LA PENA

No soy un duro del Oeste. Tampoco es que llore con los anuncios de Mimosín, como las mujeres de mi familia, pero, por lo general, cuando algo me parece muy triste, o muy alegre, o muy emocionante, no intento contenerme si me salen unas lagrimillas o si, directamente, lloro a moco tendido. Ayer, sin embargo, tuve que controlarme. Presentaba por la mañana la Gala anual de la federación española de Golf y recordábamos que, en 2018, han desaparecido varias personas importantes para todos los que estábamos allí reunidos; Emma Villacieros, Cristina Marsans, Manuel Beamonte, Ricardo Goytre y, muy especialmente, Celia Barquín. Hubo tres momentos de lagrimón; dos de ellos cuando los padres de Celia (ver ANORMAL) recogieron las medallas de Oro y Olímpica que la RFEG y el COE han otorgado a su hija asesinada hace unos meses en EEUU. El otro fue cuando subieron las amigas de Celia y una de ellas, Ainhoa Olarra, leyó una carta conmovedora recordando a “Celius”. Y me costó no llorar, sobre todo, porque venía yo de un fin de semana duro. Muy triste.

El domingo despedimos a un buen amigo mío; a Julio Laria. A Julio le diagnosticaron hace poco más de un año un cáncer de páncreas y, a pesar de que ha aguantado carros y carretas y de que ha pensado hasta el final que podía curarse, esta puta enfermedad se lo ha llevado por delante. Y es una de esas personas que aparecen en tu vida y que, sin que sean tus amigos y sin pedirte nada a cambio, te apoyan como si, por ayudarte, fueran a recibir un premio extraordinario. No sé si a ustedes les ha ocurrido. A mí, afortunadamente, me ha pasado varias veces con jefes y con directivos de empresas con las que he ido trabajando a lo largo de los años. Y son unos cuantos; Adolfo Gross, Jorge del Corral, Jesús Hermida, Siro López, Hugo Costa o Paco Díaz Ujados, que fueron mis jefes y amigos. Jacinto Álvaro, de Groupama Seguros o Felipe Martín, primero en Banesto y luego en el Banco Santander y, desde luego, en Mapfre, Julio Laria. Salvo a Adolfo Gross, a ninguno de ellos lo conocía de nada y todos se portaron conmigo como si, al hacerlo, sus vidas fueran a ser mejores. Y yo creo que, cuando alguien así aparece en tu camino, le debes agradecimiento eterno. Y con unos mantienes un vínculo de afecto para siempre, aunque sea a cierta distancia, pero con otros esa sintonía hace que se conviertan en algo más que unos buenos amigos.

Eso me pasó con Julio. Hace once o doce años aparecí en su despacho de la Fundación Mapfre, donde dirigía el Instituto Mapfre de Seguridad Vial. Le conté el proyecto de Seguridad Vital y se entusiasmó de un modo que parecía que yo le iba a ceder una parte del beneficio que obtuviera mi empresa. Se lo tomó como algo casi personal y peleó para que Mapfre apoyara la emisión de 13 capítulos del programa en la 2 en el año 2009. Cuando el programa murió, intentó una y otra vez retomarlo y su apoyo volvió a ser esencial para que, en 2015, TVE se volviera a plantear su emisión esta vez en TVE1. Y no solo es que nunca me pidiera nada a cambio, es que, cada vez que yo le agradecía el apoyo, cada vez que le invitaba a comer por haberme ayudado tanto, cada vez que, en Navidad, le mandaba algún detalle para felicitarle, siempre me decía lo mismo: “no es necesario. Yo no he hecho nada”.

Esa es la grandeza de los generosos de corazón. Que te dan mucho más de lo que sería razonable y ellos tienen la sensación de que eso que están dando va en un sueldo imaginario que les hace mejores a ellos y hace más felices a los que tienen alrededor. Yo creo en Dios y estoy convencido de que hoy Julio está en el Cielo y que allá arriba le están pagando ese “salario” por tantos y tantos a los que él ayudó. Cuando el sábado le comuniqué la muerte de Julio a varios amigos comunes, no hubo ni uno solo que dijera simplemente: “lo siento”, “¡qué pena!” o “DEP”. Todos añadieron algo haciendo referencia a lo cariñoso que era, a lo que se hacía querer, a su generosidad y a su disposición siempre para ayudar al que lo necesitara.

Y por eso este fin de semana tenía esa mezcla de pena y cabreo que, al menos a mí, me producen las muertes de amigos con cáncer. Que llevo unos cuantos. Esas preguntas que te vienen a la cabeza de si tiene sentido tanto sufrimiento para que luego la enfermedad o los terribles tratamientos, te acaben llevando por delante. Y, en la pena por la pérdida del amigo, te llegan arrebatos de cabreo preguntándote si no hay una parte comercial de esa enfermedad que podríamos ahorrarnos todos. Lo sé. Puede sonar a reflexión de la vieja de los gatos, pero cada vez más me pregunto si no se le podría ahorrar al enfermo, a la familia y a la sociedad parte del sufrimiento y el gasto al que los someten. No sé. Igual estoy suspicaz, pero yo le daría una vuelta.

Que, por cierto, ya que hablamos de pena; terrible también la aparición del cadáver de la pobre Laura Luelmo en Huelva. Y en la congoja por lo que parece que ha sido una muerte violenta, se me mezcla también algo de tristeza por la deriva que está tomando el periodismo. He leído varias noticias, en varios medios, prácticamente dando por hecho que el asesino de Laura ha sido su vecino de enfrente; un hombre que acababa de salir de prisión, precisamente, por asesinato y asalto a otras dos mujeres. No sé a ustedes. A mí me parece que desde la prensa seria se debe defender hasta el último extremo la presunción de inocencia. Mientras no haya un juicio, con titulares como esos, lo que estamos haciendo es darle combustible a los vecinos del pueblo para ir a quemar la casa del susodicho, o la de sus padres, y para darle una paliza al tal L. que, además de antecedentes penales, tiene en su contra que resulta que es gitano.

PREGUNTAS SOBRE ANDALUCÍA

Yo aún estoy que no me lo creo. Y no me creo varias cosas. Pero en vez de ir haciendo afirmaciones, voy a ir haciéndome preguntas.

¿No les parece increíble que, por poner dos ejemplos de corrupción sistémica, tras los ERE y la GURTEL, PSOE y PP sigan siendo las dos fuerzas más votadas en Andalucía?

¿No piensan que quizás Susana Díaz debería haber dedicado al menos unos segundos a hacer algo de autocrítica en su discurso posterior a la hecatombe?

