ELOGIO DE LA ALEGRÍA

Pues fíjate tú que, a pesar del nombre, igual resulta que Ronaldo no es un buen Cristiano. Imagino que habrán visto que el jugador portugués luce en los últimos partidos una cara que oscila entre la angustia, la frustración, el enfado, la ansiedad y la ira. Lo que viene siendo cara de mala leche. Y hombre, se supone que, aunque lo haya dejado con Irina Shayk, debería ser uno de los hombres más felices sobre la faz de la tierra. Triunfa en lo suyo, juega en el Real Madrid y gana más pasta que la que ganan en un año, todos juntos, los vecinos de manzanas enteras de edificios en cualquier ciudad del planeta. Pero él está cabreado. O triste. Es raro que encadene dos partidos sin hacer un mohín a un compañero, sin quejarse por esto o por aquello, o sin explotar de rabia si él no marca y sus colegas sí lo hacen. Y, aunque en los últimos tiempos es especialmente notable, no es algo nuevo en el 7 del Madrid. Sus compañeros le disculpan y dicen que es el gen competitivo y tal y tal… ¡Qué van a decir! Pero yo creo, sencillamente, que es un muchacho malcriado. Y no me refiero sólo a su semblante de mal café, sino también a su tendencia a celebrar los goles con cara de haber conseguido soltar (por fin) un truño que se le había atascado en el conducto evacuatorio cular. O a aquel gesto altivo quitándose el polvo del escudo de campeón del Mundialito, cuando le expulsaron en Córdoba por patear a un defensa que le estaba volviendo loco.
Sé que esto me puede generar enemistades, sobre todo en ese grupúsculo de gente averiada que circula por Twitter. Son esos que, cuando dices algo que no les gusta, te sueltan burradas, insultan a tu madre, a tu mujer, a tus hijos y te desean la muerte, supongo que con la esperanza de que, la próxima vez, se te quiten las ganas de seguir diciendo cosas. Pero vamos; no vean ustedes cómo me la refanfinflan. Estos maleducados de Twitter depondrán en toda mi familia, pero a mí me parece que Cristiano Ronaldo debería hacer honor a su nombre de pila y escuchar al líder de la Iglesia Católica. Igual así me caía algo mejor.
Digo esto porque, ahora que se cumplen dos años del papado de Francisco, tengo muy presentes varias de las cosas que dijo el Pontífice en sus primeras homilías. Me gustó desde el principio un hombre que vino a quitarle aspereza a la Iglesia, a hacerla cercana. Dijo Francisco un día de aquellos algo que se me quedó marcado: “El cristiano es un hombre de alegría”. Y no crean que fue una frase que a mí me cayó en el saco roto de las cosas que escuchas y se van como si fueran arenas en un tobogán. Por eso me acordé del Papa este lunes.
Jugué un torneo de golf que organiza cada año la Fundación Síndrome de West para obtener fondos e investigar esta enfermedad rara. Era una competición entre toreros y periodistas (que ganamos los de la canalla, por cierto) y en la ceremonia de entrega, se anunció que el Premio a la Trayectoria Golfística de 2015 se le daba a un jugador histórico que ha hecho mucho por el golf en España. Se llama Manolo Piñero y le recordarán porque fue de aquellos pioneros que, junto con Seve y los Garrido, Cañizares, Barrios, Sota y demás valientes pusieron al golf español en el mapa surgiendo desde la nada.
Manolo nos emocionó a todos hablando de sus comienzos. De cómo su familia, muy humilde, llegó a Madrid a mediados de los años 60. Cómo él arrancó de caddy con 11 años llevando las bolsas de los señoritos que eran los únicos que, en aquella época, podían jugar al golf. Cómo se hizo profesional a los 16 para intentar ayudar en su casa. Y cómo sus padres reunieron, con un esfuerzo sobrehumano, 24.000 pesetas (lo que vendrían a ser hoy unos 6.000 euros) para que Manuel pudiera ir a jugar 5 torneos y probara si era capaz de sobrevivir en esa selva del deporte profesional.
Manolo nos habló también del resto de su carrera, de las tremendas alegrías, de alguna pena, de lo agradecido que está al golf y a sus compañeros y de lo que ha disfrutado de la vida que ha tenido y sigue teniendo gracias a este deporte. Pero nos reveló que en ningún torneo tuvo nunca mayor presión que en aquel arranque de su andadura. Decía Manolo que muchas veces le habían preguntado por la tensión, por los nervios de saber que un putt vale un torneo, o que en un buen golpe te juegas muchísimo dinero. Y nos confesó que para él, eso no era presión. “Presión es que tus padres humildes consigan reunir 24.000 pesetas para que juegues al golf y tú sepas que tienes 5 torneos para devolverles ese dinero.” “Y el mayor orgullo, volver tiempo después y poder darle a tus padres las 24.000 pesetas y 5.000 más que había conseguido”.
Manolo luego ganó torneos importantísimos; campeonatos del mundo, Ryders, premios individuales, pero a pesar del dinero y de la gloria se mantuvo siempre en ese filo de la navaja. Ese difícil equilibrio que te permite recordar de dónde vienes e ir por la vida con una sonrisa satisfecha, compartiendo con los demás un sentimiento bastante cercano a la alegría.