BORRACHOS DE TWITTER

Un lío. Mira que, por lo general, tengo una opinión clara de las cosas, pero hay otras que me hacen estar dando vueltas y no aclararme durante mucho tiempo. Imagino que habrán escuchado la noticia de que han condenado a pagar 1.300 euros al troll que insultó a través de Twitter a la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes. Para empezar habría que explicar qué es un troll. Este tipo de seres dicen cosas tremendas a través de las redes sociales, escondidos tras un pseudónimo y, habitualmente, con una cuenta abierta con datos falsos, para evitar ser perseguidos. Este anonimato, a ellos les da una sensación de impunidad que, de vez en cuando, es alterada por la policía y por los jueces. Lo que sucede es que, salvo que hablemos de delitos mayores, la policía y los jueces sólo intervienen si el perjudicado denuncia, con lo que, en la mayoría de las ocasiones, uno puede decir casi cualquier cosa de casi cualquier persona sin temor a sufrir ninguna consecuencia.
A mí eso me parece cobarde y estoy seguro de que, quienes hacen esto, son de esas personas que no aguantarían ni una mala mirada de aquel al que critican. Pero una cosa es que yo crea eso y otra que considere que se debe perseguir judicialmente al que insulta en Twitter. No opina lo mismo que yo Cristina Cifuentes y por eso, cuando L.J.M la llamó puta bajo el pseudónimo de Ximicomix, le denunció. El tal Ximicomix no debía estar tan bien escondido, porque la policía le localizó y lo puso a disposición de un juez. Antes de que hubiera juicio, los abogados se han puesto de acuerdo y han cambiado la solicitud de ¡¡4 años de cárcel!! por una multa de 1.300 euros para el bocazas internáutico.
Por un lado me alegro tremendamente de que uno de estos gallitos con capucha se lleve un palo de este calibre y de que se haga un aviso a navegantes. Por otro, me pregunto si, el hecho de que alguien te insulte debe recibir un castigo. Yo creo que, cuando uno tiene exposición pública, debe aceptar que haya muchos que no estén de acuerdo con lo que dices, con lo que haces o con lo que no haces o no dices. Y, si en uno de esos desencuentros, a alguien se le escapa un insulto, pues qué se le va a hacer. A mí, en los 27 años que llevo trabajando, me han dicho de todo. Lo que pasa es que, cuando yo empecé, el nivel de difusión de los insultos era mínimo. Llamaba alguien a la radio o a la tele, o escribía una carta y te ponía a caer de un burro. O salía un crítico al que no le gustaba tu trabajo y te hacía un destrozo literario y personal sin meter ni un insulto en su texto. Ahora no. Ahora mismo cualquiera, sin necesidad de que se le dé el título de crítico, ni un espacio en un medio de comunicación, puede darte estopa de manera inmisericorde. Y, si lo que dice tiene éxito, puede resultar que cientos de miles de personas se enteren de que hay alguien por ahí que te está poniendo a parir. Y esto hay que aceptarlo. Aunque no nos guste.
Hace unos meses, cuando sufrí enormes varapalos por aceptar presentar el programa Punto Pelota en Intereconomía, escribí una Cabra en la que decía que lo de Twitter es como la barra de un bar en el que hay dos tíos muy mamados gritando a pulmón. Antiguamente en los bares, al borracho, le oían cuatro gatos y, tocándole un poco la chepa, te lo llevabas a casa intentando que no se abriera la frente contra una acera. Esas barras de bar con dos tíos muy mamados, con las redes sociales, se han convertido en una enorme plaza de pueblo en las que un solo borracho, encapuchado para que no se sepa quién es, puede conseguir que sus insultos los escuchen cientos de miles de personas.
A mí todavía hoy, cada vez que digo algo de Mourinho, hay un grupo de fieles del ex entrenador del Madrid, que me insultan y me dicen de todo menos bonito por no estar de acuerdo con ellos. Pero, aunque me insulten, aunque me deseen una muerte lenta y cruel, ¿Debo tener derecho a denunciarles? Yo creo que, si yo fuera una persona anónima, podría tenerlo, pero, desde en el momento en el que decides dedicarte a una profesión con proyección pública, y el periodismo y la política lo son, debes aceptar que te van a caer palos que no les caerán a otras personas que trabajan en entornos discretos.
Dicho esto, no crean que soy Mahatma Gandhi. En general los insultos y las críticas me la bufan, pero otras veces me dan ganas de irme a por el de la capucha que está mamado y quitarle la cobardía y la borrachera con un buen par de hostias. Lo que pasa es que, no sé por qué, creo que eso no me iba a ayudar a estar más tranquilo.