¿No les resulta raro que los del PP, con un resultado electoral cercano a la catástrofe, estuvieran ahí tan felices en Sevilla y en Madrid dando por hecho que Moreno va a ser Presidente y sin ni un solo dirigente preguntándose: “Qué hemos hecho mal para perder más de un 20 por ciento de nuestros escaños” ?

Que Albert Rivera propusiera un pacto tan aparentemente poco posible como el de que gobierne Ciudadanos con el apoyo de PSOE y PP ¿es una manera de ir poniéndose la venda antes de la herida de tener que votar un gobierno del PP con los de VOX?

Siendo Ciudadanos el partido que más crece (junto con VOX), ¿Por qué muchos anoche tenían la sensación de que el partido naranja fue uno de los derrotados?

¿No les parece sorprendente la falta de autocrítica de Pablo Iglesias y Teresa Rodríguez después de perder 3 escaños?

¿Por qué todos hablamos de VOX como la Extrema Derecha (¡Huy! ¡qué miedo, qué miedo!) y ninguno nos referimos a PODEMOS como la Extrema Izquierda (¡Huy! ¡qué majos que son!)?

¿Cuántos de los que hoy dicen que VOX es extrema derecha se han leído el programa electoral de VOX?

¿Cuántos de los que hoy dicen que PODEMOS es extrema izquierda se han leído el programa electoral de PODEMOS o de ADELANTE ANDALUCÍA?

¿No será que muchos van de oído?

¿Es el Karma el que puede provocar que el PP de Juanma Moreno llegue a gobernar en Andalucía con 26 exiguos diputados para compensar el hecho de que el PSOE gobierne en España con 85 exiguos diputados?

Que un leninista amable como Pablo Iglesias proclame una “Alerta Antifascista” y convoque a las masas a defender la democracia, ¿debe darnos risa? ¿Debe acojonarnos? ¿Deberían enviarle a los GEOS?

¿Se imaginan la que se hubiera liado si el líder de VOX ayer hubiera llamado a sus militantes y votantes a salir a la calle por la “Alerta Anticomunista” dado que la coalición que los acoge obtuvo 17 escaños?

¿Cuántos de ustedes pensaron anoche que Ábalos iba a terminar su discurso sacando un sable y sacrificándose como un samurái, tal era su cara de profunda angustia?

¿El hecho de que Pedro Sánchez anoche hiciera mutis por el foro es porque es incapaz de poner cara de circunstancias dado que, desde que llegó a Moncloa, está con una sonrisa que no se le cae de la cara?

¿Los resultados de anoche son un bofetón al Presidente Sánchez? ¿O ha sido, sencillamente, un fracaso de Susana Díaz?

¿Debemos alegrarnos, como demócratas, de que llegue a Andalucía la alternancia y de que salga de la Junta un partido que llevaba casi 40 años de poder omnímodo? ¿O debemos estar tristes porque puede que eso ocurra con el apoyo de un partido que tiene en su programa propuestas no constitucionales?

¿Por qué parecen más peligrosas las propuestas no constitucionales de VOX que las de PODEMOS?

Si alguno de ustedes tuviera que apostar su dinero ¿Por qué presidente apostarían? ¿Del PSOE? ¿Del PP? ¿De Ciudadanos? ¿De Adelante Andalucía? ¿De Vox? ¿Un Independiente?

Y, la última, ¿Después de los resultados de anoche, la posibilidad de elecciones generales se acerca o se aleja?

Hala, a responder cada uno como pueda. Si a alguno se le ocurre una pregunta más, queda abierto el foro de la Cabra para que, quien quiera, las haga.

FOLLAR

Lo siento. Sé que no son modos de comenzar un artículo. Ni nada. Pero es el verbo que utilizó anoche un joven desgarbado, que parecía que estaba imitando al Neng, en un programa familiar en horario de máxima audiencia en la 1 de TVE. “Operación Triunfo” es un programa espléndido. Espléndidamente producido por Gestmusic, espléndidamente presentado por Roberto Leal y espléndidamente gestionado de pe a pa.

Cada miércoles por la noche, las mujeres de mi casa obligan a verlo y me acabo enganchando a la fórmula de las buenas actuaciones de unos muchachos talentosos, el morbo de las nominaciones y unos espectáculos de nivel. Me sobran algunas cosas, como esa necesidad de estar todo el rato interpretando un papel; el de ser los más políticamente correctos en los cánones de la progresía de salón, a veces, hasta el absurdo.

Me parece estupendo que se busque la transmisión de mensajes de igualdad, de solidaridad, de inclusión, pero en ocasiones dan la sensación de estar sobreactuando. Y, claro, en medio de todo ese almíbar de progresía fetén, te aparece desparramao el novio de una de las concursantes y te derriba el kiosco con dos patadas y un agarrón de culo bochornoso.

La concursante se llama María. El novio, no me acuerdo. Pero entró en el escenario, agarró a su novia por las nalgas y, en menos de 3 minutos, ofreció un curso exprés de “cosas que no hay que hacerle nunca a tu pareja”. Cierto es que el ejemplo, que nos dejó a toda la familia con la boca abierta, sirvió para abundar en los mensajes que mi mujer y yo soltamos constantemente a nuestros hijos. El respeto. Respeta a tu pareja. Y exígele que te respete. Y, si no te respeta, mándale (a él o a ella) a la mierda sin miramientos.

Ayer, este impresentable le dijo a su novia que lo que más echaba de menos de ella era “su culo” (que le había tocado con fruición, segundos antes, delante de toda España) y que lo primero que quería hacer con ella al salir era “follar”. Y todo esto en medio de palabras mal dichas, atropellado, aturdido, como si al infeliz le hubieran dado alergia los anti-gripales.

Imagino que, después de lo de anoche, este muchacho habrá pasado a la categoría de ex, pero no me puedo creer que, en un equipo tan experto como el de OT, no hubiera nadie capaz de predecir que este futurible ex–novio iba a montar un chicken del tamaño de un elefante del parque Kruger.

Me dio rabia el asunto. No sólo porque manchó un programa magnífico, sino porque me ha comido media Cabra. Yo pensaba dedicar el artículo de hoy a algunos de mis vecinos. Y no a los buenos, que son abundantes, sino a los que hacen cosas sin darse cuenta de que molestan a otros. O a los que se dan cuenta y les importa entre 3 y 4 pares de cojones.

Y eso que, en las últimas semanas, hemos tenido la felicísima noticia de que nuestro moroso ha vendido ¡¡por fin!! su piso, nos ha pagado lo que debía (tras años sin abonar los gastos de comunidad) y se ha ido a no pagar a otro sitio. Pena me da el desdichado que le alquile la casa, porque tiene las mismas posibilidades de cobrar que los acreedores del moroso de la 13 Rue del Percebe de Ibáñez.

