. Y claro; es cierto que desaparecían… pero desaparecían de su vista. Porque los problemas seguían ahí, los tíos, pertinaces, a pesar de que él, sagazmente, siempre los esquivaba con la mirada. Y a base de dejar de mirar hacia los problemas, fue acumulando una torre que, cuando estalló, se lo llevó por delante a él y, unos años después, a bastantes de sus subordinados. Algo similar le pasa a Rajoy con el tema de Catalunya, que es un problema que, como no lo mira, pues no existe, oiga. Sucede igual con sus ruedas de prensa vía plasma, que él piensa que, como no los ve, los periodistas no están. Y él así es más feliz. Hombre un poco de razón tiene, porque yo creo que una de las desgracias de España es que el periodismo de verdad está desapareciendo. Hay muchos periodistas de un lado o del otro, pero quedan pocos periodistas independientes en estado de alerta y dispuestos a ser críticos con lo que se les ponga por delante. Lo cierto es que a Rajoy lo de coger el toro por los cuernos, ponerle el cascabel al gato o colocar los escrotos* encima de la mesa le genera esa inseguridad tan característica de nuestro primer ministro, que hace que los ojos se le vayan para los lados y le cueste tragar. Que ya podría hacer algo para mejorar su cara de póker porque, cuando le hacen una pregunta incómoda (en el extranjero) o cuando tiene que hablar de frente a una cámara sobre un tema delicado, muestra unos ojos parecidos a los que pondría el Gato con Botas de Shreck si tuviera estrabismo.
En fin, que me escapo. A lo que iba es a que con el tema de Cataluña llevamos demasiado tiempo haciendo el bobo y quizás deberíamos tomar nota de la idea que propone, entre grandes críticas, el ex presidente Aznar. Que es un cachondo. Porque este gran líder, este enorme estadista que hoy reclama a su partido que evite “el desaguace de la Nación y del Estado que propone el nacionalismo”, es el mismo que parlaba catalán en la intimidad con aquel Pujol enano que debía hablar castellano y que le agarraba el paquete* con inusitada fuerza. En este intento de desguace de la idea de España han participado por supuesto los nacionalistas, pero ahí han estado también con su pico y su palita los diferentes presidentes del gobierno, Aznar incluido, que les han dado todo lo que han ido pidiendo en años de mayorías relativas en el Congreso.
Y ahí seguimos. Constantemente sometidos al chantaje de Mas, que dice que le robamos cosa mala, y a las sutiles amenazas de Durán, que va de ponderado, pero suelta bombas como lo de la declaración unilateral de independencia, así como dejándolo caer. Y, claro, Durán no quiere oír hablar de emancipación, pero si en el viaje absurdo que ha abierto Mas le cae algo a Cataluña pues, osti tú, no van a ser tan tontos de no aceptarlo.
Y me van a permitir que les deje así a botepronto, pero me voy para Barcelona a ver si el escolta de Mas me cuenta el truco para que le crecieran tan lozanas las plantas de marihuana de su jardín. Yo estoy ahí trabajando como un perro en mi huerto y no consigo que me maduren adecuadamente los calabacines.
* Sirvan estas finísimas maneras de decir cojones o similares para congraciarme con mi madre, mi mujer y mi tía Maravillas, que frecuentemente me critican por el uso en las Cabras de palabras bajunas y vulgares.
EL PUEBLO
Tengo algún amigo muy fascista y algún otro muy comunista, que piensan rotundamente que la democracia es un sistema podrido. Ellos defienden que no puede valer lo mismo su voto (el de una persona sú-per-lis-ta, por supuesto) que el de otra persona que no tiene sus mismos estudios, su educación y su inteligencia natural para afrontar lo que les toque vivir. Son ellos, los listos, los que, cuando a un país le vienen mal dadas, acaban ofreciéndose para guiar al pueblo que, sin ellos, estaría perdido. Y lo malo es que los pueblos, cíclicamente, entregamos sin pensar el poder a esos líderes para volver al útero en el que no tomábamos decisiones, pero estábamos muy tranquilos. En esa dejación de la ciudadanía nadan felices los déspotas que llegan tocándonos suavemente la cabeza, como diciendo: “Bueno, vale, ya que me lo pedís, acepto guiaros”. El paternalismo de fascistas y comunistas sería patético y hasta daría risa si no fuera porque están siempre a la vuelta de la esquina, asomando la patita, como diciendo: “Hey, chicos, que estamos aquí, que nunca nos hemos ido…”
Escribo esto porque recientemente se está viendo un auge de partidos filo-fascistas y filo-comunistas en diferentes elecciones de nuestro entorno. Me hace gracia la preocupación con la que en general se habla del resurgimiento de la ultraderecha, sin hacer excesivos ascos al resurgimiento de la extrema izquierda. Es algo que siempre me ha chocado tremendamente; cuando alguien (aunque sea muy de izquierdas) hace algo malo malísimo, cuando se cisca en los derechos civiles o contraviene las normas de la democracia, se le califica como “fascista”. Por ejemplo a los etarras, que son ultraizquierda pura, se les ha calificado frecuentemente de “fascistas”. Incluso, este denominativo se utiliza como insulto en según qué foros. Sin embargo, jamás el denominativo “comunista” se usa como elemento insultante en un rifirrafe dialéctico. Y a mí me parecen ambos la misma mierda. Y una mierda peligrosísima, por cierto. No sé si es la pátina de la supuesta defensa de los trabajadores y del supuesto reparto de la riqueza del comunismo, pero tiene una imagen ante la sociedad mucho mejor que el fascismo. Vaya; yo no he contado los millones de personas muertas, desaparecidas, torturadas, encarceladas o exiliadas por ser enemigos de las causas fascistas, nazis o comunistas, pero estoy seguro de que, en un torneo de exterminadores, acababan empatando. Aún así, el comunismo goza de una buena imagen sorprendente todavía hoy. Yo mismo, si veo a alguien portando una bandera con una esvástica o con el yugo y las flechas siento inmediatamente miedo y asumo que el que la porta es un tío violento al que habría que encarcelar. En cambio, si me cruzo con un mozo enarbolando la bandera de la hoz y el martillo, probablemente hasta le sonría y piense de él que es un tío idealista, buena gente, con el que me iría encantado a tomar unas cañas.
