Si comenzara esta Cabra diciendo que “las apariencias engañan”, creo que algunos de los que fueron mis maestros se revolverían en sus tumbas o en sus asientos y, los vivos, me darían una colleja de las gordas en nuestro próximo encuentro.
La semana pasada hice un viaje a Suecia y me sucedieron varias cosas que uno jamás piensa que le van a pasar en Suecia. A ver; me explico. No sé ustedes, pero yo, antes de ir a Estocolmo, pensaba en este país y veía varias cosas claras:
- Suecas despampanantes que nos acosarían dado nuestro viril atractivo latino (qué daño hicieron Landa, Pajares y Esteso).
- Una organización exquisita de la Conferencia Ministerial sobre Seguridad Vial a la que iba.
- Y, en líneas generales, un orden pulcro en todas las cosas que tuvieran lugar.
Y, oigan, qué decepción.
TÓPICOS DERRIBADOS
De lo de las suecas despampanantes nos dimos cuenta rápidamente y, pasada la primera tarde-noche, se nos habían quitado todas las fantasías torremolineras.
De lo de la organización exquisita se nos cayeron los palos del sombrajo al día siguiente de llegar. Mi compañera Elena había ido a la sede de la Conferencia a recoger nuestras acreditaciones. Mostró los DNI de los 3 del equipo y le entregaron unas cintas de esas de las que colgaban unas cartulinas con un código de barras. Elena ni se fijó en los nombres, pero, cuando nos repartió las credenciales en el desayuno, nos dimos cuenta de que las 3 tarjetas estaban a nombre de una tal señora Duncan.
Ya no teníamos tiempo de volver a pedir las acreditaciones porque a la inauguración del evento iba el Rey Carlos Gustavo y había que estar muy pronto porque las colas iban a ser tremendas. Así que nos fuimos para allá rezando y esperando que el absurdo se mantuviera y que pudiéramos entrar a pesar de que, al menos 4 personas (la original y nosotros 3), llevaban exactamente la misma acreditación.
NOS COLAMOS
Y entramos. O sea; en un evento presidido por el Rey de Suecia en el que había ministros y autoridades de 140 países de todo el mundo, se cuelan 3 españoles que se llaman todos Duncan.
Claro que, poco después, a mí se me hundió también el mito del orden pulcro. Resulta que, al terminar los discursos, la presentadora convocó a los principales delegados de los países y a los que habían intervenido en la sesión inaugural a hacerse una foto con el Rey. Juro que el cipote que se montó parecía más la foto de los chavales de un viaje de fin de curso en la puerta de un garito, que una foto oficial. Es más; pensando ya en esta Cabra, estuve a punto de meterme en la foto en plan Pequeño Nicolás, pero me conformé con hacerme un selfie con el enorme caos a mis espaldas.
Quizás a primera vista no parece tan caótico, pero hay que saber que, mientras pasaba todo esto, la pobre presentadora se desgañitaba pidiendo a todos los delegados que dejaran el primer escalón del escenario libre para el Rey y las principales autoridades. Y ni caso. Ministros y Secretarios de Estado varios dijeron que se moviera Rita, se hicieron fuertes en la primera fila y obligaron a su Majestad a quedarse en un lugar que no era el suyo.
Luego las cosas salieron bastante bien y, en los dos días de Conferencia, no pasó nada digno de mención y todo funcionó estupendamente. Fuimos a cambiar nuestras acreditaciones y, ya por fin, éramos Elena, Ángel y Carlos, de La Nuez Producciones (Spanien), pero después de aquella mañana se me cayeron algunos mitos escandinavos y ya los suecos (y las suecas) nunca serán para mí lo mismo.
HONRADEZ A PRUEBA DE BOMBA
Ahora; como te digo una có, te digo la ó. Esa tarde al llegar al hotel me sucedió algo que, francamente, no sé si me ocurriría en hoteles de otros países del mundo. Yo no me había dado cuenta, pero, del pantalón que había utilizado el día anterior, se me habían caído 70 euros. Cuando entré en el baño de mi habitación, me acerqué al lavabo, y vi apoyados y abiertos lo billetes, uno de 50 y otro de 20 euros. La persona de limpieza los había encontrado arreglando la habitación y me los había dejado ahí en un alarde de honradez que agradecí de manera muy expresa en la Recepción.
O sea; que a veces las cosas son lo que parecen y, otras muchas, no. Por ejemplo yo estoy hasta las mismísimas de que la gente me pregunte por un pin de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Presenté hace unos meses un evento de Amref Salud África en el que se recaudaban fondos para acabar con el horror de la mutilación genital femenina. Y, desde entonces, lo llevo porque creo que hay tantas cosas que mejorar en el mundo que me parece bien recordárselo a la gente.
Y no saben cuántas personas me han preguntado que si lo llevo por el Orgullo gay, que si soy de Podemos, o del PSOE, aunque el récord de extravagancia lo ganó una señora que me preguntó si lo llevaba por haber participado en la Ruleta de la Fortuna. Y no solo eso; yo soy cristiano. Y Católico. Y llevo siempre una cadena con una pequeña cruz. En muchas ocasiones juego con la cadena y la llevo por fuera de la camisa o del jersey y ha habido gente a la que le ha resultado chocante que, siendo del Opus, llevase un pin de Podemos. Porque esa es otra; no tengo nada contra los del Opus, pero hay gente que piensa que uno solo lleva una cruz si es de una rama conservadora del cristianismo.
LOS ARTISTAS ¿SON UNOS VAGOS?
Que las apariencias engañan, aunque me den una colleja mis Maestros. Y uno que lo sabe bien es el guitarrista clásico alicantino Ignacio Rodes. Una tarde, la mujer de Rodes llegó a su casa antes de que se fuera la señora que hacía la limpieza y la comida. Cuando la esposa llegó al salón, la empleada de hogar le dijo: “Ande señora, siéntese, que le voy a preparar un cafetito para que descanse. Que usted sí que trabaja, no como su marido que está ahí todo el día, tocando la guitarra…”