También quería hablar del espanto que es el otoño en nuestro barrio. Ya conté en una Cabra hace seis años (ES LA CHICA) que en mi vecindario abundan los perros. Eso no es malo, en sí mismo. Lo malo es la cantidad de dueños de canes que van dejando que sus chuchos orinen y defequen donde quieran. Todas las esquinas del porche y del jardín de mi casa están como si hubiera pasado alguien echando ácido sulfúrico. Miles de meados año tras año, me hacen temer que algún día una columna se deshaga.

Eso, siendo un problema, me parece algo menor al lado de la profunda repugnancia que me produce caminar dando saltos para no pisar las cacas que los dueños de perro van dejando por ahí. Que, no sé ustedes, pero yo, con tanta hoja caída sobre las aceras soy incapaz de identificar las tordas y, cada otoño, acabo pisando por lo menos tres o cuatro catalinas. O cinco.

Aunque el vecino que más nos está torturando últimamente ni siquiera vive en casa. Y la única vez que le hemos visto estuvo encantador. Acaba de comprar el piso de abajo, están haciendo obra y nos dijo hace dos meses y medio: “Disculpad por el ruido, pero no os preocupéis, que nos han dicho que, en menos de un mes, tienen ya todo tirado y podréis estar tranquilos”.

Y yo no sé si es que en realidad están haciendo un túnel con fines terroristas, o si están derribando la casa con un martillo de dentista con amplificador de sonido sensurround, o si han montado abajo una escuela de albañilería. Pero, cojones, han pasado 75 días y cada mañana y, durante horas, suenan taladradoras, sierras, motores de diversas potencias y cientos de golpes. Creo que, si no terminan en una semana, llamo a la policía, no vaya a ser que se esté preparando un magnicidio y nosotros, aquí, sin saberlo.

Que, por cierto, volviendo al verbo malsonante con el que comenzaba este escrito; puede que el novio híper-hormonado de María la de OT cumpliera su deseo de fornicio, porque a su novia, la pobre, la echaron del programa precisamente ayer.

EL DISCAPACITADO

Llevo desde ayer por la mañana buscando el adjetivo para calificar al diputado Rufián. Y juro que no quiero utilizar palabras gruesas, para no caer en su juego de adolescente provocador. Gabriel Rufián vive con la constante presión de cumplir con su papel de nen terrible del independentismo comunista. Imagino que todos saben la que se lió ayer en el Congreso con su señoría de ERC llamando “hooligan” a Borrell o “fascistas” a todos los rivales políticos que se atrevieran a llamar “golpistas” a los políticos catalanes que están en prisión o con procesos judiciales en marcha. De lo que se deducen dos cosas: que Rufián no sabe lo que es un fascista y que este Excelentísimo señor no tiene ni repajolera idea de de lo que es un golpista.

RUFIÁN Y EL FASCISMO

Porque si se detiene a leer sobre el Fascismo, Rufián estará de acuerdo con nosotros en que no hay hoy, afortunadamente, ni un solo fascista en el Congreso de los Diputados. Del mismo modo que, por mucho que a él le parezcan unos héroes sacrificados por su pueblo, los políticos catalanes que están en prisión pretendieron cambiar el Estado en el que viven de una manera no legal. Eso, aquí y en cualquier país democrático del mundo, se llama Golpe de Estado, aunque no haya militares de por medio. Otra cosa es que tú opines que tienen razón, pero parece bastante obvio que son unos políticos que se saltaron las leyes establecidas y que intentaron dar un Golpe de Estado.

Lo que pasa es que me da la sensación de que decirte esto a ti es perder el tiempo, porque anoche me di cuenta de que, realmente, lo que te sucede, Rufián, es que tienes un problema. Ayer por la tarde tuve la enorme suerte de escuchar a Ramón Arroyo. Para quien no sepa su historia, contaré que es la persona en la que se basa el peliculón “100 metros” de Dani Rovira y Karra Elejalde. A Ramón le diagnosticaron en 2004 Esclerosis Múltiple. Después de unos años sin tomar conciencia de lo que le pasaba y tras varios brotes en los que la enfermedad fue avanzando y haciéndole daño, Ramón decidió tirar para adelante, afrontar la enfermedad, intentar seguir haciendo su vida “normal” y comenzar a correr. En 2013 acabó el Ironman de Barcelona y, poco tiempo después, llegaron, primero, un “Informe Robinson” contando su historión y, algo más tarde, la propuesta para llevar su vida al cine. Yo recuerdo el día en el que vi aquella película, que acabé llorando como una magdalena.

TODOS TENEMOS UNA ESCLEROSIS OCULTA

Ayer Ramón nos tuvo a todos los que le escuchamos, durante hora y pico, con una mezcla de corazón encogido y corazón expandido. A mí se me saltaron las lágrimas varias veces y hubo determinadas cosas que dijo Ramón que se me quedarán siempre en la memoria. Pero destacaré dos. La primera; que Ramón ha sido capaz de aprender a escribir ¡¡dos veces!! después de que le diagnosticaran la Esclerosis. Y sabe que puede que tenga que aprender de nuevo. La segunda; que este héroe asegura que todos tenemos una esclerosis oculta. Y quizás ese es el problema de Rufián. Que tiene algo así como una esclerosis mental y no lo sabe.

Tiene gracia que el propio Ramón hable de él mismo como “discapacitado”, cuando es evidente que, si algo ha demostrado en los últimos años de su vida, es que tiene muchas y muy diversas súper capacidades. Sin embargo a mí desde ayer, me parece que el que tiene una discapacidad no sé si en la mente o en el alma es Gabriel Rufián. Siempre tan sonriente, pero siempre tan enfadado. Cada día repartiendo carnets de demócratas comme il faut a los que le ríen las gracias y negándoselos a los fachas que no opinan como él. Que claro, tanto que se mete con los fascistas y, si hay un pensamiento político que sea parecido al Fascismo en intransigencia, intolerancia, persecución al disidente, falta de sentido democrático y totalitarismo, ese es el Comunismo del que él, como marxista, se declara fan.