Decía el filósofo Stefan Zweig que los pueblos en períodos de zozobra necesitan a líderes que los anestesien, aunque, para que nos den esa anestesia tengamos que renunciar a nuestros derechos más elementales. Y esos líderes unas veces vienen a liberarnos del yugo de los ricos y otras veces a liberarnos del yugo de los de la dictadura del proletariado. Unos en nombre del fascismo y otros en nombre del comunismo, son anestesistas de la voluntad popular que siempre tienen una excusa magnífica para imponernos a los demás su liderazgo. Y así, les dejamos hacer hasta que, indefectiblemente, se les va la mano. Es entonces cuando el gen de la libertad (que está clavado en nuestro ADN) acaba explotando y mandamos a esos líderes tan majos a la mismísima porra hasta la próxima.
O sea que, por mucho que mis amigos comunistas y fascistas piensen que los pueblos somos genéricamente tontos, al final acabamos sacando una lucidez que nos permite, de vez en cuando, poner a cada uno en su sitio.
Lo triste es que luego pasan cosas que casi dan la razón a mis amigos los totalitarios. Sucedió hace un par de semanas y desde entonces llevo dándole vueltas al absurdo. Yo imagino que si, a cualquiera de nosotros alguien nos roba dinero, lo normal es que al ver al ladrón, tendamos a querer agredirle, insultarle o, sencillamente, por lo menos, mirarle mal. Lo que sería raro, es que le hiciésemos el pasillo al chorizo lanzándole vivas y tocándole la chepa a su paso. Pero algo parecido sucedió en unos juzgados de Barcelona en los que iba a declarar Messi por el confesado “olvido” de declarar 4 ó 5 milloncejos de euros de nada. Lo de la puerta de ese juzgado, es para que alguien haga un estudio socio-psicológico. Allí estaba «el pueblo», cientos de personas para aplaudir al ídolo blaugrana gritando: “¡¡¡Meeeeeesssiiiii, Meeeesssiiiii!!!!! Y yo no dudo de que, verdaderamente el muchacho ignorara que su papá estaba defraudando, pero hombre, de ahí a aplaudir a uno que nos ha quitado millones de euros, va un trecho. Porque casi nunca nos damos cuenta de eso, pero los cuatro o cinco millones de Messi, que hacían falta, nos los ha ido quitando a poquitos el simpatiquísimo Montoro a los que no tenemos posibilidad de defraudar con esa alegría vital.
Y por si alguien piensa que escribo esto porque soy del Madrid, les diré que, al principio de esta Cabra, cuando estaba hablando de los líderes paternalistas que vienen al mundo a salvarnos, me estaba acordando de Florentino y de los socios del Madrid. Lo que no sé yo es cuándo ni cómo va a explotar ese gen de la libertad en el madridismo. Claro que a lo mejor lo que pasa es que, cuando se habla de fútbol, ese gen, el pobre, permanece dormido le hagan lo que le hagan.
¡MARCHANDO OTRA DE TONTÁS!
Como no estoy muy al tanto del articulismo patrio, y eso que soy bloguero, no sé si soy ya el decimoséptimo que escribe sobre el tema, pero una diputada de Izquierda Plural me hizo ver la semana pasada que lo de las tontadas no es exclusivo de los partidos que tocan gobierno. Ya dediqué una Cabra hace meses a las tontás que tanto practican nuestros partidos hegemónicos. No imaginaba que, tan pronto, iba a hacer otra hablando de partidos no tan fuertes.
