LOS SOPLAPENES

Y empiezo así de fino porque los analistas de blogs me han insistido mucho en que está muy feo comenzar un post con un taco. Y, claro, escribir LOS SOPLAPOLLAS en mayúsculas, negrita y tipo de letra Cambria al 20, puede resultar muy agresivo.

Pero es que a mí me generan algo muy parecido a la agresividad esas personas que tienen tendencia natural a complicar las cosas y a generar situaciones tensas cuando puede uno conducirse de manera mucho más tranquila. Y, vaya, yo no es que sea Mahatma Gandhi, pero me muevo mucho mejor en ambientes tranquilos que en el estrés.

En este blog he dedicado numerosas líneas de mis Cabras a hablar de este tipo de personas; políticos de diverso color, el dúo Florentino-Mou que, como era de esperar, ha acabado en divorcio, o los que van por la vida dando por hecho que ellos merecen un trato diferente a los demás y que pueden tocar las narices al personal sin mancharse ni una mijita. En fin toda esa especie humana que cree que son mucho más listos que nosotros; los pobres tontos a los que vivir no se nos da tan bien como a ellos. Vaya por Dios.

Un ejemplo perfecto de esto que digo son algunos de los que se sientan cada tarde en el tendido 7 de Las Ventas. Yo soy muy aficionado a los toros y tengo que sufrir frecuentemente a estos señores que van a la plaza con la mala leche encima y dispuestos a compartir con los demás su úlcera de duodeno o sus tremendas almorranas. Que una cosa u otra han de tener para explicar semejante mal humor cotidiano a media tarde. Los hay en ese tendido que entienden de toros, pero se mezclan con una caterva de panolis que creen, por ejemplo, que ir a la plaza con un pañuelo verde es una señal de distinción y de independencia frente al poder establecido. La cuestión es que, cada dos por tres, deciden fastidiarle la tarde al torero que pisa el ruedo y con cuchufletas, pitos, palmas a destiempo y frases extemporáneas hacen que triunfar en Madrid sea cada vez más difícil. Y, por si hay lectores que no sepan el por qué del pañuelo verde taurino, lo explico. Cuando un toro es inválido y no sirve para la lidia, el presidente de la corrida saca un pañuelo verde para anunciar que el toro se devuelve a los corrales. Yo respeto profundamente las diferencias de opinión e incluso me parece muy bien que cada uno vaya a la plaza con lo que le dé la gana, pero reconozcamos que acudir a un espectáculo llevando un pañuelo verde anticipando que va a haber toros inválidos no es un buen indicio. Es como si alguien fuera al teatro con una redecilla de 2 kilos de tomates, por si los actores lo hacen mal. O como el que va a un concierto con tapones de corcho en el bolsillo para aislarse de unos previsibles desafines. Pues muchos de los del 7 van así a la plaza y están esperando que un toro pierda una mano, o que un torero dude, o que el matador ponga la muleta así o asá, para enseguida reprobarle con un pito, unas palmas de tango o gritando desgañitados: “¡Ponga usté bien la muletaaaaaaa!”.

Me van a perdonar, porque no quería convertir esto en un artículo de toros, pero me estaba saliendo sólo. Claro que no sé si es mejor eso que hacer otro post de fútbol para que me pongan a parir mi mujer y mis amigos no futboleros. Pero, siendo francos, a estas alturas, lo del Madrid, la salida del pesado de Mou y la convocatoria de elecciones del César Florentinus me aburre soberanamente.

No tengo en cambio esa desidia, lo reconozco, al hablar de la Consejería de Educación del Gobierno de Asturias y su soplapénica decisión de cambiar de nombre a las vacaciones de Semana Santa y Navidad para que dejen de tener molestísimas connotaciones religiosas. La consejera se ha debido quedar descansando después de tomar una decisión de tanto calado y que tanto va a ayudar a mejorar las estadísticas de fracaso escolar en su comunidad autónoma. Lo que espero es que sus próximos pasos no sean quitar la cruz de la bandera de Asturias o pedir que cambien el nombre del Hotel más famoso de Oviedo y deje de ser el “Reconquista” para pasar a ser el “Hotel de la Alianza de las Civilizaciones”, para no herir a los no cristianos que paseen por la capital asturiana. Menos mal que, al lado de soplapolleces como estas, de vez en cuando, la vida te da motivos para sonreír.

Me sucedió hace unos días paseando por la Gran Vía de Granada. Iba caminando distraído y hubo algo que llamó mi atención. Era un cartel discreto al lado de un portal y anunciaba a la Asociación de Viudas de Granada. No es que me haga gracia que haya viudas en Granada, Dios me libre, pero me pareció de una brillantez rayana en la genialidad el logotipo que han escogido para asociarse las mujeres que han perdido a sus maridos. No era un corazón roto, ni un ojo femenino llorando una lágrima, ni un árbol con las hojas caídas. No. Lo que escogieron fue un trébol de cuatro hojas. Las cabronas.