A MI ENTRENADOR LE FALTA UNA PIERNA

Quizás la solución sería que juntásemos una semana en una isla desierta a Rufián con Ramón o con otro discapacitado multi-capaz que, precisamente esta semana, me enviaba un documental que le han hecho y que les recomendaré en cuanto esté disponible. Hablo de Eduardo Valcárcel. Edu perdió la pierna izquierda cuando tenía un año y medio en un accidente de tráfico en San Sebastián. ¿Saben a qué ha dedicado prácticamente toda su vida? Al fútbol. Desde que tuvo uso de razón amó este deporte y, como no podía jugar, se empeñó en ser entrenador. Y fue superando una a una todas las barreras que tenía delante para convertirse en la primera persona con discapacidad que obtuvo el título nacional de entrenador. Otra de las pasiones de Eduardo es educar a niños y, desde hace unos años, unió sus dos pasiones y hoy es el director de la Escuela de la Fundación de la Real Federación Española de Fútbol.

Lo mejor de Edu, como le pasa a Ramón, no es la tenacidad, la capacidad de superar lo que les pongan por delante o la fortaleza de espíritu. Para mí lo mejor de ambos es esa naturalidad con la que afrontan todo y el sentido del humor que hace que Edu te diga, por ejemplo, que él es un tío feliz porque jamás se levanta con el pie izquierdo.

LOS QUE TE ENSEÑAN

La verdad es que pensaba escribir la Cabra hablando sobre la diferencia entre patriotismo y nacionalismo, que es un debate que se ha puesto muy de moda últimamente. Pero lamentablemente que es un tema que da una pereza cósmica. No sé lo que dirán los manuales de alta política. Yo, como ciudadano de a pie y periodista no sé si de “a pie”, “a mano”, “a corazón”, o “a testículos”, lo tengo clarísimo. A mí me parece obvia la diferencia; el patriotismo es un sentimiento positivo, alegre, pacífico, de concordia y abierto. El nacionalismo, desde mi punto de vista, es excluyente, agresivo, expansivo y cerrado. Cuando hablo de abierto y cerrado, me refiero a que yo, que me siento muy español, me siento también muy andaluz y muy madrileño y muy malagueño y muy gaditano e, incluso, muy ginebrino. Y creo que todos ellos son sentimientos compatibles, pero ya lo explicaré en otra Cabra, si eso, porque el lunes fui a un funeral que me dejó algo revuelto.

La semana pasada murió Isidro Hernández Verduzco, uno de los profesores que tuve en el CEU en mis primeros años de la carrera de Periodismo. Isidro tenía un aire a Papá Noel pasado por Just For Men; orondo, con su barba negra, unos ojos pequeños y una expresión alegre casi constante. No sé si se lo dije alguna vez, pero Isidro fue un punto de inflexión en mi vida e imagino que en las vidas de muchos de los alumnos que pasaron por sus manos. Yo tenía 18 años. Había perdido el primer año de carrera por un problema burocrático y, en vez de matricularme en Periodismo en la Complutense, que había sido mi sueño desde los 12 años, tuve que quedarme en Derecho en la Autónoma. No sé si los juzgados de España perdieron a un magnífico abogado, lo que sé es que yo estaba empeñado en hacer Periodismo y la burocracia me lo ponía dificilísimo. Mis padres me ofrecieron hacer el intento a través del CEU y, unas semanas después, en el mes de enero o febrero de 1983 yo estaba en el despacho de Isidro haciendo la entrevista de acceso a la Universidad San Pablo.

Aquella fue la conversación entre un joven de 18 años, despistadísimo, triste por haber perdido un año, con la sensación de ser un vago y de estar, quizás, equivocándose, con uno de los hombres más afables que he conocido. Isidro me animó, le quitó importancia al hecho de perder un año y me dijo que una profesión tan bonita como la nuestra seguro que me iba a hacer feliz. Oír esto viniendo de un hombre que parecía el paradigma de la felicidad, convencía. Y yo salí de aquel despacho seguro de que, en los años siguientes, iba a empezar a construir una vida alegre trabajando en lo que me apasionaba. Y ha sido así. Bueno; está siendo así, porque espero que me queden muchos años de alegría en el trabajo. Isidro luego me dio clases y nos llevó a TVE a conocer a sus compañeros de Estudio Estadio y nos invitaba de vez en cuando a una cerveza en el bar y estaba pendiente del que se desmandaba… Era una especie de sucursal paterna que, al menos a mí, me vino estupendamente en esos años de baile hormonal-neuronal.

Y recordando a Isidro el lunes me acordé de tantos y tantos profesores que fueron importantes en mi vida. Yo he tenido maestros magníficos en el Colegio de El Palo en Málaga y en el Virgen de Mirasierra de Madrid. Y tuve la suerte también de encontrarlos buenos primero en el CEU y, luego, en mi paso de dos años por la Complutense. Y mi sentimiento hacia ellos es de un profundo agradecimiento. Igual que pienso que Isidro tuvo mucho que ver en que yo arrancara y terminara periodismo, miro atrás y doy las gracias al don Manuel que me obligó a aprender a escribir correctamente Hirschfeld, a Ana María y a Julia, que en la EGB y el BUP me hicieron amar la Historia, a Rafa, Conchita y Jose que nos instruyeron en el «mens sana in corpore sano», a Pedro Domínguez que me animó a escribir diferente, a Jesús Palomino que me contagió su entusiasmo por el Arte o a José Luis Córdoba, que me hizo entender a Cicerón. O a Baltasar y Marucha que se empeñaron en que yo no odiara las matemáticas y la filosofía. Y luego llegaron los de la carrera. Gracias a Isidro y a Pilar Fernández y a Luis Blanco Vila, a Diego Armario y a Javier Mª Pascual y a Santiago Montes, a José Tallón y a Jesús Timoteo. Y me dejo a muchos, pero son personas que me ayudaron y que, a pesar de las críticas a los que nos educan, me transmitieron su pasión por lo que ellos amaban y no creo que pueda haber nada más útil y más emocionante. Así que a todos; Gracias.

Que ya podían haber cogido esos profesores míos a algunos de nuestros políticos actuales. Porque son un coñazo. Ayer vi durante un rato la sesión de control al gobierno y debo reconocer que, siendo ambos muy mejorables, Pedro Sánchez y Pablo Casado me entretienen bastante cuando se ponen con sus peleítas en las que Pedro va de guapo de la clase sobradete y encantado de que le acaben de nombrar delegado. Pero se ha encontrado con Pablo Casado, que es el nuevo de la clase, que le ha salido respondón y, aunque no se lleve a las niñas de calle como él, le está tocando los cojones. Hubo un par de momentos buenos, cuando Casado le dijo a Sánchez que cuál de los dos Pedros era el que estaba sentado en el escaño, si el que creía que en Cataluña hubo delito de Rebelión o el que ya no, o el que decía que sin presupuestos había que convocar elecciones o el que ya no. Sánchez, con ese aire de galán de 1’90 que se sabe superior al novato de 1’75, le dijo que no entendía esa prisa por perder unas elecciones. Estuvo bien el rifirrafe aunque el Presidente del Gobierno se lo puso a huevo al líder de la oposición porque hay que reconocer que, como diría Manoli de GH9, en eso de perder elecciones, Pedro Sánchez es un experto que te cagas.