Sucedió en la comisión de control parlamentario a RTVE. El presidente de la Corporación, Leopoldo González Echenique fue conminado por la diputada de Izquierda Plural, Laia Ortiz a rectificar y pedir disculpas por el tremendo error, el innombrable desprecio a la democracia, de haber denominado “Caudillo” a Franco en una información de un telediario. Cáspita. No sabía yo que el término Caudillo fuera laudatorio. O sea, que llamar Führer a Hitler o Duce a Mussolini, ¿es alabarles? Hombre, si hubiera añadido algún adjetivo apologético, vale, pero estoy seguro de que el periodista buscaba una manera de no repetirse llamándole todo el rato “Franco” o “el dictador”. En cualquier caso, me he entretenido en mirar lo que pone la RAE al buscar “Caudillo”, no fuera que la de IP tuviera razón y el panoli fuera yo. Y ahí en nuestro diccionario dice:
CAUDILLO: (del latín capitellus). m. 1.- Hombre que, como cabeza, guía y manda la gente de guerra. 2.- Hombre que dirige algún gremio, comunidad o cuerpo. Salvo que la señorita Ortiz quiera criticar la tendencia machista de la RAE que habla de “hombre” (porque la palabra tiene sólo acepción masculina y no hay Caudillas), no entiendo su enojo. Es que estamos instalados en una estupidez de lo correcto que nos lleva a preguntas como la de esta diputada, que no me creo que no tenga nada mejor que hacer desde su escaño para arreglar el país. Lo peor de esto no es que haya una diputada que exija explicaciones y una disculpa. Es que va el presidente de RTVE y se las da. Y dice que van a estar muy atentos para que no se repita tal afrenta a la democracia. Es que me despiporro (por no decir que me descojono, que luego me regañan mi madre y mi esposa). Pero es esa manía de cogérsela con papel de fumar con determinados asuntos. Pasa con los musulmanes. Si uno oye el discurso de la izquierda parece que aquí en España los únicos cabrones de la Historia hemos sido los cristianos. Hemos aniquilado la cultura y la presencia de judíos y moros, de los indios americanos y de no sé quién más. Y claro gracias a esos estereotipos pues acaban saliendo concejales como el de Mijas que se oponía a denominar una avenida como “Del Descubrimiento” porque era imperialista, pero no le importaba que se llamara “Villa Romana”. Otro listo. Porque el problema no es que este señor no sepa Historia, que está por ver. El problema es que es practicante de la tontá y mezcla churras con merinas. Para gran parte de la izquierda española, por ejemplo, los árabes que vinieron a la península eran unos alegres muchachotes que sólo trajeron progreso y cultura al país. Y que nos condujeron al camino del Islam con joviales juegos florales sin derramamiento de sangre. Lo malo es que se lo creen y ponen como muestra de la bestialidad de los cristianos la barrabasada que se hizo en Córdoba con la catedral renacentista superpuesta a la Mezquita. Y yo estoy de acuerdo. Es para matar al que se cargó medio templo musulmán, pero es que se nos olvida algo sin mucha importancia; la Mezquita fue edificada sobre los muros de la antigua basílica visigoda. Pero eso da igual, claro, porque lo hicieron “los buenos”, y sus razones tendrían.
Pero las tontadas que me alteran los nervios, no sólo las hacen los políticos. Me van a permitir que termine con unos personajes que aparecen y desaparecen de nuestras vidas como el Guadiana; los ciudadanos indignados con lo que haga falta. Son esos que pitan a los reos en los juzgados o, como hemos visto en estos días en Santiago, a las personas que son detenidas y llevadas al lugar del crimen. Son aquellos que chillan: “¡¡¡¡hijoputaaaaa!!!!” o “¡¡¡¡Asesinoooooo!!!” aunque no sepan de qué va la vaina y ni conozcan a las víctimas de los presuntos delincuentes. Pero ellos están allí para ser testigos directos del drama; fedatarios de la remierda. En mi época de reportero de calle me chocaba comprobar que había gentes a las que te ibas encontrando una y otra vez en diferentes lugares; los reventas de los más diversos espectáculos, los gorrones de canapés de las inauguraciones oficiales y estos indignados. Yo recuerdo lo que me impresionó una señora a la que vi una vez chillando y llorando desconsolada a la puerta de la casa de un presunto asesino en un barrio de Madrid. Meses más tarde volví a cruzarme con esos ojos, esta vez no llorosos sino indignados. A la salida de un juzgado aquella mujer gritaba contra otro detenido. Cuando la reconocí me dirigí a ella y le pregunté por la casualidad de que tuviera relación personal con ambas víctimas. La señora me miró como dando por hecho que yo no me enteraba de nada. “Si yo no las conozco… Es la indignación del pueblo, hijo”, me dijo. Y allá se quedó soltando por su boca los más espantosos improperios. Tan feliz.
Por eso viendo a este tipo de ciudadanos, me alegro tanto de que hayan cambiado los tiempos y ya no se lleven los linchamientos ni las ejecuciones de reos en la Plaza pública. Porque creo que estos que hoy dejan que se inyecten en sangre sus ojos contra el malo, son los mismos que hace unos siglos disfrutaban viendo oscilar, pendiendo de la soga, el cuerpo sin vida de los ahorcados.