HAGÁMOSLO, COÑO

Perdón por arrancar así. Pero estoy hasta las mismísimas. Imagino que les pasa porque constato que les sucede a muchas personas que conozco. Que estamos hartos de escuchar a políticos y a ciudadanos de diferente signo (sobre todo de Podemos y Nacionalistas) insistir en que no estamos en un Estado de Derecho fetén. Cierto que algunas cosas que han pasado últimamente por el Supremo les dan la razón. Pero esa insistencia, por ejemplo, en que nuestra Constitución no es legítima porque tiene 40 años, porque no la votamos los que hoy tenemos menos de 60 o porque fue redactada a la sombra del Franquismo, a mí me molesta profundamente.

Hagámoslo. Aprovechemos el 40º aniversario de la mejor Constitución que ha tenido España para reformarla. Quitémosle al gran vendedor de elixires Pablo Iglesias la cantinela de que es un Texto alumbrado por un estado fascista y que no hemos votado. Hagamos los Grandes Cambios y votémosla. Votemos si queremos un Rey y una Monarquía Parlamentaria. Y un sistema electoral diferente en el que los partidos nacionalistas no nos tengan cogidos por los cojones cada vez que hay un gobierno en minoría. Y una ley de educación que no se pueda cambiar cada 4-6-8 años. Y una verdadera separación de poderes que aleje de los políticos la capacidad de decidir sobre el gobierno de los jueces y tribunales. Y, ya de paso, cambiemos el código penal y hagamos una ley que permita, por ejemplo, meter en la cárcel sin discusiones peregrinas a indeseables como los políticos catalanes que hoy están presos mientras se sienten una suerte de Mandelas del Penedés o Gandhis del Maresme. ¿Que no es sedición ni rebelión? Pues no lo sé. No soy jurista. Lo que sé es que una democracia seria como la nuestra no puede permitir que haya políticos que se pasen las leyes por el escroto y que, además, animen a su pueblo a acompañarles en el incumplimiento de las leyes porque “ellos tienen razón”. No sé cómo se tiene que llamar el delito, pero actuaciones como esas tienen que tener un castigo gordo.

Así que, venga, coño, vamos a darnos una nueva Ley de leyes. Y votémosla todos los españoles. Y si gana esa Reforma de la Constitución y decidimos estar juntos, con un Rey, con una bandera rojigualda, con una letra para el himno… pues igual conseguimos que todos los que dicen que nuestro Estado es ilegítimo se callen de una vez por lo menos durante unos años. O mejor; unos lustros.

Aunque, siendo sinceros, no tengo yo muchas esperanzas porque, para que sucediera eso, imagino que tendrían que juntarse en farragosas comisiones los políticos que hoy están, y no los veo poniéndose de acuerdo antes de 2050. Quizás para entonces ya no sea Presidente del Gobierno Pedro Sánchez, aunque seguro que sus asesores le cuentan que tiene posibilidades de perpetuarse porque con nuestro Primer Ministro empieza a pasar como con el Rey Desnudo. Que ya sólo son los muy pelotas, los que están muy cerca, los que le siguen diciendo que es guay y que su Presidencia del Gobierno va a pasar a la historia como uno de esos períodos memorables; como la presidencia de Kennedy o aquellos días dorados del primer gobierno democrático de Suárez tras las primeras elecciones libres. Dado que la niña de su vídeo parece que no se lo dijo, tendría que aparecer algún otro niño para decirle a Sánchez que esto está siendo patético.

El político del “NO ES NO” está convirtiéndose (bueno; él y sus ministras y ministros) en el paradigma del “NO ES SÍ, PERO BUENO, QUIZÁS NO, AUNQUE YO NO DIJE ESO”. Y así estamos. En una minoría aparentemente cada vez más minoritaria, con Pablo Iglesias ejerciendo de Conde-Duque de Olivares. Con todos sus frágiles socios recordándole promesas que Sánchez, por supuesto, niega. Improvisando decisiones y decretos como quien esquiva pinchos mientras cae a toda velocidad por un tobogán lleno de cactus. Y los españoles, como con lo de la Constitución, esperando que nos dejen votar de una vez. Ayer compartían mis amigos del PP un vídeo en el que Sánchez hace unos años criticaba a Rajoy por prorrogar los presupuestos y exigía elecciones inmediatas si un gobierno no era capaz de aprobar una ley tan esencial. Estoy esperando para ver cuándo aparece alguien del gobierno a decir que el Presidente jamás ha dicho eso, porque, claro, cuando lo dijo, no era Presidente.

En fin. Que hace falta que entre en escena un niño y que le hable a Sánchez con esa sinceridad y esa franqueza con la que hablan los que no han cumplido diez años. Debería cruzarse con algún churumbel parecido a un primo de mi mujer que un día, harto de que le contaran milongas en cada Misa, cansado de sentirse engañado por sacerdotes y familiares le hizo a su madre, temeroso de estar en Pecado Mortal, la confidencia definitiva: “Mamá, a mí este Cordero de Dios me sabe a barquillo”.

¿USTED ME VE?

Nos lo contó Rosa Mª Mateo a mediados de los 80, treinta y tantos años antes de convertirse en presidenta de RTVE. Vino al CEU a darnos una charla a los estudiantes de periodismo y nos habló del trabajo en TVE durante el franquismo, de los primeros años de democracia, de los días tensos de ruido de sables en los cuarteles antes del 23-F y de cómo se vivía delante y detrás de las cámaras en este trabajo apasionante de la televisión. Nos gustó mucho aquella conferencia, pero yo, que soy un tío morbosillo desde la infancia, principalmente recuerdo una anécdota que nos contó Rosa sobre una conversación inquietante con un fan. Un día, no recuerdo si en un evento o en plena calle, se le acercó un señor que tenía una pinta algo rara. El hombre, rendido ante esos ojos claros y penetrantes de la Mateo le preguntó con cierta angustia: “Oiga, cuando sale por la tele, ¿usted me ve?” La carcajada que soltamos todos al oír el sucedido, me impidió escuchar lo que respondió Rosa, pero todos nos quedamos preguntándonos qué hacía ese señor mientras veía en la tele a su presentadora favorita.

Pero claro; este caballero no debe ser el único que hace cosas raras frente a una pantalla. Fíjense en el email que recibí hace unos días de un cariñosísimo hacker que me advertía de que había entrado en mi ordenador y que tenía acceso a todas las páginas turbias en las que yo me metía. No solo eso; además, había grabado la cámara de mi portátil captando cosas muy vergonzantes que yo, supuestamente, habría hecho mientras contemplaba marranadas online. La amenaza era clara; o le pagaba una cantidad económica o le iba a pasar las fotos de mi vergüenza a todos mis contactos y, además, iba a tomar el control de mi ordenador e iba a borrar todo mi disco duro.

Cuando recibo estas mierdas, como esos emails que te ofrecen millonadas por quedarte en tu cuenta corriente un dinero nigeriano durante un tiempo, siempre me asalta una duda: si lo mandan es porque, indefectiblemente, hay un porcentaje de gente que pica. Y, si alguien pica con lo de las capturas de la cámara de su ordenador, es porque, efectivamente, ha estado viendo cochinadas mientras le daba al manubrio. Claro, que uno también puede ser víctima de lo que otros hacen cuando utilizan su ordenador. Hace unos meses compartí con mis amigos en redes sociales un correo que me había llegado en el que me ofrecían Tena Lady para no mojar mis braguitas. En aquel momento pensé en que el equipo de marketing de la marca estaba en una situación manifiestamente mejorable, hasta que un amigo me dijo; “hombre, igual el algoritmo ha cruzado tu edad, con tu interés por el golf femenino y con que tu mujer haya buscado desde tu ordenador algo de ropa de mujer en tiendas online y ahí lo tienes…” Y me convenció. Y me cago en el algoritmo. Porque, claramente, una de mis hijas, o mi mujer, han debido estar buscando lencería desde mi ordenador. En los últimos tiempos, cada vez que entro en redes sociales o en un periódico, me aparecen constantemente ofertas de bragas con encajes monísimos y sostenes con unas transparencias muy sugerentes. Lo malo no es que me moleste. Lo malo es ir en el tren o en un avión viendo cosas y que el pasajero de al lado se pregunte: “¿Dónde se meterá este tío para que las publicidades, en vez de ofrecerle vino y viajes, le propongan que cambie de bragas?” O peor, dejarle un momento el ordenador a un amigo y que compruebe qué cosas se te ofrecen y, lógicamente, la pregunta viene sola: “Pero, tío, ¿tú dónde te metes?” Y lo mejor que puedes hacer es decir que sí, que te encantan los encajes finos porque, salvo que tengas alguien que te defienda, en momentos como esos tienes la credibilidad bajo mínimos.

Eso nos pasó en las Navidades de 1983. Habíamos ido 5 amigos y yo a cantar villancicos a cuatro voces al Metro de Plaza de Castilla. Aunque suene increíble, en hora y pico cantando, habíamos sacado 14.000 pesetas (84 euros) en monedas. Al terminar, brincando de alegría, cogimos el autobús para volver a casa y nos encontramos con unos amigos que nos preguntaron que por qué íbamos tan felices. Les contamos que habíamos estado cantando y que nos habíamos forrado y ellos comenzaron a reírse de nosotros diciendo: “¡¡Sí hombre, venga ya, quedaos con otros!!” y cosas de esas de mucha incredulidad. Hasta que se volvió una señora y les dijo a estos amigos: “Pues sí, créetelo, hijo, que yo les he oído y sonaban tan bien que les he dado veinte duros”.

LA CULATA

Lo hablaba anteanoche con uno de los tíos más listos que conozco; José Manuel Lorenzo, hoy productor de TV de mucho éxito y, en su día, director general de Antena 3 y Canal+. Estábamos cenando con otros tres amigos en uno de los restaurantes cercanos al Palais des Festivals de Cannes, después de un día agotador dando vueltas por los stands del Mipcom, que es una feria internacional de TV. Hablábamos de política, del auge de los populismos y de cómo las mayores potencias de la tierra están en manos o de dictadores o de presidentes elegidos democráticamente, pero con unos modos tiránicos que, francamente, dan mucho miedito. Y, hablando de dictadores, comentamos el esperpento al que hace referencia este chiste que circula por wassap; los dos actores de Pulp Fiction descojonándose del absurdo de que saquen a Franco del Valle de los Caídos para meterlo en la Catedral de la Almudena. Y no solo eso; es que me gustaría conocer cuántas visitas tenía Franco antes de que estallara todo esto o, directamente, cuántas personas en España recordaban que el cadáver de Franco reposa allí. Estoy totalmente de acuerdo en que un dictador no debe estar enterrado en un lugar en el que da la sensación de que se está glorificando su figura, pero, en ocasiones, cuando intentas mejorar las cosas lo único que consigues es que te salga el tiro por la culata y te revientes la cara. Que, por cierto, para ser una frase tan popular, me gustaría conocer a alguien que conozca a alguien al que, literalmente, le haya salido un tiro por la culata.

A lo que voy es a que, frecuentemente, en la política, los tiros te salen por donde no quieres. Especialmente si te dedicas al “postureo” que es, quizás, uno de los grandes enemigos de nuestra era. Para los que no tengan claro qué es el postureo, según la definición de mis hijos, es la tendencia a decir o hacer cosas por quedar bien, por intentar dar una imagen que realmente no responde a lo que eres. Vaya; para mis hijos: ir de motivao. Y en eso del postureo nuestros políticos son unos especialistas. Y, además, tienen el gran defecto de lanzarse al postureo, en muchas ocasiones, sin pensar y, claro, se pegan unas leches descomunales. Para mí el paradigma del postureo es la crítica al contrincante por la corrupción. Que PP y PSOE se critiquen unos a otros por la corrupción es tan ridículo que no se entiende que no les dé la risa cuando se tiran los trastos. Lo malo es que el mensaje cala y mis amigos muy del PSOE o muy anti PP o los que son muy del PP o muy anti PSOE, cuando te metes con el uno te sacan la mierda del otro y te dicen: “Sí, pero lo que es increíble es…” y en los puntos suspensivos pongan los ERE, si el interlocutor es del PP, o la Gurtel, Bárcenas, los sobres… si el interlocutor es del PSOE.

O lo de la dacha. Que ya parece que se olvida, pero uno de los maestros del postureo es el ex–post-comunista Pablo Iglesias. Este ex-austero ha cambiado su discurso desde el poner guillotinas en el Congreso o freír a impuestos a los multimillonarios que se compran áticos de 600.000 euros. a comprarse un casoplón que debería ser sonrojante para uno de los límpidos profetas de la Política Nueva con mayúsculas. Y ha superado el sonrojo con una soltura inigualable.

Podría seguir desgranando postureos, pero quería quedarme con la que se está liando en los últimos tiempos con el uso del ellas y ellos al hablar de cualquier cosa y poner en femenino todas las palabras y palabros. Lo de la diputada de Podemos y Podemas hablando de que las niñas tienen derechas. Qué triste. O la que se ha liado con los dos concursantes de Operación triunfo pidiendo cambiar la letra de una canción de Mecano en la que se decía: “Siempre los cariñitos me han parecido una mariconez”. Lo de mariconez les parecía ofensivo y lo querían cambiar por gilipollez, sin tener en cuenta que seguro que existe una “Asociación del Estado Español de Gilipollas y Gilipollos”. Que esa es otra; como se pongan a analizar las letras de las canciones, hay que cambiar el catálogo entero de la copla y la canción española y parte del repertorio de solistas y grupos españoles, como aquella canción de Radio Futura que decía: “Y si te vuelvo a ver pintar un corazón de tiza en la pared, te voy a dar una paliza por haber escrito mi nombre dentro”. En fin.

Para acabar con tanta tontería, sería bueno que todos nos imbuyéramos del espíritu de los niños que lo ven todo clarísimo y hablan sin tapujos. Hace unos días nos contaba una amiga de mi suegra una frase grandiosa de su nieta. Llevaba la pobre niña unos días oyendo hablar en el colegio de Darwin y de la evolución y a ella le debía parecer horrible eso de descender del simio. Y se lo preguntó a su madre: “Mamá: ¿a que los hombres descienden del mono y las mujeres de las princesas?”

Y, es curioso, he terminado esta Cabra sobre el postureo sin hablar, precisamente, del gran posturitas nacional; nuestro Presidente del Gobierno. Pero del gran Pedro Sánchez hablaremos otro día que, ya que estamos de postureo, confieso que me tengo que ir al Palais a reunirme con unos tíos de una tele de Singapur. No sé si les voy a vender ni media escoba, pero reconocerán que el contexto de la frase es glorioso.

CERCA

Llevo varios días revuelto. Y no es porque me dé miedo la ultraderecha (me da el mismo que la ultraizquierda, por cierto), porque me flipe la penosa situación política del país, o porque, si tuviera tres testículos, estaría hasta los 3 huevos del tema de Cataluña. No.

Hace 7 días hablaba sobre lo cerca que te pasan a veces las cosas y contaba lo que me impactó la muerte de la pobre niña Marta en el coche de su padre en Madrid. El problema es que ha sido una semana llena de sucesos estremecedores y anteayer también nos espantábamos con la noticia desoladora del hombre que tiró por una ventana a la hija de sus amigos justo antes de tirarse él. Que con este desequilibrado (o malvado) me ha pasado como con los maltratadores que matan a sus mujeres y luego se suicidan. Coño; ¿por qué no invertís el orden?

LAS RIADAS ASESINAS Y RAFA NADAL

Ayer el dolor nos llegó del este. Desde Baleares. 10 muertos y un niño desaparecido ¡¡¡en 2018!!! por unas tremendas inundaciones en Mallorca. Y una de las imágenes del día fue la del tenista Rafael Nadal ayudando a los vecinos del pueblo de al lado a quitar el barro y los escombros tras la riada.

No sé si a estas alturas habrá salido ya algún gilipollas a criticar a Rafa por remangarse y ayudar, como en su día criticaron a Amancio Ortega por dar muchísimo dinero a los más necesitados. Pero yo me quiero quedar con lo que me parece obvio. Rafa Nadal, a pesar de todas las cosas, es un buen tío. Es un deportista legendario y es multimillonario, se lo rifan las marcas para que sea su imagen y, si chasqueara los dedos, tendría a mil mozas estupendas rendidas a sus pies. Pero él sigue con María, su novia de toda la vida y, en sus vacaciones, se pega algún lujo, pero luego se le puede ver pescando al lado de su pueblo. Como siempre.

Porque Rafael se sigue sintiendo un vecino más de Manacor y así le hacen sentir los que están junto a él cuando vuelve a casa. Yo he tenido la suerte de verle de cerca allí rodeado de decenas de chavales de su circuito infantil, sin negarle un autógrafo, un cariño o una foto a nadie. Y, cuando se va la marabunta, es uno más del grupo, de los amigos, de la familia o del vecindario.

Por eso ayer por la mañana Rafael decidió que lo mejor que podía hacer era irse a ayudar. Porque siente que lo que les pasó a los miles de vecinos afectados, lo que padecieron los 10 desdichados que murieron, lo que debió sufrir el niño desaparecido, le podía haber pasado a él o a cualquiera de su familia o de sus amigos. Y, cuando desde el epicentro de un drama cercano, miras hacia fuera, te das cuenta de que, efectivamente, nuestra felicidad es muy frágil.

MORIR EN UN CAMPO DE GOLF

Cuando decía al comienzo que estaba removido, no solo es por todas estas noticias terribles. Es porque se acerca el 2º aniversario de algo que me pasó en el campo de golf de El Fresnillo, a un par de kilómetros de la Muralla de Ávila. Estábamos jugando mi mujer y yo al golf el día 30 de octubre de 2016. Hacía un día espléndido y yo, que soy más malo que la quina, llevaba 2 pares y un bogey. En el hoyo 4 dimos dos golpes buenísimos y yo estaba a 4 metros de bandera para birdie y mi mujer a 3 metros para hacer par. Pero al llegar al green nos encontramos una situación angustiosa.

Uno de los jugadores del partido anterior al nuestro estaba tumbado en el suelo, de lado, junto al green. Sus amigos muy impresionados, habían llamado a emergencias porque se llevaba quejando un par de hoyos de dolor en el pecho y llegó un momento en el que no pudo seguir. Yo les pregunté si habían llamado a la casa club para saber si había algún médico en el campo y me dijeron que no. Llamé al gerente del club y me confirmó que un matrimonio de médicos acababan de empezar a jugar. Mi mujer se fue a su encuentro.

Cuando colgué el teléfono me di cuenta de que Vicente, que así se llamaba, estaba fatal, con una respiración muy agitada. Me agaché para preguntarle cosas y ver si estaba consciente y, unos segundos más tarde, dejó de hacer ruidos. Le giré y el pobre Vicente estaba con la mirada perdida y, claramente, en parada cardiorrespiratoria. Yo no tengo ni idea de primeros auxilios. Lo que vemos en las películas. Pero empecé a gritarle y, viendo que no respiraba, comencé a hacerle un masaje cardíaco.

No reaccionaba, de manera que le golpeé el pecho con el puño y, de repente, se movió, abrió los ojos y comenzó de nuevo a respirar con mucha dificultad. Al cabo de un par de minutos volvió a pararse y repetí la operación. De nuevo reaccionó y recuperó el pulso justo en el momento en el que llegaron los dos médicos a los que había ido a buscar mi mujer.

Estos doctores mantuvieron a Vicente con un hilo de vida hasta que, 10 minutos después, aparecieron los de la ambulancia. Estuvieron casi 45 minutos intentando, sin éxito, salvarle la vida en una imagen que no se me olvidará jamás; en un paraíso como es un campo de golf, había una ambulancia, tres miembros del Samur, dos médicos más, los amigos de Vicente y mi mujer y yo intentando salvar a un hombre con todos los instrumentos de emergencia desperdigados alrededor. Y, muy cerca, al fondo de todo ese escenario de la hecatombe, a diez metros, me di cuenta de que estaban ahí, todavía, colocadas perfectamente, la bandera del Green del hoyo 4, con mi bola y la de mi mujer que, una hora antes, en una mañana soleada de otoño, felices, habríamos estado tirando para par y para birdie.

 

YO TE ENTIENDO

¡Dios! Llevo desde ayer sin poder parar de pensar en él ni un minuto. En él y en su niña y en su mujer y sus otros hijos y en todas las personas a las que esta tragedia haya tocado de cerca. Imagino que conocerán la espantosa noticia del bebé que, por un catastrófico despiste de su padre, murió anteayer en un coche aparcado en Madrid. Es de estas noticias que te desgarran; con las que eres capaz de sentir un dolor físico sin tener nada que ver ni con la niña ni con nadie de su familia.

Imagino la situación. En esa prisa que llevamos todos, que vamos como locos, con mil cosas en la cabeza y con el móvil entrometiéndose en nuestra rutina de una manera invasiva. Imagino al padre que, después de dejar en el colegio a los tres mayores, se dirigió, como cada día, a la guardería de la pequeña para dejarla allí. Y quién sabe si una llamada de teléfono (que parece que es lo que sucedió), o una alerta que le saltó del calendario del móvil, o un wassap, o el estrés de no encontrar sitio para aparcar, o yo qué sé. hizo que cerrara el coche, dejara a su bebé en su sillita y se marchara al trabajo sin darse cuenta de que estaba dejando a su hija en el coche en un día de mucho calor. 6 horas y media más tarde su mujer fue a recoger a la niña a la guardería. Le dijeron que la pequeña no había ido. Una llamada a su marido acabó con la felicidad de esa familia para siempre. El hombre, de repente, recordó con espanto que había olvidado a su niña en el coche. Cuando su mujer abrió el vehículo comenzó uno de esos dramas en los que desearías tener un botón de rebobinado para acabar con una angustia imbatible.

Los servicios de emergencia intentaron reanimar a la niña sin éxito, mientras los padres iniciaban, estupefactos, el enfrentamiento al horror que acababa de romper sus vidas por la mitad. No sé si pudieron decirse algo en medio de ese tsunami de dolor. Poco, porque la policía, en una decisión que no sé si entiendo mucho, detuvo al padre y lo llevó a comisaría. Quizás mejor ahí que en ningún sitio, pero no comprendo que no fueran conscientes, desde el principio, de que todo había sido algo tan simple, tan tonto, tan cotidiano y tan inexplicable como un despiste.

Les va a sonar no sé si frívolo, o estúpido. Pero yo comprendo a ese padre. Hace 21 años me pasó exactamente lo mismo que a él. Y yo no estaba especialmente estresado, ni recuerdo que en aquella época los móviles estuvieran tan metidos en nuestras vidas. Simplemente, se me fue el Santo al Cielo. Salí de mi casa, como cada día, para llevar a mi hija Paula a la guardería. No sé qué fue lo que me despistó. Si estaba el camión de la basura. O si tardé más de la cuenta en comprar el periódico. O si tuve que dar un rodeo que me alteró la rutina. La cuestión es que 20 minutos más tarde, yo estaba aparcando mi monovolumen en mi plaza de garaje de Antena 3. Cuando estaba cerrando el coche hubo algo que me hizo parar. No sé qué instinto. O qué. Pero en el asiento trasero, en su sillita, estaba dormida mi hija. Podrán imaginar el frío de pánico que me recorrió el espinazo porque era el mes de julio y, a pesar de que mi aparcamiento tenía un tejadillo, no creo que mi hija hubiera sobrevivido a todas las horas que habría estado en el coche hasta que yo hubiera vuelto o me hubiera llamado alguien alertando de su ausencia.

En el viaje hacia la guardería me parecía increíble tener semejante empanamiento. Es un rasgo de mi carácter que provocaba y sigue provocando mucha risa frecuentemente entre mis familiares y amigos. Pero unos días más tarde de aquel episodio se me quitaron las ganas de reír por un tiempo. En Córdoba un hombre dejó a su bebé en el coche en el parking, juraría que de la Universidad. Con 40 grados a la sombra, lógicamente, cuando el padre se quiso dar cuenta, su hijo había muerto. Aquella noticia, que impresionaba a cualquiera, para mí fue una especie de aviso del destino. Nunca imagina uno lo cerca que está del drama y la poca distancia que hay a veces entre la vida y la muerte. Es una milésima de segundo, un milímetro, un gesto insignificante el que marca la diferencia entre seguir viviendo felizmente o llevar para siempre una herida abierta en el corazón.

Por eso yo te entiendo. Porque lo que a ti te ha sucedido, me pudo pasar a mí. Y, por desgracia, le ocurre a más gente. Y es incomprensible e imagino que hoy decenas de personas cercanas a ti se preguntarán cómo pudo pasarte. Y estarán espantados y probablemente pensarán en ti y te mirarán con una mezcla de ira, de pena honda y de compasión. Y tú, seguro, solo pensarás en tu niña. Y en tu mujer. Y en tus otros tres hijos a los que no puedes dejar tirados porque, sin duda, tu primer arrebato debió ser: “me quiero morir”.

Yo te comprendo. Y espero que encuentres algo a lo que agarrarte para salir del agujero horroroso en el que vas a estar metido durante mucho tiempo. No sé si eres creyente. Mis padres lograron aceptar que mi hermana Maravillas muriera a los 4 años en un accidente tonto en casa al caerse por una escalera. Espero que, sea con Dios, o con psicólogos, o con amigos, encuentres ayuda. Yo no sé si tu mujer será capaz algún día de perdonarte, lo que sí confío es en que llegue el día en el que tú, aún sin encontrarle un sentido a lo que ha pasado, seas capaz de perdonarte a ti mismo.

Te mando mis mejores deseos con un abrazo.